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Full text of "La guerrilla española y la derrota de Napoleón (John L. Tone)"

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JOHN L. TONE 


LA GUERRILLA 
ESPAÑOLA 

Y LA DERROTA 

DE NAPOLEÓN 


HISTORIA Y GEOGRAFÍA 
Alianza Editorial 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA 
DERROTA DE NAPOLEÓN 


HISTORIA Y GEOGRAFÍA 
ENSAYO 


EL LIBRO UNIVERSITARIO 


JOHN L. TONE 


LA GUERRILLA 
ESPAÑOLA Y LA 
DERROTA DE 
NAPOLEÓN 


Versión de. 
Jesús Izquierdo Martín 


Alianza Editorial 


Parte de esta obra ha sido adaptada y traducida de The Fatal Knot: the Guerrilla War 
in Navarre and the Defeat of Napoleon in Spain, de John Lawrence Tone. O 1995 
The University of North Carolina Press, publicada por cortesía del editor. 


Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegida por la Ley, que establece 

penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjui- 

cios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o 

en parte, una obra literaria, artística O científica, o su transformación, interpretación o ejecución 

artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la pre- 
ceptiva autorización. 


O John L. Tone 1999 
O de la trad.: Jesús Izquierdo Martín, 1999 
O Ed. cast.: Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1999 
Calle Juan Ignacio Luca de Tena, 15; 28027 Madrid; teléf. 91 393 88 88 
ISBN: 84-206-7946-1 
Depósito Legal: M. 16.480-1999 
Fotocomposición e impresión EFCA, 5. A. 
28850 Torrejón de Ardoz (Madrid) 
Printed in Spain 


ÍNDICE 


AGRADECIMIENTOS vasos i0nótariorri resi sozoPOsrraGorisoe0da Papesipcndoo aja meadapadadns 


l., ¡BEMITO DELTA GUERRIDDA cocooiccnonorinairioercirincaniccdss As iancasión 
INS LECIÓN ici ip id 
Un pals de guild nori 
IA AAA TO 
EI AAA 
¿Quiénes eran los guerrilleros? .......ocininironieriririres 


Ma yn 


2. INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 oococonononononononononononinonononoso 
A A 
Es DAA RS 
39 ELDA dE MAYO ii IAS 
4. La revolución urbana de 1808 ...ocooncnicnicnicnionocnonnorcnncancnnnos 


€. BLCORSO TERRESTRE ¿otra qa iria 
li DEPOR ADO TACIÓN. rail ae ir 
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3 LiTonta ls guerrillas ua isa ree pei 
Ao ELE MPEG 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA occcoccoroooaooss 
L.. Zaragoza y Navarra cmo eee eneceeersertts 
2. EguaguirTE.ommrenmncncnanenrerncnnenanss 


3. La Diputación y la resistencia 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS ......... 
1. Un país guerrillero 
2. Nobleza y cohesión 
3. La piedad y el clero 
4. Pequeños campesinos y TeSISCONCIA cooccconnrannornnnrn ran nrrares arenas 
5. Agricultura de subsistencia Y guETTA vscmoanronnrneneeneeecereeeeros 
LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA cocoronononcnncncoronennerenenenessos 
1. Los fUerOS.cciococnonrorononennenannn ro rncanan acarrear rare near ne renace 
2. Gobierno municipal y economía MOTA ...arcarornoennceereresss 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN 


l. Javier Mina 

2. El terror ÉTaMCéS ..oooomcnnncnrnraninnncrn rene raras 
3. Laldea..coooercocinonenconrnonenrarancnraneces re renenanacanss 
IN 

5. La construcción de la División de Navarra 

6. La destrucción de la División de NavarTa oomaoccncnconeneronarnoss 
EL REINO DE LA GUERRILLA .ccorincrocnono 

1. El terror de Reille ................««.oo==e====" 

2. La reconstrucción de la División 

3. Laextensión de la guerra mmcmoconrornreresss 

4. El pequeño 1eY cmnononornorecrneenes 

5. El final de la guerta .occonccnncenncnnonennnenrnrnenennennen anne renen rene 
POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA ooorarocornncannoneeneesererenrnemenrss 
1. Exterminio e imperialismo fraNCés...maconmncnmenaneeroceneness- 
2. La defensa de la Iglesia ....onrmromomeserrenrmrcensnnernesteneenss 
3. Los fueros y el nacionalismo .aarcromonnmeneenerenerceneeeremeneesss 
4. Guerras personaleS...mamommnnnreenereneeneeereesrreneemeneernrtnesss 
5. Echauri y Corella responden a la ocupación caceres: 
6. ¿Quiénes fueron los guerrilleros? ......armmsreeerseooss: 


8 


ÍNDICE 


A e AAA III A 313 
1, -Elasatio 2 da Ciudadela irnos sinesie ia cadriides 313 
AAA A 321 

APÉNDICE: CUADROS Y MADAS cccnccccoccnonancinccnncnananincnanenancnaacnanannns 331 

BIBLIOGRAFÍA toca ous casara usais 341 

INDICEONOMASTIC( icsoscooncci iria set 357 


En memoria de mi amigo Bernard Paul Bellon 


AGRADECIMIENTOS 


Conseguí los datos que sirvieron como base para este estudio du- 
rante varios y prolongados viajes a España y Francia con fines de 
investigación. Mi primera incursión en los archivos españoles, en 
1983, fue posible por el apoyo de la Institution for Latin Ameri- 
can and Iberian Studies de la Universidad de Columbia. Después 
el programa Fulbrigh me concedió una beca de investigación, 
que me permitió, durante los años 1984-1985, completar una 
parte sustancial de mi trabajo en los archivos de Madrid y Nava- 
rra. Las subvenciones de la National Endowment for the Huma- 
nities y de la American Philosophical Society, en 1990, hicieron 
posible que pudiera trabajar en los archivos militares franceses en 
Vincennes. Sin la generosa ayuda financiera de las cuatro entida- 
des esta obra no hubiera sido posible. 

Mi interés por la historia contemporánea de España y las gue- 
rrillas españolas se inició por efecto de las lecciones de Edward 
Malefakis en la Universidad de Columbia. A partir de entonces, 
el profesor Malefakis se ha convertido en mi mayor apoyo, con- 
tribuyendo con su ayuda a esta obra desde sus orígenes. También 
he contraído una gran deuda con Robert Paxton e Isser Woloch 
por sus valiosas lecturas críticas y su apoyo. En España, Miguel 


13 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Artola me dio el mejor de los consejos cuando me insistió en 
centrar mi trabajo en los archivos notariales de Navarra, que 
finalmente han producido los materiales más valiosos de este 
libro. 

No puedo olvidar el apoyo y amistad de mis colegas del Geor- 
gia Institute of Technology y la ayuda de mis amigos en el Atlan- 
ta Seminar on the Comparative History of Labor, Industrializa- 
tion, Technology and Society. La estimulación intelectual 
constante que me proporcionaron fue irremplazable. Desearía 
también dar las gracias a Renato Barahona, Owen Connelly 
y Michael Fellman por lo que aportaron con sus lecturas del 
manuscrito. 

Finalmente deseo también dar las gracias a mi mujer, Andrea 
Tone, cuyo amor ha hecho posible todo lo demás. 


14 


CAPÍTULO 1 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


1. Introducción 


El 5 de febrero de 1812, el ejército guerrillero de Francisco Es- 
poz y Mina inmovilizó en las montañas del este de Navarra a la 
mejor fuerza contrainsurgente de Napoleón, los «Infernales» del 
general Soulier. Los 4.000 hombres de Mina, la fuerza guerrillera 
más colosal de España, atacaron a los 2.000 soldados de Soulier 
cerca de la ciudad de Sangiiesa. Dos años antes, Mina habría du- 
dado, incluso con una ventaja numérica de dos a uno, en hacer 
frente a los veteranos franceses: sin embargo, en 1812 las tropas 
de asalto de Soulier habían perdido su capacidad disuasoria. Los 
navarros ya estaban tan acostumbrados a entablar batalla contra 
fuerzas enemigas superiores que cuando llegaba la oportunidad 
de enfrentarse a un número igual o inferior era, según se jactaba 
Mina, como llevar a sus hombres de fiesta '. Sus soldados ataca- 
ron con desenfreno, destruyendo un tercio de la columna de 
Soulier y haciendo retroceder al resto hacia el valle del Ebro. 


| Francisco Espoz y Mina, Memorias del General don Francisco Espoz y Mina, vol. 1, 
p. 30. 


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LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Soulier reconoció el sentido de su derrota en el informe donde 
escribió: 


Mi columna ha perdido más de 600 plazas y no se halla en estado de 
poderse batir con los insurgentes de Navarra. Confieso a V. E., en 
honor de la verdad, que los Brigantes de este Reino merecen el 
nombre de soldados aguerridos y pueden competir con los primeros 
de nuestros ejércitos. 


El mariscal Bessiéres, al mando de las tropas napoleónicas del 
norte, estaba de acuerdo. Tras observar cómo Mina había conse- 
guido controlar Navarra y el Alto Aragón en 1811, Bessiéres ad- 
mitió que la División de Navarra se había fortalecido de tal 
modo que incluso las mejores tropas del emperador tenían pro- 
blemas para hacerles frente. La solución, tal y como la veía Bes- 
sidres, estaba en abandonar toda Navarra —y quizás España 
entera?, 

En los cuatro años transcurridos desde la ocupación napoleó- 
nica de España, gran parte del país había caído en manos de gue- 
rrilleros como Mina, quienes parecían hacerse cada vez más po- 
derosos a medida que las fuerzas de ocupación se debilitaban. 
Ésta era la desmoralizadora realidad a la que se enfrentaban 
hombres como Soulier y Bessiéres, los cuales habían creído fácil 
la conquista de España. En la primavera de 1808, las tropas fran- 
cesas habían ocupado muchas de las ciudades y fortalezas más 
importantes del país casi sin efectuar un solo disparo y habían 
aplastado sin dificultades la rebelión del Dos de Mayo en Ma- 
drid. Los Borbones, con su ejército en desbandada, se vieron 
obligados a abdicar, y Napoleón entregó España a su hermano 


2 Existe un informe de ésta batalla en «El Resumen del segundo regimiento», Archi- 
vo General de Navarra (en adelante AGN), Sección Guerra, legajo 21, carpeta 20. La 
magnitud de la derrota se confirma en el informe del general Cafarelli del 5 de febre- 
to de 1812, Archives de l'Armee de Terre (en adelante AAT), C8, 378, y en el efec- 
cuado por el general Soulier que fue capturado por los insurgentes y reproducido en 
Andrés Martín, Historia de los sucesos militares de la División de Navarra, vol. 2, 
pp. 37-38. Véase también Hermilio Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independen- 
cia, pp. 168, 367-369. 


16 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


mayor, José. Los españoles, sin embargo, mostraron más resisten- 
cia que su gobierno y su ejército. Con su capital ocupada, la fa- 
milia real depuesta y gran parte de su elite gobernante cooptada 
por el régimen bonapartista, los españoles formaron un gobierno 
revolucionario, reclutaron un nuevo ejército e iniciaron la guerra 
de liberación contra Francia. Los ingleses se aprovecharon de la 
resistencia española para emplazar una fuerza expedicionaria en 
Portugal y durante los siguientes seis años, las fuerzas inglesas, 
portuguesas y españolas batallaron contra Francia en la península 
Ibérica mientras que la mayor parte de Europa se postraba ante 
Napoleón. Como más tarde observaría el mismo emperador, fue 
la larga y costosa guerra de España la que le llevó a su propia per- 
dición?, 

Napoleón sacrificó 300.000 hombres en la península Ibéri- 
ca. Para Francia, sin embargo, la carga de tener que mantener 
una gran cantidad de tropas en la Península durante seis años 
fue tan perjudicial como el número de bajas, Desde 1810 a 
1812 Napoleón desplegó 400.000 hombres en España y Por- 
tugal, y durante 1812 mantuvo en territorio hispano un ejér- 
cito de casi 250.000. Por el contrario, las tropas inglesas de 
Wellington nunca llegaron a sobrepasar los 60.000, mientras 
que las fuerzas españolas y portuguesas, aunque numerosas, 
estuvieron mal dirigidas y no constituyeron una amenaza real 
después de 1809. Entonces ¿cómo pudieron evitar su destruc- 
ción las tropas aliadas a manos del ejército napoleónico? La 
respuesta a esta incógnita está en el hecho de que los aliados 
nunca llegaron a enfrentarse al grueso del ejército napoleóni- 
co. La mayor parte del tiempo, las tropas francesas no com- 
batieron contra Wellington ni contra el ejército regular espa- 
ñol. Antes bien, estuvieron asignadas en funciones de 
ocupación de una España formalmente pacificada, donde in- 


? Napoleón confesó en Santa Elena que «Esta desafortunada guerra [de España] me 
ha perdido; ha dividido mis fuerzas, multiplicado mis esfuerzos, atacado mi morali- 
dad... Todas las circunstancias de mis desastres están ligadas a este nudo fatal». Em- 
manuel Las Cases, Mémorial de Sainte-Helene, vol. 1, pp. 609-610. 


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_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


surgentes como Mina amenazaron al régimen francés en sus 
mismas raíces *. 

Las guerrillas españolas obligaron a Napoleón a destinar a 
cientos de soldados franceses en labores de ocupación, eliminan- 
do así la superioridad numérica que el emperador tuvo sobre los 
aliados. En el verano de 1811, por ejemplo, los franceses emplea- 
ron 70.000 soldados en proteger las líneas de comunicación de la 
zona de actividad guerrillera entre Madrid y la frontera con 
Francia. Muchos de los hombres desviados hacia estas tareas pro- 
cedían de las tropas que habían sido destinadas al mariscal Mas- 
séna en uno de los momentos más críticos de la guerra. Masséna 
perdió Portugal por carecer de soldados, mientras sus refuerzos se 
dedicaban a perseguir sin ningún éxito a las guerrillas en Nava- 
rra, Aragón y otras provincias septentrionales. No deben perder- 
se de vista las consecuencias derivadas de la distribución militar 
francesa en fortalezas, funciones de incautación, deberes de es- 
colta y en unidades de contrainsurgencia en vez de emplear sus 
fuerzas en hacer frente a las concentraciones aliadas. Fueron las 
guerrillas, en simbiosis con los ejércitos regulares aliados, las que 
destruyeron el régimen napoleónico en España e 


' Se pueden comparar las 300.000 bajas francesas en la Península con las cerca de 
400.000 ocurridas en Rusia. Casi un rercio de las vícrimas francesas en España y Por- 
tugal fue resultado de barallas libradas contra los ingleses, el resto contra ejércitos es- 
pañoles y, sobre todo, contra la guerrilla, Según el mariscal Masséna, en 1811 había 
más de 406.348 soldados franceses en España, y Francia mantenía este nivel desde 
mediados de la década de 1810. Se enfrentaron a casi 40,000 soldados ingleses, ayu- 
dados por unos 23.000 portugueses. Incluso tras la retirada de tropas por parte de 
Napoleón a fin de invadir Rusia, éste todavía mantenía 260,000 hombres en España. 
Sobre el número de soldados y muertos, véase D, J. Goodspeed, The British Cam- 
paigns in the Peninsula, y David Gates, The Spanish Ulcer: A History of the Peninsular 
War, apéndice 2; y la correspondencia de Masséna que se custodia en el Archivo His- 
tórico Nacional (AHN), Sección Estado, legajo 3003. 

5 No resulta difícil citar otros ejemplos en los que las guerrillas alejaron a las fuerzas 
francesas del «principal teatro» de operaciones. Wellingron contaba con 119.000 
hombres en Vitoria cuando se enfrentó a los 68.551 franceses que estaban bajo el 
mando de José. Sin embargo, había otros 60.000 soldados galos más a las órdenes del 
mariscal Suchet en el este y en guarniciones en Vizcaya, Navarra, Aragón y Cataluña. 
Gates, The Spanish Ulcer, pp. 138-44, 518-19, 521-22; José María Toreno, Historia 
del levantamiento, guerra, y revolución de España, vol. 2, p. 190; Charles Oman, The 


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EL MITO DE LA GUERRILLA 


Se ha sostenido que fue España la inventora de la guerra de 
guerrillas. El vocablo guerrilla, que antes de 1808 describía esca- 
ramuzas habituales efectuadas por destacamentos y unidades de 
exploración del ejército regular, quedó modificado en la guerra 
contra Francia para entrar, durante el siglo XX, en el léxico mili- 
tar con su significado ya familiar: una guerra irregular de civiles 
contra fuerzas de ocupación de un poder extranjero o de un régi- 
men impopular. A mediados de 1809 era evidente que ni el ejér- 
cito español ni el angloportugués podían expulsar a los franceses. 
Los patriotas españoles habían aprendido, por tanto, a aceptar 
las consecuencias de tener una población militarizada y se adhi- 
rieron al nuevo tipo de guerra. El editorial de un diario animaba 
a los jóvenes a alistarse en las guerrillas: «Desde hoy les habéis de 
mostrar un nuevo vigor marcial, ayudado de un nuevo sistema 
de guerra desconocido de la táctica moderna. Á estos guerreros 
en grande es menester hacerles la petite-guerre, guerrillas y más 
guerrillas...» “. 

Las guerrillas provocaron el caos en las comunicaciones fran- 
cesas y llevaron a cabo otras tareas de valor, tanto para las fuerzas 
regulares inglesas como para las españolas. Los partisanos limpia- 
ron los campos de espías y simpatizantes franceses y generaron 
un constante flujo de información para los aliados”. Las guerri- 
llas contribuyeron asimismo a la guerra psicológica, ya que los 
franceses se vieron obligados a mantenerse en constante alerta, 
mientras que los ejércitos aliados podían tomarse un descanso en 
la seguridad de un campesinado vigilante. La guerra de guerrillas 
fue para Francia una prolongada y desmoralizadora pesadilla. En 
las regiones insurgentes, donde cada campesino era un guerrille- 
ro en potencia, no había períodos específicos para la campaña ni 


History af the Peninsular War, vol. 3, p. 484; Don Alexander, Rod of Iron: French 
Counterinsurgency Policy in Aragon during the Peninsular War, pp. 220-21. 

6. La centinela de la patria, núm. 2, 3 de julio de 1810 en AHN, Estado, legajo 3003. 
7 Correspondencia del general Cartaojal, AHN, Estado, legajo 42, núm. 2. Por 
ejemplo, el servicio de inteligencia guerrillero cambió el curso del sitio de Ciudad 
Rodrigo, 1812. Véase Salvador Llopis, Un héroe inédito: páginas nuevas de los sitios de 
Ciudad Rodrigo y de la Guerra de la Independencia, 1963. 


19 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


refugio seguro ni treguas ni descanso, Este terror constante con- 
virtió la guerra española en una empresa única de desgaste para 
los ejércitos de Napoleón y terminó con su efectividad en los 
campos de batalla. En la guerra de guerrillas, las tropas de ocupa- 
ción se desmoralizaban con rapidez al tiempo que el ánimo des- 
cendía notoriamente entre los soldados franceses de España. 
Además, los nuevos reemplazos carecían del entrenamiento y la 
experiencia suficientes para igualarlos a las endurecidas fuerzas 
insurgentes. A medida que la lucha en España se eternizaba, los 
franceses se enfrentaban a un movimiento guerrillero cada vez 
más enaltecido, forjado durante años de combate e infundido 
por la confianza que daba el entrenamiento casi diario de las pe- 
queñas victorias. En 1811 las mejores fuerzas guerrilleras podían 
enfrentarse a un número similar de soldados franceses y derrotar- 
los en el campo de batalla. Probablemente sean exageradas las es- 
timaciones generales que poseemos sobre las bajas francesas pro- 
vocadas por los insurgentes; sin embargo, parece evidente que las 
guerrillas causaron a los franceses «más daño que los ejércitos re- 
gulares»*. 

No obstante, el éxito de la guerra de guerrillas no sólo es 
mesurable por el número de batallas ganadas o por los efectos 
derivados del espionaje y del terror. La guerra de guerrillas tiene 
que ver, sobre todo, con el control de los frutos producidos por 
la economía agraria. En España, las guerrillas negaron al enemi- 
go una relación pacífica y sistemática con la mayor parte del 
agro, convirtiendo la recaudación de impuestos en una labor es- 
porádica y costosa y, en algunas áreas, realmente imposible, 
Para vivir sobre el terreno, como requerían la estrategia de Na- 
poleón y las crecientes dificultades económicas de Francia, las 
tropas imperiales debían dispersarse, lo que las hacía no sólo 
vulnerables a cualquier ataque de la guerrilla, sino también inú- 
tiles para hacer la guerra regular contra las concentraciones alia- 


K Sébastien Blaze, Mémoire d'un aide-major sows le Premier Empire, p. iv. Un oficial 
francés escimó que las guerrillas habían dado muerte a 180.000 galos, si bien esta ci- 
fra resulta, con toda probabilidad, demasiado elevada. Auguste Julien Bigarré, Mé- 
moires du général Bigarré, aide de camp du roi Joseph, 1775-1813, p. 278. 


20 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


das. Para enfrentarse a las guerrillas o para luchar contra los 
ejércitos aliados, los franceses se veían obligados a reunificar sus 
tropas, lo que rompía sus contactos con la economía agraria. 
De este modo, Napoleón no consiguió en la guerra contra Es- 
paña los mismos rendimientos obtenidos en otras partes de 
Europa. La debilidad de la descapitalizada economía francesa 
hizo que sus ingresos dependieran de la fuerza extraeconómica, 
lo que la convirtió en una adicta a la conquista. Sin embargo, 
la guerra de guerrillas alteró el equilibrio militar que permitía 
que la metrópolis imperial se saciase del resto de Europa y con- 
virtió la ocupación de España en una carga permanente para 
Francia. 

A pesar de la contribución de las guerrillas a la derrota de Na- 
poleón, ha sido escasa la investigación dedicada a analizar la 
identidad de los guerrilleros y sus motivos para emprender la lu- 
cha. Es más, en Gran Bretaña, Francia e incluso España, los his- 
toriadores han ignorado a los guerrilleros o se han contentado 
sólo con presentarlos como caricaturas heroicas o infames de 
gente de carne y hueso. El resto de este capítulo intentará expli- 
car las causas de esta carencia. 


2. Un país de guerrillas 


Agustina de Aragón fascinó a sus contemporáneos, a los que su 
historia les resultaba muy cercana. El 2 de julio de 1808, los 
franceses estaban a punto de invadir Zaragoza, abandonada unas 
semanas antes por su comandante militar, José Palafox. Tras ma- 
tar a todos los soldados que servían la batería del Portillo, los 
franceses asaltaron la posición. En aquel momento, Agustina se 
interpuso entre ellos y la victoria tomando una antorcha de la 
mano de uno de los soldados muertos con la que disparó un ca- 
ñón de 10 kilos contra las sorprendidas tropas francesas. Otros 
ciudadanos armados se precipitaron hacia la brecha y, finalmen- 
te, Zaragoza consiguió resistir. Agustina se convirtió en oficial de 
artillería del ejército español y adquirió gran celebridad en Euro- 


21 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


pa. Sin embargo, la fascinación mostrada hacia Agustina por la 
generación de la guerra fue más allá de la simple curiosidad por 
la existencia real de aquella «mujer varonil». Hombres de Estado, 
como el zar Alejandro, y nacionalistas románticos, como lord 
Byron y Friedrich Schlegel, vieron en Agustina y en la defensa de 
Zaragoza un signo de que algo nuevo estaba sucediendo en el 
mundo: el surgimiento de un nacionalismo poderoso y orgánico 
capaz de movilizar a hombres, mujeres y niños contra Napo- 
león?. 

Esta visión de España como nación unida en armas surgió de 
sus líderes políticos revolucionarios, hombres que, como el con- 
de Toreno, escribieron sobre la resistencia: «A porfía las mujeres 
y los niños, los mozos y los ancianos, arrebatados de fuego pa- 
trio, llenos de cólera y rabia, clamaron unánime y simultánea- 
mente por pronta, noble y tremenda venganza» '”. Los hombres 
que habían conseguido dominar la España no ocupada en 1808 
carecían de los derechos legales para gobernarla, por lo que se 
vieron obligados a adoptar el lenguaje de la Ilustración y a con- 
cebir su poder como derivado de la voluntad popular. La Junta 
Central comparaba con orgullo el ardor nacional de los españo- 
les con la conducta egoísta de otros pueblos europeos, y afirmaba 
que «sólo un insensato puede desconocer en este movimiento tan 
universal y magnánimo la voluntad de una Nación entera». Para 
los revolucionarios, Agustina parecía una Marianne* de carne y 
hueso, y España la primera nación en armas que había superado 


Y Sobre Zaragoza, véase Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios que pusieron 
a Zaragoza en los años de 1808 y 1809 las tropas de Napoleón. Byron escribió sobre 
Agustina en su poema épico, Childe Harold, Londres, 1812-18. Sobre la influencia 
de la guerra de España en Schlegel, el príncipe Juan y otros nacionalistas alemanes. 
véase Walter Consuelo Langsam, 7he Napoleonic Wars and German Nationalism in 
Austria, pp. 51, 70-71, 114, y F. Gunther Eyck, Loyal Rebels: Andreas Hofer and the 
Tyrolean Uprising of 1809, pp- 57, 101. En relación a la admiración de Alejandro ha- 
cia los españoles, véase Carlos Ibáñez Ibero, Episodios de la Guerra de la Independen- 
cia, p. 31. 

10 Toreno, Historia del levantamiento, vol. 1, p. 186. 

* En Francia, Marianne fue la imagen femenina de la nación construida colectiva- 
mente durante la Revolución (N. del T.). 


22 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


históricamente y derrotado militarmente a la ficticia nación sur- 
gida de la Revolución de 1789". 

Los líderes políticos españoles parecían estar de acuerdo en 
que casi toda la nación se había levantado para expulsar a Napo- 
león, y consideraban que la guerra de guerrillas era la expresión 
más elevada de un unánime nacionalismo, de un impulso ins- 
tintivo de combatir a los franceses. Los liberales consideraban 
que la resistencia era una batalla que se libraba no sólo contra 
Francia, sino también contra toda forma de gobierno arbitrario y 
en favor de los ideales liberales que encarnaba la Constitución de 
1812. Consideraban que los acontecimientos de 1808-1814 ha- 
bían sido un eslabón más de la cadena de revoluciones atlánticas 
que habían recorrido Holanda y Francia, partiendo de América 
del Norte, para llegar a España y retornar finalmente a Sudamé- 
rica, una vez cruzado el océano Atlántico '?. Por el contrario, los 
conservadores afirmaron que la nación había combatido en el 
nombre de Dios, el rey y la patria contra todo lo que había sido 
revolucionario, particularmente si había procedido de Francia '%. 


1 La proclama citada procede del AHN, Estado, legajo 13, núm. 1. La rerórica na- 
cionalista fue especialmente estridente durante los meses de optimismo, entre julio y 
diciembre de 1808. Otra afirmaba: «¿Te parece que ser español es, como ser francés, 
italiano, holandés, bárbaro, polaco, wesfaliano, saxón? Más breve: ¿ser un esclavo, un 
collón, una bestia?». AHN, Estado, legajo 13, sin numerar. Manuel Quintana, poeta 
y editor del periódico liberal, El semanario patriótico, investigó el mismo contraste 
entre la «nación» española y otros Estados europeos: «Si la Francia estuviera regida 
por leyes —escribía— no estaría atormentando a Europa: si las Naciones, a quienes 
ha asaltado en su delirio, hubiesen sido verdaderamente Naciones, la hubiesen fácil- 
mente contenido: embistió en España con un gobierno estragado y corrompido, y le 
devoró». El seminario patriótico, núm. 9, 27 de octubre de 1808, 

12 El 19 de noviembre de 1808, la Junta Central felicitó a los españoles por haber 
terminado, junto con la ocupación francesa, con «la arbitrariedad mortífera que inte- 
ríormente os consumía. Bastante ha durado en España, por desgracia nuestra, el im- 
perio de una voluntad siempre caprichosa y las más veces injusta ... tiempo es ya de 
que empiece a mandar la voz sola de la ley fundada en la utilidad general». AHN, Es- 
tado, legajo 13, núm. 3. Otra proclama del 28 de octubre de 1809 afirmaba: «Por 
una combinación de sucesos tan singular como feliz, la Providencia ha querido, que 
en esta crisis terrible no pudiescis dar un paso hacia la independencia, sin darle tam- 
bién hacia la libertad», AHN, Estado, legajo 12, núm. 11. 

13 Constúltense las proclamas y sermones impresos, en donde hay uno que incluso 
compara a Fernando VII con Moisés, en AHN, Estado, legajo 13. Este nacionalismo 


23 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Esta percepción nacionalista y conservadora de la guerra fue he- 
gemónica en el siglo XIX tanto en España como fuera de ella, 
donde recibió el apoyo de Karl von Clausewitz y Henri de Jomi- 
ni. los dos escritores más influyentes sobre temas militares de la 
era '%. Los intelectuales decimonónicos, obsesionados con el pro- 
blema del carácter español, añadieron a la tríada usual de moti- 
vos (Dios, rey y patria) la supuesta naturaleza conservadora, indi- 
vidualista y belicosa del pueblo español. Por ejemplo, Enrique 
Rodríguez-Solís creía que los españoles eran propensos, por na- 
turaleza, a la guerra, y José Gómez de Arteche, el mejor historia- 
dor sobre temas militares de la guerra, pensaba que sus compa- 


xenófobo puede apreciarse en la obra de Antonio Capmany, quien alentó a los espa- 
ñoles para que repudiaran todo lo que «apestando a francés» y retornaran a la lengua, 
religión, costumbres y vestimentas de los viejos tiempos. Antonio Capmany y de 
Montpalau, Centinela contra los franceses, p- 18. El milagrero Diego de Cádiz, que 
denominaba a los franceses «hijos de Lucifer», consideraba que la guerra cra una cru- 
zada contra demonios galos, tales como la democracia. Diego de Cádiz, El soldado ca- 
tólico en la guerra de religión, pp. 6-7. Este odio contra Francia no sólo fue una res- 
puesta a la Revolución, a Napoleón o al demoníaco gobierno de «luces» profrancés 
de Godoy, como se ha sugerido sobre todo en la obra famosa de Richard Herr, 
«Good, Evil, and Spain's Rising against Napoleon», en Richard Herr y Harold 
T. Parker, eds., Ideas in History: Essays Presented to Louis Gottschalk, 1965, pp. 157- 
81. Por el contrario, un siglo de penetración cultural francesa había dado lugar a una 
reacción antigala en la mayoría de los Estados europeos, incluso antes de 1789. Por 
ejemplo, el creciente uso de la lengua francesa en Alemania en la década de 1770 ins- 
piró el famoso dicho de Johann Herder «escupir sobre ese verde limo del Siena», 
mientras que la expansión de las usanzas francesas creó en Austria una moda inclina- 
da por los vestidos tiroleses. Conor Cruise O'Brien, «¿Nationalism and the French 
Revolution», en Geoffrey Best (ed.), The Permanent Revolution: The French Revolu- 
tion and lts Legacy, 1789-1989, pp- 17-48. La xenofobia española estaba, por lo tan- 
to, encauzada con firmeza en la corriente £uropea. 

1 Sobre los románticos españoles y la guerra, véase José Luis Abellán, Historia crítica 
del pensamiento español, vol. 4, caps. 4-7. Incluso en Inglaterra, donde lo normal fue 
que cualquier crédito concedido a España para la liberación de la Península se diese 
de mala gana, la «guerra del pueblo» encontró su defensa literaria en el poema de Ro- 
berr Southey, History of the Peninsular War, 1823. Jomini, quien derestaba la guerra 
moderna, escribió: «Como militar que prefiere la guerra leal y caballeresca antes que 
el asesinato organizado, confieso que, si pudiera escoger, yo preferiría el buen tiempo 
en que los guardias franceses € ingleses se invitaban cortésmente a hacer fuego prime- 
ro, como tuvo lugar en Fontenoi, que la época espantosa en que los curas, las muje- 
res y los niños organizaban sobre todo el suelo de España el asesinato de soldados aís- 
lados». Henri Jomini, Précis de l'art de la guerre, p- 83. 


24 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


triotas se habían levantado unánimes en defensa de la religión y 
del rey por su inherente conservadurismo y destreza para la gue- 
rra, desarrollada en el largo conflicto contra los musulmanes '”. 
Ángel Ganivet expresó ideas similares en su popular Idearium es- 
pañol. Empleando la alquimia nacionalista según la cual las pro- 
piedades efímeras se transformaban en cualidades atemporales e 
innatas, Ganivet explicó que los españoles eran, por su tempera- 
mento, los mejores guerreros, pero los peores soldados. La men- 
talidad del español se ajustaba a la guerra anárquica e individua- 
lizada, pero jamás a la organización. El individualismo del 
pueblo español, según Ganivet, procedía de la situación peninsu- 
lar de Iberia y de la misma tierra española. Así pues, la litología 
había creado a la guerrilla y explicaba el éxito del pueblo español 
en su guerra contra Napoleón '*. 

Los investigadores del siglo XX han destacado también los 
motivos conservadores y religiosos de la resistencia y su enraiza- 
miento en el «carácter nacional» de España '”. Francisco Solano 


15 Enrique Rodríguez-Solís, en una obra más útil para la historia del período en que 
se redactó que para la guerra misma, escribió: «Al nacer el español nació el guerrille- 
ro.» Los guerrilleros de 1808, historia popular de la guerra de la independencia, vol. 2, 
p. 27; José Gómez de Arteche y Moro, La Guerra de la Independencia, vol. 1, pp. 9- 
12, 20. Véase también el artículo de Gómez de Arteche «Juan Martín el Empecina- 
do,» en La España del siglo XIX. En el mismo volumen, el marqués de San Román teo- 
rizó que el «guerrillerismo» innato de los españoles rezumaba de la tierra. Orro 
historiador consideraba que fue el sol vigoroso el que había engendrado al belicoso 
pueblo español. Manuel Pardo de Andrade, Los guerrilleros gallegos de 1809, p. 55. 
16 Ángel Ganivet, /dearium español. La idea de que el soldado español, debido a sus 
arraigadas cualidades tribales, era mejor en el combate guerrillero que en la guerra re- 
gular se hizo tan popular que Manuel Azaña tuvo que defender durante la Guerra 
Civil el desmantelamiento del ejército regular en favor de la creación de grupos gue- 
rrilleros que, siguiendo el consejo de Ganivet, se podrían esconder en las montañas 
antes que enfrentarse en combate abierto con las tropas franquistas. Manuel Azaña, 
«Discurso en el ayuntamiento de Valencia», Los españoles en guerra, pp. 35-36. El ím- 
petu de los españoles en la guerra de guerrillas no se extendió a la guerra de España 
en Cuba, donde las guerrillas cubanas demostraron su efectividad contra las tropas 
regulares españolas. Sin embargo, los mitos nacionalistas no tienen que ser consis- 
rentes para ser efectivos. Debe destacarse que la identificación con la raza, la tierra, el 
clima y con otras fuerzas naturales para explicar el «carácter nacional» fue generaliza- 
da durante el siglo XIX, 

17 José María Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p, 108, describió las guerri- 


25 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Costa pensaba que el «guerrillerismo» era una parte integral, si 
bien desafortunada, de la psicología española. Miguel Artola ha 
sostenido que la mayoría del pueblo español apoyó sin distinción 
el absolutismo, y Antonio Ramos Oliveira escribió que «la na- 
ción española se levantó en masa contra el invasor» y «derramó 
su sangre a raudales por el rey, la religión y la nación» 18, Obras 
muy recientes siguen todavía en esta tradición. Por ejemplo, una 
historiadora española describió la guerra en 1992 como «una su- 
blevación de carácter nacionalista» y España como el primer país 
en emprender «una guerra nacional» contra Napoleón '”. 

Este discurso conservador sobre la guerra y sobre los motivos 
del pueblo que combatió en ella ha dado lugar a una poderosa, y 
2 veces sin sentido, polémica contra las instituciones y valores li- 
berales 2. Los conservadores han sostenido que el liberalismo es 
una importación exótica que no se ajusta al carácter español, y 
han utilizado como apoyatura el levantamiento instintivo de la 
«nación» en 1808 en defensa de Dios, el rey y la patria. Como 


llas navarras como «bandas, indisciplinadas y celribéricas», doble representación equí- 
voca de los hombres de Mina, dado que ni eran indisciplinados ni especialmente 
«celtíberos». 

1% Francisco Solano Costa, El guerrillero y su transcendencia; Miguel Artola, Los 
afrancesados, p. 61; Antonio Ramos Oliveira, Politics, Economics, and Men of Modern 
Spain, pp. 21-25. Otras afirmaciones ya clásicas sobre la guerra nacional, unánime y 
conservadora pueden consultarse en José María Jover Zamora, «La Guerra de la 
Independencia española en el marco de las guerras curopeas de liberación (1808- 
1814)», en La Guerra de la Independencia española y los sitios de Zaragoza. 

'% María Cruz Figueroa Lalinde, La Guerra de la Independencia en Galicia, pp- 36, 
159, Esta retórica nacionalista no se limita sólo a los historiadores españoles. Un his- 
toriador norteamericano sobre temas militares ha declarado recientemente que la 
guerra española representó una «toma de armas generalizada de la nación», caracteri- 
zando además la resistencia de «omnipresente» y motivada por el amor al rey y la 
iglesia. Anthony James Joes, Guerrilla Conflict before The Cold War, p. 93, 

2% Han sido pocas las excepciones a la línea general expuesta aquí. Juan Mercader 
Riba destacó que el alcance de la resistencia se debía más a motivos personales que a 
problemas tan grandiosos como el nacionalismo. Asimismo puso de manifiesto el 
grado alcanzado por la colaboración o neutralidad de los españoles. Juan Mercader 
Riba, José Bonaparte, Rey de España, p. 6. Véase también su Barcelona durante la ocu- 
pación francesa. Otra excepción reciente es el libro de Charles Esdaile. 7he Wars of 
Napoleon, donde el autor sostiene que ningún Estado europeo debería ser considera- 
do como una nación en armas. 


26 


EL MITO DE LA GUERRILLA 

sostendré, esta interpretación de la resistencia no corresponde a 
la naturaleza de las guerrillas (por no mencionar a la de los espa- 
ñoles en general). En términos historiográficos, esta malinterpre- 
tación ha tenido consecuencias todavía más desafortunadas al 
obviar la necesidad de investigar en detalle la guerra de guerrillas. 
Al considerar que virtualmente todos se alzaron en defensa del 
viejo régimen, los especialistas se han visto poco incentivados 
para preguntarse sobre detalles tales como quién y por qué se 
combatió. El resultado ha sido que, por regla general, la historia 
de la guerra sólo describe a grandes rasgos las guerrillas, lo que 
acaba configurando un cuadro inadecuado, y a menudo dema- 
siado atractivo, de los insurgentes, Lo que hace que estos resulta- 
dos historiográficos sean todavía peores es que los investigadores 
ingleses y franceses tampoco se hayan enfrentado al problema de 
la resistencia española, si bien su fracaso obedece a razones bien 
diferentes. 


3. Bandidos y desertores 


En el Reino Unido nunca ha existido gran interés por los insur- 
gentes españoles. La razón es simple. Los combatientes británi- 
cos opinaban que eran ellos, y no los españoles, los que eran dig- 
nos de los laureles de la victoria en España. Y tenían motivos 
para opinar así. Las tropas españolas que lucharon con Welling- 
ton a menudo lo hicieron mal, mientras que los británicos guar- 
daron poca relación o tuvieron escaso conocimiento de los ver- 
daderos centros de resistencia guerrillera en el norte de España. 
Las partidas guerrilleras con las que se encontraron en España 
occidental eran pequeñas, con frecuencia no más grandes que las 
bandas de desertores y bandidos cuyo valor militar era marginal ”. 


21 Charles Esdaile ha sostenido que las partidas estaban compuestas principalmente 
por desertores y bandidos, y que perjudicaron a la causa aliada al detraer poco a poco 
personal del ejército español y al indisponer a los civiles. Esdaile, «Spanish Guerrillas: 
Heroes or Villains?». Esta línea de razonamiento, que repite la misma idea de los ofi- 
ciales del ejército regular español de aquel período que envidiaban y temían a las gue- 


27 


_LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


En las mentes de los combatientes británicos era incuestionable 
que eran ellos, antes que los guerrilleros, los que tenían reservado 
el honor de la liberación de España. Según George Gleig, los 
guerrilleros que vio en los Pirineos occidentales en 1813 «eran de 
apariencia vil y poco caballerosa», uN defecto básico para los ni- 
veles medios de un oficial inglés, «y parecían tener poca o ningu- 
na autoridad sobre sus hombres». Los soldados españoles que 
Gleig se encontró «estaban llenos de fanfarronería y no perdían 
ocasión en demostrársela, con aires absurdos, como si su valor 
hubiera liberado España y destronado a Napoleón» ”. De la mis- 
ma forma, los primeros historiadores anglófonos de la guerra no 
dudaron de que habían sido los británicos los que habían ganado 
la guerra. William Napier, por ejemplo, escribió que las guerri- 
llas, que él relacionó con las «lívidas manchas y erupciones» que 
aparecieron en el cuerpo de España cuando su fuerza vital se 
hubo agotado, resultaban inútiles cuando se las aislaba de los 
ejércitos británicos ”. En la cosmología de los observadores britá- 
nicos, sólo Wellington tenía la fuerza necesaria para hacer caer la 
estrella de Napoleón. Compartir con los campesinos españoles 
parte de la hazaña resultaba impensable”. 

Desafortunadamente, esta vieja polémica continúa ejercien- 
do su influencia sobre los especialistas que trabajan sobre la 
Guerra de Independencia, especialmente sobre los que se dedi- 


rrillas, es errónea. Los ejércitos de España no se hundieron porque sus hombres 
desertasen en favor de las guerrillas; si sus hombres desertaban a las guerrillas era de- 
bido al colapso de los ejércitos españoles. Un gran número de aquellos soldados sólo 
eran desertores en el sentido de que ansiaban victorias y sobrevivir, y no derrotas y 
muerte. En cualquier caso, la guerrilla realmente importante, tal y como la de Juan 
Martín y Mina, sólo contaba con un escaso número de los denominados desertores. 
2 George Robert Gleig, The Subaltern, p. 369. 

3 William Napier, History of the War in the Peninsula and in the South of France, 
val. 1, p. iv; vol. 2, pp. 127-29, 331, 349; vol. 3, p. 269. 

2 Charles Oman, cuyo trabajo recientemente reimpreso sigue siendo la historia mi- 
litar más común en lengua inglesa, no ignoraba completamente las acciones de los 
ejércitos regulares españoles y de las guerrillas; sin embargo, pensaba que el combate 
fuera del teatro de operaciones de Wellington «nunca ejerció mucha influencia» en el 
resultado de la guerra. Oman, 7he History of the Peninsular War, vol. 2, p- 1; vol. 3, 
p. 461. 


28 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


can a la historia militar. En este sentido, algunos estudios re- 
cientes de la guerra escritos en inglés han explicado la derrota 
francesa en España como resultado de la ausencia de Napoleón 
en persona y del genio de Wellington, sin tener en considera- 
ción el impacto del ejército regular español y de las guerri- 
llas. La principal literatura inglesa no tiene interés por pre- 
guntarse sobre quiénes eran los guerrilleros y qué era lo que los 
inspiraba. En el mejor de los casos, parece que fueron bandi- 
dos sociales y en el peor, meros criminales, aunque de todas 
formas resulte en gran medida irrelevante para el resultado de 
la guerra. 


4. La mayoría fanática 


La comprensión francesa de la guerra española sufrió su propia 
deformación. Si al principio los propagandistas galos minusvalo- 
raron a los guerrilleros, considerándolos meros bandidos, los 
combatientes franceses no tardaron mucho tiempo en darse 
cuenta de la seriedad de la insurgencia . No obstante, por razo- 
nes políticas y psicológicas, los oficiales y soldados franceses no 
percibían a las guerrillas como lo que realmente eran, sino como 
lo que necesitaban que fueran. Al igual que el discurso genocida 
republicano sobre la Vendée, creían ver guerrilleros detrás de 
cada arbusto y consideraban enemigos a las mujeres y niños es- 
pañoles. Evidentemente, esta interpretación de las guerrillas hun- 


% Todavía puede encontrarse el viejo argumento según el cual la salvación de Espa- 
ña no procedió de las guerrillas, sino de Wellington. Véase, por ejemplo, Esdaile, 
The Wars of Napoleon, p. 139. Esdaile sostiene el mismo argumento en otras dos 
obras The Spanish Army in the Peninsular War, pp. 125, 141-43, 163, y The Duke of 
Wellington and the Command of the Spanish Army, pp. 117-118. Las guerrillas siem- 
pre funcionaron mejor en simbiosis con tropas regulares, y es claro que, sin Welling- 
ton (y sin el ejército regular español), las guerrillas no hubieran podido ser ran efecti- 
vas. Aunque esta afirmación ya no suscite controversias, lo contrario es igualmente 
cierto: sin las guerrillas, Wellington probablemente habría fracasado. 

*% Véanse los comentarios de la propaganda francesa en Albert Jean Rocca, Memoirs 
of the War of the French in Spain, pp. 194-95. 


29 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN ] 
día sus raíces en la resistencia generalizada, si bien fue construida 
para justificar la utilización sistemática del terror contra ciudada- 
nos de todas las edades y sexos 2. El mariscal Soult, por ejemplo, 
creía estar luchando contra «la nación entera: todos los habitan- 
tes, hombres, mujeres, niños, ancianos y sacerdotes, estaban en 
armas, las aldeas abandonadas, los desfiles custodiados» 28 Y uno 
de los oficiales a las órdenes de Soult coincidía con él y pensaba 
que la solución debía pasar por «una guerra de exterminio» ”. 

Para explicar la hostilidad generalizada que los franceses 
imaginaban en España, se adscribieron ciertos caracteres a toda 
la población: los españoles eran fanáticos dirigidos por curas, 
un pueblo inferior demasiado ignorante para comprender que 
José Bonaparte era mejor para España que el absolutismo bor- 
bónico. Esto explica la obsesión francesa por el lugar que la 
religión y el clero ocuparon durante la guerra. Y que algunos 
llegasen tan lejos como para creer que la resistencia estaba diri- 
gida por curas y monjes *. El papel que la Iglesia tuvo es com- 
plejo y será considerado más tarde, Por ahora, merece la pena 
destacar que los franceses tuvieron motivos suficientes para 
exagerar la función del clero con fines propagandísticos. El an- 
ticlericalismo violento fue uno de los legados más enérgicos 
que la Revolución dejó al imperio. Considerar a España como 
una nación de fanáticos religiosos era una buena estrategia para 
desacreditar la resistencia española, elaborada por aquellos que 
retornaban a sus hogares en Francia. Por consiguiente, los in- 


Y Raynald Secher, Le Genocide Eranco-Frangais: la Vendée Vengée. 

2% Jean Nicolas Soult, Mémoires du Maréchal Soult. Espagne et Portugal, p. 68. 

22 Louis Florimand Fantin des Odoards, Journal du Général Fantin des Odoards; éta- 
pes d'un officier de la grande armée, 1800-1 830, p.211. 

3% Como ejemplo puede consultarse el «Résumé des Opérations» del general Duhes- 
me desde junio a diciembre de 1808, cuando fue repelido de Gerona por insurgentes 
de los que pensaba estaban a las órdenes de monjes. AAT, C8, 7. Las impresiones de 
Duhesme no se sostienen contra lo que hoy sabemos sobre la resistencia mostrada en 
Gerona por parte de sus habitantes. Por ejemplo, Pedro Espraeckmans, Diario del si- 
tio de Gerona en el año de 1802 por el séptimo cuerpo del exército francés. El mariscal 
Jourdan escribió en los mismos términos sobre los monjes de Zaragoza, los cuales 
con «un crucifijo en la mano y un puñal en la otra marchaban a la cabeza de las tro- 
pas...» Jean-Baptiste Jourdan, Mémoires Militaires du Maréchal Jourdan, p. 57. 


30 


EL MITO DE LA GUERRILLA 
formes relativos a España y escritos por toda una generación 
de militares se concibieron merced a una dosis continuada de 
anuclericalismo que constantemente exageró el papel del clero 
español ”'. 

La clerofobia de los oficiales imperiales y su tendencia a ver 
enemigos armados por doquier, incluidos niños y mujeres, llegó 
a consolidarse en la historiografía. Maximilien Foy se lamentaba 
de que la influencia clerical había hecho imposible que los espa- 
ñoles se convencieran de que la conquista por «un pueblo más 
civilizado» era por su propio bien *, Georges Desdevises du De- 
zert pensaba que España se había levantado al unísono y que el 
clero había sido «el alma de la defensa nacional» *. Existen inclu- 
so trabajos muy recientes que adoptan esta perspectiva. Jean 
Thiry escribió un libro extrañamente bonapartista en el que cali- 
ficaba al imperio de modernizador al tiempo que tildaba a la re- 
sistencia española de antimoderna. Georges Roux repitió la vieja 
afirmación según la cual el clero español fue la perdición de 
Francia, a la vez que la famosa historia que escribió Jean-René 
Aymes trataba el levantamiento español como una guerra apa- 
rentemente unánime y dirigida por monjes en defensa de la reli- 


! Sobre este aspecto son interesantes las reflexiones de Las Cases, Mémorial de Sain- 
te-Hélene, vol. 2, pp. 774, 777, 779. La propaganda francesa no fue siempre con- 
sistente. En este sentido, los franceses describieron a veces a las guerrillas no como 
una fanática mayoría española, sino como un grupo de criminales seducidos por el 
oro británico. Así por ejemplo, el Senado francés explicó a los parisienses en las pági- 
nas del Moniteur que «el oro corruptor de los Ingleses ... ha logrado el triunfo ver- 
gonzoso de envolver a la España en la guerra civil...», Reimpreso en El semanario pa- 
triótico, núm. 7, 13 de octubre de 1810. 

% Foy concluía con generosidad, «A las naciones no se les puede hacer el bien pese a 
ellas». Maximilien Sébastien Foy, Histoire de la guerre de la péninsule, vol. 4, p. 25. El 
tema de la carencia de civilización en España fue especialmente popular en los auto- 
res franceses. Sobre las guerrillas, uno escribió: «Fue el desenfreno de la pasión, el ol- 
vido de las leyes de la humanidad, el desconocimiento de las reglas de la disciplina 
militar, el desprecio de la autoridad, la satisfacción desenfrenada del amor propio. 
Las costumbres, el clima, el fanatismo inspiraron procedimientos de resistencia sin 
misericordia...». Charles Alexandre Geoffroy de Grandmaison, L'Espagne et 
Napoleon, vol. 3, p. 215. 

$ Georges Desdevises du Dezert, L Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p.78, vol. 3, 
p.215. 


31 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


gión 34 Y sólo unos años antes, Jean-Louis Reynaud recapitulaba 
sobre esta percepción francesa de la resistencia como «la insurrec- 
ción de todo un pueblo, una verdadera cruzada», denominando 
a los españoles «un pueblo de doce millones de almas, fanatizado 
por su clero» 35, De este modo, los historiadores franceses situa- 
ron de pleno a la resistencia española en la leyenda negra de fero- 
cidad, inferioridad y resistencia hispanas frente a modernidad. 
Resulta paradójico que esta visión no sea más que la cara opuesta 
de la interpretación española nacionalista de la guerra, salvo que, 
donde los franceses veían fanatismo e ignorancia, los españoles 
percibían piedad y lealtad a Fernando VII. Ambas interpretacio- 
nes se construyeron sobre la ahora insostenible proposición de 
que, para bien o para mal, el imperio encarnaba modernización 
y liberalismo. En todo caso, la Francia napoleónica representó el 
fracaso económico y la reacción política, y actualmente son mu- 
chos los que piensan que la historia del período republicano y 
del imperial fue la antesala del totalitarismo del siglo xx?. 


34 Jean Thiry, La Guerre D'Espagne, Georges Roux, Napoléon et le Guépier Espagnole, 
Jean-René Aymes, La Guerre d'Independence Espagnole, 1808-181 4. Aymes adoptó en 
esencia la visión española tradicional de la guerra como cruzada en favor de Dios, el 
rey y la patria; sin embargo, como otros autores franceses, destacó inevitablemente vel 
preminente papel jugado, junto a los obispos y los curas, por los monjes». Ibíd., p- 39. 
55 Jean-Louis Reynaud, Contre-Guerilla En Espagne (1808-1814). Suchet pacifie 
['Aragon, pp. 31-32. Al adoptar la fórmula tradicional española, Reynaud escribió 
(p. vi): «Cuando en el mes de mayo de 1808, el pueblo español entero se subleva 
para defender a su rey, Su religión y su tierra, los franceses están estupefactos». 

36 Sobre la regresión económica y política del imperio véase Louis Bergeron, £ episo- 
de napoléonien. Aspects intérieurs, 1799-1815. Incluso la fusión llevada a cabo por el 
Imperio de todo el pueblo francés en una sola nación (a veces considerado como su 
mejor consecuencia) tiene más de retórica que de realidad. Véase Eugene Weber, 
Peasants into Erenchmen: The Modernization of Rural France. Ahora es claro que, de 
hecho, el nacionalismo patriótico sirvió pobremente al Estado francés, especialmente 
cuando llegaba el momento de recaudar impuestos y reclutar tropas. Véase Isser Wo- 
loch, The New Regime: Transformations of the Erench Civic Order, 1789-1820, 
pp. 380-426. Entre los trabajos recientes que discuten la relación entre la Ilustración, 
la revolución y el imperio con el totalitarismo se incluyen Carol Blum, Rousseau and 
¿he Republic of Virtue, Desmond Seward, Napoleon and Hitler; Jean Tulard y Patrick 
Buisson, eds., Vendée: Le Livre de la mémoire (1793-1993); y Alain Gérard et Thierry 
Heckmann (eds.), La Vendée dans l'Histoire. 


32 


EL MITO DEA GUERRILLA 


5. ¿Quiénes eran los guerrilleros? 


Así pues, la historia de la resistencia española frente a Napoleón 
ha sido deformada por todo un conjunto de mitos. El primero 
de ellos hace referencia a que la guerra de guerrillas fue un es- 
fuerzo unánime y nacional. Si bien es verdad que hubo pequeñas 
partidas de guerrillas que operaron en toda España durante cier- 
ta parte de la guerra, los núcleos básicos del territorio guerrillero 
se pueden describir de forma más precisa. Las principales fuerzas 
insurgentes operaron en el norte de España, desde Cataluña oc- 
cidental y el Bajo Aragón, pasando por Guadalajara, Soria, Na- 
varra, La Rioja, las Provincias Vascas, partes de Castilla la Vieja, 
Asturias, León y Galicia. Fue en estas regiones donde el famoso 
Empecinado se ganó su apelativo y en donde el cura guerrillero 
Merino se hizo famoso por su brutalidad. En el centro de esta 
franja de territorio insurgente, Navarra, bajo Francisco Espoz y 
Mina, reclutó el mayor y más efectivo ejército guerrillero de Es- 
paña. Mediante el análisis del movimiento encabezado por 
Mina, explicaré por qué la guerra de guerrillas efectiva fue en 
gran medida específica del norte de España, mientras que la ma- 
yoría del país soportó la ocupación sin resistirla activamente. 
Este trabajo se centra en Navarra, aunque su propósito no es 
escribir una historia local. La guerra de guerrillas, como sosten- 
drá este estudio, es por su misma naturaleza un tema intensa- 
mente local, por lo que las fuentes documentales de esta historia 
son también locales. Cualquier estudio global que ignore esto in- 
terpretará erróneamente la insurgencia. Esta obra, por tanto, pre- 
sentará un detallado estudio de la guerra en Navarra, aunque al 
mismo tiempo tratará Navarra como caso de estudio de un fenó- 
meno mucho más amplio. Adoptaré un perspectiva comparativa, 
contrastando la resistencia de Navarra y la de algunos otros luga- 
res del norte de España con la muy diferente experiencia de la 
guerra en la mayoría de la España central y meridional. En un 
capítulo final compararé la guerra española con otros tres casos 
de insurgencia que le son aproximadamente contemporáneos: la 
Vendée, Calabria y El Tirol. A través de estas lentes comparati- 


33 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
vas, trataré de discernir cuáles fueron las causas de que algunas 
regiones de España (y Europa) diesen lugar a insurgencias efecti- 
vas, mientras que otras no resistieron o no pudieron resistir a 
París. 

Navarra generó el movimiento guerrillero más perfecto de Es- 
paña. Mina consiguió el monopolio virtual de la fuerza militar 
en Navarra y el Bajo Aragón, estableció un sistema de tribunales, 
se hizo con las operaciones aduaneras de las fronteras, y extrajo 
contribuciones de la población. Durante algún tiempo, por tan- 
to, un ejército guerrillero conducido por un campesino señoreó 
la región. No obstante, incluso en Navarra la guerra de guerrillas 
ni fue unánime ni generalizada, Por el contrario, fue una clase 
social particular, emplazada en el peculiar medio rural de la mi- 
tad norte de Navarra la que generó una resistencia guerrillera 
efectiva, mientras que muchos navarros, especialmente los del 
valle del Ebro, permanecieron inactivos O colaboraron con los 
franceses. Así, incluso en Navarra, el análisis comparativo de- 
mostrará que la mayoría del pueblo no se alzó para unirse a la re- 
sistencia, 

El segundo mito sobre la guerra es que los españoles lucharon 
por Dios, el rey y la patria. Sostendré que tales lealtades no des- 
criben las motivaciones de los guerrilleros. La gente de las pacífi- 
cas áreas del sur de España se reafirmaban en su amor por su na- 
ción, su fe y la familia real tanto como la de Navarra, Galicia y 
Guadalajara, y, sin embargo, no produjeron poderosos movi- 
mientos guerrilleros, mientras que las tres provincias nombradas 
sí lo hicieron. El hecho es que el ímpetu guerrillero no surgió de 
un patriotismo o piedad superiores, y mucho menos de la tierra, 
él clima, el sol o de la historia militar de la Reconquista. Los es- 
pañoles no tuvieron el monopolio sobre «guerrillerismo», tal y 
como algunos comentaristas decimonónicos creyeron, y nadie en 
España o en otros lugares había nacido para la guerrilla. Por el 
contrario, la guerra de guerrillas se produjo en gran medida mer- 
ced a la naturaleza de la sociedad rural de ciertas partes del norte 
de España. La estructura social, económica y política representa- 
ron un papel determinante en la dedicación colectiva a la guerra 


34 


EL MITO DE LA GUERRILLA 


contra Francia y en la capacidad colectiva para hacer la guerra, 
La dispersión de la población, la economía campesina no articu- 
lada y la tradición de un fuerte gobierno local fueron algunos de 
los factores que contribuyeron al éxito de las guerrillas en la Es- 
paña septentrional. Para comprender la función de estos factores 
en la estimulación de la resistencia, este trabajo examinará en de- 
talle la economía y la sociedad de Navarra, y demostrará que al- 
gunos de estos mismos componentes que ayudaron a las guerri- 
llas de Navarra estuvieron también presentes en la Vendée, 
Calabria y El Tirol. También contradiré la noción según la cual 
los guerrilleros fueron bandidos, desertores, sacerdotes y monjes. 
Esto no quiere decir que traficantes, bandidos y sacerdotes, 
como individuos, no se unieran a la resistencia, porque sabemos 
que sí lo hicieron. También conocemos que miles de desertores 
se unieron a las formaciones guerrilleras tras la derrota de los 
ejércitos regulares españoles en 1809. Sin embargo, el grueso de 
cada uno de los ejércitos guerrilleros que tuvieron éxito en Espa- 
ña estuvo siempre constituido por campesinos con tierra, cuyo 
objetivo —sostendré— fue defender su propiedad de las tropas 
francesas. No se debe creer que este combate fue una simple de- 
fensa de los viejos modos frente a las incursiones de in régimen 
modernizador. En cierto sentido podemos considerar el conflicto 
guerrillero como una defensa colectiva de las libertades y dere- 
chos locales que estaban siendo destruidos por lo que se denomi- 
naba impulsos centralizadores «modernos» procedentes de París. 
En otro sentido, sin embargo, los guerrilleros realmente estaban 
combatiendo por su propia supervivencia y la de sus familias, 
una lucha en la que cuestiones más amplias, como la de la 
conciencia colectiva, fueron en ocasiones secundarias. 

El último de los mitos sobre el movimiento guerrillero sostie- 
ne que fue una fuerza tan poderosa, sustentada por el nacionalis- 
mo español y por otros recursos objetivos, que Francia no tuvo 
ninguna posibilidad de pacificar España. Los informes militares 
son, sin embargo, claros: el movimiento guerrillero no fue una 
fuerza arrolladora. Los ejércitos guerrilleros pasaron por algunas 
fases de desintegración y reconstrucción, y sus logros se debieron 


35 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


en gran parte a la suerte de la batalla, a la política y a la persona- 
lidad, así como a la particular coyuntura estratégica de la guerra. 
De este modo, mientras que la estructura demográfica, social y 
política fueron condiciones para el éxito de la guerra de guerrillas 
y contribuyeron a crear algunas formas de conciencia colectiva, 
no determinaron por ello la victoria militar. Por esta razón resul- 
ta insuficiente una historia social «longue durée» de la guerra de 
guerrillas. Solo a través de la consulta de los registros cronológi- 
cos, de la historia de los «simples eventos», podremos compren- 
der la naturaleza de las guerrillas y su contribución a la derrota 
de Napoleón. Este trabajo es por ello tanto historia social como 
narrativa. Llevando a cabo esta aproximación, y combinando el 
estudio detallado de la guerra de guerrillas en Navarra con un 
análisis comparativo de otras insurgencias, espero responder a las 
preguntas: ¿quiénes fueron los guerrilleros españoles? ¿Por qué 
combatieron? ¿Por qué tuvieron éxito? 


36 


CAPÍTULO 2 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


1. La ciudadela 


En la mañana del 9 de febrero de 1808, el general D'Armagnac, 
al mando de 2.000 soldados franceses de infantería, entraba en 
Pamplona por la puerta norte de la ciudad, conocida irónicamen- 
te como el Portal de Francia '. Dos días antes los franceses habían 
atravesado la frontera española por Roncesvalles. Los más de seis 
metros de nieve que cubrían el paso montañoso habían obligado 
a D'Armagnac a continuar su avance sin su artillería y comenza- 
ba a temer por la supervivencia de su pequeño ejército ahora que 
se encontraban en Pamplona. D'Armagnac tenía motivos para 
alarmase. Oficialmente, Francia continuaba siendo aliada de Es- 
paña, y si Madrid aceptaba la presencia de las tropas francesas en 
territorio español era porque la consideraba un instrumento se- 
guro contra su común enemigo, Inglaterra. Sin embargo, mu- 
chos españoles habían empezado a desconfiar de las intenciones 
de Napoleón, y en Pamplona la multitud encendida abarrotó las 


| La siguiente reconstrucción de los hechos de Pamplona se basa en documentos y 
correspondencia de AAT, C8, 4, 5. 


E y 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN. 
calles, arengada por oradores que sostenían que los franceses de- 
bían ser expulsados de Navarra. El 10 de febrero, un asesino acu- 
chilló hasta la muerte a un soldado francés en plena calle. D'Ar- 
magnac escribió a París que Pamplona estaba contra él y que 
«sólo faltaría una chispa para incendiar Navarra». La hostilidad 
de los navarros estaba plenamente justificada ya que D'Arma- 
gnac tenía órdenes secretas de Napoleón para tomar la ciudadela. 

Desde la incorporación de Navarra a la monarquía española 
en 1512, Pamplona había sido uno de los puntos clave de la de- 
fensa hispana contra los ataques procedentes del norte. En 1571, 
Felipe 11 había ordenado la construcción de una fortaleza en la 
ciudad cuyas dimensiones estaban en consonancia con su vasto 
imperio. La terminación de la ciudadela llevó más de un siglo e 
incorporaba los mejores elementos de lo que llegaría a denomi- 
narse sistema Vauban. Casi tan larga como la misma ciudad vie- 
ja, la ciudadela ofrecía al atacante una fachada inexpugnable de 
fosos, murallas, torres, parapetos y glacis. Se suponía que la for- 
taleza podía mantener durante meses de asedio incluso una pe- 
queña guarnición. Sin embargo, como demostraron los aconteci- 
mientos, el pueblo de Pamplona había trabajado en vano al 
construir y conservar esta impresionante fortaleza. La ciudadela, 
que nunca tuvo ocasión de demostrar su capacidad de resistencia 
frente a un asedio real, sucumbió en 1808 ante una simple esca- 
ramuza en la que no se efectuó ni un solo disparo. 

Un día después de su llegada, D'Armagnac pidió permiso al vi- 
rrey de Navarra, el marqués de Vallesantoro, para entrar en la ciuda- 
dela con 400 hombres a fin de reforzar la guarnición española. Una 
vez en su interior, los franceses podían acabar Fácilmente con los 300 
soldados de la guarnición, muchos de los cuales eran inválidos e 
inexpertos. Vallesantoro lo sabía, por lo que con toda prudencia 
negó la entrada a sus «aliados» franceses hasta que no recibiera órde- 
nes precisas de Madrid. D'Armagnac se afincó en una casa que había 
justo fuera de la principal entrada a la ciudadela, un lugar que, a la 
larga, probaría serle de gran utilidad, y allí, comenzó a recapacitar so- 
bre el peligro de aquella situación. D'Armagnac, en medio de una po- 
blación poco amistosa, no tenía artillería y contaba con pocos hom- 


38 


bres y escasa munición. Sin acceso a la ciudadela, sus hombres esta- 
ban peligrosamente expuestos. En esta situación no podía esperar al 
permiso de entrada en la ciudadela, por lo que planeó un subterfugio 
para tomar la fortaleza que hubiera ruborizado al mismo Odiseo. 

Los franceses habían acordado enviar a la puerta de la ciudade- 
la una partida desarmada de requisición cada cuatro días, donde 
había un molino harinero y una panadería lo suficientemente 
grandes para satisfacer las necesidades de las tropas francesas. Esto 
fue lo que dio a D'Armagnac la oportunidad que precisaba. En la 
mañana del 16 de febrero, sesenta hombres, con armas escondi- 
das bajo sus capotes, se acercaron a la fortaleza para recoger el 
pan. Aquella noche una fuerte nevada había blanqueado toda la 
ciudad. Algunos de los miembros de la partida, mientras espera- 
ban fuera del fuerte, disimularon estar disfrutando con la nieve 
recién caída y comenzaron a hacer que jugaban a pelearse con bo- 
las de nieve. Los guardas españoles, entretenidos con el juego, no 
se percataron de que algunos franceses se habían situado sobre el 
puente levadizo que se encontraba bajado. Rápidamente, entra- 
ron por la puerta y desarmaron a la guardia española. Durante la 
noche, D'Armagnac introdujo en su casa y en secreto a 100 gra- 
naderos más. Estos hombres tomaron rápidamente la ciudadela, 
asaltaron la armería con sus 10.000 rifles y concluyeron así la pri- 
mera acción hostil de la guerra española. La fortaleza más impor- 
tante de la España centro-septentrional había caído en manos de 
un puñado de soldados franceses armados con bolas de nieve. 

Pocas horas más tarde, D'Armagnac ordenó fijar el siguiente 
anuncio por las calles: «Habitantes de Pamplona: en la pequeña 
mudanza de las cosas no veáis la traición y la perfidia que rece- 
láis, sino una conducta fiel, dictada por la necesidad y seguridad 
de mis tropas. Napoleón, mi amo, que ha firmado la alianza más 
estrecha con España, saldrá garante de mi palabra». Al mismo 
tiempo, con el cinismo de los comunicados imperiales, aseguró 
al gobierno municipal y a la Diputación que debían considerar 
su toma de Pamplona como una muestra de amistad ?. 


2 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 5. 


39 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


La reacción inicial en Pamplona y otros lugares ante esta trai- 
ción fue hostil, y en algunas provincias se habló de la necesidad 
de un levantamiento generalizado. En las calles de Valladolid fue 
asesinado un soldado francés a manos de ciudadanos armados 
una vez que llegaron las malas noticias de Pamplona, y dos fran- 
ceses sufrieron heridas en los combates que siguieron. En Pam- 
plona la muchedumbre, irritada y dirigida por estudiantes, ocupó 
las calles. Al principio D'Armagnac consiguió disolverla con sus 
tropas, pero pronto los campesinos venidos del campo se suma- 
ron a ella. D'Armagnac tuvo entonces que retirarse a la ciudade- 
la, dejando la calle en manos de sus enemigos. Finalmente, el 18 
de febrero, el Consejo de Castilla envío instrucciones a Vallesan- 
toro para que mantuviera a los franceses fuera de la ciudadela. 
Madrid fue todavía más allá, y envió en secreto un agente espe- 
cial cuya tarea consistía en preparar Pamplona para el levanta- 
miento. Por supuesto, aquellos esfuerzos, como todos lo que se 
tomaron por parte del gobierno español en aquella primavera, 
fueron demasiado limitados y tardíos. La ciudadela ya estaba en 
manos francesas y D'Armagnac podía felicitarse por haber actua- 
do en el momento más crítico. 

La celebración del general fue, sin embargo, apresurada, ya 
que pronto se vio representando el papel de Remiro de Orco 
para el César Borgia de Napoleón. Los métodos engañosos que 
había utilizado para ocupar la ciudadela convirtieron D'Arma- 
gnac en víctima de una total aversión en toda Navarra, además 
de haberle dejado mal sabor de boca. Expresando un sentir que 
se acabaría convirtiendo en común expresión de los oficiales 
franceses en la España ocupada, D'Armagnac escribió que prefe- 
ría el estado de «guerra abierta» a la hipócrita situación en la que 
se encontraba. Como consecuencia de haber expresado su dis- 
gusto por lo que consideraba su «vil» misión en Navarra, D'Ar- 
magnac se hizo prescindible. Dado que el general continuaba 
persistiendo en escribir informes desalentadores sobre la situa- 
ción de Pamplona y en pedir más tropas, el emperador acabó 
reemplazándolo por el general D'Agoult. Napoleón calificó a 
D'Armagnac de comandante inexperto que había actuado en 


40 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


contra de sus órdenes, mientras se extendían por Navarra los ry- 
motes de que el emperador iba a rectificar la situación. 

Sin embargo, pronto se hizo evidente que D'Armagnac tan 
sólo era uno de los comandantes a los que se les había ordenado 
tomar fortalezas españolas. El 28 de febrero, el general Duhesme 
ocupaba Barcelona y la fortaleza de Montjuich. El 5 de marzo, el 
general Thouvenor se instalaba en San Sebastián. Alrededor del 
día 18 del mismo mes, una vez que los franceses hubieron con- 
trolado Figueras, algunas de las fortalezas españolas más impor- 
tantes del norte ya se habían rendido sin ocasionar baja alguna a 
los franceses. Es más, el gobierno de Madrid fue demasiado dócil 
como para oponerse mínimamente a esta forma de traición. El 
16 de marzo, el rey Carlos TV proclamaba que los ejércitos de su 
gran aliado Napoleón habían ocupado las plazas fuertes de Espa- 
ña con objeto de proteger al país de Inglaterra, y pedía a las au- 
toridades locales que mantuvieran a toda costa la tranquilidad. 
En Pamplona se procuró que el desafecto inicial del pueblo se 
disipase, y las multitudes encendidas que en un principio se ha- 
bían acordonado alrededor de la plaza mayor se dispersaron en 
desorden. 


2. Una familia rota 


La facilidad con la que los franceses ocuparon las fortalezas clave 
del norte de España debe entenderse en un contexto de casi un 
siglo de relaciones franco-hispanas. Tras la paz de Utrecht en 
1713, España había caído bajo la influencia de Francia, y los 
Borbones españoles mantenían un «pacto de familia» con sus 
primos de París. La Revolución Francesa sirvió, paradójicamente, 
para aumentar la dependencia de España con respecto a Francia. 
Evidentemente, al principio, el rey español Carlos IV pretendió, 
junto con media Europa, destruir a los regicidas de París, lo que 
lo llevó a introducir a España en la Primera Coalición de 1793, 
Las fuerzas españolas entraron en territorio francés por ambos 
extremos de los Pirineos, si bien su éxito fue temporal. En 1794 


41 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
los ejércitos de la Convención hacían retroceder a los españoles, 
especialmente en el frente occidental, donde algunos habitantes 
de Guipúzcoa y Navarra recibieron como libertadoras a las tro- 
pas revolucionarias”, 

Con las tropas francesas ocupando el Norte hasta Bilbao y el 
Ebro, y con conspiraciones separatistas y republicanas emergien- 
do en las regiones vascas e incluso en Madrid, el gobierno espa- 
ñol no tuvo otra elección que asegurar la paz a cualquier precio. 
A favor de España negoció Manuel Godoy, cuyo poder procedía 
de su influencia sobre el débil rey, Carlos, y su reina, María Lui- 
sa. Por el tratado de Basel, firmado el 22 de julio de 1795, Espa- 
ña volvió al terreno francés, y un año más tarde, los dos países 
establecían una alianza formal en San Ildefonso. Los tratados hi- 
cieron ganar a Godoy el título de «Príncipe de la Paz» y confir- 
maron su posición como valido y gobernante virtual de España 
para los próximos doce años. Tras 1795, el futuro político de 
Godoy y el futuro del país se unieron al destino de Francia con 
más firmeza que nunca. 

En el polarizado clima internacional de la época, la amistad 
con Francia significaba la guerra segura con Inglaterra, aunque 
esta probabilidad no fuera nada impopular en España. Inglaterra 
era el enemigo tradicional, la moderna Cartago, que amenazaba 
los intereses españoles por todo el globo y que ocupaba territorio 
español en Gibraltar. Sin embargo, la guerra con Inglaterra iba a 
ser mucho más costosa de lo que nadie podía esperar. La marina 
inglesa aisló España de América, especialmente a partir de 1805, 
tras la destrucción de la flota española en Trafalgar, lo que puso 
en marcha la descolonización de sus posesiones ultramarinas. La 
pérdida de ingresos procedentes de los barcos que transportaban 
plata y de los impuestos aduaneros asfixiaba las finanzas guber- 
namentales, y el declive del comercio neutralizaba el crecimiento 
económico del siglo XVIII, mientras que las regiones más avanza- 
das de España iban siendo aisladas de los mercados ultramarinos 


3 Rodri 0 Rodrí uez Garraiza, Tensiones de Navarra con la administración central, 
g 


42 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


y de las materias primas*. Por supuesto, los españoles eran cons- 
cientes de que los malos tiempos habían invadido el país. Algu- 
nos consideraban que el principal problema era la alianza con 
Francia y la guerra con Inglaterra; otros habían formado una ca- 
marilla en favor de los ingleses que giraba alrededor del heredero 
Borbón, Fernando, y de su mujer napolitana, María Antonia, 
quien detestaba a los franceses. Sin embargo, a pesar de la fuerza 
arrolladora de Napoleón, el gobierno español no tenía otra elec- 
ción que la de mantener su amistad con Francia. 

El emperador exigió un elevado precio a sus amigos: un em- 
bargo sobre el comercio con Inglaterra y la aportación de hom- 
bres y dinero al esfuerzo militar imperial. La contribución espa- 
ñola a esta alianza, o Sistema Continental, fue onerosa. La 
Armada y, posteriormente, una fuerza de 15.000 hombres fueron 
puestos a disposición de Francia. Tras el desastre de Trafalgar, in- 
cluso el sumiso Godoy comenzó a sentirse irritado por los costes 
que ocasionaba la alianza con Francia. En 1806, Francia inició lo 
que la mayoría de los observadores habían anticipado como una 
muy difícil campaña contra Prusia, y Godoy empezó a manifestar 
públicamente la idea de una ruptura con Napoleón. Sin embargo, 
el emperador despachó a los prusianos rápidamente, tras derrotar- 
los en Jena, incluso cuando siendo consciente de una posible reti- 
rada de España. Godoy trató de recomponer sus relaciones con el 
emperador, pero el daño ya estaba hecho. Francia descubrió así lo 
que significaba tener un aliado de poca confianza. En cualquier 
caso, la pasión por la gloria mostrada por Napoleón, su depen- 
dencia de la victoria militar para mantener su poder político y la 
adicción económica de Francia a la conquista siempre hicieron 
que la independencia de la España borbónica fuera precaria. En 
1807, una vez que Napoleón hubo puesto fuera de combate a 
Rusia en Friedlan, llegó el momento para el ajuste de cuentas a 


* Como muestra indicativa de la profundidad de la crisis, la población de Barcelona, 
la ciudad española más vinculada a la economía internacional, perdió cerca del 12 
por ciento de sus efectivos entre 1798 y 1808. Mercader Riba, Barcelona durante la 
ocupación francesa, pp. 43-46. 


43 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Godoy y a España. En los protocolos secretos adjuntos al Tratado 
de Tilsit, los rusos acordaron que Napoleón se quedase con Espa- 
ña, Portugal y Gibraltar a cambio de Turquía”. 

Napoleón necesitaba algún pretexto para situar sus tropas en 
territorio de sus aliados españoles, y lo encontró en la cuestión 
portuguesa. Portugal era uno de los últimos aliados de Inglaterra 
en Europa occidental y la única pieza que continuaba siendo aje- 
na al Sistema Continental de Napoleón. Si Francia conseguía to- 
mar Lisboa, Inglaterra quedaría aislada del Continente y la hege- 
monía de Francia definitivamente sellada. Dado el dominio 
marítimo de Inglaterra, el único modo de situar a las tropas fran- 
cesas en Portugal era llevarlas por tierra conduciéndolas a través 
de España. Napoleón consiguió que este proyecto recibiera la te- 
merosa aprobación del gobierno español por el Tratado de Fon- 
tainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807 *. En pocos meses, 
30.000 soldados franceses expulsaban de Lisboa a la familia real 
lusitana, junto a los ingleses. A pesar de todo, las divisiones impe- 
riales continuaron fluyendo a través de los Pirineos. En febrero de 
1808 había 100.000 soldados franceses en la Península, la mayo- 
ría establecida en España por razones de «seguridad» contra un 
posible ataque inglés. Para Napoleón resultó irresistible utilizar 
aquellas tropas para ocupar puntos estratégicos en el interior de 
España. Éste era el trasfondo que había en la toma de la ciudadela 
de Pamplona y otras fortalezas españolas en la primavera de 1808. 

Napoleón esperaba que la conquista de España fuera asunto 
de unas pocas marchas de sus soldados, poco menos que «un pa- 


5 Presle, «Mémoire Historique», AAT, MR, 1777. Napoleón reveló sus intenciones 
hacia España en una carta a su hermano, José, cuando éste fue rey de Nápoles: «Her- 
mano mío, no sé si ha impuesto el código napoleónico en su reino. Lo deseo para 
que se convierta en derecho civil de sus estados desde el próximo primero de enero. 
Alemania lo ha adoptado; y España lo hará temprano». Napoleón Bonaparte, 7»e 
Confidential Correspondence of Napoleon Bonaparte with His Brother Joseph. Carta del 
31 de octubre de 1807, 

' Napoleón se aseguró la firma de Godoy en el tratado prometiéndole un feudo per- 
sonal en Portugal. Los detalles del tratado fueron publicados por Pedro Cevallos, Ex- 
posición de los hechos y maquinaciones que han preparado la usurpación de la corona de 
España y los medios que el Emperador de los franceses ha puesto en obra para realizarla. 


44 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


seo militar» . Napoleón tenía al gobierno español en el bolsillo y, 
aunque los ejércitos españoles mostraran alguna resistencia, nunca 
podrían mantener sus posiciones en el campo de batalla. Sin em- 
bargo, a finales de marzo los acontecimientos de España tomaron 
una dirección imprevista. La pasividad del rey y Godoy ante agre- 
siones tales como la sufrida en Pamplona fortaleció la velada de- 
safección hacia el gobierno. Desde hacía tiempo se rumoreaba 
que Godoy se había metido en la cama de la reina y que incluso 
había interferido la descendencia regia. A esto se sumó la impo- 
pularidad de Godoy, y aumentó la antipatía del príncipe Fernan- 
do hacia él. La debilidad de Carlos y Godoy exasperó finalmente 
a la facción agrupada en torno a Fernando. El 18 de marzo, la 
multitud, dirigida por miembros de la camarilla de Fernando y 
apoyada por la guardia real, daba un golpe palaciego incruento en 
Aranjuez, a donde el gobierno se había retirado a fin de escapar al 
control francés. La muchedumbre invadió la residencia real y 
obligó a Carlos a echar a Godoy y a abdicar en favor de Fernan- 
do. Por toda España, el pueblo lo celebró arrancando de las pare- 
des los retratos públicos de Godoy. El nuevo sujeto de adhesión 
de la muchedumbre, Fernando «el deseado», fue proclamado rey 
en el fragor de esperanzas milenaristas *. 

La revolución de marzo sorprendió a Napoleón y le hizo 
sentir temor por el futuro de su empresa en España. El «pue- 
blo» había mostrado estar más alerta que el gobierno o el ejér- 
cito. De repente, los caminos se hicieron inseguros, por lo que 
se ordenó a los soldados franceses que actuaran como si se en- 
contrasen en territorio hostil. Alrededor de los Pirineos occi- 
dentales parecía como si ya se hubiera declarado la guerra ?. 


* J.J. E. Roy, Les Francais en Espagne, p. 6. 

* Juan Antonio Llorente (pseud. Juan Nellerto), Memoria para la historia de la revo- 
lución española, pp. 16-20. 

? El general Bessitres, que comandaba los Cuerpos de los Pirineos Occidentales, su- 
frió rantas pérdidas entre sus hombres rezagados tras el 20 de marzo que se vio obli- 
gado a prohibirles que tratasen de unirse a sus unidades por sus propios medios. Por 
el contrario, debían esperar en Irún hasta que se formaran destacamentos lo sufi- 
cientemente grandes para arravesar las montañas de Vizcaya y Navarra. Orden del 10 


de abril de 1808, AAT, C8, 5. 


45 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Lo irónico de Aranjuez fue, empero, que se elevó al trono a 
un príncipe no menos sumiso a Napoleón que lo que habían 
sido Godoy y Carlos. A lo largo del año anterior, Fernando 
intentó granjearse la amistad de Napoleón, y redobló estos es- 
fuerzos una vez que hubo llegado al poder, a pesar de la opo- 
sición de un gran número de sus seguidores, a quienes les hu- 
biera gustado verlo dirigir la política exterior de España de 
una manera más independiente. De este modo, cuando Napo- 
léon convocó a Fernando en Bayona con objeto de asistir a 
una conferencia a principios de abril, el joven rey decidió ha- 
cer el viaje en contra de las advertencias de sus consejeros. El 
10 de abril, Fernando salió de Madrid, nombrando una junta 
para que gobernara en su ausencia. A su llegada a Bayona el 
día 20 del mismo mes, fue arrestado, al tiempo que se le co- 
municó que el emperador tenía la intención de tomar pose- 
sión de España. 

Durante las dos semanas siguientes, Napoleón se dedicó a 
presionar a Fernando con objeto de conseguir su abdicación. El 
30 de abril, arregló una cita entre padre e hijo en la que Carlos, 
siguiendo las directrices de un escrito preparado desde París, 
exigió a su hijo el abandono del trono. María Luisa ejerció to- 
davía más presión, si bien Fernando rehusó apartarse del trono. 
Días más tarde, impelido por la peligrosa dirección que toma- 
ban los acontecimientos de Madrid, Napoleón pidió personal- 
mente la abdicación de Fernando, aunque una vez más, recibió 
la negación del joven rey. Entonces y según los testigos, la «pe- 
tición» del emperador adquirió un tono más directo. «Príncipe 
—le dijo a Fernando—, hay que optar entre la cesión o la 
muerte». El 5 de mayo, Fernando se inclinaba por la abdica- 
ción, y el emperador entregaba España a su hermano, José Bo- 
naparte ?”. 


1% La descripción de los sucesos de Bayona se basa en una carta de Fernando a su 
hermano Antonio de 28 de abril de 1808, AAT, C8, 5; Pedro Cevallos, Exposición, 
p- 30; y Juan Escoiquiz, Idea sencilla de las razones que motivaron el viaje del Rey Fer- 
nando VIT a Bayona en el mes de abril de 1808, dada al público de España y de Europa, 
p. 58. 


46 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 
3. El Dos de Mayo 


Al tiempo que en Bayona se representaba este drama familiar, 
los acontecimientos de España dejaban obsoletos, una vez más, 
los planes de Napoleón. La revuelta de Aranjuez había alentado 
las esperanzas de un cambio aplazado durante mucho tiempo, 
y, por consiguiente, los españoles se volvieron más agresivos y 
menos proclives a aceptar los insultos de las tropas francesas 
emplazadas en el país. En Madrid tuvo lugar una oleada de vio- 
lencia callejera entre los soldados franceses y los españoles que 
amenazó con degenerar en una guerra abierta ''. En la noche 
del 25 de marzo, soldados españoles dieron muerte a un militar 
francés e hirieron a otros dos cuando éstos intentaron impedir- 
les el paso a un burdel situado en la escabrosa calle de San An- 
tonio. A principios de abril, un soldado francés que se negó a 
descubrirse ante una procesión religiosa fue golpeado con seve- 
ridad por los devotos. La escalada de violencia aumentó cuando 
a finales de abril llegaron a Madrid los rumores del arresto de 
Fernando en Bayona. El día 26 de dicho mes, tres soldados 
franceses asesinaron y robaron a un civil, mientras que al atar- 
decer uno de los ayudantes de Murat dio muerte a otro madri- 
leño en una reyerta callejera. Al día siguiente, un mercader apu- 
ñaló e hirió gravemente a un militar, y durante esa mañana 
siete soldados franceses que asistían a un espectáculo sufrieron 
la agresión de los dueños del local. Tres de ellos cayeron grave- 
mente heridos. En resumen, según los informes del general 
Grouchy, entre marzo y abril las tropas francesas que guarne- 
clan Madrid sufrieron 23 bajas. 


1! Para los acontecimientos de Madrid he utilizado principalmente las siguientes 
fuentes: los informes y correspondencia de Murat y Grouchy, AAT, C8, 5, 6, y 381; 
Juan Pérez de Guzmán, El 2 de Mayo de 1808; Cayetano Alcázar, «El Madrid del 
Dos de Mayo», en Itinerarios de Madrid, Carlos E. Corona, «Precedentes ideológicos 
de la Guerra de la Independencia», en 1] Congreso histórico internacional de la Guerra 
de la Independencia y su época, vol. 1, pp. 5-24; y Jesusmaría Alía y Plana, «El primer 
lunes de Mayo de 1808 en Madrid», en Madrid, el 2 de Mayo de 1808, viaje a un día 
en la historia de España, pp. 105-38. 


47 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


A finales de abril, la situación era extrema. La violencia había 
provocado que Joachim Murat, comandante supremo de Napo- 
león en España, movilizase sus tropas. El 30 de abril, Murat, ig- 
norando las objeciones de la junta gobernante, ordenó que los 
últimos herederos de los Borbones fueran embarcados hacia Ba- 
yona. Aquel día y el siguiente, el pueblo se echó a las calles, con- 
centrándose en torno al palacio real, en espera de alguna señal. 
Algunos pidieron a los miembros de la Junta que distribuyesen 
armas, pero éstos se negaron. Aún en el momento más decisivo 
de la crisis, los partidarios de Fernando consideraron detestable 
entregar las armas a la multitud. Por el contrario, ordenaron que 
las tropas españolas se retiraran a sus barracones a fin de evitar 
que se uniesen a las manifestaciones e hicieron circular una pro- 
clama que exigía la disolución de las alborotadas asambleas reu- 
nidas en la Puerta de Sol y otros lugares públicos. Sin embargo, 
esta orden no tuvo efecto y en la mañana del 2 de mayo las mul- 
titudes que tomaban las calles eran más numerosas que Nunca. 

El levantamiento del Dos de Mayo comenzó a las nueve de la 
mañana. Un pequeño grupo de partidarios de Fernando se en- 
cargó de pregonar que los franceses estaban a punto de llevarse a 
los últimos miembros de la familia real. La muchedumbre con- 
centrada en el palacio real detuvo el carruaje que intentaba trans- 
portar a Francisco de Paula a Francia. Al grito de «muerte a los 
franceses», fue creciendo el número de personas que buscaban 
víctimas por las calles. Aunque en los primeros momentos caye- 
ron muertos algunos soldados franceses, Murat contratacó con 
una fuerza aplastante. El pueblo de Madrid combatió con las ar- 
mas de que disponía —cuchillos, tijeras, leznas, piedras y algu- 
nas armas de fuego—; sin embargo, la metralla y la caballería 
francesas se encargaron de limpiar las calles con rapidez. Mien- 
tras tanto, caía en manos francesas la bolsa de resistencia forma- 
da por los regulares españoles del parque de artillería de Monte- 
león. A media tarde la revuelta había terminado. 

El alzamiento del Dos de Mayo estaba condenado a fracasar 
desde su mismo comienzo. Madrid tenía una población de 
176.000 habitantes, mientras que las tropas españolas de la capi- 


48 


pon INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 E 
tal sólo contaban con 3.000. Los franceses tenían en la ciudad y 
sus alrededores 36.000 soldados. Es muy posible que los france- 
ses hubieran deseado el levantamiento desde un principio, aun- 
que sólo fuera para demostrar que podían aplastarlo '?. Sin em- 
bargo, la rebelión del Dos de Mayo sobrepasó con mucho las 
expectativas francesas y dio lugar a que ambos bandos sufrieran 
grandes pérdidas. Según Grouchy, entre 400 y 500 madrileños 
murieron en el combate, Entre ellos, 80 civiles fueron ejecutados 
por los franceses durante la noche del 2 de mayo y la mañana del 
día 3”. También los franceses sufrieron bajas. Un testigo presen- 
cial francés sostuvo que las pérdidas alcanzaron a los 500 hom- 
bres, aunque esta cifra sea probablemente demasiado elevada !*, 
Grouchy sólo informó de 150 bajas, 14 de ellas definitivas. Ade- 
más, un tercio de los heridos había caído por efecto del lanza- 
miento de tejas y piedras. La mayoría de los muertos y de las ba- 
jas más graves tuvieron lugar durante el asalto al parque de 
artillería español, mientras que las reyertas multitudinarias no 
causaron grandes estragos. Por ejemplo, el legendario horror de 
derramar agua hirviendo sobre las tropas francesas aparentemen- 
te sólo produjo leves quemaduras '”. 


1* Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. 1, pp. 322-35. 

1% Según una reciente estimación, tras el levantamiento fueron ejecutados ochenta ci- 
viles y un soldado. Alía y Plana, «El primer lunes de Mayo», p. 135. Murat sostuvo 
que había ejecutado a cien civiles. Murat a Dupont, 3 de mayo de 1808, AHN, Esta- 
do, legajo 13, núm. 4. Los especialistas no se ponen de acuerdo sobre el número toral 
de españoles caídos. Pérez Guzmán identifica 409 muertos, mientras que Alcázar 
piensa que el número debió estar en torno a los 500. Ninguna de las estimaciones in- 
cluye los 1.000 campesinos que los franceses afirmaron matar después. Gómez de Ar- 
teche, La Guerra de la Independencia, vol. 1, p. 356, considera que el número final de 
españoles asesinados podría estar alrededor de los 1.200. 

11], J, E. Roy, Les Frangais en Espagne, p. 62. Las estimaciones españolas sobre el núme- 
ro de bajas francesas están infladas. Las cifras que con más frecuencia se citan son 1.600 
franceses muertos y alrededor de 500 heridos. Un informe impreso en Valencia en 1808 
sostenía que las pérdidas del conflicto, que el autor comparaba con el de los «hebreos 
contra los fenicios», habían sido de 5.000 hombres para los franceses y sólo de 30 para 
los españoles. Estas cifras, que incluso los lectores debieron percatarse de su ridiculez, sir- 
ven, no obstante, para demostrar el celo religioso de la retórica patriótica. «Suplemento 
al diario de Valencia», 6 de junio de 1808, BN, manuscrito núm. 18683/23. 

'* Grouchy, «Etat des Officiers er Soldars Tués ou Blessés», AAT, C8, 6. 


49 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

Aunque el levantamiento fue un fracaso militar, también fue 
un punto de inflexión política. La resistencia española había 
conseguido a sus primeros mártires, entre ellos algunas mujeres. 
Los primeros relatos e ilustraciones del Dos de Mayo nos mues- 
tran que la mayor heroína y mártir fue una mujer trabajadora 
llamada Manuela Malasaña. Las tropas francesas dispararon so- 
bre la legendaria Manuela cuando combatía en el parque de arti- 
llería de Monteleón, punto focal del Dos de Mayo. Manuela 
Malasaña llegó a encarnar el heroísmo y sirvió como símbolo del 
sentir nacional que supuestamente unía hombres, mujeres y ni- 
ños de todas las clases '*. Sin embargo, la realidad fue muy dife- 
rente para Manuela. La joven, de quince años, probablemente 
no tomó parte en el levantamiento, si bien tuvo la mala fortuna 
de residir cerca del parque de artillería de Monteleón. Manuela 
fue sorprendida por las tropas francesas el 2 de mayo cuando 
volvía de su trabajo como bordadora, trabajo que requería el uso 
de unas tijeras, que ella llevaba sujetas al cinturón. Los franceses 
disparaban contra cualquier civil que llevase algo parecido a un 
arma, por lo que fue la mala suerte de Manuela lo que hizo que 
recibiese los disparos de las tropas francesas. Si la imagen de Ma- 
nuela Malasaña fue la de una mártir heroica, en realidad fue una 
víctima fortuita de los excesos franceses. La suya fue una muerte 
sin sentido, aunque los patriotas españoles construyeron con ella 
una leyenda significativa. Como sucede a menudo, la leyenda 
consiguió más peso que la realidad, y la resistencia de Madrid y 
de Manuela se convirtieron en símbolo de que toda España se 
oponía a Napoleón e, 


1 Véase Joaquín Ezquerra del Bayo, Guerra de la Independencia, Retratos; y Pérez 
Guzmán, El Dos de Mayo, pp. 380, 383, 405-407. 

1 Jesús María Alía y Plana, «El primer lunes de Mayo de 1808 en Madrid». La con- 
tradicción entre la leyenda de Manuela y la triste realidad de su asesinato es emble- 
mática de la tensión entre la imagen popular de la mujer combatiente y la realidad de 
sus vidas en la guerra contra Francia. Ciertamente, algunas mujeres tomaron parte en 
la resistencia del Dos de Mayo. Tres mujeres estuvieron entre los cinco individuos 
que hicieron estallar el levantamiento frente al palacio real. Las mujeres también to- 
maron parte en la lucha entablada en torno a la Puerta de Toledo, a las afueras de 
Madrid. De los 409 individuos muertos y contabilizados por los franceses, 57 crar 


50 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


Fueron las noticias de los sucesos del Dos de Mayo las que 
persuadieron al emperador de que debía dejar de lado su amabili- 
dad y obligar a que Fernando abdicase. La demostración de poder 
por parte de Francia en el Dos de Mayo convenció a la Junta de 
Fernando, al Consejo de Castilla y al gobierno municipal de Ma- 
drid de que debían aceptar a José como su nuevo rey y participar 
en la pacificación de Madrid '*. En mayo, Napoleón maduró sus 
planes para la formación de una asamblea constitucional en Bayo- 
na que debía abrirse el 15 de junio. Se enviaron invitaciones a casi 
150 notables españoles de los cuales noventa llegaron a jurar fide- 
lidad a José y a discutir y ratificar un estatuto constitucional esbo- 
zado de antemano por los franceses. Hacía mucho tiempo que se 
esperaba la aprobación de una gran parte de las provisiones del es- 
tatuto, tales como la abolición de la tortura y la supresión de la 
Inquisición, por lo que encontraron muy poca oposición. Otras, 
como las referentes a las autonomías regionales, prometían tras- 
tornar la más sagrada de las tradiciones españolas, En materias 
como éstas, los diputados no quisieron actuar como simples ceros 
a la izquierda. Algunos advirtieron a José y a Napoleón de que, a 
menos que se prestara atención a ciertas demandas, se enfrenta- 
rían a una fuerte resistencia. Aquéllas incluían la preservación de 
la Iglesia y sus propiedades, garantías, la integridad territorial de 
España, la protección de los privilegios nobiliarios y regionales, y 
la bajada de los impuestos. Los representantes españoles lograron 
modificar efectivamente algunos de los aspectos más revoluciona- 
rios del documento, ampliando los 68 artículos originales a 146, 
con añadidos que aseguraban la posición de la Iglesia, la naturale- 
za estatal de las Cortes nacionales y la protección de los intereses 


nobiliarios y regionales '”. 


mujeres, Y, desde luego, hubo mujeres combatiendo en Zaragoza, Gerona y otros lu- 
gares. Sin embargo, la realidad de la resistencia femenina fue exagerada por motivos 
propagandísticos, 

1% Miguel José Azanza y Gonzalo O'Fárrill, Memoria de Miguel José de Azanza y 
Gonzalo O'Fárrill sobre los hechos que justifican su conducta política, desde marzo de 
1808 hasta abril de 1814, vol. 2, p. 173. 

'" El artículo 144 de la constitución de Bayona preservaba los fueros de Álava, Gui- 


51 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


El estatuto final fue probablemente un compromiso adecuado 
cuyas provisiones podían haber conformado la base de una tran- 
sición española desde la monarquía absoluta al gobierno consti- 
tucional. Sin embargo, la debilidad de la constitución de Bayona 
reside en la naturaleza de su origen, poderosamente simbolizado 
para los españoles en la presencia más que evidente de la infante- 
ría francesa en la ceremonia de ratificación *”. El hecho de que el 
estatuto fuese impuesto a la nación por un poder extranjero que 
operaba a través de un órgano extraordinario y no representativo 
condenó desde el principio el trabajo consumado en Bayona. Ba- 
yona no constituía el escenario para una nueva era de gobierno 
constitucional. Por el contrario, ponía en evidencia los fines a los 
que servía la retórica imperial de modernización, progreso y go- 
bierno racional: una tapadera para la dominación francesa de 
España. 


4. La revolución urbana de 1808 


En cualquier caso, el estatuto de Bayona resultaba irrelevante 
para la rebelión generalizada que barría España a finales de mayo 
y principios de junio de 1808. La abdicación de Fernando, que 
vino pisándole los talones a las noticias del Dos de Mayo de Ma- 
drid, generó una extensa revuelta urbana contra el dominio fran- 
cés. En ciudades de todo el país, la multitud, manipulada por los 
partidarios de Fernando, exigió a sus oficiales municipales que 
dimitieran o se adhirieran a su proclamación de guerra contra 
Francia. Los gobiernos provinciales que se mostraron demasiado 
pasivos para oponerse a Napoleón fueron apartados del poder y 
reemplazados por juntas revolucionarias. En otras áreas, las anti- 
guas elites fueron cooptadas para la revolución e incluso algunas 


púzcoa, Navarra y Vizcaya, pero prometía, ominosamente, alinearlos con «los intere- 
ses de la Nación» una vez reunidas las primeras Cortes españolas. Pierre Conard, La 
constitución de Bayonne; Juan Priego López, La Guerra de la Independencia, vol. 2, 
pp. 140-53. 

20 HN, Estado, legajo 28, núm. 34. 


52 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


la lideraron. Éste fue el caso de Asturias, una de las primeras pro- 
vincias en levantarse contra Francia. 

Álvaro Flórez Estrada, uno de los líderes de la generación de 
1808 que estuvo presente en el Dos de Mayo, volvió a la capital 
provincial, Oviedo, el 9 de mayo con su testimonio sobre el le- 
vantamiento. Las noticias de la abdicación de Bayona llegaron 
poco después. En Oviedo, presionado por una multitud alboro- 
tada por elementos de la nobleza y la burguesía local que tenían 
reputación de liberales y anglófobos, Flórez Estrada y sus amigos 
declararon el 23 de mayo rey a Fernando, nombraron un junta 
de resistencia y establecieron relaciones con Inglaterra. De este 
modo, en Asturias, los líderes locales absorbieron el impulso re- 
volucionario y lo encauzaron por un sendero bien ordenado ?'. 

En Valencia las noticias sobre la abdicación de Fernando lle- 
garon pronto, el 23 de mayo, y dieron lugar a la formación ese 
mismo día de una junta revolucionaria. Sin embargo, el proceso 
valenciano fue mucho más violento que el de Asturias. El día 23 
de mayo, la multitud, compuesta por miles de personas, marchó 
por las calles llevando escarapelas rojas y portando banderas con 
la imagen pintada de la Virgen María, en una mezcla de símbo- 
los revolucionarios y religiosos que revela la doble naturaleza de 
la Revolución de 1808. Aunque la manifestación comenzó de 
forma pacífica, fue adquiriendo, sin embargo, tintes cada vez 
más violentos una vez que los líderes civiles, que temían más a la 
muchedumbre trabajadora que a los mismos franceses, se nega- 
ron a declarar a Fernando rey. En respuesta, una coalición popu- 
lar, dirigida por un canónigo enloquecido llamado Baltasar Cal- 
vo, derribó el antiguo gobierno, lo que provocó que el orden 
público degenerase rápidamente. Según un testigo, «toda la no- 
bleza» cayó bajo la sospecha de traición por «la apatía y egoísmo» 
con la que al principio respondieron a la crisis. El resultado fue 
una carnicería de más de 300 personas sospechosas de colabora- 
ción y franceses que casi acabó con la resistencia. Sin embargo, 
finalmente, los valencianos lograron movilizarse para la guerra. 


* Justiniano García Prado, Historia del alzamiento, guerra, y revolución de Asturias. 


53 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Se transformó a los gremios en milicias, se movilizó al clero regu- 
lar y secular, y se concedió amnistía a todo desertor, contraban- 
dista y convicto que accediese a alistarse?, 

"También en Cádiz la multitud tomó el poder cuando el mar- 
qués del Socorro, capitán general de Cádiz, vaciló en declarar rey 
a Fernando. Los exasperados rebeldes tomaron el parque de arti- 
llería y la armería, asaltaron la casa del marqués, y lo arrastraron 
hasta el centro de la ciudad, donde lo ejecutaron. Situaron la ar- 
tillería en las casas de los pudientes, en la Calle de la Caleta, y si 
no llega a ser por la intervención de los monjes capuchinos, quie- 
nes consiguieron calmar los ánimos, la violencia podía haberse ra- 
dicalizado. Por entonces, sin embargo, los rebeldes habían estable- 
cido en la ciudad una nueva junta y habían declarado la guerra a 
Francia. Durante los siguientes seis años, el pueblo de Cádiz fue 
uno de los principales actores de la defensa de su ciudad ”, 

Zaragoza había sido durante mucho tiempo un bastión de 
apoyo a favor de Fernando, de manera que cuando llegaron las 
noticias de su agravio en Bayona, la ciudad se levantó en cólera. 
Zaragoza estaba dominada por un sentimiento milenarista. El 17 
de mayo, un milagro en la catedral de Zaragoza sacudía la ciu- 
dad. En la misa del mediodía había aparecido una corona —al- 
gunos dijeron que procedente de una nube que estaba encima de 
la catedral, otros rodeada de palmas sobre el altar— con una ins- 
cripción inverosímil: «Dios se declara por Fernando». El clero 
sacó provecho del milagro con objeto de incitar al pueblo a la in- 
surrección. Proclamó que el milagro era un signo de que la Vir- 
gen del Pilar de Zaragoza concedería su protección a los patrio- 
tas. Cualquier soldado que resultase herido en la lucha contra los 
franceses tendría cien años de socorro en el purgatorio. Aquel 


2 Juan Rico, Memorias históricas sobre la revolución de Valencia, p. 97. Rico informó 
que la muchedumbre había asesinado a 330 personas por sus orígenes franceses o por 
sus simpatías profrancesas. Véase también Priego López, Guerra de la Independencia, 
vol. 2, p. 42. Algunos de los detalles se confirman en los informes de los espías fran- 
ceses, AAT, C8, 6. 

23 Ambrosio de Valencina, Los capuchinos de Andalucía en la Guerra de la Independen- 
cia, pp. 38-76. Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. 2, pp» 11-12. 


54 


- - INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 
que cayera muerto renacería en el paraíso tres días más tarde. Se 
dijo que Murat había sido arrestado en Madrid y se extendieron 
los rumores de que Fernando había regresado disfrazado para di- 
rigir la guerra santa contra Francia. El día del juicio final estaba 
en apariencia a punto de comenzar”. 

El 24 de mayo se hizo pública en Zaragoza la abdicación de 
Fernando. Los estudiantes y el clero llamaron al levantamiento y 
la multitud con escarapelas, conducida por un cirujano local, 
tomó la residencia del gobernador militar y se apoderó del casti- 
llo de la Aljafería, que contenía un enorme arsenal de 25.000 fu- 
siles y 80 piezas de artillería. El día 26, la multitud armada llegó 
hasta la casa donde José Palafox y Melcí se había refugiado, y lo 
condujeron a Zaragoza convertido en su líder, Palafox fue puesto 
al mando de una junta de gobierno compuesta por miembros del 
antiguo ayuntamiento, militares y clero. La junta adoptó la esca- 
rapela roja, eliminó su simbolismo revolucionario e identificó al 
nuevo gobierno con la insurrección. En los días siguientes un 
gran número de oficiales y soldados retirados, así como de nue- 
vos reclutas acudió a Zaragoza. Palafox desarmó al pueblo, puso 
fin a las manifestaciones populares al declarar la ley marcial e im- 
puso un férreo control sobre la ciudad. El 29 de mayo, 4.500 
soldados realizaron su entrenamiento en los alrededores de la 
ciudad y en los primeros días de junio se unieron a esta fuerza 
otros miles más. 

Entre el 24 de mayo y principios de junio, las juntas tomaron 
el control en Cartagena, Badajoz, Sevilla, Córdoba, León, Ma- 
lorca, Granada y La Coruña, ciudades que estaban entre los nú- 
cleos más poblados de España. A mediados de junio, cada pro- 
vincia se gobernaba por su propia junta revolucionaria, y a 
finales de verano enviaron representantes a la Junta Central que 
operaba para toda España. La movilización contra Francia incor- 


Y Para los acontecimientos de Zaragoza me he basado en noticias y cartas AAT, C8, 
6 y 7; Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios; José Palafox, Autobiografía; una narra- 
ción diferente sobre el milagro del 17 de mayo en Mariano de Pano y Ruata, La Con- 
desa de Bureta, pp. 109-110. 


37 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

poró nuevos hombres al gobierno. Entre ellos, los liberales conci- 
bieron la idea de que el pueblo español, gracias a la resistencia, 
había recuperado su soberanía primitiva. Las juntas fueron las 
primeras autoridades elegidas popularmente en España, € incor- 
poraron nuevos ideales y programas a la agenda política, de la 
que ya nunca serían completamente borrados, incluso en los mo- 
mentos más oscuros de reacción durante los siglos XIX y XX. Las 
juntas dieron nacimiento al gobierno liberal y constitucional y 
trataron de construir un concepto moderno de nacionalismo en 
España”, 

El clima revolucionario sacó a la luz los mejores y peores ins- 
tintos del pueblo. España había sido preparada para una explo- 
sión xenófoba tras un siglo de dominación cultural y política 
francesa, y 1808 resonó con el clamor de las más odiosas diatri- 
bas contra Francia. La Junta Central, utilizando una retórica ra- 
cista que pretendía movilizar al pueblo español, afirmaba que los 
franceses sólo eran medio-hombres. Todo español tenía el dere- 
cho y el deber de perseguir y destruir a aquellas «criaturas» de las 
que se decía eran «nocivo[as] a la especie humana» 26. Esta propa- 
ganda dio resultados. Cualquiera que apoyara a José, cualquiera 
que se hubiera vestido o hubiera actuado como un francés, se 
convirtió en víctima de la cólera popular. Á pesar de todo, es 
probable que la retórica violenta sea inseparable de la moviliza- 
ción popular que ayudó a provocar Bailén y Zaragoza. La revolu- 
ción de 1808 fue uno de los puntos más altos y más bajos del na- 
cionalismo español. 

Se debe evitar, empero, que el ideal de la unidad nacional en- 
mascare la realidad de la guerra civil. Incluso en junio de 1808, 
la quiebra del viejo orden provocó conflictos de clase y conflictos 
regionales que corrieron parejos al conflicto con Francia. En un 
principio, los patriotas revolucionarios de cada una de las pro- 
vincias, antes de poder movilizar al pueblo para la resistencia, tu- 


25 La mejor síntesis de estos acontecimientos sigue siendo la de Toreno, Historia del 
levantamiento, vol. 1, pp. 56-81. 
26 AHN, Estado, legajo 13. 


56 


vieron que tratar con los colaboracionistas y los «chaqueteros» 
procedentes de las elites locales. La lucha de clases del verano de 
1808, evidente en lugares como Valencia y Cádiz, y menos obvia 
en el caso de Asturias, precedió y fue condición de los diferentes 
grados de unidad posteriormente alcanzados. Cuando no se lo- 
graba captar a los notables locales para la causa popular, o se los 
ignoraba o se los reemplazaba. La colaboración y la pasividad de 
muchas elites españolas dieron oportunidad para que apareciesen 
numerosos incidentes de violencia popular. El conde de Águila, 
el conde de Torre del Fresno y el marqués de Perales estuvieron 
entre algunos de los principales notables que perdieron sus vidas 
en la revolución popular. Y los generales Borja, Trujillo, Saave- 
dra, San Juan y el coronel Cevallos estuvieron entre los oficiales 
del ejército que murieron en manos de sus compatriotas. La 
revolución arrebató la vida de los capitanes generales de Cartage- 
na y Cádiz, los gobernadores de Tortosa y Castellón de la Plana y 
de los intendentes de Cuenca y Salamanca. Los oficiales munici- 
pales fueron sacrificados en Cuenca, Reinosa, Jaén, La Carolina, 
Talavera de la Reina y muchos otros lugares. El capitán general 
de Galicia, Antonio Filanguieri, tras negarse a sacrificar su 
vida en la lucha contra Francia, murió a manos de sus propias 
tropas”. 

En ocasiones, la rebelión contra Francia y sus simpatizantes 
se desbordaba y adquiría la forma de una hostilidad generaliza- 
da contra toda forma de gobierno, toda la nobleza, cualquier 
elite, incluso contra aquellos que constituían el corazón del im- 
pulso revolucionario. El periódico gaditano, El Robespierre espa- 
ñol, expresó el resentimiento de clase que sentían muchas per- 
sonas del movimiento patriótico. Los editores escribieron que 
todo español que luchara a favor de los franceses debía ser cap- 
turado, quemado vivo, esparcidas sus cenizas, y confiscados sus 
bienes. La alta nobleza, sólo por ser simpatizante de los france- 
ses, debía sufrir la misma suerte. Se debía perdonar a los nobles 
que mostrasen neutralidad, si bien sus propiedades tenían que 


* Rico, Memorias históricas, p. 82; Llorente, Memoria, p. 122. 


IZ 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


ser confiscadas, e incluso a los nobles que lucharan junto a los 
patriotas se les debían expropiar tres cuartas partes de sus tie- 
rras *, De hecho, la revolución popular fue a veces más allá de 
los ideales de Dios, rey y patria por los que supuestamente esta- 
ban luchando los españoles. En Murcia, por ejemplo, la multi- 
tud de clase trabajadora amenazó con acabar para siempre con 
el dominio de la elite, por lo que la Junta tuvo que aplastar re- 
almente la revolución, imponiendo la pena de muerte a una 
buena parte de los delincuentes, incluyendo a uno que había 
insultado a los monjes, curas, oficiales municipales y a otros lí- 
deres municipales ”. 

La necesidad de legislar para proteger al clero de la violencia 
revolucionaria debería ponernos en guardia contra una identifi- 
cación demasiado simplista de la resistencia con la Iglesia. Inclu- 
so en Galicia, donde en 1809 se produjo uno de los movimien- 
tos guerrilleros más extensos de España, los eclesiásticos no 
fueron especialmente activos en la resistencia, salvo notables ex- 
cepciones *. En algunos lugares el clero tuvo la función de líder 
en la movilización del pueblo. Ya se ha hecho alusión a la activi- 
dad que tuvieron los clérigos en Valencia. El 31 de mayo, la mul- 
titud arrebató en Logroño el poder al alcalde y cedió la ciudad al 
arzobispado. Cuando Logroño cayó una semana más tarde, casi 
todo el clero regular estaba armado, según la información de 
D'Agoult, y el general predijo que Francia tendría que hacer algo 
respecto a los «canaille froqués» de España. Los curas del País 
Vasco hicieron circular misivas en las que se exigía la guerra con- 
tra Francia, y en Madrid, tras el Dos de Mayo, los clérigos co- 
menzaron a hacer propaganda entre los soldados españoles y por- 
tugueses adscritos a los ejércitos imperiales, animándolos a que 
desertasen o vendieran sus armas, aparentemente con cierta for- 
tuna. Por otro lado, el obispo de Pamplona colaboró de buena 


28 El Robespierre español, núm. 1, 30 de marzo de 1811. 

22 AHN, Estado, legajo 42, núm. 140. 

31 El general Joaquín Blake a la Junta de Galicia, 28 de julio de 1808, AHN, Estado 
legajo 42, núm. 23. Véase también Manuel Pardo de Andrade, Los guerrilleros galle 
gos de 1809, pp- 80-81. 


58 


— 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


gana con los franceses, como hicieron otros muchos. Incluso el 
obispo de Calahorra, que había sido aclamado líder de la insu- 
rrección en Logroño, en realidad se había visto forzado a aceptar 
esta posición una vez que la multitud lo obligó a salir de su es- 
condite”, En Cádiz, los capuchinos apoyaron la revolución, más 
bien porque desmovilizaron a la muchedumbre y no porque se 
unieran a ella. Al final, la mayoría de la jerarquía eclesiástica es- 
pañola se puso del lado del régimen bonapartista, ya fuera por 
necesidad, ya por preferencia, aunque la intensidad de su colabo- 
ración varió enormemente según las diferentes provincias *. Por 
tanto, es evidente que el papel de la Iglesia y la religión en la re- 
volución de 1808 fue complejo y debe ser tratado con gran cui- 
dado. Y lo mismo ocurre, como veremos, con el papel represen- 
tado por el clero en la guerra de guerrillas, 

El conflicto de clases no fue el único obstáculo en el camino 
hacia la unidad nacional. Otro rasgo de los levantamientos urba- 
nos de 1808 fue el dominio del patriotismo local sobre el na- 
cionalismo, un precursor del federalismo que afectará a España 
durante toda la era moderna. En los primeros días de la insurrec- 
ción, las juntas de Asturias, Valencia y Sevilla se declararon sobe- 
ranas. La junta de Sevilla rechazó ¿n extremis una propuesta para 
invadir y subyugar Granada, ciudad que se había negado a reco- 
nocer la superioridad de los sevillanos. En la provincia de Mur- 
cia, las juntas de Lorca, Cartagena y Mazarrón simplemente 
ignoraron las ordenes procedentes de la Junta de Murcia, elimi- 
nando efectiva y temporalmente el gobierno conjunto provin- 
cial. En el norte, Puigcerdá llegó a enfrentarse en la práctica con 
Urgel en un conflicto relacionado con qué junta debía tener pre- 
cedencia. Las juntas locales no sólo entablaron disputas entre sí, 
sino también se enfrentaron con los comandantes militares y los 
representantes de la Junta Central. De este modo, la unidad 
nacional que los patriotas vieron en toda España nunca llegó a 


% Estos detalles sobre el clero español proceden de la correspondencia francesa de ju- 
nio de 1808 en AAT, C8, 7. 
' Hans Juretschke, Los afrancesados en la Guerra de la Independencia, p. 174 


y 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


existir realmente, incluso en los embriagadores días de junio 
de 1808 >. 

Con todo, el particularismo que amenazaba con disolver la 
unidad patriótica en 1808 fue también, y paradójicamente, una 
de las grandes fuerzas de la resistencia. Durante siglos, ni Habs- 
burgos ni Borbones habían conseguido aplicar por completo en 
España el programa absolutista. La resistencia al control central 
constituía una honorable tradición que tomó formas diversas y 
complejas, desde los movimientos partidarios de una total inde- 
pendencia provincial o regional, al atesoramiento por parte de 
los campesinos que guardaban sus ahorros en los huecos de pare- 
des o en habitaciones falsas, fuera de la vista de los recaudadores 
de impuestos, o al contrabando y bandolerismo endémico en las 
regiones montañosas y fronterizas del país. Al pueblo español, 
especialmente en algunas provincias de la periferia, se le había 
permitido una libertad y autonomía sorprendentes para los ob- 
servadores franceses habituados al despotismo de su país y acos- 
tumbrados a creer que España era un país que se encontraba bajo 
el yugo del absolutismo. Las tropas de Napolcón comparaban 
sus experiencias en España con las de otros países ocupados en el 
norte de Europa?*. Los alemanes y austríacos, condicionados por 
el militarismo y la centralización, se habían mostrado incapaces 
para o reticentes a actuar sin el permiso de sus superiores. Para 
conseguir una paz favorable, hubiera bastado con ganar alguna 
batalla importante contra los príncipes alemanes y contra Prusia 

Austria. Incluso la tan cacareada movilización del pueblo ale- 
mán de 1813 fue, en el mejor de los casos, parcial y anémica. En 
España, sin embargo, Madrid nunca logró controlar con éxito las 
bases provinciales y municipales de poder y liderato. Esta disper- 
sión de la autoridad daba a los españoles la capacidad necesaria 


3% Pedro María de Urries, marqués de Ayerbe, Memorias del Marqués de Ayerbe sobre 
la estancia de D. Fernando VII en Valencay y el principio de la guerra de la independen- 
cia, pp. 101-02; hay correspondencia relativa a estos problemas en el AHN, Estado, 
legajo 28, nos. 15, 23, 35: legajo 42, nos. 97, 102; legajo 81, «A.» Véase asimismo 
Priego López, Guerra de la Independencia, vol. 3, p. 15. 

M4 Rocca, Memoirs, p. 3- 


60 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


para producir resistencia desde docenas de centros separados en 
un torbellino de levantamientos que dejaron aislados efectiva- 
mente a los franceses en unas cuantas capitales de importancia y 
en campamentos militares. 

Así, a pesar de la amenaza de disolución federalista y de la 
violencia de clase, las juntas revolucionarias sobrevivieron, pros- 
peraron y, en el otoño de 1808, constituyeron un gobierno na- 
cional unificado en la Junta Central. En la Junta Central partici- 
paron algunas de las mentes más lúcidas y algunos de los 
mayores líderes de España. Y hombres como Blanco White, 
Cienfuegos, Martínez de la Rosa y Quintana plasmaron su visión 
radical de la sociedad española en los planes y pronunciamientos 
del gobierno revolucionario. «La Providencia» había dado la 
oportunidad de que la nación recobrase las libertades perdidas 
con los Habsburgos en el siglo xV1. No obstante, los liberales de 
1808 querían ir más allá de la simple recuperación de su anterior 
dignidad. España conseguiría un nuevo grado de libertad al 
tiempo que combatía por su independencia, y se convertiría en 
«la envidia y admiración del mundo». En esta nueva España, las 
leyes se basarían en el consentimiento de los gobernados, el pue- 
blo sería libre de publicar y adorar a quienes deseara y se elimi- 
narían las estructuras de la sociedad feudal. A la parálisis del Es- 
tado arbitrario, que había corroído al país desde su interior, 
debía imponerse un gobierno basado en «la utilidad general» de 
la mayoría *. En los próximos seis años, los liberales convirtieron 
estos ideales en legislación, primero dentro de la Junta Central y, 
tras 1810, en las Cortes de Cádiz que dieron lugar a la constitu- 
ción de 1812, la más elevada expresión política de la Ilustración 
española. En el verano de 1808, sin embargo, la necesidad más 
crucial era la movilización contra Bonaparte. 

Las tropas francesas en España se vieron expuestas a un peli- 
gro inmediato tras los levantamientos de las provincias. En ju- 
nio, campesinos armados comenzaron a patrullar por los cami- 
nos y a vigilar las entradas a las ciudades incluso en las regiones 


” AN, Estado, legajo 13, núms. 3, 11. 


61 


- LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
ocupadas por los soldados franceses. Había terminado la etapa 
en la que cualquier oficial francés o cualquier carro sin escolta 
podía viajar libremente por el país. El espíritu de resistencia vol- 
vió incluso a Madrid, que parecía acobardada tras la derrota del 
2 de mayo. Una vez más, los madrileños se congregaron en las 
plazas públicas, si bien ahora luciendo la escarapela roja de la re- 
volución *. 

Zaragoza representó un problema particular para los france- 
ses. El general Lefebvre-Desnúettes puso sitio a la ciudad el 
15 de junio con casi 6.000 hombres, pensando que caería rápi- 
damente. En efecto, las fortificaciones de la ciudad parecían po- 
bres. Incluso Palafox y algunas de sus tropas regulares habían 
huido de Zaragoza creyendo que no podría ser defendida. Sin 
embargo, la revolución de la capital aragonesa había producido 
un poderoso y único consenso revolucionario. De hecho, la cer- 
canía de la amenaza francesa y el astuto gobierno de Palafox ha- 
bían evitado desde el principio los antagonismos de clase e inter- 
regionales que caracterizaron la formación de juntas en Otros 
lugares. En Zaragoza el mito patriótico de la unanimidad estuvo 
a punto de verse realizado. Tras las pobres murallas y trincheras, 
y apoyados por unos pocos soldados regulares, los zaragozanos se 
prometieron a sí mismos defender su ciudad hasta la última gota 
de sangre. La acción de Agustina en la puerta del Portillo el 2 de 
julio fue sólo un episodio más en un asedio lleno de momentos 
heroicos que culminó con la amarga defensa frente al gran asalto 
lanzado por 15.000 soldados franceses el 4 de agosto. Tras la pa- 
ralización de este enorme esfuerzo, los franceses parecieron per- 
der fuelle, y con la llegada a mediados de agosto de fuerzas espa- 
ñolas de reemplazo, los franceses se vieron obligados a levantar el 
asedio *. 


3% La situación fue descrita por Grouchy, AAT, C8, 381. Véase también Roy, Les 
Erangaise en Espagne, p.79. Para reunir una multitud que apoyase la entrada triunfal 
de José en la ciudad el 19 de julio, los franceses tuvieron que pagar a una banda de 
vagabundos y atiborrarlos de licor. Rocca, Memoirs, p- 47. 

5 Agustín Alcaide Ibieca, Historia de los dos sitios, op. cit. Charles Oman, A History 
of the Peninsular War, Op. Cito, vol. 1, pp. 140-162. 


62 


PP e 


INVASIÓN Y REVOLUCIÓN DE 1808 


La mayor amenaza contra los franceses procedió sin duda de 
la reorganización de las fuerzas regulares españolas. Durante 
mayo y junio, las juntas comenzaron a reunir un ejército con las 
unidades borbónicas que quedaban y con nuevos reclutas. La 
Junta de Cádiz capturó un escuadrón francés en el puerto con 
un importante arsenal que incluía 442 cañones, 830 toneladas 
de pólvora, 1.429 fusiles, 100.000 balas, 1.000 espadas y cerca 
de 4.000 prisioneros”. Las Juntas de Sevilla y Granada recluta- 
ron en junio un numeroso, si bien inexperto, ejército de reclutas 
que más tarde fue reforzado con veteranos. No se puede asegurar 
el grado de peligrosidad que tenían estos ejércitos para los fran- 
ceses. Evidentemente, el general Dupont, confiado en la invasión 
de Andalucía, no se percató del peligro que suponía conducir 
20.000 soldados por Sierra Morena y el valle del Guadalquivir. A 
finales de junio, Dupont escribió desde Córdoba negándose a 
creer en las historias sobre los ejércitos insurgentes de Sevilla y 
Granada *, El 19 de julio, Dupont se dio cuenta del alcance de 
su error cuando se topó en Bailén con 35.000 soldados andalu- 
ces. Tras una serie de maniobras inconexas bajo un calor inso- 
portable, los franceses se encontraron en una posición insosteni- 
ble, y los españoles consiguieron hacer prisionera a toda la fuerza 
tras haber combatido con menos de la mitad de soldados. 

La victoria española de Bailén demostró ser de enorme im- 
portancia. Era la primera vez que el ejército imperial era derrota- 
do, Bailén, incluso aunque fuera de chiripa, terminó con el áurea 
de invencibilidad que había llegado a rodear a las tropas imperia- 
les. Los partidarios de Napoleón en España vacilaron, y algunos 
descubrieron de repente su patriotismo. Las noticias de la batalla 
provocaron un éxodo desde Madrid, dado que la gente salió en 
desbandada para unirse a la insurrección. El 24 de julio, el Con- 
sejo Real informó a José de que consideraba letra muerta el Esta- 
tuto de Bayona“. Después de Bailén, los cada vez más numero- 


% Valencina, Los capuchinos de Andalucía, p. 52. 

** Dupont a Belliard, 7 de junio de 1808, AAT, C8, 7. 

1 Informe de situación de Grouchy de 24 de julio de 1808, AAT, C8, 381; y AHN, 
Estado, legajo 28, núm. 34. 


63 


sos ejércitos españoles comenzaron a dirigirse hacia el norte para 
amenazar Madrid, y comenzó a ponerse en evidencia la peligrosa 
situación de las fuerzas francesas en la Península. En Sintra el 
ejército lisboeta de Junot, de más de 25.000 soldados, negoció 
los términos de su rendición y fue evacuado, por cortesía de la 
armada británica, hacia los puertos franceses del Atlántico. 
Mientras tanto, los 9.000 hombres del ejército de Moncey, em- 
pantanados en las planicies valencianas, que habían sido inun- 
dadas para proteger la ciudad, abandonaban su misión en el su- 
reste. Valencia no caería hasta 1812. El 30 de julio, José 
evacuaba Madrid, ganándose el apodo de «El rey de las once no- 
ches», mientras que las tropas francesas, oficiales del gobierno y 
«colaboracionistas» atestaban los caminos hacia el norte, retirán- 
dose hacia posiciones situadas tras el río Ebro y volviéndose a 
concentrar en las Provincias Vascas, Navarra y Cataluña. 


64 


CAPÍTULO 3 


EL CORSO TERRESTRE 


1. Derrota y colaboración 


En noviembre de 1808, Napoleón entraba en España con sus 
yeteranas tropas, y poco después borraba la vergiienza de Bai- 
lén. En pocos días los franceses tomaron Vizcaya y entraron 
en Burgos el 11 de noviembre, dispersando al Ejército de la 
Izquierda de Joaquín Blake. A finales de noviembre, los fran- 
ceses volvieron a capturar Tudela y expulsaron del valle del 
Ebro al Ejército del Centro al mando de Castaños, al tiempo 
que Palafox se vio obligado a entrar en Zaragoza, sometida a 
otro asedio. El 3 de diciembre, Napoleón entró en Madrid. La 
temprana derrota de los ejércitos españoles puso en peligro 
la fuerza expedicionaria de 34.000 ingleses, la cual fue compe- 
lida a efectuar una épica retirada a través de la nieve que cu- 
bría las montañas de Galicia a fin de escapar del cerco tendido 
por el general Soult. En la mañana del 18 de enero fueron 
evacuados los últimos restos del ejército británico, con lo que 
hasta 1812 las fuerzas británicas se mantuvieron durante la 
mayor parte del tiempo acantonadas en Portugal. Poco después 
de la evacuación, una parte del ejército español fue liquidada 


65 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


en la batalla de Uclés. Toda resistencia militar comenzó a re- 
sultar útil !, 

La «guerra unánime nacional», más un mito que una realidad, 
fue liquidada desde el momento que Napoleón contratacó y des- 
truyó a los ejércitos españoles. De repente el patriotismo se con- 
virtió en un mal negocio, y aquellos españoles que se habían uni- 
do a la resistencia tras Bailén descubrieron cómo acomodarse en 
el nuevo régimen. En enero las ciudades de Galicia se rindieron 
sin rechistar a las armas francesas, al tiempo que sus líderes civi- 
les y religiosos caían en desgracia por facilitar la entrada a los ga- 
los ?. En febrero caía Zaragoza, y durante el curso del año si- 
guiente gran parte de Aragón se sometía a la ocupación francesa. 
La gente, que había huido de sus hogares para salvarse de los 
franceses, comenzó a considerar que su «ocupación firme y regu- 
lar» podría convertirse en una etapa de prosperidad para Aragón. 
Los alcaldes y corregidores dieron su «abierto apoyo» a la admi- 
nistración del mariscal Suchet, el cual consiguió formar seis 
compañías españolas y algunas milicias urbanas para contribuir a 
la causa francesa?. El 4 de abril de 1809, Joaquín Blake escribía 
abatido desde Tarragona a la Junta Central: 


Cada día son más críticas las circunstancias del Reyno de Aragón 
por [...] las ventajas que los enemigos sacan de la timidez de éstos y 
de la infamia de muchos que, viendo lejos de sí la fuerza armada y 
las personas que representan la legítima autoridad, persuaden a los 


| En su retirada, los ingleses sembraron de desolación Galicia, por lo que los británi- 
cos que quedaron rezagados sufrieron las consecuencias. Muchos fueron linchados 
por los enfurecidos campesinos que demostraron saber cómo protegerse tanto de los 
aliados como del enemigo. Bonaparte, 7he Confidential Correspondence, carta del 
7 de enero; Martínez Salazar, De la Guerra de la Independencia en Galicia, p. 122; 
Oman, A History of the Peninsular War, vol. 1, pp. 513-602, 646-648. 

2 AHN, Estado, legajo 42, núm. 194. 

í Louis Gabriel Suchet, Memoirs of the War in Spain from 1808 to 1814, 2 vols. 
Londres, 1829, vol. 1, pp. 68, 76, 82, 156-157, 331. El mariscal Jean Lannes, tras 
ocupar Zaragoza el 20 de febrero de 1809, escribió a Napoléon: «Es sorprendente, 
Señor, como la captura de Zaragoza ha calmado el país. Todos los oficiales de la ciu- 
dad han acudido procedentes de toda la provincia para someterse». Alexander, Rod of 
Iron, p. 4. 


66 


: EL CORSO TERRESTRE 

mismos Pueblos a que obedezcan y rindan vasallage al común ene- 
migo de nuestra Nación. Así es que muchos de ellos han abierto las 
Puertas al enemigo, le han recibido con aplauso, le han facilitado to- 
dos los auxilios a pesar de las órdenes reiteradas de Y. M.”, 


En Fuentes y Huesca, el comandante de la guarnición, Marc 
Desbouefs, incluso se había hecho popular. Desbouefs se dedica- 
ba a jugar «á la manille avec les bourgeois et les prétres, et 4 
la balle avec les paysans». Los pobres lo llamaban «su padre» y los 
niños le «gritaban con alegría» al verlo. Por tanto, los franceses 
estaban muy cerca de la pacificación de Aragón en 1809 
y 1810”. 

En efecto, en 1810 la mayoría de España había pasado a cola- 
borar con un régimen que parecía cada vez más estable. En gran 
parte de Cataluña, a pesar de la impresionante resistencia de Ge- 
rona y de los logros de las guerrillas en 1808, la mayoría de la 
gente se había adaptado al nuevo gobierno en 1810“. En agosto 
de 1809, el general Blake advirtió a la Junta Central de que ésta 
no prestaba atención a las quejas de los catalanes «que solos, o no 
se hubieran presentado al enemigo o le hubieran vuelto la cara, 
viéndole más cerca» ”. Los franceses consiguieron reclutar con 
éxito catalanes para el combate en formaciones contraguerri- 
lleras. A los «caras girats» catalanes siempre los situaban en los 
puestos de vanguardia para aprovecharse de su buena reputación 
por su entrega despiadada en la batalla, un reputación sin duda 
alentada por el temor de que en caso de captura, serían asesina- 


1 Blake estaba particularmente disgustado con la ciudad de Jaca, cuyos líderes afran- 
cesados se rindieron a los galos el 22 de marzo, según Blake, sin disparar un solo tiro. 
AHN, Estado, legajo 42, núm. 118. 

% Marc Desboeufs, Souvenirs du Capitaine Desbocuf, les étapes d'un soldat de lempire, 
pp. 165-66. 

“ Sobre la colaboración de Cataluña, véase Mercader Rica, Barcelona durante la ocu- 
pación francesa, pp. 190, 219. En agosto de 1809 fracasó un complot para reconquis- 
tar la ciudad de Barcelona cuando algunos de los conspiradores que se encontraban 
en el interior de la ciudad decidieron en el último momento que estarían mejor bajo 
el dominio francés. Carta de Pedro Berenguer a Blake, AHN, Estado, legajo 42, 
núm. 63. 

7 Carta de Blake de 1 de agosto de 1809, AHN, Estado, legajo 42, núm. 57. 


67 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


dos por los guerrilleros. Los catalanes combatían generalmente 
con más destreza que las mejores tropas francesas y se les conocía 
como «los carniceros del ejército francés» *. Los territorios que 
continuaron resistiendo, como Lérida, sufrieron el terror de Su- 
chet hasta que se rindieron ?. Así pues, la idea según la cual la 
guerra constituyó «el primer acto de españolismo colectivo de los 
catalanes» resulta una manifiesta simplificación del proceso real 
de resistencia y acomodación de Cataluña *”. 

En la España meridional, la situación era todavía más deses- 
perada. Córdoba, Sevilla, Granada, todas ciudades de Andalucía, 
una tras otra, declararon su lealtad a José en enero y febrero de 
1810, La cálida acogida otorgada al nuevo rey en el sur llamó in- 
cluso la atención de los franceses, hecho que hizo que un oficial 
francés escribiese: «La posterioridad rehusará creer que el herma- 
no de Napoleón haya sido en 1810 ídolo de los pueblos de An- 
dalucía y de Granada, y no obstante es la exacta verdad» !!. José 
era un «turista coronado» en un «paseo botánico» !?. Escribió al 
mariscal Suchet sorprendido de que «todas las ciudades me han 
dado toda clase de pruebas de afecto como yo jamás las tuve [...] 
todavía más que en el Reino de Nápoles» '*, Es más, en Andalu- 


* Ayuda de campo |., Souvenirs de la Guerre d'Espagne par un adjutant de chaussenrs, 
p- 108. Véase también Isidro Clopas Batlle, El invicro Conde del Llobregat y los hom- 
bres de Cataluña en la Guerra de la Independencia, p. 49. 

? Por alguna razón, Suchet se ganó la fama de general humanitario, Tras tomar Léri- 
da, el 13 de abril de 1810, sometió a la ciudad a un saqueo generalizado y dos doce- 
nas de habitantes fueron fusilados. Durante los siguientes cuatro años, 204 sujeros 
fueron ejecutados en Lérida. Rafael Gras y de Esteva, «Notas sobre la dominación 
francesa en Lérida», en 11 Congreso de la Guerra de la Independencia y su época, 
pp. 51-60, 90. 

1% La cita es de Soldevilla, Historia de España, vol. 6, p. 109, y aparece en Luciano de 
la Calzada Rodríguez, «La Ideología política de la Guerra de la Independencia», en 
La Guerra de la Independencia español y los sitios de Zaragoza, p. 285. 

'! Bigarré, Mémoires, pp. 270-73. Bigarré narra la siguiente historia sobre la visita de 
José a Granada. «Una de las mujeres más hermosas de esta ciudad, que pertenecía a 
una de las mejores familias del reino, llevó el delirio de su entusiasmo por su nuevo 
rey hasta suplicarle por escrito concederle el insigne favor de visitarla en el lecho.» Bi- 
garré no dice cómo respondió José a esta proposición. 

|? Geoffroy de Grandmaison, 1 Espagne et Napoleón, vol. 2, pp. 197-205. 

15 AHN, Estado, legajo 3003, núm. 2. 


68 


EL CORSO TERRESTRE 


cía y en la Mancha, José consiguió organizar milicias urbanas por 
donde quiera que pasaba y reclutó ocho regimientos de infante- 
ría **, En 1811 las milicias urbanas del sur se enfrentaron a los 
pocos guerrilleros que se encontraban en activo sin contar con 
ninguna ayuda de los franceses '?. Por su parte, en 1811 los últi- 
mos patriotas se quejaban en La Mancha: «Nosotros tenemos el 
enemigo a los umbrales de nuestra casa, y creemos demasiado sa- 
crificio el cerrar la puerta para que no entre a violarla» '*. En Va- 
lencia, la multitud derribó la estatua de Fernando VII y rindió la 
ciudad en enero de 1812, después de lo cual desapareció la resis- 
tencia en la región '”, 

Finalmente, dos millones de españoles juraron lealtad a José 
Bonaparte, incluyendo a la mayoría de la jerarquía eclesiástica y 
a muchos de los grandes de España, pero también a individuos 
que en 1808 habían apoyado la causa antifrancesa '*, Además de 


1 Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol, 8, pp. 41-65, 89; vol, 10, 
pp. 69-71. Debe destacarse que la lealtad de estos regimientos fue siempre sospecho- 
sa. En 1809 un regimiento de León desertó en masa con todas sus armas y pertre- 
chos. Bonaparte, 7/he Confidential Correspondence, carta del 21 de febrero de 1809. 
El temor a la deserción afectó incluso al «Regimiento José Bonaparte», fuerza de elite 
que se suponía iba a ser enviada a Francia en 1810 para que llevase a cabo una acción 
posterior en el norte de Europa. El proyecto fue abandonado porque José temió que 
el envío de este regimiento por Navarra pudiera convertirse en un regalo de personal 
y equipamiento para Mina. Carta del 28 de mayo de 1810 de Juan Kindelán a Gon- 
zalo O'Fárril. AHN, Estado, legajo 3003. 

1%. Gaceta de Sevilla, 3 de diciembre de 1811. 

1£ Gaceta de la Mancha, núm. 1, 13 de abril de 1811. 

17 Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. 2, pp. 264-66. La historia 
de la rendición de Valencia fue tan «dolorosa» para Gómez de Arteche —quien sólo 
aceptaba considerar la guerra como un esfuerzo unánime y patriótico— que comuni- 
có a sus lectores que no podía continuar. En la corta visita de José a Valencia, duran- 
te la breve ocupación británica de Madrid en 1812, los franceses se quedaron «atóni- 
tos al comprobar que era posible seguir adelante sin escoltas, atravesar caminos y el 
país y recibir correos desde Francia, sin temor a las bandas y guerrillas, que infesta- 
ban las comunicaciones en todo los demás lugares». Suchet, Memoirs, vol. 2, 
pp. 268-69. 

1 Artola, Los afrancesados, p. 55; Jurerschke, Los afrancesados, p. 174, Merece la pena 
volver a repetir que, a pesar del mito según el cual el clero fue «alma» de la resisten- 
cia, la mayoría de sus miembros en la España ocupada colaboró. Por ejemplo, cuan- 
do José entró en Córdoba en 1810, fue recibido con 37 cañones, por 11 sacerdotes y 
7 miembros del gobierno de la ciudad, quienes le juraron lealtad. Gaceta de Madrid, 


69 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


estos colaboracionistas, otros miles permanecieron, cuando me- 
nos, neutrales. El desesperado llamamiento de la Junta Central y 
la regencia en 1810 y 1811, implorando al pueblo que resistiese 
a los franceses como había hecho antaño, constituye un restimo- 
nio elocuente de la colaboración y la neutralidad *?. El semanario 
patriótico se quejaba asimismo de la «resistencia que notamos en 
la mayor parte de los pueblos para la extracción de la juventud», 
y condenaba el «tibio egoísmo» que había sustituido al «enarde- 
cimiento patriótico que nos hizo vencedores en las llanuras de 
Bailén» ?”. El más radical, El Robespierre español, declaraba que el 
número de los «españoles envilecidos» que trabajaba en favor de 
la sumisión de España al imperio había crecido tanto que única- 
mente las medidas más agresivas de terror podrían salvar al país”. 
No sólo era difícil reclutar soldados, sino que la deserción de los 
ejércitos españoles había alcanzado proporciones alarmantes ”. 

Es imposible, por tanto, sostener que en España se hubiera 
hecho una guerra unánime y nacional contra Napoleón. Por el 
contrario, debemos reconocer, con Mercader Riba, que «la masa 
del pueblo español, aunque esto no se reconozca comúnmente, 
aceptó [...] esta dominación de un rey extraño y de una admi- 
nistración incomprendida» *. Esto era especialmente cierto en 


1 de febrero de 1810. La campaña efectuada en 1809 y 1810 para que todos los ofi- 
ciales del gobierno se reconfirmasen en sus puestos tras prestar juramento de lealtad 
tuvo un gran éxito, aunque en Navarra, como mal augurio, no fue así. Gaceta de Ma- 
drid, 20 de agosto de 1809. 

1% AHN, Estado, legajo 13, núms. 8, 16, 17. 

20 El semanario patriótico, 11 de abril de 1811, núm. 53. El número del 9 de mayo 
de 1811 utilizaba un lenguaje similar: «Los alistamientos se eludían con sobornos y 
otros medios indecorosos como en los tiempos anteriores, y no se hacía frente al ene- 
migo con el denuedo que al principio de la revolución. Norábase además en muchos 
pueblos una fría indiferencia 6 abandono quando se trataba de resistir a los franceses; 
los padres de familia no presentaban ya espontáneamente sus hijos para sacrificarlos 
en el ara de la patria; y en fin el descontento era general quando el enemigo invadió 
las Andalucías». 

2 El Robespierre español se editó desde marzo a agosto de 1811, momento en el que 
fue suprimido por su extremo radicalismo. La cita es del segundo número, fechado el 
3 de abril de 1811. 

2 El semanario patriótico, 27 de marzo de 1811. 

2 Mercader Rica, José Bonaparte, p. 6. 


70 


EL'CORSO TERRESTRE 


las grandes ciudades y sobre todo en las provincias del sur y del 
centro, concretamente tras los desastres militares de 1808-1809. 
Lo que no significa, empero, que en España se hubiera termina- 
do con la resistencia. Simplemente, la resitúa en el campo y la re- 
considera como guerra de guerrillas. En 1808 la guerra se había 
organizado en ciudades cuyas juntas revolucionarias habían for- 
mado ejércitos regulares para combatir al francés. Una vez derro- 
tados estos ejércitos y ocupadas las ciudades, cayó sobre las gue- 
rrillas, especialmente en el norte de España, todo el peso de la 
resistencia. 


2. Galicia 


En 1809 Galicia se convirtió en el asentamiento de la primera 
insurgencia guerrillera generalizada de España ?*. En el verano de 
1808, los levantamientos populares en Galicia pusieron el poder 
en manos de una junta, la cual había conseguido reunir a miles 
de soldados. El 14 de julio de 1808, éstos sufrieron una derrota 
en Medina de Río Seco y formaron parte de la desastrosa campa- 
ña de otoño e invierno de 1808-1809, De esta forma, cuando en 
enero de 1809 el mariscal Soult invadió Galicia, descubrió una 
provincia en apariencia exhausta y derrotada, Soult halló muchos 
colaboradores en lugares como La Coruña, El Ferrol, Santiago de 
Compostela y Vigo. En efecto, en las ciudades gallegas, la mayo- 
ría de los nobles, clérigos y propietarios, ya fuera en abierta trai- 
ción, como en El Ferrol, ya por cobardía, como en Vigo y Tuy, 
recibió con los brazos abiertos a los franceses. 

En las zonas rurales, sin embargo, la resistencia cobró nueva 
vida. Desde febrero a junio de 1809, casi 56.000 campesinos 
combatieron en una clásica campaña guerrillera contra un ejérci- 


4 Los acontecimientos de la campaña gallega de 1809 se basan principalmente en 
Pardo de Andrade, Los guerrilleros gallegos de 1809; Martínez Salazar, De la Guerra de 
la Independencia en Galicia, Ramón de Artaza Malvarez, Reconquista de Santiago en 
1809; Oman, The History of the Peninsular War, vol. 2; y María Figueroa Lalinde, La 
Guerra de la Independencia en Galicia. 


71 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
to francés de 40.000 soldados a las órdenes del mariscal Soult y 
una fuerza adicional de 18.000 al mando del mariscal Ney. 
Cuando los franceses se aproximaban a las villas, los campesinos 
escapaban con su ganado y bienes, retornando a sus hogares sólo 
cuando se habían marchado. Los oficiales franceses compararon 
su paso por Galicia con «el progreso de un barco en alta mar: 
corta las olas; sin embargo, estas se sitúan justo detrás, y en unos 
instantes todo el trazo de su paso ha desaparecido» ”. Las guerri- 
llas fueron tan efectivas que, cuando Soult dejó Galicia para in- 
vadir Portugal, sólo contaba con 22.000 soldados armados frente 
a la fuerza originaria de 40.000. La mayoría de sus bajas había 
perecido, enfermado o había sido destinada a ayudar a Ney a 
mantenerse en Galicia. En consecuencia, la fuerza de Soult resul- 
tó inadecuada para la invasión de Portugal. En mayo, una pe- 
queña fuerza aliada, al mando del futuro duque de Wellington, 
obligó a Soult a salir de Oporto. Entretanto, Soult no había de- 
jado suficientes hombres con Ney para pacificar Galicia *. Ayu- 
dado por unos pocos miles de soldados regulares a las órdenes de 
La Romana, los gallegos recuperaron Vigo en marzo, Tuy en 
abril, Santiago en mayo y La Coruña y El Ferrol tras derrotar a 
Ney en la batalla de Puente San Payo a principios de junio. 
Cuando en el verano de 1809 los franceses abandonaron para 
siempre Galicia, sólo conservaban la mitad de sus fuerzas origi- 
narias de 60.0000 hombres que habían entrado en la provincia 
desde enero 7. Una vez más, las principales fuentes inglesas iden- 
tifican a Wellington como el héroe de Galicia. Según Charles 
Oman fueron las operaciones anglolusitanas del norte de Portu- 
gal las que obligaron a los franceses a retirarse de Galicia ”. La 
verdad resulta bastante más matizable, y pone de manifiesto el 
poder de las fuerzas regulares e irregulares trabajando en sim- 


%% Goodspeed, The British Campaigns, p. 72. 

26 Además de las fuentes ya citadas, véase Priego López, La Guerra de la Independen- 
cia, vol. 4, p. 136; y Gómez de Arteche, La Guerra de la Independencia, vol. Vl, 
pp. 92-102. 

7 Gabriel Lover, Napoleon and the Birth of Modern Spaín, vol. 1, p. 41. 

2 Oman, A History of the Peninsular War, vol. 2, p. 404-405. 


42 


EL CORSO TERRESTRE 


biosis. Los gallegos realmente tuvieron suerte de que Wellington 
expulsara de Portugal a los 23.000 soldados de Soult. No obstan- 
te, Wellington también se benefició del hecho de que Soult hu- 
biera dejado 37.000 hombres en Galicia, ya estuvieran enfermos, 
muertos u ocupados en combatir a los insurgentes. 

Galicia abrió los ojos de algunos comandantes franceses ante 
las dificultades de su situación en España. El mariscal Soult dejó 
un testimonio elocuente, si bien paranoico, sobre lo que había 
combatido en Galicia. «Esta provincia está en continua fermen- 
tación», escribió Soult. La resistencia de los civiles promete «ha- 
cer la guerra de este país muy carnicera, infinitamente desagrada- 
ble y de unos resultados muy remotos». Sería necesario un 
prolongado conflicto, informaba Soult a José, antes de que se 
pudiera conseguir en Galicia algo de valor ”, Los acontecimien- 
tos de Galicia también enseñaron a los líderes españoles a respe- 
tar la efectividad de la guerra de guerrillas. En concierto con los 
regulares de Wellington y La Romana, los guerrilleros habían 
ayudado a liberar Galicia y Portugal. El gobierno hispano apren- 
dió que, a pesar de la colaboración, la pérdida de los centros ur- 
banos y la destrucción de sus ejércitos, todavía podía defenderse 
la España rural. Mediante la estrategia de la guerra de guerrillas, 
era posible diseminar a las fuerzas francesas de tal modo que fue- 
ran vulnerables al ataque e incapaces de concentrarse para hacer 
frente a las fuerzas regulares aliadas *. 

El ejemplo de la resistencia de Galicia, citado con frecuencia 
como muestra de una guerra casi unánime contra Napoleón, ad- 
vierte nuevamente contra la percepción según la cual la guerra 
española fue nacional o nacionalista. Galicia se movilizó como 
resultado de una combinación de factores, la mayoría de ellos 


Y Esta traducción de la carta de Soult del 25 de junio de 1809 apareció en El sema- 
nario patriótico el 27 de julio de 1809. La versión francesa fue publicada en Oman, A 
History of the Peninsular War, vol. 2, pp. 642-43. Quizá fuera la desilusión de Soult 
en Galicia la que más tarde le convertiría en un depredador aventurero de Andalucía, 
en donde se dedicó a vaciar iglesias y residencias de sus riquezas y obras de arte en 
cuanto podía organizar su transporte a Francia. 

% El semanario patriótico, 27 de julio de 1809. 


73 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

poco relacionada con el apoyo al rey y la patria, y todavía menos 
con Dios. Durante el invierno de 1808-1809, la región había su- 
frido el continuo trasiego de los ejércitos españoles, ingleses y 
franceses. Durante la retirada de las tropas españolas al mando 
del general Blake en diciembre, Galicia fue saqueada de tal modo 
que el ejército español tuvo que comenzar a fusilar a sus propios 
soldados acusados de deserción y de crímenes contra la pobla- 
ción *!, Siguiendo los talones de los españoles, venían las tropas 
inglesas del general Moore, cuyo comportamiento fue incluso 
peor, acometiendo pillajes sin ninguna compasión en el transcur- 
so de su precipitada retirada hacia la costa y su evacuación *. 
Cuando los franceses entraron en Galicia, la provincia ya había 
sido devastada y su pueblo indispuesto. Esto obligó a los france- 
ses en enero de 1809 a requisar por la fuerza alimentos y abastos 
en detrimento del campesinado resentido. Tras el trato dado por 
las tropas regulares españolas e inglesas, resulta difícil imaginar a 
los campesinos gallegos uniéndose a las bandas guerrilleras por 
lealtad a la causa española o aliada; tampoco es probable que la 
colaboración de la mayoría del clero gallego, desde el arzobispo 
de Santiago hacia abajo, inspirase la unión piadosa a la resisten- 
cia; no obstante es fácil imaginar a los campesinos convertidos 
en partisanos cuyo fin era detener la depredación francesa de los 
últimos alimentos que les quedaban. 

De hecho, no necesitamos imaginar nada ya que no existe 
ningún misterio en explicar por qué se formó la primera partida 


1 La correspondencia relativa al ejército de Blake en Galicia se encuentra en AHN, 
Estado, legajo 42, nos. 155-160. El general La Romana pensaba que «la deserción es- 
candalosa» había sido provocada por la cobardía de los oficiales de Blake; sin embar- 
go, la falta de calzado, comida y paga que siguió a la derrora fue, con más seguridad, 
la que provocó los problemas. 

*2 El general La Romana escribía el 18 de enero: «Es criminalísima su conducta [de 
Moore], nos ha perdido el Reyno de Galicia; ha infundido el desaliento, el terror, y 
el desgusto en el exército [...]. Nos ha privado de todos los medios de subsistir, por 
donde han pasado sus tropas, permitiéndolas la total desolación del país». Martínez 
Salazar, De la Guerra de la Independencia en Galicia, p. 122. Napoleón escribió a José 
que había escuchado que los «graneros de todas las villas de Galicia estaban llenos de 
ingleses, ahorcados por los campesinos en venganza por su terrible depredación». Bo- 
naparte, The Confidential Correspondence, carta del 9 de enero de 1809, 


74 


__EL CORSO TERRESTRE 


guerrillera. El 9 de febrero, cerca de Tuy, Marcelino Troncoso y 
Sotomayor, cura de Couto, reunió una banda de hombres que 
constituyó el núcleo del ejército más importante de Galicia, la 
poderosa División del Miño. Troncoso no movilizó a sus compa- 
triotas con llamamientos al nacionalismo o la piedad, aunque 
fuera sacerdote. Más bien se unió a ellos con objeto de combatir 
a los franceses para detener una nueva contribución anunciada 
por el mariscal Soult. Éste había ordenado que las ciudades de 
Crecente y Alveos lo abastecieran de caballos, pienso y alimentos 
para 20.000 raciones. Las ciudades cumplieron, pero Troncoso 
embargó las raciones antes de que pudieran ser repartidas y orde- 
nó la pena de muerte para los residentes jóvenes que no se unie- 
ran a sus fuerzas. Ese mismo día su nueva partida de dispuestos 
voluntarios dio muerte a quince soldados franceses y capturó a 
otros 51. Durante los dos meses siguientes Troncoso emprendió 
una clásica campaña guerrillera: aisló del campo al enemigo, hizo 
que la recaudación fiscal fuese irregular, obligó a Soult y Ney a 
enviar partidas de requisición con objeto de alimentar a sus tro- 
pas a las que tendió emboscadas, y con las armas y alimentos 
capturados incrementó el número de seguidores. A finales de fe- 
brero, Troncoso fue nombrado general de la División del Miño, 
la cual contaba con 8.000 hombres, alcanzando a finales de mar- 
zo los 16.000. 

Lo acontecido tras la retirada de Galicia por parte de los fran- 
ceses nos da alguna pista sobre los motivos por los que los galle- 
gos combatieron. En vez de perseguir a Ney y Soult por León y 
Castilla, los gallegos permanecieron en su tierra *, Lo cierto es 
que en Galicia nunca existió ninguna preocupación por liberar 
España. El objetivo de la junta y de los soldados gallegos siempre 
se limitó a despejar su provincia de soldados franceses. Ésta es la 
razón por la que hasta el final de la guerra fracasó estrepitosa- 


Y Ya en 1808 se habían producido ciertas dificultades para utilizar fuerzas gallegas 
fuera de Galicia, lo que seguiría siendo problemático durante toda la guerra. La co- 
rrespondencia sobre este asunto puede encontrarse en AHN, Estado, legajo 28, nú- 
mero 23, legajo 42, núm. 102. 


75 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


mente cualquier intento de mantener las unidades gallegas intactas 
y de reunir nuevos reclutas, una vez que Francia hubo abandona- 
do la provincia. Galicia, que había demostrado ser un sumidero 
de tropas francesas en la primavera de 1809, no representaría casi 
ningún papel durante el resto de la guerra. 

En enero de 1810, cuando se comenzó a temer por una nueva 
invasión francesa de Galicia, la Junta reclutó 20.000 hombres, 
pero una vez que hubo pasado la amenaza, esta fuerza fue disuel- 
ta y no se pudo utilizar fuera de la provincia, donde se precisaba 
perentoriamente, Es más, no sólo desertaron estos reclutas, sino 
que cientos de miles de jóvenes abandonaron Galicia hacia 
Oporto y Lisboa a fin de escapar a su alistamiento en el ejército 
español. El cónsul español en Oporto intentó apelar al patriotis- 
mo de aquellos apátridas, invocando al rey, a la patria y a la reli- 
gión. Por el lenguaje que utilizó, empero, no había lugar a dudas 
de que comprendía bien los límites del patriotismo de sus con- 
ciudadanos: la defensa, 


..» del rey, de la Patria, y de la Religión, llama imperiosamente a to- 
dos los naturales de Galicia, que se hallen en estado de tomar las ar- 
mas, para que concurran con sus Paysanos a arrojar los crueles Inva- 
sores de su Patria (en caso que sea nuevamente invadida), y defender 
hasta los últimos esfuerzos sus hogares, y familias... %. 


La clave para comprender esta apelación «patriótica» está en la 
frase «en caso que sea nuevamente invadida», que sólo podía 
aplicarse a Galicia, no a España, dado que la mayor parte de Es- 
paña ya estaba ocupada. Ciertamente, el cónsul español com- 
prendía que la «patria» que podría inducir a los gallegos a luchar 
era Galicia, no España. En efecto, cuando se supo que Galicia es- 
taba a salvo de la amenaza francesa y que se iban a enviar a los 
reclutas a Cádiz y no a Galicia, se hizo imposible todo esfuerzo 
de reclutamiento en Portugal. La Junta de Galicia se vio obligada 
a despachar un agente, José Benito Munin, para que reuniese a 


* Figueroa Lalinde, La Guerra de la Independencia en Galicia, p. 136. 


76 


EL CORSO TERRESTRE 


los voluntarios expatriados, si bien tan sólo pudo reclutar 150 
hombres, a pesar de pagarles generosamente por su patriotismo. 
Todavía peor, de los 150 hombres que aceptaron el soborno de 
Munin, 100 desertaron antes de alcanzar la frontera portugue- 
sa. Munin no dudaba de que sus dificultades para reclutar se de- 
bían a que los potenciales reclutas sabían de buena mano que no 
iban a ser destinados a Galicia y no deseaban luchar en otros lu- 
gares de España. 

La historia de la guerra de guerrillas en Galicia muestra que 
debemos ser más precavidos con las interpretaciones simplistas 
que hacen de la resistencia en España un símbolo del nacionalis- 
mo hispánico, o un signo de lealtad a Fernando y a la Iglesia ca- 
tólica. Aunque estas lealtades no estuvieron ausentes de Galicia, 
no fueron suficientes para hacer que los jóvenes pusieran en peli- 
gro sus vidas. Á principios del siglo XIX, la nación todavía era ru- 
dimentaria, distante, desconocida y rechazada. De la misma for- 
ma, la Iglesia y el rey eran menos apreciados y «deseados» de lo 
que la retórica patriótica hacía creer a algunos. Los gallegos lu- 
charon contra la ocupación francesa en la primavera de 1809 
porque no tenían otra elección si pretendían continuar sobrevi- 
viendo, Cuando apareció la posibilidad de elegir, los campesinos 
gallegos prefirieron quedarse en sus hogares, Un comportamien- 
to que se repetiría en otros lugares de España. 


3. La Junta y las guerrillas 


El éxito de la campaña gallega convenció al gobierno español de 
aceptar la guerra de guerrillas como medio de salvación. En el 
verano y otoño de 1808, mientras España todavía contaba con 
ejércitos aparentemente fuertes para presentar batalla, la Junta 
Central se había opuesto a la formación de partidas guerrilleras *. 
Lo que la Junta temía era que la existencia de guerrillas alentara 


% Los líderes políticos y militares de España mantuvieron siempre un fuerte perjui- 
cio contra las guerrillas. Cada cierto tiempo, cuando el gobierno se sentía lo sufi- 


77 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


la deserción de las unidades regulares, Sin embargo, tras una se- 
rie de derrotas entre noviembre de 1808 y enero de 1809, pare- 
cía claro que España no podía mantener un ejército que hiciera 
frente a los franceses. Las emboscadas a los franceses rezagados y 
a los pequeños destacamentos, el aislamiento de las guarniciones 
enemigas y el desmantelamiento de las requisiciones y recauda- 
ciones fiscales de los franceses se presentaron como las estrategias 
más efectivas de resistencia en la mayor parte de España. Esta 
pérdida de confianza en las estrategias y tácticas basadas en el 
ejército regular se incrementó tras la mediocre actuación del ejér- 
cito español en la afortunada campaña de Talavera y tras su de- 
rrota en la terrible batalla de Ocaña el 19 de noviembre. Rendida 
Gerona el día 10 de diciembre, la guerra de guerrillas parecía el 
único medio de resistencia, en especial en el fuertemente ocupa- 
do norte de España”. 

Por consiguiente, la Junta Central promulgó una serie de de- 
cretos otorgando existencia legal a las guerrillas. El 28 de diciem- 
bre de 1808, la Junta aprobó su primer «Reglamento de Partidas» 
que fijaba los procedimientos necesarios para la organización de 
partidas guerrilleras en toda España. El 1 de enero de 1809, la 
Junta aprobó un «Manifiesto de la Nación Española a la Europa» 
que justificaba la movilización de civiles. El manifiesto describía 
los actos de indescriptible salvajismo perpetrados por las tropas 
francesas contra los españoles. Sus soldados habían profanado los 
hogares españoles «con la violación de las madres y de las hijas, 
que tenían que sufrir todos los excesos de su brutalidad a vista de 
sus padres y esposos despedazados: los niños eran clavados a las 
bayonetas y llevados en triunfo como trofeos militares». Habían 
saqueando conventos y monasterios, y los habían convertido en 
cuarteles y prostíbulos, mientras que la violación de monjas y el 
asesinato de monjes se habían convertido en una rutina. Los 


cientemente fuerte desde el punto de vista militar, volvía a adoptar esta actitud nega- 
tiva. AHN, Estado, legajo 13, núm. 4. 

3% Las fuerzas españolas en Ocaña comenzaron la campaña con casi 60.000 hombres; 
sin embargo, tres semanas más tarde sólo pudieron reunir 24.000, Oman, A History 
of the Peninsular War, vol. 3, pp. 95, 530-31. 


78 


_ EL CORSO TERRESTRE 


franceses eran «monstruos feroces, no hombres, contra los cuales 
todos los medios de venganza, todos los caminos de exterminio, 
por horribles, y sin exemplo que se los suponga, están autori- 
zados...» >. 

Esta violenta retórica no era simple exageración. La increíble 
brutalidad francesa en España, capturada por Goya en las imáge- 
nes espectrales de los «Desastres de la Guerra», no tenía muchos 
precedentes y obligó al pueblo a redefinir sus ideas sobre la gue- 
rra. La infame declaración del mariscal Soult del 9 de mayo de 
1810, que definía toda resistencia al dominio francés como ban- 
didaje y condenaba a todos los prisioneros españoles a la pena de 
muerte, simplemente codificó las prácticas francesas que habían 
tenido lugar desde el principio *, Incluso en Medina de Río Seco 
en julio de 1808, los franceses asesinaron fríamente a sus prisio- 
neros españoles y, en medio del saqueo generalizado, tuvieron 
tiempo para pasar a cuchillo a todos los monjes franciscanos de 
la ciudad *. 

Esta sed de sangre comenzaba al más alto nivel. El 10 de ene- 
ro de 1809, Napoléon aconsejaba a José que «ahorcase a unos 
pocos» madrileños. Al día siguiente escribió a su hermano otra 
carta todavía más sedienta de sangre, donde le pedía que «ahor- 
case una docena de personas en Madrid». Finalmente, el 12 de 
enero, con increíble sangre fría, ordenó a su hermano llevar a 
cabo un asesinato en masa: 


Debes colgar en Madrid a una veintena de los peores caracteres. 
Para mañana tengo la intención de ahorcar aquí a siete que se han 
destacado por sus excesos. Han sido secretamente denunciados a 
mí por gente respetable a quienes su existencia molesta y quienes 
recobrarán sus espíritus cuando aquéllos desaparezcan. Si Madrid 
no se libera de al menos 100 de estos revoltosos, no podrás hacer 
nada, 


' _AHN, Estado, legajo 13, núm. 1. 
' Toreno, Historia del levantamiento, vol. 3, pp. 265-66. 
Y Thiry, La Guerre d Espagne, p. 224. 


79 


: LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
Napoléon escribía a su hermano desde Uclés, donde estaba a 
punto de acabar con el Ejército del Centro español. Cuando 
ganó la batalla el 13 de enero y la ciudad se rindió, su ansia de 
sangre no se apaciguó con siete asesinatos: Napoleón ordeno ma- 
tar a 69 notables *”. 

En respuesta a las atrocidades francesas y a la derrota militar, 
la Junta Central ordenó el 17 de abril de 1809 la formación de 
«el corso terrestre», autorizando a que todos los habitantes se ar- 
masen y se uniesen a bandas guerrilleras. En aquel año se forma- 
ron numerosas partidas guerrilleras con soldados regulares dis- 
persos que huían de los despojos y ruinas de batallas como la de 
Ocaña. Algunos estaban dirigidos por oficiales procedentes de 
los ejércitos españoles derrotados. Así, a finales de 1809, en la 
zona sudoccidental de Zaragoza, tres oficiales, José Joaquín Du- 
rán, Ramón Gayán y Pedro Villacampa, estaban al mando de 
3.000 a 4.000 hombres, muchos de los cuales eran desertores 
procedentes de formaciones regulares*'. Julián Sánchez, que diri- 
gía una partida guerrillera en León, había comenzado su carrera 
como sargento de caballería luchando por Salamanca con el ge- 
neral Del Parque *?, Con todo, la mayoría de las unidades forma- 
das a partir de regulares dispersos fue reintegrada en el Ejército 
Español en 1810%, 

A largo plazo fueron más prometedoras las partidas guerrille- 
ras formadas por campesinos voluntarios o por los nuevos reclu- 
tas incorporados a las milicias provinciales formadas por las jun- 
tas. En algunos casos, los oficiales regulares encabezaron estas 
fuerzas. El general Juan Díaz Porlier fue autorizado por el gene- 
ral La Romana para operar con dos regimientos en Asturias. No 
obstante, ésta fue una típica formación guerrillera muy vinculada 
a Asturias. En efecto, la Junta de Oviedo le prohibió, en al me- 


'* Bonaparte, The Confidential Correspondence; Oman, A History of the Peninsular 
War, vol. 2, p. 12. 

1! Alexander, Rod of Iron, pp. 28-31. 

E «Expedientes personales de los generales», AHN, Estado, legajo 42, núm. 152. 

1 AHN, Estado, legajo 42, núm. 220. Gómez de Arteche, La Guerra de la Indepen- 
dencia, vol. 1, pp. 7-8. 


80 


EL CORSO TERRESTRE 


nos una ocasión, utilizar a los reclutas asturianos fuera de la pro- 
vincia y cuando intentó hacerlo se encontró frente a la oposición 
y a la deserción *. Así pues, el modelo de patriotismo local ob- 
servado en Galicia se repitió en Asturias. 

El localismo es, de hecho, un rasgo de la guerra de guerrillas, 
El principal propósito de la guerrilla es limitar los contactos del 
enemigo con el campo. Para conseguirlo, las guerrillas atacan a 
las partidas de requisición del enemigo, a sus recaudadores de 
impuestos, sus sistemas de abastecimiento y a las columnas lige- 
ras enviadas en incursiones punitivas. Asimismo disciplinan a los 
colaboradores, que generalmente son más frecuentes en las áreas 
urbanas. Al golpear a estos objetivos militares y a estos «traido- 
res» urbanos, los campesinos guerrilleros protegen a sus familias 
y a sus propiedades, lo que Mao denominó el «mar conveniente» 
en el que las guerrillas operan y consiguen su sustento, Esta es- 
trategia, junto a las tácticas de emboscada y retirada, requiere 
unidades guerrilleras que permanezcan cerca de sus hogares, de 
forma que puedan mezclarse con la población civil entre batalla 
y batalla, adquirir alimentos que compensen la falta de intenden- 
cia, y dedicarse a la agricultura. Cuando las fuerzas guerrilleras 
tratan de operar como si fueran unidades regulares al servicio de 
una idea estratégica nacional, los resultados suelen ser desastro- 
sos. Ésta es la razón por la que la guerra de guerrillas nunca es 
una guerra nacional, a pesar de que la propaganda afirme siem- 
pre lo contrario. 

A veces el localismo degeneraba en simple bandidaje. En el 
período que va desde mediados de 1809 a 1810, el problema de 
bandidaje fue especialmente grave. Uno de los más infames cor- 
sarios de 1809, don Antonio Temprano, monje de la orden de 
los Mercedarios Calzados, rechazaba abiertamente motivos más 
elevados. A menudo evitaba a los soldados franceses y, por el 
contrario, prefería aterrorizar y saquear villas alrededor de Ma- 
drid, diciendo a sus hombres que España había entrado en «la 
época de hacer lo que uno quiere». La trayectoria de Temprano 


* «Partidas mandadas por guerrilleros», AHN, Estado, legajo 41, E. 


8l 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


no fue una excepción aislada. Otros, como Saornil en Zamora o 
Piloti cerca de Madrid, acabaron también por degenerar en me- 
ros criminales *. Asimismo es cierto que en la mayor parte de 
España las partidas guerrilleras todavía no habían aparecido o te- 
nían una incidencia muy limitada. No obstante, en el norte de 
España algunos de los guerrilleros, tras 1809, juntaron fuerzas 
efectivas, si bien pequeñas. Longa en el País Vasco, Cuevillas en 
La Rioja, Merino en Burgos, Julián Sánchez en León y muchos 
otros, juntos hicieron que la ocupación del norte de España fue- 
ra para los franceses una constante pesadilla. Uno de los guerri- 
lleros más efectivos fue Juan Martín, el Empecinado, que alcanzó 
sus mejores éxitos en Guadalajara. 


4. El Empecinado 


Juan Martín comenzó su carrera como guerrillero antes incluso 
del 2 de mayo de 1808, cuando se dedicaba a atacar convoyes de 
correos y a rezagados”, Aunque la información sobre sus prime- 
ras actividades sea dudosa, parece que operó con una pequeña 
banda de doce hombres a caballo —un número quizás más sim- 
bólico que real — por la región de Aranda de Duero, a poca dis- 
tancia de su hogar en la provincia de Valladolid. El 10 de junio, 
Martín participó con su caballería en la batalla de Cabezón, cuyo 
desastroso resultado lo convenció de volver a su estrategia más 
efectiva y beneficiosa de golpear y huir, para trasladarse poste- 
riormente a tierras segovianas. Durante el siguiente año, Martín 
comenzó a relacionarse con la Junta Central y consiguió el grado 
de capitán de caballería, con lo que empezó a operar menos 


1 «Partidas mandadas por eclesiásticos», AHN, Estado, legajo 41, C. 

1% Para la información sobre Juan Martín he contado con la reciente biografía reali- 
zada por Andrés Cassinello Pérez, Juan Martín, «El Empecinado», o el amor a la li- 
bertad. Aunque el autor carezca, en mi opinión, del escepticismo apropiado para 
tratar el patriotismo de su protagonista, su trabajo es excelente, la mejor biografía de 
todos los guerrilleros. Véase también Gómez de Arteche, «Juan Martin, el Empe- 
cinado». 


82 


EL CORSO TERRESTRE 


como un guerrillero y más como ayuda de campo de los ejércitos 
españoles regulares que combatían sin éxito en el oeste de España. 

Una vez más, la experiencia de la derrota obligó a Juan Mar- 
tín a reconstruir su carrera como guerrillero, esta vez en Guada- 
lajara. En el otoño de 1809, Martín tenía 300 hombres a caballo 
y 200 de infantería. La incorporación de infantería a su fuerza es 
un indicador de la transición hacia una formación más propia- 
mente guerrillera. Los mejores ejércitos guerrilleros de la historia, 
que dependen de campesinos armados, consisten siempre y prin- 
cipalmente en una infantería vinculada a su territorio doméstico. 
A medida que la fuerza de Martín crecía durante 1810, declina- 
ba el porcentaje de desertores y de caballería, mientras que el de 
infantería, procedente del campesinado de Guadalajara, se incre- 
mentaba. Apoyado por la Junta de Guadalajara, Juan Martín ini- 
ció una típica campaña guerrillera, atacando los convoyes de co- 
rreos y avituallamiento, y protegiendo las comunidades rurales 
de las partidas de requisición francesas y de las columnas ligeras. 
En el verano de 1810, el Batallón de Tiradores de Sigienza, co- 
mandado por Martín, oscilaba entre los 2.000 y 3.000 hombres. 

El éxito de Juan Martín llamó una vez más la atención del go- 
bierno. La regencia lo nombró brigadier y, de nuevo, El Empeci- 
nado cayó en la tentación de actuar como si sus hombres fueran 
tropas regulares. En noviembre de 1810, tras indisponerse con 
sus hombres por haberles pedido que permanecieran movilizados 
y que se comportasen con la disciplina propia de una unidad del 
ejército regular, el Batallón de Tiradores de Sigiienza desertó. Así 
comenzó una serie de terribles desastres para Juan Martín, todos 
por una misma causa: la tensión entre el localismo inherente a 
una guerra de guerrillas efectiva y el deseo de Juan Martín de ac- 
tuar de acuerdo al horizonte estratégico más ambicioso del go- 
bierno español y de los mandos militares. 

A principios de 1811, el mariscal Suchet avanzó sobre Valen- 
cia y el capitán general de esta ciudad pergeñó un plan de defen- 
sa. Pidió al Empecinado, el cual había rehecho sus fuerzas en 
Guadalajara, que atacase a Suchet por la retaguardia. Desafortu- 
nadamente, no fue capaz de actuar con efectividad lejos de su 


83 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN _ 


base doméstica debido a la resistencia de sus hombres y a la Jun- 
ta de Guadalajara, quienes no le permitirían llevar a «sus» reclu- 
tas a la lucha en Valencia. Los desencuentros de noviembre de 
1810 resurgieron y comenzaron a minar la moral. Lo peor estaba 
todavía por llegar. En junio Juan Martín recibió una vez más la 
orden de atacar a Suchet en Valencia. En esta ocasión la orden 
vino de su superior a la cabeza del Segundo Ejército, y Juan Mar- 
tín decidió cumplirla. Sin embargo, la Junta de Guadalajara se 
mostró inflexible en su negativa de que Martín extrajera tropas 
de la provincia y, para ello, fomentó un motín con objeto de ase- 
gurarse que no lo haría. La rebelión acabó con la total disolución 
del ejército de Juan Martín, que había llegado a contar con 
4.000 hombres”, 

La lección que puede extraerse de aquí es que los voluntarios 
de Guadalajara sólo fueron leales a su misión de proteger Guada- 
lajara, y no a Juan Martín, ni a España y ni, evidentemente, a la 
estrategia nacional ideada por el comandante del Segundo Ejér- 
cito. Como consecuencia, los franceses capturaron a cientos de 
tropas desorganizadas, mientras que los 400 soldados de caballe- 
ría que permanecieron con el Empecinado no demostraron ser 
muy buenos para las operaciones regulares. Los fracasos de 1811 
acabaron con la independencia de Juan Martín como líder gue- 
rrillero, y su mando fue totalmente integrado en el Segundo 
Ejército. Por fortuna, Guadalajara consiguió mantener su impor- 
tancia estratégica en 1812 y Juan Martín siguió disfrutando del 
éxito mientras operó en Guadalajara, especialmente en los mo- 
mentos en que la situación requería tácticas guerrilleras. No obs- 
tante, cuando intentaba combatir fuera de la provincia, sus hom- 
bres desertaban. Sus intentos por reclutar hombres en Aragón y 
Otras provincias tuvieron resultados similares. En el momento 
que alejaba demasiado a sus reclutas de sus hogares, éstos volvían 


" El semanario patriótico del 1 de agosto de 1811 idenrificó (equivocamente) «el 
maldito espíritu de provincialismo o sea de federalismo» como la raíz del problema 
de Juan Martín, De hecho, fue el localismo lo que permirió a España derrotar a Na- 
poleón. Las dificultades de Juan Martín surgieron de su intento de utilizar las fuerzas 
guerrilleras como si éstas fueran regulares. 


84 


EL CORSO TERRESTRE 


a desertar **, En realidad, resulta tremendamente irónico que el 
hombre que, sin lugar a dudas, fue uno de los mejores comba- 
tientes de la guerrilla española, no alcanzase a comprender cuán 
superficial era el parriotismo de sus soldados ni cuán limitadas 
eran las opciones estratégicas de una campaña guerrillera. En los 
últimos años de la guerra, como parte del ejército regular, Juan 
Martín abandonó la estrategia guerrillera de proteger las cosechas 
en favor de una estrategia militar más tradicional, aunque en 
esto tuvo menos éxito que como guerrillero. 

¿Qué es lo que nos indican los acontecimientos de Galicia, 
Asturias, Guadalajara y otras partes sobre la naturaleza de la gue- 
rra en España? Primero, sabemos que la mayoría de España cola- 
boró, especialmente desde Madrid hacia el sur. La resistencia se 
hizo imposible en la mayoría de las ciudades que los franceses 
habían ocupado a principios de 1810. Por otro lado, tras la des- 
trucción de los ejércitos españoles, las guerrillas comenzaron a 
combatir el control francés del norte de España con una estrate- 
gia y unas tácticas inventadas para la ocasión. A primera vista, la 
evidencia no parece apoyar la idea de que los partisanos luchasen 
por Dios, por la patria y el rey. Por el contrario, el patriotismo 
local e incluso los factores personales son los que parecen haber 
motivado la resistencia. Merino, por ejemplo, se hizo guerrillero 
porque los franceses lo humillaron al utilizarlo como caballo de 
carga para portar un conjunto de instrumentos musicales. Julián 
Sánchez formó una guerrilla cerca de Salamanca tras el asesinato 
de su familia en manos francesas. Incluso Juan Martín, conside- 
rado por algunos como un verdadero patriota, pudo haber em- 
pezado su carrera tras la agresión sexual de su novia perpetrada 
por los franceses Y. Parece también que muchas de las partidas 
formadas en 1809 se nutrieron de desertores, sobre todo a caba- 


1% Cassinello Pérez, Juan Martín, p. 179. 

Y «Partidas mandadas por eclesiásticos», AHN, Estado, legajo 41, C; «Partidas man- 
dadas por guerrilleros», AHN, Estado, legajo 41, E; Eduardo Ontañon, El cura Meri- 
no; Fernando Solano Costa, «La resistencia popular en la guerra de la independencia: 
el guerrillero», en La Guerra de la Independencia Español y los Sitios de Zaragoza, 
pp. 387-423; Gómez de Arteche, «Juan Martín el Empecinado». 


85 


o 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


llo, y que principalmente realizaron operaciones que tomaron 
prestadas, aunque no siempre, de la estrategia de la guerra de 
guerrillas. La mayoría de estas unidades fueron reintegradas en el 
ejército tras 1810, mientras que otras simplemente desaparecie- 
ron. Otros movimientos guerrilleros provinciales, empero, con- 
servaron su independencia y crecieron. El más importante de 
ellos surgió en Navarra. 


86 


CAPÍTULO 4 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN 
EN NAVARRA 


1. Zaragoza y Navarra 


En el verano de la revolución de 1808, Navarra era una de las 
provincias más pacíficas de toda España. Pamplona fue incapaz 
de generar una revuelta como la del Dos de Mayo en Madrid o 
un movimiento revolucionario como el de Valencia. La burgue- 
sía conservadora, la nobleza residente y el rico clero de la peque- 
ña capital vicerreal impidieron la persistencia de cualquier des- 
orden espontáneo '. Además, la presencia de cerca de 2.400 
soldados franceses y de sus tropas auxiliares españolas atrinche- 
radas en la ciudadela desalentó cualquier resistencia ?. Finalmen- 
te, la colaboración de los oficiales del gobierno de Pamplona 
impidió que la rebelión de Navarra tuviera una dirección cen- 
tralizada. En 1808 el virrey y la Diputación seguían las directi- 


' Capitán De Choisy, informe de 2 de abril de 1808, AAT, C8, 3. 

? El 8 de mayo de 1808 el comandante francés, el general D'Agoult, escribió que el 
estupor generalizado reinaba en la ciudad. AAT, C8, 6. Los informes sobre la situa- 
ción del general desde abril en adelante atestiguan la persistente tranquilidad de la ca- 
pital, a excepción del breve período de desórdenes ocasionados por las fiestas de San 
Fermín. AAT, C8, 381. 


87 


. LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN y 
vas francesas con un entusiasmo innecesario, actuando como 
nexo entre el poder de ocupación y el pueblo, y apelando a la 
cooperación con Francia para conseguir la «regeneración» de la 
nación ?. 

Fuera de la capital hubo algunos indicios de resistencia. La 
ciudad de Estella, en particular, fue escenario de un temprano le- 
vantamiento contra los franceses *. El 25 de abril llegaron a Es- 
tella noticias sobre las dificultades de Fernando en Bayona, 
mientras que, al mismo tiempo, comenzó a circular el rumor de 
que los franceses estaban alistando jóvenes navarros. La multitud 
se echó a la calle portando la escarapela roja; sin embargo, como 
en otros lugares, fueron las noticias sobre la abdicación de Fer- 
nando las que precipitaron la rebelión abierta, El 1 de junio, la 
muchedumbre obligó al ayuntamiento de la ciudad a disolverse, 
y dos días más tarde el nuevo concejo, purgado ahora de «cola- 
boracionistas», hizo circular una proclama por la región circun- 
dante apelando al pueblo para que acudiese en defensa de Este- 
lla. El virrey de Pamplona envió alguaciles para arrestar a los 
líderes rebeldes, si bien fueron puestos en fuga tras una breve es- 
caramuza en la que uno de ellos cayó muerto. 

Mientras tanto, la petición de apoyo de Estella a sus vecinos 
encontraba poca respuesta. En Viana, una junta especial de sa- 
cerdotes y otros líderes neutralizó las demandas populares en fa- 
vor de la distribución de armas. Los oficiales municipales de 
Corella escribieron una carta a la Diputación que reflejaba no 


* Decreto de la Diputación del 31 de mayo de 1808, AAT, C8, 7. Los oficiales del 
gobierno coincidían con Miguel Azanza, navarro y principal colaborador de José Bo- 
naparte, en que los borbones debían ser reemplazados por una monarquía bonapar- 
tista, de la cual se esperaba una España rejuvenecida. AGN, Guerra, legajo 15, car. 5, 
Los diputados y el virrey estuvieron presentes en Irún durante la entrada triunfal en 
España de José el 9 de julio, y fueron de los primeros entre los muchos oficiales espa- 
ñoles que prestaron juramento de lealtad en presencia del nuevo rey. 

? Para la siguiente discusión sobre los acontecimientos de Estella y la respuesta dada 
por otros municipios a sus disturbios he utilizado la «Relación histórica de los suce- 
sos más notables ocurridos en Estella durante la Guerra de la Independencia», AGN, 
Guerra, legajo 21, car. 21; y la voluminosa correspondencia de AGN, Guerra, legajos 
14 y 15. 


88 


A _EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA. 

sólo el grado de propagación del impulso revolucionario, sino 
también la forma en que éste podía ser detenido si las elites 
municipales permanecían unidas. La ciudad advirtió a Pamplo- 
na que 


,.- se alteró algún tanto la quietud y sosiego público por parte del 
bajo Pueblo de esta Ciudad; exemplos de otros Pueblos vecinos y el 
pasar por esta jurisdicción muchos sugetos con escarapelas encarna- 
das, juntamente con la voz difundida entre Gentes sin educación, de 
que las Tropas Francesas se llebaban consigo la Juventud de los Pue- 
blos, fueron al parecer la causa del alboroto e inquietud que se dejó 
ver en ésta. 


Durante la primera semana de junio un intento de derribar 
el gobierno municipal resultó abortado por parte de un grupo 
de «sugetos de luces» que incluía curas y clero regular, «de quie- 
nes me valí para el efecto, se esmeraron con el mayor ardor y 
celo infatigable en coadyubar mis ideas, y cooperaron con tal 
eficacia, que vi con la mayor complacencia restablecidos el so- 
siego y quietud pública...». Ciertos aspectos destacan en esta 
misiva «colaboracionista»: la importancia de la imaginería revo- 
lucionaria —escarapelas encarnadas; la identificación entre re- 
volución e ignorancia y entre orden e ilustración; las funciones 
del rumor en el desencadenamiento de la sedición, especial- 
mente ante el temor al alistamiento por los franceses; y la acti- 
vidad del clero de Corella para paralizar la revolución munici- 
pal, lo que ilustra, una vez más, el ambiguo papel de la Iglesia 
en la resistencia española. Este mismo proceso tuvo lugar en al- 
gunas otras ciudades de Navarra, especialmente en la Ribera, 
donde los oficiales tomaron medidas activas para impedir la 
movilización propuesta por Estella e informaron con orgullo de 
los hechos a Pamplona. 

El fracaso de la revolución en el resto de Navarra condenó al 
aislamiento y al colapso todos los esfuerzos de Estella. Finalmen- 
te, Estella reclutó tres compañías de hombres, armados con caya- 
dos de pastor, viejas espadas y algunas rústicas armas de fuego. Se 
levantaron barricadas en las calles y todo estaba preparado para 


89 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
la respuesta francesa. Sin embargo, por sí misma Estella no era 
un objetivo militar de importancia y los franceses pasaron por 
alto la ciudad. De este modo, no hubo revolución de 1808 en 
Navarra, por lo que el liderato rebelde efectivo tuvo que proce- 
der inicialmente de fuera de la provincia, especialmente de la 
cercana Zaragoza. 

En Zaragoza, José Palafox y su junta revolucionaria habían to- 
mado el control de la ciudad y habían comenzado a prepararla 
para un ataque francés. Desde Pamplona, los franceses enviaron 
una fuerza de casi 4.000 hombres al mando del general Lefebvre- 
Desnóettes con objeto de hacer frente a los rebeldes zaragozanos. 
Para llegar a Zaragoza, los franceses tenían que pasar por Tudela, 
la segunda ciudad de Navarra, situada en la ribera del río Ebro, a 
más de 24 kilómetros al norte de la frontera con Aragón. Palafox 
esperaba detener el avance francés en Tudela, por lo que el 31 de 
mayo se ofreció a mandar hombres y armas a dicha ciudad. En 
un principio el gobierno municipal rechazó la oferta, ya que éste 
no tenía ningún interés de sacrificarse por el bien de Zaragoza ?. 
Sin embargo, había en Tudela quienes deseaban combatir y 
cuando los detalles de la oferta de Palafox se filtraron al público 
el 2 de junio, la multitud se congregó en las calles exigiendo que 
el ayuntamiento presentara combate. La muchedumbre, reforza- 
da con 200 jóvenes procedentes de la revolucionaria Estella, 
obligó a los oficiales de la ciudad a retirarse a casa de un notable 
local, José Yanguas y Miranda. Allí se reunió una junta especial 
de líderes de la comunidad. El 3 de junio, esta junta se rindió 
aparentemente a los revolucionarios y prometió aceptar la ayuda 
de Palafox e intentar bloquear el paso del Ebro. 

La ciudad tenía exactamente tres días para preparar un plan 
de batalla; sin embargo, la junta actuó muy lentamente, por lo 


* La siguiente historia de Tudela se ha reconstruido a partir de la «Relación de las 
ocurrencias en la ciudad de Tudela durante la Guerra de la Independencia», AGN, 
Guerra, legajo 19, car. 38; «La defensa de la Ciudad de Tudela», AGN, Guerra, lega- 
jo 19, car. 32; materiales del AGN, Guerra, legajo 15, carpetas 6, 9, 15; las cartas e 
informes del general Lefebvre-Desnóettes, AAT, C8, 7; y Gonzalo Forcada Torres, 
Tudela durante la Guerra de la Independencia. 


90 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA 


que Tudela fue abandonada sin apenas defensa. El 6 de junio 
los campesinos avistaron una columna francesa a unos pocos 
kilómetros. Era la fuerza de Lefebvre-Desnóettes que acababa 
de aniquilar a los rebeldes en Logroño el 4 de junio. En el úl- 
timo momento 2.000 reclutas llegaron desde Zaragoza, y se 
unieron, tras de las barricadas levantadas con precipitación, al 
millar de jóvenes mal armados procedentes de Tudela y de su 
campo circundante. Justo antes de la batalla, la junta trató de 
pedir la paz, si bien sus esfuerzos se vieron arruinados por la 
acción de los zaragozanos, que abrieron fuego el 8 de junio. 
Una vez iniciada la batalla, los franceses barrieron a los espa- 
ñoles y pronto obligaron a la ciudad a rendirse. Lefebvre in- 
formó de que sólo dos soldados franceses habían muerto 
mientras que unos pocos habían caído heridos. Los españoles 
sufrieron 24 bajas y la mayoría de los defensores escapó a Za- 
ragoza. La junta de Tudela se pasó rápidamente a los franceses 
y la calma quedó reestablecida. 

Las condiciones de la resistencia y de la rendición de Tude- 
la ponen de manifiesto el desarrollo incompleto en el que se 
encontraban las fuerzas revolucionarias. Según el gobernador 
de Aragón, los tuledanos «yacían en la indolencia» durante la 
crisis y sus líderes estaban «envilecidos por la intriga». De he- 
cho, los patriotas de Tudela, a diferencia de los de Zaragoza, 
habían fracasado completamente en sus intentos de derribar o 
cooptar el gobierno existente, lo que condenó al fracaso todos 
los esfuerzos en favor de la movilización. Líderes indecisos 
como Yanguas mantuvieron el poder efectivo en Tudela y ja- 
más intentaron ofrecer resistencia. Como en Madrid durante 
el 1 de mayo, la Junta se negó distribuir armas. Los quinien- 
ros fusiles que habían llegado desde Zaragoza justo antes del 
ataque francés nunca fueron repartidos. De este modo, los 
franceses se enfrentaron a un oponente pobremente armado 
que, a excepción de las tropas zaragozanas, no había recibido 
ninguna instrucción. El 8 de junio los tudelanos se dispersa- 
ron sin más y los oficiales municipales quedaron libres para 
hacer lo que habían deseado durante días: entregar la ciudad a 


91 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN - 


los franceses. Tudela fue recompensada con el saqueo genera- 
lizado *, 

Tras la caída de Tudela, la insurrección de Navarra, tal como 
estaba organizada, se desplomó. Durante esta primera fase de la 
guerra, existieron ciertas razones que explican la falta de inicia- 
tiva y de éxito de los rebeldes navarros. La primera fue la im- 
portancia estratégica de la provincia. La seguridad de todas las 
operaciones francesas en la península dependía de la domina- 
ción de Navarra, dado que los franceses utilizaban los pasos de 
los Pirineos occidentales para reaprovisionar y reforzar sus ejér- 
citos en Portugal y en la mayoría de España. Por tanto, los 
franceses elaboraron planes especiales para evitar la resistencia 
consiguiendo afincarse con firmeza en la región ”, Esto era fácil 
de llevar a cabo en 1808, cuando el problema aún estaba rela- 
cionado con revoluciones urbanas aisladas, como en Logroño y 
Tudela. Así, hasta mediados de 1809 y hasta el surgimiento de 
las primeras guerrillas importantes en el campo, Navarra se 
mantuvo relativamente tranquila y los soldados franceses se 
consideraron afortunados de ser destinados en Navarra, ya que 
a algunos les recordaba sus experiencias en la fácilmente pacifi- 
cada Renania ?, 


* En una carta a la Diputación, Félix Bergado, administrador de los fondos urbanos, 
intentó exculparse a sí mismo y a sus conciudadanos de la colaboración. Sin embar- 
go, sacó a la luz más información de la que hubiera querido al explicar que el ruinoso 
saqueo de Tudela había sido en respuesta a los actos de «cien bárbaros» que habían 
decidido resistirse neciamente a los deseos del gobierno municipal. Éstos eran res- 
ponsables, según Bergado, del saqueo de Tudela. Bergado infravaloró el número de 
«bárbaros» de su ciudad, si bien dejó escapar la verdad: las elites tudelanas nunca ha- 
bían pretendido oponerse a los franceses. AGN, Guerra, Leg. 15, car. 16. Una orden 
mandada por Napoleón el 11 de junio permite vislumbrar cómo los franceses tam- 
bién sacrificaron la verdad. Según Napoleón, Lefebvre-Desnóerres sólo había sufrido 
dos heridos en Tudela, mientras que de los 12.000 (!) insurgentes que habían dispa- 
rado, 1.000 (1) habían caído muertos. AAT, C8, 7. 

* El general Berthier explicó a Savary que si los navarros se sublevaban como los as- 
turianos y valencianos, las tropas francesas que todavía permanecían en Madrid y 
Burgos se verían condenadas a la aniquilación. Lo que significaba que debía hacerse 
un enorme esfuerzo para detener cualquier levantamiento antes de que éste pudiera 
propagarse. Bonaparte, Confidential Correspondence, carta del 3 de agosto de 1808, 
* Alexander, Rod of Iron, p. 36. 


92 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA 


El segundo factor que operó contra los navarros fue, curiosa- 
mente, la victoria española en Bailén y la consiguiente retirada 
francesa al norte del Ebro. Desde agosto a noviembre, mientras 
que la mayor parte de España quedaba liberada, Navarra y las 
Provincias Vascas se convirtieron, durante el invierno de 1808- 
1809, en el teatro de operaciones de Napoleón para la reconquis- 
ta de la Península. En la segunda mitad de 1808, por tanto, los 
franceses situaron 100.000 soldados en Navarra, lo que hizo im- 
posible toda resistencia. 

Finalmente, el gobierno de Pamplona demostró ser un parti- 
cipante entusiasta en la supresión de la rebelión. En otras provin- 
cias se había combatido primero con las elites locales, cooptán- 
dolas en las nuevas estructuras de poder o expulsándolas 
totalmente del gobierno antes de que se impusieran las juntas re- 
volucionarias. En Navarra este conflicto civil se resolvió en favor 
de los antiguos «godoístas» y de los partidarios del régimen fran- 
cés, como ocurrió en Corella y Tudela, debido a la presencia de 
tropas francesas y a la afortunada acción de los afrancesados. Por 
consiguiente, en Navarra no se desarrolló ningún liderato alter- 
nativo hasta mediados de 1809, mientras los ejércitos guerrilleros 
aprendían a actuar con autoridad propia. Sin embargo, en el ín- 
terin la iniciativa de resistir a Francia tuvo que proceder de fuera 
de Navarra, especialmente de Zaragoza. 

Tras la caída de Tudela, Zaragoza era el único centro impor- 
tante de resistencia en la España centro-occidental. Desde me- 
diados de junio a mediados de agosto, las tropas francesas pusie- 
ron a la ciudad bajo asedio. Los zaragozanos reconocían que la 
clave para levantar el sitio estaba en Navarra. Las fuerzas envia- 
das contra Zaragoza entraban en España a través de las ciudades 
navarras de Irún y Roncesvalles y se abastecían en las ricas tierras 
cerealistas de Navarra antes de descender por el valle del río 
Ebro. Para interferir estas líneas de avituallamiento, la Junta de 
Aragón trató de organizar la resistencia guerrillera de Navarra. 

En los montes de Roncal y Valcarlos ya había habido indicios 
de levantamientos desencadenados por el incremento de las re- 
quisiciones francesas. Operando en los Pirineos occidentales y en 


93 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


la frontera aragonesa alrededor de Sangiiesa se encontraba media 
docena de bandas armadas, dirigidas por hombres con motes 
pintorescos como Pesoduro y el Malcarado?. No obstante, nin- 
guna de las partidas navarras era todavía lo suficientemente po- 
derosa como para llevar a cabo operaciones que sobrepasasen ac- 
ciones de ataque y huida contra franceses rezagados y contra 
pequeños convoyes, por lo que la Junta de Aragón decidió enviar 
a Navarra a sus propios agentes con el fin de intentar proporcio- 
nar mejores líderes a los rebeldes. 


2. Eguaguirre 


La junta aragonesa envió en julio a Andrés Eguaguirre y a Luis 
Gil con la misión de organizar a los voluntarios navarros para 
que mantuviesen ocupados a los soldados franceses que efectua- 
ban el sitio de Zaragoza '”. Gil encabezó una pequeña operación 
en Ujué, cerca de Sangiiesa. Ujué, una remota aldea situada so- 
bre las secas planicies de Navarra occidental, era especialmente 
apropiada para los propósitos de Gil. El lugar se había converti- 
do en un centro inesperado de rebelión después de que un grupo 
de campesinos de Ujué hubiera robado a un oficial francés y a su 
mujer cerca de Tafalla. La descripción posterior efectuada por el 
oficial implicado sobre la tosquedad de la gente de montaña y la 
de su lengua no dejaba lugar a dudas de que había sido abordado 
por habitantes de Ujué. El 17 de julio una columna francesa lle- 
gó para castigar a la villa. Sin embargo, la población local había 
escapado hacia las montañas desiertas que rodeaban la villa. Allí 
sólo permanecía su cura, Casimiro Javier de Miguel, el cual hizo 
uso de su conocimiento de la lengua francesa para evitarse el cas- 
tigo y para persuadir a los franceses de que no incendiaran la vi- 


"A principios de junio el cura de Valcarlos, Andrés Galduroz, dirigía una partida en 
las remotas montañas de la frontera francesa. Ésta parece haber sido la primera gue- 
rrilla de Navarra. Olóriz, Navarra en la Guerra, p. 19. 

10 AGN, Guerra, legajo 15, car. 20, 


94 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA 


lla. Sin embargo, no pudo proteger a otros cinco individuos, de- 
masiado ancianos o enfermos para escapar. Las tropas francesas, 
irritadas ante la desolación con la que se les había recibido en 
Ujué, pasaron por la espada a cuatro de ellos mientras que el res- 
rante cayó herido. 

La aldea fue despojada de todo lo que tuviera utilidad para un 
ejército. Siguiendo una práctica que otras villas aplicarían cuan- 
do se enfrentaban a la proximidad de fuerzas francesas, el pueblo 
de Ujué había sacado de sus casas todo el ganado y todos los ali- 
mentos. Incluso llegaron a derramar por las calles todas las reser- 
vas de agua de sus casas, lo que hizo de la villa, situada en lo alto 
de una colina en medio de una región árida y montañosa, un lu- 
gar inhabitable a largo plazo. En consecuencia, los franceses no 
pudieron quedarse, ni hacer siquiera un descanso. Si hubieran 
podido prever el activo papel que la aldea y Miguel iban a tener 
más tarde en la guerra de guerrillas, seguramente habrían incen- 
diado Ujué y arrestado a su sacerdote. 

De este modo, cuando Gil entró en escena, Ujué ya estaba 
movilizada. Gil envió a los hombres de Ujué a Carcastillo, a es- 
casa distancia hacia el sur de la planicie sobre la que se situaba la 
villa, Allí debían ser asignados a unidades de un ejército de vo- 
luntarios que se estaba reuniendo a partir de las villas de toda la 
región de Sangiiesa. La banda de campesinos armados y condu- 
cidos por el regidor de Ujué entró a su debido tiempo en Carcas- 
tillo. Sin embargo, una vez que esta fuerza fue agrupada, Gil se 
dio cuenta de que contaba con demasiada gente en comparación 
con sus recursos y de que estaba demasiado mal instruida para 
emprender una acción regular contra los franceses. Gil era inca- 
paz de diseñar o dirigir una campaña guerrillera. Por el contra- 
rio, envió de regreso a sus villas a los voluntarios, en grupos 
acompañados por un soldado regular al que se le encargó dar en- 
trenamiento a los campesinos. Los efectos de la decisión tomada 
por Gil nunca han recibido los elogios que merece. Al librar a los 
campesinos sin instrucción de la muerte segura de una batalla re- 
gular con las tropas francesas y al proporcionarles entrenamien- 
to, Gil contribuyó a crear una reserva de personal para Mina, 


95 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


quien más tarde reclutaría sobradamente en la región de Ujué- 
Sangúesa. 

El segundo oficial enviado a Navarra, Andrés Eguaguirre, in- 
tentó poner en práctica un proyecto más ambicioso que el de 
Gil. A pesar de la falta de experiencia militar de Eguaguirre, el 
general Palafox le había concedido el rango de coronel con auto- 
ridad para organizar un ejército en la Navarra ocupada. En julio, 
Eguaguirre se dirigió a Estella, área que consideraba adecuada 
para comenzar a reclutar hombres para sus Escopeteros Volunta- 
rios Móviles de Navarra. Estella había sido la ciudad más entu- 
siasta de la revolución abortada en mayo y junio. Muchos estelle- 
ses habían combatido en Tudela y habían regresado a sus hogares 
con armas y afición por la lucha. En un principio Eguaguirre 
consiguió algún éxito, hasta el punto de comandar un ejército de 
casi 800 hombres. Ahora bien, tras semanas de estéril rebelión 
Estella atrajo finalmente la respuesta francesa. Eguaguirre contu- 
vo el primer asalto francés, pero en el transcurso de la acción, se 
retiró a las montañas del noroeste de Estella con objeto de evitar 
un segundo y más serio ataque de los franceses. Durante los si- 
guientes dos meses, el ejército de Eguaguirre operó en el acciden- 
tado territorio del noroeste de Estella, estableciendo su centro de 
mando en la remota ermita de Santiago de Lóquiz. Estella conti- 
nuó abasteciendo en secreto esta fuerza que, de otra manera, ha- 
bría perecido de hambre en las montañas de Allín, hasta que el 9 
de septiembre salió de su escondite *'. 

A pesar del período inicial de fluido reclutamiento en los Es- 
copeteros Móviles, la unidad de Eguaguirre se desintegró con 
prontitud. Eguaguirre fue demasiado débil para enfrentarse a los 
franceses y respondió a sus ataques ocultándose en montañas de- 
masiado estériles para sustentar a sus tropas. Todavía no se había 
descubierto la fórmula que permitiría a las fuerzas irregulares dis- 
persarse y ocultarse en sus propios hogares cuando se enfrenta- 
ban a franceses superiores en número, y reagruparse tan rápida- 
mente como la situación lo permitía. Eguaguirre no pudo enviar 


!! AGN, Guerra, legajo 21, car, 21. 


96 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA 


a sus hombres a sus casas porque no tenía confianza en que re- 
gresaran. Sus hombres llegaron a detestar a Eguaguirre casi tanto 
como odiaban a los franceses. 

Si Eguaguirre se había creado enemigos entre los navarros fue 
porque confió en la fuerza para obtener abastos de las villas y en 
el terror para alistar hombres en su ejército. El uso de la violen- 
cia y el terror contra aquellos civiles que muestran preferencia 
por el enemigo o que permanecen neutrales es un ingrediente 
necesario de la guerra de guerrillas. Sin embargo, esta violencia 
debe combinarse con una habilidad manifiesta para derrotar a 
las fuerzas enemigas, para defender al amigo y para proteger a 
las villas de las tropas y recaudadores de impuestos del poder de 
ocupación. No obstante, si los Escopeteros Móviles sólo a duras 
penas podían protegerse a sí mismos, mucho menos a la pobla- 
ción civil. Por consiguiente, la mayoría de los navarros se negó a 
ofrecer su apoyo a Eguaguirre, lo que él interpretó como una 
traición '?. Finalmente, el terror se convirtió en el método prefe- 
rido por Eguaguirre para poner en vigor su autoridad, un signo 
de la inminente disolución del movimiento. Algunas ciuda- 
des buscaron incluso la ayuda francesa contra los Escopeteros 
Móviles '?. 

El 11 de julio, Eguaguirre intentó conseguir el apoyo de la 
ciudad de Tafalla para la causa patriótica. Tafalla no había mos- 
trado ningún interés en resistirse a Francia, probablemente como 
consecuencia de su situación en la principal ruta norte-sur por 


12 Por ejemplo, cuando Eguaguirre llegó a Ujué (mucho después de que Gil actuase 
por allí), ordenó que en tres días todos los jóvenes solteros se presentasen para su 
alistamiento. Al no recibir respuesta, amenazó con fusilar a todo hombre potencial- 
mente elegible para el alistamiento acusándolo de traidor. Afortunadamente, 
Eguaguirre no cumplió esta amenaza y sus órdenes fueron ignoradas en Ujué, AGN, 
Guerra, legajo 15, car. 34. Los campesinos de Echarri-Aranaz también ignoraron las 
amenazas, ocultando sus armas para utilizarlas más tarde. AGN, Guerra, legajo 15, 
car. 29. 

1% Por ejemplo, Puente la Reina pidió que se enviasen soldados franceses para prote- 
ger la ciudad de Eguaguirre. Las autoridades de Pamplona no pudieron remitir las 
fuerzas francesas, pero recomendaron a los oficiales del concejo que escondieran sus 
armas y abastos, y se preparasen a resistir por sus propios medios a los guerrilleros. 
AGN, Guerra, legajo 15, cars. 21, 23, 30, 39. 


97 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN —— 


Navarra y de la consiguiente fuerte presencia de tropas francesas ** 
Eguaguirre se reunió con los oficiales municipales de Tafalla er 
una ermita situada a las afueras de la ciudad y se encontró con 
que la ciudad no quería ofrecerle ninguna ayuda. Eguaguirre ex- 
presó su disgusto con «la simplicidad y ninguna energía» mostra- 
da por Tafalla y la amenazó con que «lo que exijo en el día por 
medio de la política, puedo conseguirlo al regreso de unos cuan- 
tos días por el de la fuerza». La ciudad de Leiza llegó todavía más 
lejos y delató a los Escopeteros Móviles a las fuerzas francesas 
que se encontraban en las cercanías. Eguaguirre se olió la trai- 
ción y, antes de que sus tropas pudieran ser expulsadas, salió dis- 
parado de la ciudad. Eguaguirre prometió a sus líderes que regre- 
saría y que Leiza «habría de ser incendiada dentro de poco 
tiempo, quitando cabezas a muchos de sus individuos». Por for- 
tuna para Leiza, los días del coronel como comandante de Nava- 
rra estaban contados '”, 

Con escaso poder en Navarra, Eguaguirre volvió al robo y a la 
extorsión para satisfacer sus necesidades, convirtiéndose al final 
en lo que los franceses afirmaban de cada guerrillero, un bandi- 
do. Sin embargo, incluso el latrocinio demostró ser insuficiente 
para satisfacer las demandas de Eguaguirre, y durante toda su 
existencia, los Escopeteros Móviles estuvieron pobremente vesti- 
dos, mal alimentados y mal pagados. El coronel pronto se en- 
frentó a una generalizada insubordinación y deserción. Intentó 
conservar el control sobre sus reclutas mediante rituales de hu- 
millación pública, obligando a los voluntarios a arrodillarse y ju- 
rar mientras los fusiles apuntaban a sus cabezas. Evidentemente, 
estos métodos demostraron ser improductivos. A finales de sep- 
tiembre sus fuerzas se habían reducido a tan sólo 280 individuos. 
El primer experimento desfavorable de la guerra de guerrillas en 


!% Montoro Sagasti, La propiedad privada. El autor señala la debilidad de Olite para 
enfrentarse a la ocupación francesa como resultado de un gobierno municipal no re- 
presentativo e impopular. Según la narración de los hechos escrita en Ujué, que pro- 
bablemente exagera los hechos, la población urbana de Tafalla y Olite fueron entu- 
siastas «colaboracionistas». AGN, Guerra, legajo 21, car, 22. 

!* AGN, Guerra, legajo 15, cars. 15, 19, 48. 


98 


EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA 


Navarra llegó a su fin en octubre, cuando los Escopeteros Móvi- 
les fueron atrapados y derrotados en Sangiiesa. Tras la batalla, los 
que consiguieron sobrevivir escaparon por la frontera aragonesa, 
donde algunos se incorporaron a las unidades del ejército regular 
español que por entonces avanzaban sobre la región. 


3. La Diputación y la resistencia 


Una de las consecuencias de la batalla de Bailén, que situó a los 
ejércitos españoles en Aragón y en el sur de Navarra, fue que 
permitió a los miembros de la Diputación navarra, por entonces 
descontentos con el dominio francés, la huida tras las líneas es- 

añolas establecidas al norte de Tudela. Poco después de llegar a 
Tudela, los diputados redescubrieron su patriotismo. En octubre 
y noviembre la Diputación proclamó un retorno a «la época fe- 
liz» en la que «los valientes y generosos Navarros» podían hablar 
«el idioma del honor». Los atropellos de los franceses contra la 
religión y el rey exigían venganza, mientras que la constitución 
de Navarra y «la autoridad venerable de su antiguo Fuero» reque- 
rían que se armase a todos los hombres disponibles '*. 

La Diputación llegó incluso a barajar la idea de formar su 
propio ejército de voluntarios, proyectando cuatro batallones de 
1.200 hombres cada uno. Los oficiales municipales de la Navarra 
meridional liberada formaron listas de hombres elegibles para rea- 
lizar funciones militares. No obstante, sólo se enviaron algo me- 
nos de 1.800, y algunos de los individuos que aparecían en las 
listas eran mutilados, personas desaparecidas u hombres ya enro- 
lados con los aragoneses '”. Al final la escasez de los hombres ele- 
gibles fue irrelevante. La Diputación no tenía recursos con los 


15 AGN, Guerra, legajo 15, car. 43, legajo 16, cars. 2, 36. Las arengas de la Dipura- 
ción eran, quisieran o no los diputados, documentos revolucionarios: legalmente sólo 
las nuevas Cortes podían declarar la guerra, proclamar un monarca y aumentar los 
impuestos. Algunas de las proclamaciones y acciones legislativas (sobre el papel) de la 
Diputación desde mayo a julio pueden hallarse en AMC, legajo 85. 

17 AGN, Guerra, legajo 16, cars. 8, 12, 13. 


99 


pe LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
que organizar ni siquiera a una parte de los mismos. Tres cuestio- 
nes hicieron que el proyecto de la Diputación fuera inviable. Pri- 
mero, la mayoría de Navarra estaba todavía en manos francesas, 
y a mediados de octubre había en su territorio casi 100,000 sol. 
dados galos preparándose para la reconquista de España '*. Se- 
gundo, la Navarra meridional liberada sufría el trasiego de uni- 
dades españolas cuyas requisiciones arbitrarias resultaban tan 
onerosas como las de los franceses. Tercero, tanto la Navarra 
ocupada como la liberada ya habían experimentado la devasta- 
ción después de más de seis meses de guerra. Los habituales re- 
cursos dedicados a impuestos, préstamos y donaciones de una 
provincia antes acostumbrada a la exención contributiva se ha- 
bían agotado. Finalmente, la Diputación recaudó 250.764 reales 
en forma de préstamos y 72.366 como donativos, menos del 
4 por ciento del ingreso habitual obtenido por el gobierno en ta- 
rifas aduaneras antes de la guerra y evidentemente insuficientes 
para equipar un ejército. En cualquier caso, el «batallón» de vo- 
luntarios que reunieron los diputados en Tudela tan sólo estuvo 
formado por once hombres y seis capellanes '?, 

El gobierno legítimo de Navarra, maculado tras meses de co- 
laboración, estaba sin duda mal preparado para levantar la pro- 
vincia. Los oficiales municipales, a excepción de los de Estella 
donde se había creado una nueva junta, temían más a los revolu- 
cionarios que a las reformas francesas y no eran capaces de lide- 
rar una rebelión. La agitación foránea procedente de Aragón, 
más que inspirar, distanciaba a los navarros. El potencial revolu- 
cionario de Navarra no recayó en ejércitos de voluntarios organi- 
zados por los aragoneses y por la Diputación, ni pudo hallarse en 


'* Informes sobre la situación de los ejércitos franceses en octubre de 1808, AAT, 
C8, 377. 

1" AGN, Guerra, legajo 15, car, 47, legajo 16, cars. 40-41; y AGN, Estadística, lega- 
jo 49, car. 34. Un indicio del aislamiento del gobierno fue que casi dos tercios de su 
limitado fondo de guerra procedió de sólo nueve individuos, residentes en Tudela y 
otras ciudades de la Ribera, y el resto de unas pocas instituciones religiosas de la re- 
gión del Ebro, sobre todo del obispo de Tudela y de los monasterios de Fitero y de 
Tulebras. 


100 


_ EL FRACASO DE LA REVOLUCIÓN EN NAVARRA 


Pamplona u otras ciudades navarras, donde reinaba el estupor 
tras la derrota de Tudela. El poder de Navarra estaba en sus vi- 
llas, donde adquiriría un nuevo tipo de liderato y nuevas estrate- 
gias militares *, Todas éstas eran señales de advertencia de la 
conflagración que se avecinaba. Más allá del alcance de la Dipu- 
tación, de los municipios o incluso de los franceses, en la Nava- 
rra rural se estaban tramando profundos disturbios, en tanto que 
el campesinado se estaba preparando para entrar en el escenario 
político y militar. A fin de comprender la naturaleza de la guerra 
de guerrillas en la que se hundió Navarra tras 1808, el próximo 
capítulo presentará un historia social de la provincia en vísperas 
de la guerra. 


20 Los franceses reconocieron que la única amenaza real de Navarra estaba en sus vi- 
llas. Desde el principio, los campesinos navarros habían dado pequeños golpes contra 
los franceses rezagados, e incluso habían herido en una emboscada al sobrino de 
D”Agoult, por lo que los comandantes franceses estaban prevenidos de un levanta- 
miento generalizado en el campo. Las armas de fuego habitualmente estuvieron pre- 
sentes en la región, dado que la caza y el contrabando eran actividades económicas 
importantes, y que en 1808 aparecieron dos nuevas fuentes de armas. Los aragoneses 
facilitaron algunas. Á su vez, se generó una corriente de nuevos mosquetones por Na- 
varra, dado que, cuando los refuerzos portugueses transitaban por la provincia rumbo 
a sus destinos en Francia, pedían alojamiento a los campesinos navarros entregando 
sus armas a cambio. El general Verdier (en Vitoria) advirrió al príncipe de Neucharel 
de un posible levantamiento rural en una carta el 8 de mayo de 1808. Véase la co- 
rrespondencia en AAT, C8, 5. 


101 


CAPÍTULO 5 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA 
DE GUERRILLAS 


1. Un país guerrillero 


España es famosa por la variedad continental de sus climas, des- 
de las frías y húmedas montañas de Cantabria y las gélidas mese- 
tas de Castilla a los jardines de Levante y desiertos de Murcia. 
Navarra refleja estas enormes diferencias y las concentraba en su 
pequeño territorio, un hecho por el que la provincia se ha gana- 
do el apelativo de «Pequeña España». El visitante actual de Nava- 
tra puede ir, en una hora de conducción, desde las verdes colinas 
y plúmbeos cielos del noroeste a las tierras doradas y secas bajo la 
alta bóveda azul del sur. 

Con fines administrativos, la Navarra del Antiguo Régimen 
estaba dividida en cinco merindades: Pamplona y Sangúiiesa en el 
norte, Tudela y Olite en el sur, y Estella en medio de todas. No 
obstante, los geógrafos dividen normalmente Navarra en dos re- 
giones, el norte o Montaña y el sur o Ribera. Los fundamentos 
de tal división son topográficos. Los Pirineos y las marcas orien- 
tales de la cadena montañosa vasco-cantábrica crean dos hemis- 
ferios distintos al norte y al sur de Navarra. La línea que va desde 
la sierra de Leyre en el este a través de las sierras de Izco, Alaiz, 


103 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Perdón, Andía, Urbasa y Santiago de Lóquiz, para terminar en la 
sierra de Codés en el oeste, define la frontera entre las «dos Na- 
varras». Al norte de la línea Leyre-Codés la tierra tiene, en gene- 
ral, una altura superior a los 610 metros por encima del nivel del 
mar, y en algunas partes supera los 2.100 metros. Hacia el sur las 
montañas se allanan en un paisaje más suave de valles y llanuras. 

La altura de la Montaña no la hace particularmente destaca- 
ble; incluso Madrid está más alto. Sin embargo, Madrid descansa 
en el centro de una alta meseta, mientras que la Montaña de Na- 
varra es tierra de espectaculares precipicios, barrancos, profundos 
valles y cañones encajonados con salidas ocultas. Este tipo de tie- 
rra, tan proclive a los requerimientos de la guerra partisana, fue 
el primero de los factores que hicieron del norte de Navarra, jun- 
to a zonas contiguas y similares de la España septentrional, una 
pesadilla para las tropas francesas. Las montañas proporcionaban 
un último refugio a los guerrilleros, quienes a menudo hallaban 
asilo temporal en altitudes que resultaban inaccesibles a la caba- 
llería francesa y a las unidades de artillería. De este modo, la geo- 
grafía anuló en parte la superioridad tecnológica y organizativa 
de los franceses. Por el contrario, los franceses pudieron conser- 
var con más facilidad el territorio abierto del sur de Navarra, que 
daba cierto margen de movimiento a la caballería y a la artillería. 
El general Reille, uno de los muchos comandantes franceses a los 
que se encomendó la infausta tarea de intentar contener la insur- 
gencia navarra, destacó las dificultades ocasionadas por la topo- 
grafía de la Montaña. Cualquier enlace con Pamplona, escribió, 
tenía que cruzar barrancos extremadamente difíciles que daban 
todo tipo de oportunidades a los «bandoleros» españoles y obli- 
gaban a los franceses desplazarse por el norte de Navarra y en lar- 
gas formaciones !. Los franceses Jamás se sintieron seguros en la 
Montaña, donde quedarse rezagado o estar destinado en destaca- 
mentos de avituallamiento podía conllevar una muerte indigna. 
En la Ribera, por otro lado, las tropas de ocupación podían res- 


' Charles Honoré Reille al príncipe de Neucharel, 12 de octubre de 1811. AAT, 
C8, 268. 


104 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


pirar con mayor facilidad ?, No obstante, la aspereza del terreno 
fue sólo el principio de las dificultades francesas en la Montaña. 
La región presentaba también una demografía, una economía, 
política, cultura y lengua particulares (la línea Leyre-Codés esta- 
blecía el límite meridional del vasco) que la separaba de la Ribera 
y que otorgaba a la región razones y aptitudes especiales para la 
guerra de guerrillas. 

Las diferencias entre la Montaña y la Ribera tienen un origen 
en parte climático y en parte histórico. La montañas de Navarra 
actúan como una barrera contra las brisas húmedas que soplan 
desde el mar Cantábrico. Contra este muro, el aire húmedo oceá- 
nico se desvanece, lo que hace que en el noroeste de Navarra, 
donde ciertas partes reciben 1.204,58 centímetros cúbicos de 
lluvia al año, tenga un clima marítimo. Al sur de la barrera mon- 
tañosa, en la vertiente seca de los macizos cántabros, la Navarra 
meridional es una planicie seca que en algunos lugares sólo reci- 
be 245,80 centímetros cúbicos de lluvia al año y que depende de 
la irrigación del río Ebro y sus afluentes. Pocas zonas de Europa 
poseen un contraste pluviométrico tan acentuado a tan escasa 
distancia. 

La inmunidad a la sequía y la proximidad del mar han contri- 
buido a preservar a la población de la Montaña de las crisis de- 
mográficas del siglo XVII, y en 1808 las merindades de Pamplona 
y Estella estaban entre las áreas rurales de España con mayor 
densidad de población. Por consiguiente, la Montaña estaba so- 
brepoblada en comparación con sus recursos fijos?. En el sistema 


1 Emmanuel Martin, La Gendarmerie Frangaise en Espagne, campagnes de 1807 á 
1814, p. 207. 

3 Según el censo de 1786, la merindad de Pamplona soportaba una densidad demo- 
gráfica de 33 personas por kilómetro cuadrado, mientras que la de Estella era de 26 
individuos. Las merindades de la Ribera, más vulnerables a la mortalidad y a la enfer- 
medad, tenían una densidad de población de 18 personas por kilómetro cuadrado, 
un cifra similar a la media española. Á menos que se especifiquen otros datos demo- 
gráficos para Navarra, éstos proceden del censo de 1786-87 en AGN, Estadística, le- 
gajos 6, 16, 20, 25, 31 y 49, y el censo de 1795-96, AGN, Estadística, legajos 7-8, 
16-17, 20, 25-28, 31, 49. El estancamiento demográfico que se impuso en este perío- 
do da cuenta de la sobrepoblación. Además de los censos ya citados, véase AGN, 


105 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


dominante de primogenitura y régimen hereditario rígidos, la 
sobrepoblación significaba que los hijos más jóvenes tenían que 
emigrar o conseguirse el sustento bajo la tutela del hermano ma- 
yor. Los jóvenes eran especialmente proclives a emigrar —a 
América, a Madrid y a las ciudades agrarias de la Ribera, donde 
había trabajo agrícola remunerado, disponible según las estacio- 
nes *. Sin embargo, el bloqueo inglés de España y sus colonias 
americanas tras 1796 había limitado las posibilidades de emigrar 
a América, y la contracción económica producida por el bloqueo 
hizo que además fuera más difícil el acceso al trabajo en Madrid 
y en la Ribera. Por tanto, lo que en 1808 los franceses encontra- 
ron en la Montaña fue una región accidentada, densamente po- 
blada y llena de jóvenes sin perspectivas. De este modo, la dispo- 
nibilidad de hombres para el ejército de guerrillas de Mina fue, 
en parte, resultado de la particular coyuntura económica y de- 
mográfica de la Montaña. 

El clima también contribuyó a crear un tipo muy peculiar 
de agricultura y geografía humana en la Montaña favorable a la 
guerra de guerrillas. La húmeda tierra del norte de Navarra era 
ideal para las pequeñas explotaciones. En una pequeña parcela 
en la Montaña, el trabajo intensivo combinado con las lluvias 
copiosas podía compensar las deficiencias intrínsecas del terre- 
no. Por tanto, la tendencia era favorable a las pequeñas propie- 
dades de subsistencia que, a su vez, ayudaban a dispersar la po- 
blación en el campo. En efecto, las ciudades —a excepción de 
Pamplona— eran estructuras históricamente aisladas de las 
áreas rurales y, por el contrario, la mayoría de la gente vivía en 
pequeños asentamientos y granjas aisladas. La Montaña tenía 
700 poblaciones, casi tantas como toda Andalucía (753). La 


Estadística, legajos 11, 20, 28, 31, 33 y 49 para los datos de 1637, 1646, 1810-11 
y 1816-17; para 1678, véase Pedro Romero Solís, La población española en los si- 
glos XVIII y XIX, p. 130. 

* En 1787 y 1797, los registros muestran que este modelo de migración había gene- 
rado un desequilibrio sexual entre la Montaña, con un excedente de mujeres, y la Ri- 
bera, sobrepoblada de hombres. Además de los censos, véase Ángel García Sanz, La 
respuesta a los interrogatorios de población, agricultura e industria de 1802, pp- 63-68, 


106 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


media de personas por cada asentamiento en la Montaña era 
de 207, y cientos de aldeas tenían poblaciones de 15 indivi- 
duos o menos. 

En contraste, las pequeñas propiedades no eran muy apropia- 
das para la seca Ribera, donde los pequeños cultivadores tenían 
serias dificultades para sobrevivir incluso un solo año de sequía. 
La solución allí, como en la mayoría de España, fue una agricul- 
tura extensiva, la puesta en marcha de proyectos de irrigación y 
la aplicación de trabajo remunerado por cuadrillas, todo lo cual 
alentaba la concentración de la propiedad de la tierra?. En víspe- 
ras de la invasión napoleónica, los grandes señores poseían toda 
la tierra de la Ribera, mientras que miles de campesinos sin tierra 
trabajaban diariamente por un jornal. La historia había reforzado 
este régimen agrícola: la cuenca del Ebro había sido la frontera 
norte de la economía romana basada en el latifundio y el trabajo 
esclavo, un tipo de economía preservada por los sucesivos con- 
quistadores musulmanes y cristianos. Al precisar de la concentra- 
ción de trabajo y generar excedentes comercializables, la agricul- 
tura extensiva animaba el crecimiento de las ciudades. Las 
merindades de la Ribera estaban incluso más urbanizadas que los 
niveles contemporáneos. Por ejemplo, en la merindad de Tudela, 
28.112 personas vivían sólo en 27 ciudades con una media de 
1.041 en cada una de ellas. La ciudad de Tudela tenía una pobla- 
ción de 7.295, Corella de 3.935 y Tafalla de 3.347 y otras 25 
ciudades de la Ribera contaban con poblaciones entre los 1.000 
y 3.000 habitantes. 

Por el contrario, estos determinantes históricos habían pasado 
de largo por la Montaña, en donde se había desarrollado un sis- 
tema de propiedad de la tierra basado en pequeñas explotaciones 
de tamaño familiar. En la Montaña la gente vivía en caseríos, 
grandes casas, generalmente construidas en piedra, y diseñadas 
para albergar a una familia extensa, incluyendo animales y cose- 


* En Corella, por ejemplo, junto a 283 hectáreas de viñas y olivos, había 920 de re- 
gadío y sólo 238 de secano en el año 1817. El resto de la tierra era demasiado árida 
para ser cultivada. AGN, Estadística, legajo 43, car, 7. 


107 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


chas *. En los barrancos de Pamplona y Lumbier, corazón de la 
Montaña navarra y de la guerra de guerrillas, los caseríos tendían 
a agruparse en aldeas y pequeñas villas. Los caseríos eran estruc- 
turas impresionantes. Más que casas, parecían fortalezas, y para 
los soldados franceses los caseríos daban a la Montaña la aparien- 
cia de un campo cubierto de innumerables ciudadelas pequeñas”. 
De hecho, tanto para las guerrillas como para los franceses, po- 
dían tener o adoptar este uso. 

La dispersión de la población en pequeñas villas y aldeas ofre- 
cía a la Montaña destacadas posibilidades para la lucha*. Para fis- 
calizar esta población, los franceses tenían que enviar pequeños 
destacamentos a cada una de las villas, lo que los hacía vulnera- 
bles al ataque guerrillero. La solución eran enviar una gran fuer- 
za, aunque ésta no resultara eficiente, dada la limitada cantidad 
de dinero y bienes que se podía recaudar en un pequeño munici- 
pio. De este modo, los franceses nunca lograron mantener su 
presencia en tierras de caserío, las cuales estaban muy bien adap- 
tadas para la estrategia guerrillera. Por el otro lado, en la Ribera, 
donde la población estaba concentrada en un puñado de ciuda- 
des, la tarea era más fácil. Incluso las áreas de la Ribera que con- 
tribuyeron con voluntarios al ejército de Mina, no pudieron 
convertirse, debido a la misma naturaleza de su geografía huma- 
na, en sedes del conflicto armado guerrillero. 


2. Nobleza y cohesión 


Otra de las ventajas de la Montaña para la guerra consistía en la 
relativa ausencia de diferenciación social. Paradójicamente lo que 
avala esta afirmación es el gran número de nobles de la región. El 


* Caro Baroja, Vecindad, familia y técnica, pp. 59-112, contiene una discusión sobre 
el caserío. 

* Fantin des Odoards, Journal, p. 187. 

* Uno de los comandantes franceses en Navarra, Charles Honoré Reille, reconoció 
que fue la densa y dispersa población de las montañas, y no las montañas mismas, la 
que dificultó el control de la Montaña. Reille al príncipe de Neuchatel de 12 de oc- 
tubre de 1810, AAT, C8, 268. 


108 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


censo de 1795-96 da cuenta de 19.010 nobles en Navarra, lo 
que equivalía al 7-8 por ciento de la población, una cifra alta 
para casi todos los promedios. La vasta mayoría de estos nobles 
vivía en la montaña. Por ejemplo, al oeste de Pamplona, en el va- 
lle de Larráun, el 80 por ciento de la población era noble; hacia 
el norte de la capital, en el valle de Baztán, la cifra se situaba en 
el 60 por ciento, y en los Pirineos de Sangiesa en casi el 30 por 
ciento. En la Ribera, por el contrario, sólo cerca del 1 por ciento 
de la población era noble por nacimiento”. 

Sin embargo, los bienes se deprecian cuando abundan en ex- 
ceso, y en el norte de Navarra los miles de hidalgos, el nivel más 
bajo de la nobleza, difícilmente se distinguían de los comunes 
campesinos entre quienes vivían. Los hidalgos de la Montaña (y, 
por regla general, los del litoral septentrional de España) traba- 
jaban como taberneros, zapateros remendones, herreros y carpin- 
teros. Los extranjeros se daban inmediatamente cuenta de la falta 
de estratificación social asociada a la nobleza en la región, hecho 
que llevó a un observador francés a preguntarse si la institución 
tenía algún sentido en una región «donde una tropa de muleros 
son nobles, donde los domésticos, al adquirir esta condición, 
muestran los pergaminos de sus ancestros» !”, 

Habría sido más productivo preguntarse sobre los propósitos 
a los que no sirvió la nobleza de la Montaña. Por ejemplo, no 
sirvió para crear una base de apoyo profrancés como hizo la no- 
bleza de la Ribera y de la mayoría de España meridional situada 
geográficamente a partir de la demarcación Ebro-Duero. En es- 
tas regiones, los nobles interesaban especialmente al gobierno 
francés, el cual se los atrajo bajo las promesas de sofocar la revo- 
lución popular y de compartir los expolios de la guerra. En la 
Montaña esta táctica era imposible. El hidalgo del norte de Na- 


" AGN, censo de 1796-97. Los nobles constituían el 5 por ciento de la población es- 
pañola. Más significativo que el número total de nobles, sin embargo, era su distribu- 
ción en España. Siete provincias a lo largo del litoral septentrional, entre ellas Nava- 
rra, representaban el 84 por ciento de la nobleza. Las estadísticas para la totalidad de 
España proceden de los censos nacionales publicados de 1786-87 y 1796-97. 

10 Foy, Histoire de la guerre, vol. 2, pp. 278-279. 


109 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN — 


varra estaba más lejos del noble enriquecido de Madrid o de Se- 
villa que del campesino común. Probablemente, sus lealtades se 
articulaban mejor verticalmente con la comunidad local que ho- 
rizontalmente con el estado noble. Éste era un hecho de enorme 
importancia. En momentos decisivos, el temor y aversión al pue- 
blo solidarizaron a los nobles aragoneses y castellanos en contra 
del movimiento de resistencia y en favor del régimen impuesto 
desde arriba por los franceses. La naturaleza de la nobleza en la 
Montaña navarra —y en cierta medida en todo el norte de Espa- 
ña— impidió este resultado. 

Había otras razones para que el estatus noble fuera menos 
distinguible en la Montaña que en otros lugares. Es cierto que 
incluso el hidalgo más pobre gozaba de ciertos privilegios que lo 
separaban de los pecheros, como la exención de la prisión por 
impago de deudas y el acceso a ciertos cargos. Estos derechos no 
eran insignificantes. Sin embargo, las principales instituciones de 
las que los nobles obtenían su riqueza y poder, el señorío y el 
mayorazgo, eran raros en el norte de Navarra. El número de 
señoríos era elevado en España, donde sumaba casi el 50 por 
ciento de todos los municipios ''. En Navarra, sin embargo, la 
propiedad cargada de derechos y rentas señoriales era muy extra- 
ña. Sólo 38 ciudades y 43 pueblos, que representaban el 10 por 
ciento de todos los asentamientos navarros, caían bajo jurisdic- 
ción señorial. Además, la mayoría de los señoríos eran extrema- 
damente pequeños y a menudo no sobrepasaban uno o dos em- 
plazamientos. De este modo, los señoríos sólo representaban el 
10 por ciento de todas las villas, si bien menos del 1 por ciento de 
la población vivía bajo jurisdicción señorial '?. 


!! Cierto es que mientras las Cortes de Cádiz se preparaban para abolir el feudalismo 
en 1811, los señores laicos todavía controlaban más territorios que la Corona y la 
Iglesia juntas. Gonzalo Anes, El Antiguo Régimen: los Borbones, Madrid, 1975, p. 58. 
Existían muchos beneficios procedentes de la posesión de un señorío aparte de la re- 
caudación de rentas, que incluían, a veces, el derecho de nombramiento de oficiales 
en las ciudades y villas dentro de su jurisdicción, el control de servicios esenciales y el 
monopolio de derechos forestales y de pesca. 

1? Por ejemplo, el señorío de Elio, estado del marqués de Vessolla, tenía poca impor- 
rancia en el valle de Echauri. Elio ocupaba casi 27 hectáreas y mantenía a 15 perso- 


110 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


El mayorazgo permitía a los nobles (tanto como a los peche- 
ros enriquecidos) proteger sus propiedades del embargo, de la 
enajenación y de la división. Éstos podían tener diferentes di- 
mensiones que iban desde los grandes estados de Andalucía a las 
pequeñas parcelas del País Vasco '?. Como en el caso de los seño- 
ríos, la mayor parte de mayorazgos de Navarra así como los más 
extensos y valiosos se encontraba en la Ribera, mientras que en la 
Montaña tenían escasa entidad. Por ejemplo, una inspección rea- 
lizada en 1802 puso de manifiesto la inexistencia de mayorazgos 
en el valle de Ergoyena, al noroeste de Pamplona. La villa de 
Echarri-Aranaz, también en el noroeste, sólo tenía «un vínculo 
muy antiguo y pobre», cuya localización, tamaño y valor exacto 
nadie parecía recordar '*. 

Finalmente, los señores de la Montaña tendían a arrendar sus 
tierras a muy bajos precios. La razón para ello era simple. Dado 
el escaso desarrollo comercial de la Montaña, como consecuencia 
de la falta de mercados urbanos, y dado que el exceso de pobla- 
ción tendía a emigrar de la región, el valor de la tierra perma- 
necía estable y no había presión para aumentar las rentas. En 
efecto, a menudo los tenentes pagaban a sus señores sumas total- 
mente simbólicas, meros recuerdos de la antigua propiedad seño- 
rial, y las rentas normales de la región oscilaban entre el 2 y el 6 
por ciento del valor medio de la cosecha '*. Ésta fue una de las 


nas. En comparación con las otras nueve villas del valle, que contaban con una po- 
blación de 1.780 habitantes que cultivaban casi 2.436 hectáreas de propiedad priva- 
da, su tamaño es pequeño. Las tierras de señorío se arrendaban a bajos precios a cua- 
tro campesinos que, a su vez, eran propietarios acomodados del valle. Pagaban una 
renta a Vessolla equivalente al 6 por ciento del valor de la cosecha media producida 
por la propiedad. Esta falta de rentas comerciales en una región cercana a Pamplona 
indica que la Montaña estuvo durante muchos años fuera de la revolución comercial 
de la agricultura. Sólo Vizcaya, donde no existieron señoríos, y en Guipúzcoa, donde 
el 4 por ciento de todos los asentamientos pertenecía a los señores, el peso del régi- 
men señorial fue más leve. APN, Pamplona, Velaz. 

1% M. Artola, Los origenes de la España contemporánea, pp. 61-64. 

1% García Sanz, La respuesta, pp.76, 114. 

15 Las rentas también podían ser bajas en las tierras señoriales de la Ribera. El mar- 
qués de Santa Clara, el mayor propietario de Corella, renovó cincuenta arrendamien- 
tos en 1811 a precios originalmente fijados al menos hacía cien años, con un arren- 


111 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN - 
razones por las que la abolición bonapartista de los señoríos en 
1809 fue recibida con poco entusiasmo en la Montaña '*. En 
áreas de rentas bajas, las reformas agrarias francesas — inspiradas 
principalmente en la necesidad de conseguir dinero y no tanto 
en una preocupación real por la mejora económica—, más que 
ayudar, perjudicaron al pequeño rentista. La tierra vinculada em- 
bargada por el Estado y vendida en el mercado aumentó inevita- 
blemente su precio, Á su vez, los nuevos propietarios, para recupe- 
rar sus inversiones, probablemente incrementaron las rentas. 
Además, uno de los resultados de estas reformas fue que los nue- 
vos propietarios a menudo decidieron explotar directa y comer- 
cialmente al menos una parte de sus tierras, lo que supuso la ex- 
tracción del mercado rentista de una porción de la tierra 
cultivable y la génesis de una presión adicional para la subida de 
las rentas. Estas dinámicas no eran extrañas a las comunidades de 
cultivadores y eran motivo suficiente para oponerse a la reforma 
agraria, fuera ésta propuesta por los liberales españoles o por los 
amos franceses. 

La situación en la Ribera era completamente diferente. En la 
ciudad de Tudela, 77 individuos, la mayoría de ellos nobles, 
controlaban toda la tierra en una población que tenía 7.572 ha- 
bitantes. Directamente explotaban el 67 por ciento de la tierra 
cultivable, casi 2.960 hectáreas, y arrendaban las 1.200 restantes 
a 250 individuos. Casi el 11 por ciento de este toral (472 hec- 
táreas) estaba inmovilizado en 23 vínculos poseídos por 19 no- 
bles '?, En Corella 16 nobles poseían 178 hectáreas de mayoraz- 


damiento que daraba de 1636. APN, Tudela, Laquidáin. Lo mismo ocurría en toda 
Navarra. En Echauri el precio medio de la tierra cultivable cedida en arrendamiento 
oscilaba entre el 2 y el 6 por ciento del valor de la cosecha. APN, Pamplona, Velaz. 
Esto era cierto también para las otras provincias vascas. En Álava, por ejemplo, se de- 
cía que las rentas estaban en un promedio cercano al 2 por ciento de la renta anual 
extraída de la cosecha. Georges Desdevises du Dezerr, L Espagne de l'Ancien Régime, 
vol, 1, p. 261. 

1% Las rentas señoriales eran bajas en gran parte de la España rural, pero especialmen- 
te en el norte, incluso en Galicia donde los señoríos eran numerosos. Pardo de An- 
drade, Los guerrilleros gallegos, p. 40. 

17 García Sanz, La respuesta, pp. 76-77, 114. 


112 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


go que sumaban el 12,5 por ciento de toda la tierra cultivable. 
Los 1.244,8 hectáreas restantes estaban divididas entre éstos y 
otros 49 propietarios, y la mayoría se explotaba directamente '*. 
La propiedad urbana de la Ribera también se encontraba con- 
centrada en unos pocos, generalmente nobles. En Corella la 
familia noble de Virto de Vera poseía el 11 por ciento y el mar- 
qués de Santa Clara el 5 por ciento de todos los inmuebles ur- 
banos. La mayor parte de las casas restantes estaba en posesión 
de un único grupo de personas, muchas de ellas interrelaciona- 
das, lo que obligaba a la vasta mayoría de la población a alqui- 
larlas *?. 

La debilidad del régimen señorial y la falta de corresponden- 
cia entre nobleza y riqueza en la Montaña limitaban la básica di- 
visión social entre pecheros y nobles, tan característica del Anti- 
guo Régimen en la Ribera y en la mayor parte de Europa. Pocos 
campesinos pagaban algún tipo de renta feudal; y aquellos que lo 
hacían, satisfacían rentas bajas; y en algunas áreas la mayoría de 
los campesinos era asimismo nobles. El privilegio noble fue ex- 
plotado por Napoleón para dividir a los pueblos conquistados de 
Europa y le ayudó a consolidar el anillo de reinos satélites cons- 
truido en torno a Francia %. Esta misma estrategia fue también 
efectiva en gran parte de España, incluyendo la Ribera de Nava- 
rra donde las elites temían más a la muchedumbre que a los fran- 
ceses, por lo que era fácil inducirlos a la colaboración. Como ya 
se señaló en el capítulo antecedente, las divisiones sociales con- 
denaron al fracaso la defensa de Tudela en junio de 1808, una 


18 «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3. Las dimensiones de las parce- 
las se calcularon sobre la base de los arrendamientos establecidos entre 1806 y 1816 
en la ciudad de Corella. APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Resa. 

'% «Rolde de los propietarios», AMC, legajo 85, núm. 32. En la Montaña muchos de 
los inmuebles estaban habitados por sus propietarios, Por ejemplo, en la villa de 
Echauri más del 42 por ciento de los inmuebles se encontraba ocupado por sus pro- 
pietarios y sólo diez individuos poseían más de una casa. APN, Pamplona, Velaz, car- 
peta fechada el 22 de marzo de 1810. 

1% En Nápoles, por ejemplo, el miedo y la aversión mutuos de la nobleza local y el 
pueblo fueron manipulados por José Bonaparte con objeto de asegurarse su dominio. 
Bigarré, Mémoires, pp. 201-06. 


113 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


vez que la junta de la ciudad abandonó la resistencia tras el pri- 
mer encuentro con las tropas enemigas. Los franceses continua- 
ron explotando la división entre ricos y pobres en Tudela con el 
fin de asegurarse la pacificación de la ciudad durante la guerra. 
Mina recordó en sus memorias la poca ayuda recibida de Tudela. 
En efecto, se quejaba de que en toda Navarra la nobleza titulada, 
los propietarios de mayorazgos y otros individuos enriquecidos 
raramente habían acudido en su ayuda ?'. No obstante, en la 
Montaña, en donde los mayorazgos eran raros y en donde la ma- 
yoría de los nobles no se distinguía de los pecheros, Mina encon- 
tró muchos partidarios. Así, la naturaleza de la nobleza en la 
Montaña permitió desafíar a la ocupación francesa desde una po- 
sición de unidad y fuerza. 


3. La piedad y el clero 


Al igual que la nobleza, el clero era numeroso en Navarra, espe- 
cialmente en la Montaña, si bien generaba menos divisiones so- 
ciales que en otros lugares de España. En 1786 había en Navarra 
762 sacerdotes y otros 1.748 clérigos seculares, lo que suponía el 
1,1 por ciento de la población, dos veces la media nacional. Ha- 
bía también 1.875 clérigos regulares, lo que equivalía al 0,82 por 
ciento de la población, un porcentaje cercano a la media españo- 
la. De este modo, los eclesiásticos constituían el 2 por ciento de 
la población de Navarra, un 150 por ciento más que la media es- 
pañola ”. 

A pesar del número de personas que mantenía, la Iglesia de 
Navarra recaudaba un diezmo más bajo y tenía menos propieda- 


% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p..9. 

* En España había 16.675 curas (0,16 por ciento de la población), otros 39.489 clé- 
rigos seculares (0,38 por ciento) y 71.487 clérigos regulares (casi el 0,60 por ciento), 
cuya suma representa el 1,23 por ciento de la población. El censo de 1796-97 divide 
la partida encabezada como «otro clero secular» en 44 canónigos, 29 prebendarios, 
950 beneficiarios, 63 clérigos ordenados por órdenes mayores y 242 por órdenes me- 
nores, 467 sacristanes y acólitos, 19 sirvientes y 69 ermitaños. 


114 


_LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


des proporcionalmente que la del resto de España ”. Los diez- 
mos produjeron 12,2 millones de reales de media anual entre 
1803 y 1807, lo que equivale al 11 por ciento del producto agra- 
rio de Navarra. En toda España se ha estimado que casi la mitad 
de las cosechas adquiría forma de diezmo ”*. La Iglesia sólo pose- 
ía en Navarra derechos señoriales sobre tres ciudades y un pue- 
blo. El clero regular tenía 54 kilómetros cuadrados de tierra y el 
secular 23, menos del 1 por ciento de la superficie de Navarra en 
comparación con el 8 por ciento de toda España ”. Así pues, el 
clero de Navarra era más numeroso, más secular y más pobre que 
el clero nacional. 


2% La siguiente discusión sobre la propiedad de la Iglesia navarra se basa en AGN, 
Estadística, legajo 20, legajo 49, car. 19; «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, 
núm. 3; Mutiloa Poza, La desamortización eclesiástica, pp. 124-27, 155-56, 263, 615- 
18; y García Sanz, La respuesta, pp. 74, 92, 115. 

2% Anes, El antiguo régimen, p. 65. La producción agrícola neta es la que queda tras 
restarle la simiente y otros costes de producción. En algunos sectores de la agricul- 
tura se recaudaba más de un diezmo. Los criadores de ganado lanar, por ejemplo, 
pagaban diezmos por los animales que sacrificaban, por la lana, la leche y el queso. 
Anes elaboró un cálculo que demuestra que los diezmos también habrían absorbida 
la mitad del producto neto obtenido en una plantación de trigo. Sólo una pequeña 
cantidad del diezmo, que en teoría se recaudaba por sacerdotes que actuaban como 
agentes fiscales locales de la Iglesia, permanecía realmente en manos de los clérigos. 
Del total de los 648 millones recaudados en 1797, las arcas reales se llevaron 24 
millones en forma de excusado, una contribución hecha al gobierno que eximía a la 
Iglesia de otros impuestos. Dos tercios de lo que quedaba fue a parar a laicos que 
habían conseguido el derecho de recaudar diezmos, dejando a la Iglesia con cerca 
de 200 millones de reales. Desdevises du Dezert, £ Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, 

p- 48-55. 

, A nivel nacional, un total de nueve grandes ciudades, 375 ciudades y 2.299 villas 
y aldeas eran señoríos eclesiásticos, el equivalente al 14 por ciento de todos los muni- 
cipios españoles, una cifra elevada para los niveles medios de Europa en aquel mo- 
mento y fuente de desazón para los reformistas de Madrid. Los monasterios controla- 
ban 1.123 jurisdicciones y el clero secular 1.560. La mitad de las villas y ciudades de 
Galicia y La Mancha era de señoríos eclesiásticos. Desdevises du Dezert, £ Espagne de 
l'Ancien Régime, vol. 1, p. 55. Según Richard Herr, Rural Change and Royal Finances 
in Spain at the End of the Old Regime, p. 23, la Iglesia poseía entre el 15 y 20 por 
ciento de la tierra cultivable de Castilla. Casi una catorceaya parte de toda la tierra 
cultivable de Caraluña y más de la mitad de la tierra de Galicia pertenecían a la Igle- 
sia. Mercader Riba, Barcelona durante la ocupación francesa, p. 31. Estas propiedades 
generaban 565 millones de reales anuales de renta, el segundo concepto más impor- 
tante de renta del presupuesto de la Iglesia tras los diezmos. 


115 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Las diferencias entre la Montaña y la Ribera son más pronun- 
ciadas que las existentes entre Navarra y el resto de España. En la 
Montaña los curas constituían un porcentaje relativamente eleva- 
do de población (el 0,5 por ciento); sin embargo, la presencia de 
clero regular era pequeña (el 0,3 por ciento). En la Ribera ocu- 
rría todo lo contrario: el número de sacerdotes era escaso (0,1 
por ciento de la población), mientras que la presencia de monjes 
y monjas (el 1,3 por ciento) era manifiesta en todos los lugares. 
El clero regular era tan numeroso en la merindad de Tudela que 
casi igualaba el número de regulares del resto de Navarra, a ex- 
cepción de la ciudad de Pamplona. 

La Ribera también soportaba un gran proporción del «otro» 
clero secular (el 0,8 por ciento de la población) que, si bien in- 
cluía a algunos hombres y mujeres genuinamente piadosos, la 
gran mayoría estaba formada por cientos de personas que ejer- 
cían funciones poco discernibles a cambio de su exención fiscal y 
de otros beneficios. Este tipo de clero, muy extendido por Espa- 
ña, actuaba como un parásito y sólo servía para suscitar la duda y 
el descrédito entre los siervos realmente devotos de la Iglesia. En 
la Montaña sólo el 0,4 por ciento de la población caía en esta ca- 
tegoría %, 

Estas cifras sobre la distribución del clero en Navarra tenían im- 
plicaciones para los modelos de piedad de la provincia. En la Mon- 
taña los sacramentos eran administrados por un gran número de 
sacerdotes, Lo que ocurría en la Ribera era simplemente que había 
muy pocos pastores para decir misa, lo que debió de dar lugar a que 
mucha gente careciese de las nociones básicas de la enseñanza cris- 
tiana, una situación que se repitió en otras partes de España y en 
otros países europeos, donde las iglesias no pudieron seguir el ritmo 
impuesto por las poblaciones urbanas en crecimiento. Al mismo 
tiempo, el clero regular y el «otro» clero secular, a quienes la imagi- 


** Estas cifras excluyen a Pamplona, una ciudad que era, y todavía sigue siendo, un 
gran centro eclesiástico. En tiempos de la invasión francesa nueve monasterios y dos 
conventos albergaban a los 535 clérigos que residían en la capital. En 1808 la presen- 
cia de eclesiásticos en Pamplona no podía pasar inadvertida al visitante de Pamplona, 
donde constituían el 7 por ciento de la población y poseían 217 edificios. 


116 


_ LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


nación popular representaba como una carga o un parásito de la so- 
ciedad, despertaban el anticlericalismo en la región. El llamamiento 
a las armas en defensa de la Iglesia, por tanto, tenía menos probabi- 
lidades de recibir respuesta en la Ribera que en la Montaña. 

Además, la Iglesia, al igual que la nobleza navarra, poseía más 
tierra en la Ribera que en la Montaña. En Tudela, por ejemplo, 
el 4 por ciento de la tierra cultivable pertenecía a seis conventos 
de hombres y cuatro de mujeres, y casi el 20 por ciento de las 
posesiones urbanas estaba en manos del clero. En Corella el 10 
por ciento de la tierra cultivable pertenecía a dos conventos de 
hombres y dos de mujeres. Entre los conventos y el cabildo cate- 
dralicio, el 10 por ciento de la propiedad urbana de Corella esta- 
ba asimismo en manos de la Iglesia 7. No es sorprendente, por 
tanto, que la ciudad de Tudela apoyara el embargo de las propie- 
dades conventuales con objeto de poner tierra en el mercado. Las 
reformas francesas, que prometían hacer justamente eso, difícil- 
mente podían alentar la resistencia. Por contra, al menos algunos 
ribereños habían estado luchando durante mucho tiempo por la 
repartición de las tierras de la Iglesia. 

Por el contrario, la Iglesia poseía proporcionalmente menos 
propiedad en la Montaña *. En la villa de Echarri-Aranaz, por 
ejemplo, sólo 0,2 hectáreas pertenecían a la Iglesia, y en el valle 
de Ergoyena el clero no tenía ni una sola hectárea. Á veces las vi- 
llas de la Montaña controlaban incluso parte de la renta del cle- 
ro. El cura de Echauri aceptaba lo que se le daba de la renta de 
poco más de hectárea y media de tierra municipal, separada es- 
pecíficamente para sustentar a la parroquia ”. Lo importante es 
que la mayoría del pueblo de la Montaña no tenía contacto con 


” 


Y «Rolde de los propietarios», AMC, legajo 85, núm. 32. 

34 En pocas ciudades de la Montaña, como Estella, Pamplona y Sangiiesa, el domi- 
nio del clero fue también dominante. No obstante, esta preponderancia no se exten- 
dió al campo, en donde residía la mayoría de la población. 

APN, Pamplona, Velaz, legajo 89, núms. 27-34. En la guerra con Francia, cuando 
las villas se vieron obligadas a echar mano de cualquier bien para satisfacer las exac- 
ciones francesas, Echauri vendió esta tierra y acordó pagar al sacerdote (contra su 
enérgica protesta) 50 reales al año en compensación, una forma de «constitución ci- 
vil» del clero desde abajo. 


117 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


clérigos que a su vez fueran sus señores territoriales, lo que hace 
más fácil imaginar que defendieran la Iglesia espiritual, 

Tal y como ocurría con las propiedades pertenecientes a seño- 
res seculares, los eclesiásticos arrendaban tierra a los campesinos 
por pequeñísimas sumas, generalmente bajo censo enfitéutico. El 
censo permitía que los campesinos consiguiesen el usufructo de 
un pedazo de tierra, por el que satisfacían un precio de «compra» 
así como una suma anual, casi siempre pagadera en especie al 
vendedor. Las tierras a censo eran hereditarias y pasaban de gene- 
ración en generación sin experimentar aumentos de renta. Por 
tanto, los campesinos que poseían tierras de la Iglesia pagaban 
rentas tan bajas que virtualmente eran copropietarios de ellas, en 
una posición casi tan envidiable como aquellos que poseían el 
derecho absoluto de propiedad %. Las promesas de redistribuir 
estas tierras en el mercado libre, lo que hubiera conducido inexo- 
rablemente a aumentar el valor y la renta de la tierra, atrafan 
muy poco a los campesinos de la Montaña. Sin embargo, las tie- 
rras a censo rentaban más en la Ribera que en la Montaña. La 
presencia de mercados urbanos y la elevada calidad de la tierra 
irrigable de la ribera del Ebro habían hecho que el precio y la 
renta se elevasen poco a poco en la Ribera ?!. Y debido a que la 


1 Las rentas censuales se mantuvieron fijas o declinaron durante el período inmedia- 
tamente anterior a la Guerra de Independencia. Por ejemplo, el prior de larte renovó 
una cesión en 1789 al mismo precio de 1549, Según el promedio, las tierras censua- 
les rentaban entre el 3 y el 10 por ciento de la cosecha anual. La mayoría de los seño- 
res eclesiásticos arrendaba una gran porción de sus dominios en forma de censos. El 
Convento de Nuestra Señora del Carmen, en Corella, cultivaba directamente poco 
más de 7 hectáreas, la mayoría de olivos y viñas para su propio abastecimiento de 
aceite y vino, Cedfa casi ocho hectáreas y media a censo enfitéutico. AMC, legajo 81; 
APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Renault, 

* El convento de Nuestra Señora del Carmen, de Corella, poseía 27 pedazos de tierra 
cultivable cuya renta se registró en 1809, año en el que los franceses disolvieron el con- 
vento. El precio medio de cada una de aquellas propiedades venía a representar el 12 por 
ciento de la cosecha, siendo el de la parcela más cara el 35 por ciento. «Inventario de los 
bienes del Convento», AMC, legajo 81. El cabildo catedralicio de Corella arrendó duran- 
te aquellos años sus tierras cultivables por un precio medio del 8 por ciento del promedio 
de las cosechas. APN, Tudela, Guesca y Alfaro. Toda esta tierra era de gran calidad, por 
lo que no era extraño que los franceses la considerasen un premio ante la escasez dineraria 
ocasionada por la ocupación y que, por tanto, pretendieran embargarla y venderla. 


118 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS _ 


[glesia recaudaba rentas más elevadas en la Ribera, especialmente 
en tierra de regadío, era más probable que la gente de la Ribera 
percibiese a la Iglesia como explotadora económica. Esto, a su 
vez, tendría efectos sobre la disposición de los campesinos a res- 
ponder a las peticiones de la Iglesia en favor de una «cruzada» 
antifrancesa en defensa del catolicismo, 

La Ribera sufrió de otra manera el enjambre del «otro» clero 
secular. Un gran número de aquellas personas no era realmente 
clero sino laicos enriquecidos que poseían tierra al amparo de 
obras pías y capellanías, categorías de propiedad eclesiástica que 
podían ser manejadas por laicos para vincular sus estados a la 
protección de la Iglesia y para eximir el producto de tales pro- 
piedades de la fiscalidad *. El monto de tierra cultivable que 
poseían las capellanías no era sustancial, entre casi el 1 por 
ciento de Tudela y el 3 por ciento de Corella; sin embargo, es- 
tos porcentajes a menudo incluían algunas de las mejores tie- 
rras 2. Por consiguiente, los programas borbónicos para embar- 
gar y vender este tipo de propiedades fueron recibidos con 
entusiasmo por algunos ribereños y tuvieron allí un éxito cla- 
moroso **, Cuando los franceses extendieron los programas na- 
cionalizadores a otras formas de propiedad eclesiástica, fue muy 
fácil convencer a los anteriores compradores de obras pías y ca- 
pellanías para que situasen su capital en otras tierras embarga- 


%% ¿Ventas hechas en virtud de Reales Cedulas», APN, Tudela, Guesca y Alfaro. Las 
capellanías y las obras pías incluían una gran cantidad de propiedades urbanas y tam- 
bién de inversiones en obligaciones públicas. 

% El análisis de las propiedades de cinco grandes capellanías en Corella vendidas en 
1807 revela una renta media de 14 por ciento sobre 54 propiedades. AMC, lega» 
jo 81. El monto total de obras pías y capellanías fue calculado según el inventario de 
su desmantelamiento efectuado entre 1806 y 1815 en APN, Tudela, Guesca y Alfa- 
ro, Renault, Laquidáin. 

4 La cantidad de propiedades vendidas por el Estado entre 1805 y 1808 viene a es- 
rar cercana al 30 por ciento de rodas las tierras de la Iglesia en Navarra, un cifra dos 
veces más elevada que la de Casrilla. Mutiloa Poza, La desamortización, p. 263; Herr, 
Rural Change and Royal Finances, p. 128. En Corella, por ejemplo, más de 40 hectá- 
reas de propiedad cultivable eclesiástica, además de numerosa viñas, casas y corrales, 
todas procedentes de obras pías y capellanías, fueron vendidas durante los tres años 
que precedieron a la invasión francesa, 


119 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


das a la Iglesia *. No existe ningún estudio adecuado sobre el 
proceso de desmantelamiento de la Iglesia emprendido en Na- 
varra en aquellos años. Lo que resulta evidente, sin embargo, es 
que este tipo de reforma agraria en Navarra, ya fuera desarrolla- 
da por Godoy, por Bonaparte o por Mendizábal, nunca provo- 
có resistencia popular en la Ribera %, 

Las pruebas presentadas hasta aquí sobre la Iglesia en Navarra 
ponen de manifiesto varias razones por las que el pueblo de la 
Montaña habría estado dispuesto a combatir por su religión, al 
contrario que la población de la Ribera. La Montaña estaba bien 
atendida en asuntos religiosos, y los campesinos mantenían una 
intimidad con sus sacerdotes que llamó la atención de los obser- 
vadores contemporáneos ”, Los soldados franceses que atravesa- 
ban Navarra se sorprendían de ver a los sacerdotes «jugar al bi- 
llar, fumar y beber aguardiente en un lugar público» %. La tosca 
piedad de la Montaña, donde los sacerdotes se mezclaban con 
naturalidad con sus feligreses, podía sorprender a los observado- 
res franceses; sin embargo, era una muestra de la supervivencia 
de una sensibilidad religiosa todavía capaz de producir cohesión 
social. 

Al mismo tiempo, la ausencia de órdenes regulares y del 
«otro» clero secular, así como la escasez de tierras eclesiásticas en 
la Montaña no habían dado lugar al tipo de sentimiento anticle- 
rical que ya era evidente en la Ribera y en otras muchas zonas de 
España. El programa francés para disolver monasterios, abolir 
todo tipo de clero y embargar las propiedades de la Iglesia no ha- 
bría sido comprendido en la Montaña, donde la mayoría de la 
población conocía la Iglesia a través de sus párrocos, quienes no 


* Los embargos franceses fueron en realidad menores que los efectuados por Godoy. 
En Corella el gobierno francés embargó y vendió casi 57 hectáreas de tierra de la 
Iglesia, el equivalente al 4 por ciento de la tierra cultivable. AMC, legajo 81. 

'* Rafael Gómez Chaparro, La desamortización civil en Navarra, p. 11, 

* En las merindades meridionales el clero regular seguía siendo incluso relativamen- 
te popular, A diferencia de la mayoría de los monjes de España, los de la Montaña te- 
nían menos relaciones aristocráticas y representaban a los diferentes estratos sociales. 
Desdevises du Dezert, L Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, pp. 56-60. 

* Blaze, Mémoire, p. 3. 


120 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


eran más que «los primeros pobres de su parroquia» *. En esta si- 
tuación, las reformas francesas sólo podían ser consideradas van- 
dálicas y ofensivas a la piedad. 


4. Pequeños campesinos y resistencia 


Navarra poseía una rica economía agrícola, y el 68 por ciento de 
su población activa era campesina %. Entre las actividades no 
agrícolas, cerca del 17 por ciento eran artesanos, el 9 por ciento 
criados domésticos y el 6 por ciento restante se dividía entre mi- 
litares y personal gubernativo (el 1 por ciento cada uno), docto- 
res, letrados y otros profesionales (el 2 por ciento), comercio e 
industria (el 1 por ciento) y estudiantes (el 1 por ciento). Estos 
datos no se desviaban mucho de la pauta española. Sin embargo, 
lo que distinguía a la sociedad navarra era, una vez más, la tajan- 
te diferencia entre la Montaña y la Ribera en relación a la estruc- 
tura social y ocupacional de la población. 

La proporción de estudiantes, mercaderes, profesionales, 
criados reales y personal militar era muy baja en la merindad de 
Pamplona, algo más elevada en Sangiiesa, Olite y Estella, y 
aproximada a la media nacional en Tudela. La debilidad de es- 
tas profesiones en la Montaña significaba que el clero, como 
fuente de información y liderazgo, tenía pocos rivales en sus co- 
munidades. Por el contrario, la relativa fuerza de aquellos gru- 
pos en la Ribera alimentaba una de las bases naturales de la co- 
laboración, ya que en toda España los sectores profesionales, 
incluyendo oficiales del ejército español, estuvieron entre los 


% Desdevises du Dezert, £ 'Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p. 46. 

1% Durante la invasión francesa, y teniendo en cuenta sus dimensiones, Navarra se si- 
tuó en segundo lugar entre las 33 provincias españolas en volumen de producción de 
trigo. Era la primera en producción de vino y licores, con 1/4 de todo el licor o 
aguardiente producido en España. Era la decimotercera mayor productora de aceite 
vegeral y se situaba en el noveno lugar en el valor de su ganado. Los datos y compara- 
ción a nivel provincial con las cifras españolas se basan en el Censo de frutos y manu- 
facturas de España e islas adyacentes. Los datos ocupacionales excluyen a nobles y clo- 
ro, cuyas fuentes de ingreso eran también agrícolas en su mayor parte. 


12] 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


primeros en jurar fidelidad al gobierno francés. Como ya he- 
mos visto, en Tudela hombres como el erudito y flexible Yan- 
guas y Miranda hicieron rápidamente las paces con la ocupa- 
ción, con la esperanza de cosechar recompensas políticas y 
económicas del régimen bonapartista *. 

El sector industrial de la economía era también mucho mayor 
en la Ribera que en la Montaña, aunque la industria no era pre- 
cisamente floreciente en ninguna parte de Navarra ?. Según las 
respuestas del censo de 1786, el 32 por ciento de la población 
activa de la merindad de Tudela era artesana, en comparación 
con el 19 por ciento de la merindad de Pamplona *. En la Mon- 
taña había incluso algunas villas bastante grandes en las que casi 
nadie parecía trabajar fuera de la agricultura. Por ejemplo, en 
Echarri-Aranaz, una población de 774 habitantes, tan sólo 14 


* «Relación de las ocurrencias en la ciudad de Tudela». AGN, Guerra, legajo 19, 
car. 38. 

Y Navarra se situaba en el vigésimo lugar entre las 33 provincias en producción ma- 
nufacturera. Por regla general, Navarra exportaba materias primas e importaba pro- 
ductos elaborados, especialmente de Francia, un síntoma de la subordinación cuasi- 
colonial de la provincia a la economía francesa. Navarra vendía 733 toneladas de 
lana anuales a Francia por valor de dos millones de reales y cada año compraba a 
cambio ropa valorada en 10,8 millones. No obstante, la mayor parte de estos tejidos 
era a su vez reexportada a Castilla y Aragón, y los beneficios iban a los comerciantes 
y contrabandistas en detrimento de los manufactureros que podían haber empezado 
la transformación económica de la industria rural de Navarra, Entre las manufactu- 
ras navarras, el aguardiente representaba el 44 por ciento, los tejidos de lino el 25 y 
los de lana el 12 por ciento. La mayoría de esta producción se consumía en el inte- 
rior de la provincia. Navarra tenía pequeñas reservas de mineral de hierro y la mine- 
ría representaba el 15 por ciento de la producción industrial, aunque el mineral se 
exportaba a las provincias vascas y a Francia, y no se transformaba en metal acabado. 
Además de los censos y otras fuentes citadas, véase Rodríguez Garraiza, Tensiones de 
Navarra, p. 111. 

1% Estos daros fueron inflados considerablemente, dado que el censo no incluyó a 
los criados domésticos que representaban el 9 por ciento de la fuerza de trabajo to- 
tal de Navarra. Esto significa que el número de población «total activa» era dema- 
siado bajo, de manera que la proporción de todas las categorías ocupacionales está 
sobredimensionada, Lo significativo, sin embargo, es que Tudela tenía casi dos ve- 
ces más población artesanal, en proporción a su población actiya (menos los criados 
domésticos), que Pamplona. Así, por ejemplo, los manufactureros generaban 1.190 
reales de ingresos por persona en Corella, un región típicamente ribereña, y sólo 95 
reales en Echauri, población media de la Montaña. 


122 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS — 


personas trabajaban a tiempo completo en la industria *, Ade- 
más, la industria estaba atrasada, especialmente en el norte de 
Navarra: los artesanos utilizaban técnicas anticuadas, las tiendas 
eran pequeñas, la productividad baja y Navarra no exportaba casi 
nada *. Los manufactureros eran normalmente artesanos que, 
como mucho, daban trabajo a un aprendiz y que producían para 
los pequeños mercados locales**. La organización artesanal tradi- 
cional estaba todavía menos incontestada en la Montaña. Ni la 
integración horizontal del putting-owt system ni el desarrollo de 
las factorías habían tenido lugar en la región. En otras palabras, 
en la Montaña no había nada que se pareciera a una elite manu- 
facturera, al proletariado industrial o incluso a la fuerza de traba- 
jo protoindustrial. 

Por el contrario, la mayoría de la población cultivaba la tierra, 
y la mayor parte de los campesinos tenía sus propias tierras. En 
toda Navarra, los labradores —campesinos que trabajaban sus 
propias tierras o las arrendaban— superaban el número de jorna- 
leros en una proporción de tres a uno. Esto convertía a Navarra 
en una provincia insólita de por sí. En España había más jornale- 
ros (el 53 por ciento) que labradores (el 48 por ciento). Si obser- 
vamos con más detalle los datos sobre labradores en Navarra se 


1" Evidentemente, muchos campesinos que eran básicamente pequeños explotado- 
res debieron encontrar trabajo adicional en la industria, aunque los datos del censo 
no lo reflejen. De hecho, en Echarri-Aranaz, una fuente muestra que las mujeres y 
los niños trabajaban en el cardado de la lana y en el cáñamo, y que los hombres, 
después de trabajar sus tierras, iban a ganar dinero extra en las cercanas minas de 
hierro. García Sanz, La respuesta, pp. 122, 136. Del mismo modo, en la villa de 
Echarri, el censo sólo revela la existencia de un maestro tejedor que no tuviera em- 
pleados; sin embargo, según demuestra un informe policial, éste daba trabajo por 
las noches a tres jóvenes (estos tres habían provocado un disturbio una noche tras el 
trabajo, de ahí que tengamos noticia de su existencia). APN, Pamplona, Velaz, le- 
gajo 88, no. 33. A pesar de todo, lo destacable es que la industria de la Montaña 
no proporcionaba trabajo a tiempo completo a ninguna población digna de consi- 
deración. 

15 Éstas eran las quejas que hacían los intereses comerciales de la Ribera. Rodrigo 
Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra con la administración central, pp. 71-73, 
1 Una prueba de la naturaleza primitiva de la industria navarra es la preponderancia 
de los maestros artesanos sobre los aprendices y otros empleados en una ratio de dos 
3 Uno. 


123 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN - 


produce un hecho igualmente destacable: el 70 por ciento de los 
labradores poseía la tierra que trabajaban y sólo el 30 por ciento 
era arrendatario. Esta situación era contraria a nivel nacional, 
donde casi el 60 por ciento de los labradores arrendaba tierras y 
sólo el 40 por ciento era propietario ”. 

Una vez más, el contraste entre la Montaña y la Ribera es 
todavía más sugerente. Por ejemplo, mientras que la propor- 
ción de campesinos con tierra respecto a los jornaleros (de tres 
a uno) era lo suficientemente notable a nivel provincial, en la 
Montaña la proporción se situaba en 9 a 1. En las merindades 
de Pamplona y Sangiiesa sólo el siete por ciento de la pobla- 
ción activa eran trabajadores sin tierra *, En muchas zonas no 
existían campesinos sin tierra. Aspiroz, una villa de 298 habi- 
tantes en 1786, tenía 298 propietarios campesinos, 205 de los 
cuales eran nobles (es de destacar que las mujeres y los niños 
fueron registrados como nobles y propietarios). En la villa de 
Echauri el 98 por ciento de la tierra cultivable era trabajada 
por sus propietarios. Aunque hubiera unas pocas propiedades 
en arrendamiento, éstas eran pequeñas parcelas a precios me- 
dios que oscilaban entre el 2 y el 6 por ciento del valor de las 
cosechas. Con tal facilidad para acceder a la tierra, los señores 
no conseguían cargar más a sus tenentes %. En Echauri no ha- 
bía jornaleros. Si se tiene en cuenta que la mayoría de los más 
de 14.000 nobles de la región pertenecía socialmente a la mis- 
ma clase de propietarios campesinos, se entiende por qué la 
Montaña de Navarra fue la tierra par excellence del pequeño 
cultivador, 


La descomposición de labradores en propietarios y arrendatarios procede del 
AGN, censo de 1796-97, Sólo las áreas vecinas de Aragón tenían una preponderancia 
de propietarios sobre arrendatarios similar a la de Navarra. Y sólo las otras provincias 
vascas y Galicia tenían menor proporción de jornaleros, aunque contaban con un nú- 
mero mucho mayor de renteros. 

1% En Estella el porcentaje era del 17 por ciento, si bien esto se debe a que la parte 
meridional de Estella está situada en la Ribera. 

" Por ejemplo, el conde de Guenduláin, residente en Puente la Reina, poseía en 
Echauri 6,8 hectáreas de tierra divididas en 21 parcelas que cedía por un precio me- 
dio del 2,5 por ciento del valor de la cosecha. APN, Pamplona, Velaz, legajos 88, 91. 


124 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


Uno de los mecanismos que mantuvo bajos los precios de la 
tierra en la Montaña y contribuyó a apuntalar la estructura de 
propiedad fue un contrato conocido como la «carta de gracia». 
A través de la carta de gracia, los campesinos podían comple- 
mentar sus posesiones ancestrales consiguiendo el usufructo de 
otras propiedades a cambio del pago de un único precio «de 
compra» %, Al propietario real de la parcela vendida en carta de 
gracia se le permitía recuperar su propiedad si reembolsaba al 
usufructuario el coste de la tierra más las mejoras. Sin embargo, 
esto ocurría con menos frecuencia de lo que podría esperarse *!. 
Los propietarios tenían pocos incentivos para emplear su dinero 
en reconstituir sus haciendas a partir de las tierras previamente 
vendidas por carta de gracia. El estancamiento o declive de la 
población y la falta de mercados para los productos agrícolas 
hacían que la explotación comercial de la tierra no tuviese nin- 
gún atractivo en la Montaña. Y al haber tanta gente en pose- 
sión de derechos de propiedad, era difícil encontrar tenentes 
para los arrendamientos: la población no quería pagar rentas 
por cualquier tierra, sino por las mejores parcelas *. Los propie- 
tarios que tenían más tierra de la que podían arrendar se con- 
tentaban, por tanto, con obtener lo que podían con las ventas 
de carta de gracia, ya que al menos en teoría les permitían recu- 
perar la propiedad en el futuro. 

El contraste con la Ribera no podía ser más acentuado. Los 
jornaleros allí sobrepasaban con mucho a los campesinos que po- 
seían o arrendaban tierras, en una proporción de 4a 1 en la me- 


Y El precio medio en Echauri de la tierra vendida a carta de gracia era de 580 reales 
por cada 0,40 hecráreas durante el período de 1798-1818, el equivalente a ciento 
cuarenta y cinco días de salario de un carpintero. APN, Pamplona, Velaz. 

5 APN, Pamplona, Velaz. En Echauri, entre los años 1798 y 1818, las nuevas ventas 
a carta de gracia sobrepasaron en número a las recuperadas en un 36 por ciento. Las 
ventas puras sobrepasaron con mucho a ambas. 

% APN, Pamplona, Velaz. El precio de la tierra vendida era normalmente un poco 
más bajo que el precio de la que se vendía por carta de gracia. Esto se explica por la 
situación y calidad, generalmente más pobres, de las parcelas puestas a la venta pura, 
al menos en Echauri. La gente evitaba deshacerse definitivamente de sus mejores y 
más ancestrales tierras. 


125 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

rindad de Tudela, donde el 50 por ciento de la población activa 
estaba registrada como jornaleros. Había campesinos tenentes, 
pero era difícil acceder a la tierra y los precios eran relativamente 
altos, de forma que incluso los tenentes estaban obligados a tra- 
bajar como jornaleros para complementar sus ingresos. En Core- 
lla, donde sólo unas pocas familias controlaban casi toda la tie- 
rra, no existe ni un solo caso de campesino arrendatario que 
además no tuviera que trabajar, al menos temporalmente, como 
jornalero en una de las grandes haciendas *. 

Este modelo de propiedad de la tierra hizo que los franceses 
dominasen con facilidad la Ribera. Un puñado de familias poseía 
toda la tierra. Los franceses embargaron a estas familias para sa- 
tisfacer sus impuestos y requisiciones, y les recompensaron con la 
propiedad de la Iglesia y con cierta cantidad de poder público. 
Mientras, el habitante medio de la Ribera no tenía nada. Los 
hombres trabajaban como asalariados, tanto en la industria 
como en la agricultura. Para esta gente resultaba irrelevante si los 
salarios los pagaba un patrón o señor proborbón o probonapar- 
tista. La mayoría de los hombres eran jornaleros, desempleados 
durante meses al año, obligados a vagabundear o a cubrir gran- 
des distancias para encontrar trabajo en las estaciones agrícolas 
bajas *. Estos hombres eran en extremo vulnerables. ¿Qué les 
podía obligar a arriesgarlo todo para defender el viejo régimen 
contra los franceses? No era probable que la Iglesia infundiera a 
los ribereños el ánimo de morir por su causa y, aunque alguno 
hubiera querido enfrentarse a los franceses, ¿con qué medios po- 
día hacerlo? La mayoría de los ribereños se enfrentó indefensa a 
la ocupación francesa y sólo las circunstancias más extraordi- 
narias pudieron hacer entrar a esta gente en el movimiento 
guerrillero. 


* «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3. El tamaño de la parcela se ha 
calculado sobre la base de los arrendamientos registrados entre 1806 y 1816 en la 
ciudad de Corella. APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Resa. 

* «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3. 


126 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


5. Agricultura de subsistencia y guerra 


Una comparación más pormenorizada de la agricultura en la 
Montaña y la Ribera revela diferencias adicionales. Los ribereños 
tenían más contacto con los mercados regionales y tendían a es- 
pecializarse en un menor número de productos comercializables, 
mientras que en la Montaña se producía una amplia gama de 
productos con objeto de garantizar el abastecimiento local de ali- 
mentos. El trigo era el principal producto en ambas regiones. En 
la merindad de Tudela, la cosecha de trigo representaba el 63 por 
ciento de toda la producción agraria, y la cebada el 28 por cien- 
to. En la merindad de Pamplona, por el contrario, el trigo sólo 
representaba el 48 por ciento de toda la producción agraria. La 
Montaña producía asimismo menos centeno, cebada y avena, 
pero cultivaba ciertos cereales menores, piensos y legumbres cuya 
producción era casi desconocida en la Ribera. En la región de 
Pamplona, el maíz, que no se sembraba en absoluto en la merin- 
dad de Tudela, era casi tan importante como el trigo. 

Entonces, como ahora, la mayoría del vino producido en Na- 
varra venía de la Ribera, aunque, en ciertas zonas de Pamplona, 
de donde el vino se ha retirado en época contemporánea, tam- 
bién se producía una importante cantidad de vino y aguardiente. 
La Ribera era origen de casi todo el aceite de oliva de Navarra, si 
bien, incluso en la Montaña se producían pequeñas cantidades 
para consumo local. La importancia del castaño en la Montaña 
—en la merindad de Pamplona, el volumen de la producción de 
castaño era tan grande como cualquier otro cultivo a excepción 
del trigo, el maíz y las judías — pone de manifiesto la pervivencia 
de formas de silvicultura mucho tiempo después de su desapari- 
ción en la Ribera *. 


% Estos ejemplos demuestran la debilidad del mercado en Navarra. Si hubiera estado 
bien desarrollado, la ley de la ventaja comparativa habría hecho que la Montaña deja- 
se de producir vino y aceite y comprase los vinos más bararos y de mayor calidad de 
la Ribera. De hecho, existen ciertos indicios que prueban que la producción de vino 
de la Ribera ejercía presión sobre los productores de la Montaña. Las comunidades 
de la Montaña fijaban el precio del vino y prohibían el consumo de caldos «foráneos» 


127 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


La Montaña, al igual que producía una mayor variedad de 
cultivos que la Ribera, también criaba ganado con mayor diversi- 
dad y en mayor número. La mayoría de las familias tenía cerdos, 
la fuerte de carne más común, y cabras, que transformaban la 
basura y los pastos de los montes y comunales en leche, queso y 
nata. Había también una gran cantidad de ganado vacuno y bue- 
yes, utilizados para la producción de leche, carne y para el traba- 
jo. Por el contrario, los cerdos y las cabras eran raros en la Ribe- 
ra, y los bueyes prácticamente desconocidos. En el valle de 
Echauri había un buey, un caballo, una cabra o un cerdo por 
cada 1,5 personas, en comparación con uno por cada trece habi- 
tantes de Corella. Las mayores cosechas de maíz y de castaños, 
utilizadas principalmente como piensos, eran un signo de la im- 
portancia del ganado en la Montaña. 

El ganado ovejuno era importante tanto en la Ribera como en 
la Montaña”, Sin embargo, mientras que en la Ribera un núme- 
ro relativamente bajo de individuos poseía ovejas en grandes re- 
baños, en la Montaña numerosos campesinos tenían pequeños 
hatos de ganados. Por ejemplo, en Corella, cuatro nobles poseían 
casi la mitad de la totalidad de las ovejas de la ciudad, y 16 indi- 
viduos tenían el 95 por ciento de las ovejas *”. Por el contrario, 
los cuatro principales ganaderos de Echauri controlaban sólo un 
cuarto del total de ovejas, mientras que docenas de individuos 
estaban en posesión de pequeñas manadas *, 

A pesar de la orientación de los cultivos hacia la subsistencia 
en la Montaña, los peculiares factores sociales y técnicos de la re- 
gión habían creado una agricultura eficiente. Los campesinos po- 


de la Ribera hasta que no se hubiera gastado toda la producción local. Las leyes que 
ponían en vigor la «economía moral» no habrían sido necesarias si no hubiera existi- 
do la presión de los superiores vinos de la Ribera. Puede consultarse un ejemplo so- 
bre esta práctica de fijación de precios en APN, Pamplona, Velaz, legajo 84, no. 31. 
% Las áreas más importantes de producción lanera se encontraban en Sangúesa y Es- 
rella, si bien Pamplona producía el 20 por ciento de toda la lana de Navarra, y sólo la 
ciudad de Tudela contaba con casi 41.000 cabezas de ganado ovino, el 5 por ciento 
del total provincial. 

Y AMC, legajo 85, núm. 29, 

% APN, Pamplona, Velaz, legajo 33, car. 6. 


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LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


seían su tierra en pequeñas parcelas situadas en diferentes cam- 
pos abiertos. Esto aseguraba a cada familia la oportunidad de 
plantar diversos tipos de cultivos en diferentes suelos y espacios, 
y prevenir que una persona monopolizase las mejores tierras o 
que se perdiese todo en un desastre extremadamente localizado 
(por ejemplo, por una invasión de ovejas). La división de la tierra 
era, en este sentido, un sistema juicioso y consagrado. Mientras 
que los reformadores agrícolas estaban intentando aumentar la 
productividad cercando la tierra e introduciendo nuevas técni- 
cas, los campesinos de la Montaña, que conservaban una distri- 
bución de la tierra relativamente igualitaria y empleaban méto- 
dos anticuados, cultivaban con más eficacia que la mayor parte 
de Europa. La producción por semilla era, en las mejores tierras, 
de 1: 8 o más elevada, siendo la de Echarri-Aranaz la que regis- 
traba la producción media de 1 : 6”. En comparación, la pro- 
ducción media en Francia rondaba el 1 : 5, la de Alemania el 1 : 4 
y la de la Rusia Blanca el 1 : 3%, 

El clima suave y la lluvia adecuada, junto a la diversidad de 
cultivos en rotación y la abundancia de fertilizantes del ganado, 
eran responsables parciales de esta elevada productividad *'. Estas 
ventajas estaban reforzadas por la organización social del trabajo. 
La extendida propiedad privada de las pequeñas comunidades 
había dado lugar a un esforzado campesinado, notable por su de- 
voción a la tierra y al uso de formas laborales cooperativas”, Era 


% García Sanz, La respuesta, p. 97. 

% Jerome Blum, The End of the Old Order in Rural Europe, pp. 144-45. 

0 Alexandre Joseph Louis Laborde, /tineraire descriptif de l'Espagne et tablean élémen- 
taire des différentes branches de Ladministration et de Uindustrie de ce royaume, vol, 2, 
p. 92. Este trabajo, cuya oportuna publicación en 1808 fue un tributo a la eficacia 
del imperialismo intelectual francés, es una lectura fascinante, análoga a «la mayor 
apropiación colectiva de un país por otro», la Description de l'Egypte, publicada en 
París entre 1809 y 1828. La cita procede de Edward Said, Orientalism, Nueva York, 
1979, p. 84. 

02 Algunos contemporáneos consideraban que los vascos eran el pueblo más trabaja- 
dor de España. Jean Francois Bourgoing, Nouveau voyage ou tableau de Létat actuel de 
cette monarchie, vol. 3, pp. 218-19; Desdevises du Dezert, £ Espagne de l'Ancien Régi- 
me, vol. 1, pp. xxx, 260; véase también Renato Barahona, Vizcaya on the Eve of Car- 
lism; Politics and Society, 1800-1833, pp. 2-13. 


129 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

esta ventaja social, por encima de todas las demás, la que ayuda- 
ba a producir las elevadas cosechas del norte de Navarra, y no la 
aplicación de capital o de avances tecnológicos. En efecto, los 
campesinos de la Montaña utilizaban el instrumento agrícola 
más antiguo de Europa, la laya neolítica, un tipo de pala, más 
que (o además de) el arado. Aunque ya en tiempos de los roma- 
nos la laya se consideraba como un atavismo, las ventajas que 
ofrecía a los pequeños campesinos para remojar el terreno asegu- 
ró la utilización de esta antigua técnica hasta bien entrado el si- 
glo Xx. Por una razón, la laya era barata. Cualquiera podía tener 
un juego de ellas, El acceso a los costosos arados y a los animales 
de tiro fue un factor que operó a favor de la estratificación de los 
campesinos europeos; sin embargo, en la Montaña la laya permi- 
tía que incluso los campesinos más pobres compitieran con sus 
vecinos más ricos, y esto reforzó la tendencia igualitaria de la so- 
ciedad en la región. 

Uno de los aspectos más importantes de la laya era que reque- 
ría trabajo comunal. Dos o más familias, que incluían varias ge- 
neraciones de hombres, mujeres y niños, trabajaban juntas, pri- 
mero en la tierra de una de ellas, luego en la de la otra. Este 
acuerdo comunal premiaba la cooperación interfamiliar y ayuda- 
ba a mantener juntas a las comunidades como ningún otro fac- 
tor podía hacerlo “%. Un atributo todavía más importante de la 
laya era la forma en que ayudaba a dar poder a las mujeres. Des- 
de tiempos de los romanos, los visitantes de la región vasca des- 
tacaron, a la vez con satisfacción y horror, que sus mujeres pare- 
cían tener un gran poder. Algunos antropólogos e historiadores 
incluso han calificado a la sociedad vasca de «matrialcal», si bien 
esto supera la realidad %. Sin embargo, es razonable suponer que 
la laya eliminaba algunos de los obstáculos que para las mujeres 


“2 Una buena descripción de la laya y su uso, puede verse en L. Louis-Lande, Basques 
et Navarrais, p. 7. 

** Para una interesante discusión sobre el mito del marriarcado, véase Celia Amorós, 
Hacia una crítica de la razón patriarcal, pp. 273-88, y Teresa del Valle, Mujer vasca. 
imagen y realidad. Un trabajo reciente que defiende la idea de la existencia de un ma- 
triarcado vasco es la de Andrés Ortiz Osés, El matriarcalismo vasco. 


130 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


renía la agricultura. Aunque el uso de la laya era extremadamente 
duro, no requería el mismo tipo de fuerza o el mismo dominio 
de los animales que el arado. El control de animales de tiro y de 
la labranza es, según los antropólogos, un factor importante para 
la dominación masculina sobre la mujer en las sociedades agra- 
rias. Las mujeres de la Montaña no se enfrentaban a esta desven- 
raja laboral y esto puede haber contribuido a confirmar su igual- 
dad en otras esferas, como por ejemplo, en las costumbres 
hereditarias. 

Los campesinos de la Montaña practicaban una estricta pri- 
mogenitura. Esto significaba que el hijo mayor, fuera éste mujer 
u hombre, heredaba, lo que daba a las mujeres igual acceso a la 
tierra %, Además, incluso después del matrimonio, la mujer con- 
servaba el control sobre su propiedad. A su muerte, sus posesio- 
nes territoriales, menos los gastos funerarios y cualquier dote que 
hubiera entregado a la familia de su marido, revertía en sus pa- 
dres, hermanas, hermanos y otros parientes %. Desde el punto de 
vista de la guerra de guerrillas, el aspecto más importante de la 
laya y del lugar que la mujer ocupaba en la sociedad vasca era 
que las mujeres de la Montaña estaban acostumbradas a heredar 
tierras y a tomar parte activa en todos los procesos de produc- 
ción, incluyendo la labranza. Por tanto, la ausencia de un nume- 
ro considerable de hombres —ya fuera por estar trabajando en la 
Ribera o por estar luchando contra los franceses— no implicaba 
la destrucción de la producción agrícola: las mujeres de la Mon- 
taña podían continuar alimentando a sus familias mientras sus 
hombres combatían. La situación de la Ribera era muy diferente. 
En las ciudades agrarias de la Ribera casi no había trabajo asala- 
riado para las mujeres y los niños. Si de repente los jóvenes de es- 


0% Véase la exposición sobre el «matriarcado» vasco y sobre la laya en Caro Baroja, 
Los pueblos de España, y por el mismo autor, Vecindad, familia y técnica. 

“+ APN, Pamplona, Velaz. En el caso del matrimonio de la hermana propietaria de 
Espoz, fue su marido —que evidentemente no era el mayor de su familia— quien 
trajo al matrimonio la dote en dinero. «Contratos matrimoniales de Miguel Ramón 
de Irure y Vicenta Espoz», 8 de julio de 1800, APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, 
núm. 90, 


131 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


tas comunidades se veían obligados a echarse al monte, podía 
significar la quiebra económica y conducir al desastre a aquellos 
que se quedaban atrás 7. En otras palabras, el sistema de trabajo 
de la Montaña favorecía la guerra de guerrillas, mientras que el 
de la Ribera lo desalentaba. 

La primogenitura tenía otros efectos favorables sobre la 
Montaña. Aquellas regiones que no practicaban la primogenitu- 
ra experimentaron con frecuencia un extremo minifundismo, 
tal y como ocurría en Galicia, donde la tierra se dividía, arren- 
daba y subarrendaba entre tantos herederos que la mayoría de 
los campesinos de la zona apenas alcanzaba el nivel de subsis- 
tencia. En Navarra la primogenitura preservó un campesinado 
relativamente próspero con explotaciones de dimensiones ade- 
cuadas. La familia Mina, por ejemplo, poseía una casa y otras 
dependencias con un poco más de 35 hectáreas de tierra %%. 
Desde luego, los hijos más jóvenes, a menos que no se casasen 
con un heredero o con una heredera, quedaban desheredados 
por este sistema y se veían obligados a emigrar, a ingresar en el 
clero, o a buscarse otro empleo ajeno a la agricultura, incluyen- 
do la guerra. 

Todos estos factores crearon en la Montaña un próspero cam- 
pesinado que producía ricas cosechas de cereal y ganado, y vino 
y aceite suficientes para satisfacer sus propias necesidades. Aun- 
que la región podía haber exportado cierta parte de las cosechas, 
realmente lo hacía en pequeñas cantidades. El extenso reparto de 
la propiedad lo aseguraba. Ni los mecanismos feudales ni los 
de mercado, cuyo fin era extraer la producción excedentaria en 
forma de rentas o trabajo mal remunerado respectivamente, no 
habían penetrado en realidad en la Montaña. Con una distribu- 
ción que repartía los productos de la agricultura entre cientos de 
miles de productores independientes y entre miles de núcleos 
de producción, la mayoría de la riqueza agrícola de Navarra se 


* García Sanz, La respuesta, pp. 122, 136. 
** «Contratos matrimoniales de Miguel Ramón de Irure y Vicenta Espoz», 8 de julio 
de 1800. APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, núm. 90. 


132 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


consumía en o cerca del lugar de producción 62. Por tanto, pocos 
eran los medios para extraer riqueza de los campesinos de la 
Montaña”, 

Esta característica de la Montaña fue uno de los grandes obs- 
ráculos del régimen francés y una enorme fuente de poder para 
el movimiento guerrillero. En la Ribera y en la mayoría de Espa- 
ña, los franceses consiguieron imponer impuestos y requisiciones 
sobre unos pocos grandes propietarios de la tierra. Estas recauda- 
ciones afectaron a los beneficios, aunque no amenazaron la su- 
pervivencia de la elite propietaria, ni tampoco afectaron directa- 
mente a las más limitadas rentas de la masa asalariada, En la 
Montaña, por el contrario, el control campesino sobre la pro- 
ducción le colocaba en conflicto directo con el aparato de fiscali- 
zación y requisición del gobierno galo. Los franceses tuvieron 
que enviar agentes protegidos con escoltas armadas a cientos de 
villas para imponer contribuciones que afectaban directamente a 
la subsistencia de los propietarios individuales. Cada uno de los 
miles de pequeños explotadores se veía obligado a tomar una de- 
cisión política cada vez que se enfrentaba a los recaudadores de 
impuestos y a las partidas enemigas que salían en busca de sumi- 
nistros. Al empuñar las armas contra los franceses, se protegían a 
sí mismos y a sus casas, tierras y modo de vida ancestrales de la 
familia. Por tanto, no resulta sorprendente que en las villas de la 
Montaña el punto de partida del ataque guerrillero fuera contra 
las partidas de requisición francesas ya que, al proteger aquellos 


'% Lo que Navarra exportaba rara vez iba a Castilla, Más del 62 por ciento del co- 
mercio navarro se realizaba con las provincias vascas, el 37 con Francia y menos del 
| por ciento con Castilla y Aragón. Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra, 
p. 177. La red viaria de Navarra pone de manifiesto una orientación hacia el comer- 
cio interno y con Francia, ya que, si bien los navarros tenían los mejores caminos de 
toda España, los de la frontera de Castilla y Aragón se habían convertido en misera- 
bles sendas, un reflejo del aislamiento económico de Navarra del resto de la Penínsu- 
la. José Canga Argiielles, Diccionario de hacienda, artículo titulado «Caminos». 

7% En un año normal podía haberse exportado un tercio de la cosecha de cercal; por 
el contrario, los campesinos consumían lo que producían. Éstas fueron las conclusio- 
nes de la Diputación de Navarra en el informe escrito en 1778 a la Sociedad Vascon- 
gada de Amigos del País, citado en Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra, p. 101, 


133 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


lugares de la explotación francesa, las guerrillas se ganaban la 
lealtad del campesinado. 

Los campesinos de la Montaña no sólo tenían motivos para 
resistir a los franceses, sino que también tenían los medios. Dado 
que la Montaña quedó fuera del sistema feudal y de los sistemas 
de extracción mercantiles, el coste de la vida era más bajo que en 
cualquier otro lugar de España ”'. Los limitados beneficios que 
podían obtenerse de la agricultura disminuían asimismo el pre- 
cio de la propiedad inmueble. La tierra de cereal que se situaba 
alrededor de Pamplona podía pagarse con la renta de dos cose- 
chas. Y el precio de 0,40 hectáreas de tierra blanca (tierra de se- 
cano, sin cultivar y abierta) podía ser tan baja como 20-30 reales, 
unas pocas semanas asalariadas de un jornalero. La mayoría de 
los montañeros poseía sus propias casas, y aquellos que las arren- 
daban, no pagaban demasiado ”?, 

En esta situación, los campesinos podían conservar su propie- 
dad inmueble y acumular propiedad mueble a un considerable 
nivel. El 30 de enero de 1800, los oficiales municipales de 
Echauri entraron con un auto del Consejo Real de Pamplona en 
casa de un propietario local, Francisco Azanza, con objeto de 
embargar la propiedad que le quedaba en pago de una deuda que 
debía a otro propietario. Azanza poseía una impresionante colec- 
ción de muebles: 14 sillas y dos pequeños bancos, dos mesas lar- 
gas, cuatro cofres y un espejo, entre otros objetos de la casa. Te- 
nía incluso cinco cuadros, objetos de lujo imposibles para los 


5 


El vino, por ejemplo, costaba a cuatro reales el cántaro, el precio más bajo de todo 
el país, en donde el coste medio era de 13 reales, El precio del trigo en Navarra osciló 
entre la década de 1780 al año de 1807 entre 7 y 25 reales por robo, de nuevo el más 
bajo de España, donde el promedio (en 1799) era de 48 reales. APN, Pamplona, Ve- 
laz. He transformado las medidas expresadas en fanegas en robos navarros. Una fane- 
ga equivale a 19,65 kilogramos, un robo a 22, una relación de 1 a 1,1. De este modo, 
he convertido el precio de una fanega de trigo en España, registrado en 1799 a 44 rea- 
les, en el de 48 reales por robo. 

En la valle de Echauri, la renta media de una casa era de 88 reales, comparada con 
los 170 reales de Corella y los 253 de Tudela. Los precios se han calculado a partir de 
un registro de yentas y arrendamientos de tierra efectuado entre 1798 y 1817 en 
APN, Pamplona, Velaz, Echauri y en APN, Tudela, Guesca y Alfaro. 


134 


LAS BASES SOCIALES DE LA GUERRA DE GUERRILLAS 


campesinos de la mayoría de España (los bienes de mayor precio 

en la casa). En la cocina había un gran número de cazuelas y 

ollas, cacerolas de cerámica, cántaros, platos, tazas, utensilios 
un mantel ”*. 

En casa de campesinos más prósperos, junto a aperos de valor 
(layas, palas, arados, yugos, etc.) y ganado, el número de los bie- 
nes domésticos era más grande y la calidad más elevada. Por 
ejemplo, el propietario de Ansorena, un caserío de Echauri, tenía 
un largo surtido de linos, mantas de lana, almohadas de lana y 
algodón y alfombrillas; en la cocina había manteles damasquina- 
dos y servilletas, cortinas y utensilios sorprendentemente ricos, 
incluyendo una vajilla de plata, vinagreras y aceiteras de plata, 
una gran cantidad de platos, tazones y otros platos de latón; el 
mobiliario incluía ocho mesas, una librería con libros cuyos títu- 
los, desafortunadamente, no fueron inventariados, cuatro cómo- 
das, siete sillas normales y siete sillas moscovitas y un escritorio ”*. 
Estas propiedades no estaban al alcance de los medios de lo ma- 
yoría de los campesinos europeos, y evidentemente muy lejos de 
las posibilidades de los jornaleros. Generaron en el campesino 
propietario de la Montaña el interés de defender su sociedad y le 
proporcionaron recursos adicionales para sobrevivir a la desorga- 
nización de la producción provocada por la ausencia de hombres 
en las campañas guerrilleras. 

De este modo, la economía de la Montaña no sólo estaba 
orientada en esencia hacia la subsistencia, sino que también era 
ancestralmente rica. Industrialmente, la Montaña estaba sin 
duda retrasada, con artesanos a tiempo parcial que producían 
bienes de baja calidad para la venta local y el trueque. Por otro 
lado, la Montaña producía excedentes agrícolas que, aunque no 
fueran espectaculares, al menos permanecían en manos de los 
campesinos que, por tanto, podían acumular propiedades raíces 
y bienes mueble. Los observadores tenían en alta consideración a 
los campesinos de la Montaña por su laboriosidad, independen- 


'* APN, Pamplona, Velaz, legajo 84, 
1 APN, Pamplona, Velaz, legajos 78, 84. 


135 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


cia y relativa riqueza material ”?. La suya no era una autarquía 
miserable, sino un espléndido aislamiento. A pesar de las dificul- 
tades que la vida pudiera tener en tierra de caseríos, sus cultivos 
eran más productivos, su alojamiento superior, y su gente estaba 
mejor alimentada. Algunos observadores extranjeros llegaron in- 
cluso a creer que en la Montaña podía encontrarse la mítica clase 
.media rural tan deseada por los reformadores agrarios de la Ilus- 
tración ”*, 

El propósito aquí no es representar la vida de los campesinos 
de la Montaña como si ésta hubiera sido fácil. Por el contrario, 
sólo una diligencia y una aplicación inusuales les permitieron 
sustentarse bajo las condiciones naturales y tecnológicas que en- 
tonces prevalecían, Es más, si sus existencias fueron tan difíciles 
y cortas como las de los campesinos de la mayor parte de Euro- 
pa, también fueron menos despiadadas. Los montañeros conser- 
varon un margen de subsistencia bastante mejor que el de los 
campesinos de la mayoría europea. Fue en este margen en donde 
las guerrillas sobrevivieron y florecieron. Así pues, no fue la po- 
breza de España la que mató de hambre a los ejércitos franceses. 
Los franceses sufrieron hambrunas en medio de un rico agro 
porque la naturaleza de la sociedad y la guerra de guerrillas les 
impidieron recaudar impuestos y efectuar requisiciones. El mun- 
do campesino de la Montaña fue, tomando prestada una frase de 
Mao, el «mar conveniente» en el que las guerrillas hallaron su 
sustento mientras los franceses se agotaban. 


* Laborde, entre otros, estaba maravillado con los emprendedores campesinos de 
Navarra. Laborde, ltinéraire descriptif. vol. 2, p. 92. 
** Desdevises du Dezert, /.'Espagne de l'Ancien Regime, vol. 1, pp. xxx, 260-68. 


136 


CAPÍTULO 6 


LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA 


1. Los fueros 


La peculiar constitución política de Navarra dio una enorme 
fuerza al movimiento guerrillero de la provincia. Navarra —jun- 
to a Álava, Guipúzcoa y Vizcaya— había conservado sus fue- 
ros, incluyendo la preservación de sus Cortes, el órgano guber- 
nativo más representativo de España antes de 1808. En efecto, 
los fueros otorgaban a Navarra el poder para negociar un pac- 
to social con cada uno de los monarcas españoles, los cuales 
debían jurar fidelidad a los fueros como contraprestación a la 
contribución fiscal de la provincia. Esta autonomía dio a Na- 
varra cierto control sobre la fiscalidad, los aranceles, el gasto 
público y las levas militares, y permitió a los navarros pre- 
servar sus leyes consuetudinarias, menos rígidas y paternalistas 
y más orientadas hacia la comunidad que el Derecho Romano 
o el Germánico que habían sido adoptados en Castilla y en 
Aragón ', 


' Pascual Madoz, Diccionario geográfico-estadistico-histórico de España y sus posesiones 
de ultramar, vol. 12, p. 112. 


137 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

Navarra estaba gobernada por un virrey, el Consejo Real, las 
Cortes y la Diputación. El virrey era nombrado por el rey y ejer- 
cía en Navarra funciones ejecutivas regias ?. El Consejo Real era 
el tribunal de justicia de Navarra. Los siete miembros del Conse- 
jo mantenían, en consulta con las Cortes o la Diputación, el de- 
recho de sobrecarta, una forma de poder de veto sobre las medi- 
das reales que se consideraban contrafueros, esto es, violaciones 
de las leyes fundamentales de Navarra. Dado que, por ley, cuatro 
de los siete consejeros tenían que ser navarros, el Consejo, aun- 
que fuera un órgano cubierto por nombramiento, podía de- 
fender los intereses de Navarra frente a Madrid. 

Las Cortes estaban divididas en tres estados: el clero, los no- 
bles y los pecheros. Los tres se reunían para debatir, aunque vota- 
ban en cámaras separadas. Sus resoluciones requerían la aproba- 
ción de mayoría de cada cámara, lo que prácticamente aseguraba 
el veto de cualquier resolución que pusiera en peligro el equili- 
brio de poder establecido. Su brazo popular estaba formado por 
38 municipios (que nominalmente representaban al 36 por cien- 
to de la población de Navarra) cuya posición en las Cortes de- 
pendía de su tamaño, riqueza e importancia. El número de 
miembros del clero y de la nobleza con escaño en las Cortes so- 
brepasaba con mucho el del estado pechero a fin de que el equi- 
librio de poder nunca se inclinase del lado de las ciudades, sino 
del de los dos primeros estados. Dado que los nobles y el clero 
de la Montaña contaban con una elevada representación en las 
Cortes, los delegados de la Montaña, por lo general, se salían con 
la suya. 

La mayor parte del tiempo los poderes de las Cortes se dele- 
gaban en la Diputación, una asamblea permanente elegida en 
cada reunión de Cortes antes de su disolución. La Diputación 
estaba presidida por el obispo de Pamplona e incluía a otros seis 


2 La siguiente discusión sobre las instituciones y atributos del gobierno de Navarra 
procede de María Huici Goñi, Las Cortes de Navarra durante la edad moderna; María 
Cruz Mina Apar, Fueros y revolución liberal en Navarra; y de discusiones con Deme- 
trio Lloperena, cuando estuvo en la Universidad de Nevada, Reno. 


138 


LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA 


representantes: dos del estado nobiliario, dos de la ciudad de 
Pamplona, con un voto para cada dos, y dos más procedentes 
de otros municipios, igualmente con un voto. Esta estructura 
aseguraba que los intereses urbanos estuvieran representados, al 
tiempo que reservaba el poder final a los nobles y el obispo de 
Pamplona, siempre que éstos desearan actuar de acuerdo. Tam- 
bién en la Diputación, por tanto, los representantes de la Monta- 
ña tenían la última palabra. 

Uno de los derechos forales más valorados era el control sobre 
la fiscalidad. La Diputación recaudaba impuestos y empleaba la 
mayoría de los ingresos localmente, lo que contribuyó a crear 
la relativa prosperidad y orden por los que Navarra era famosa ?. 
Madrid recibía ingresos procedentes de Navarra en forma de una 
donación anual. Sin embargo, antes de conceder el tributo, los 
navarros podían elevar sus agravios relativos a los contrafueros. 
Una vez rectificados, la Diputación ponía en funcionamiento la 
maquinaria recaudadora. Los monarcas españoles, mientras no se 
amenazase el ya de por sí escaso flujo de dinero procedente de 
Navarra, se cuidaban de no contravenir los fueros navarros. La 
excepción prueba la resistencia de constitución foral. En 1796 el 
gobierno español inició una ofensiva contra los poderes fiscales 
de Navarra, si bien los resultados fueron tan ineficaces que du- 
rante la primera década del siglo XIX la Corona realmente gastó 
en Navarra más de lo que consiguió extraer. Por consiguiente, 
Navarra estaba eximida de sus deberes fiscales hacia el gobierno 
central cuando se produjo la invasión francesa. 

Los fueros dispensaban a los navarros del alistamiento mili- 
tar, salvo si éste se destinaba a la defensa de Navarra. En 1803 
y, de nuevo, en 1806, tras arduos enfrentamientos con Madrid, 
Navarra fue obligada a acceder finalmente a las levas militares. 
No obstante, en Navarra nunca se consiguió imponer la leva 


$ Navarra estaba entre las provincias con mejores caminos y servicios públicos de Es- 
paña. La buena administración de las comunidades navarras contrastaba con «la ne- 
gligencia y el abandono en que vivían las poblaciones castellanas». Desdevises du De- 
¿ert, L Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p. 20. 


139 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


total, según la cual se suponía que el gobierno podía reclutar 
uno de cada cinco hombres en edad militar. En 1803 la pro- 
vincia contribuyó con 800 hombres, y en 1806-07 con otros 
1.498, la única «contribución de sangre» hecha por Navarra al 
esfuerzo militar español en el período de preguerra. Una vez 
más, cualquier amenaza de sus fueros, viniese ésta de Madrid o 
de París, encontraba, casi con toda probabilidad, una enconada 
resistencia. 

Uno de los privilegios más valorados de Navarra era su fronte- 
ra aduanera separada. En el resto de España los Borbones habían 
creado un mercado único y nacional, y habían restringido la im- 
portación de bienes manufacturados acabados y la exportación 
de materias primas en un intento de incentivar el desarrollo in- 
dustrial. Sin embargo, Navarra controlaba sus propias aduanas y 
estaba exenta de tales restricciones. Miles de navarros dependían 
de la venta a Francia de materias primas, especialmente lana. 
Muchísimos más hicieron fortuna importando productos acaba- 
dos de Francia y reexportándolos (ilegalmente) a Castilla y Ara- 
gón. La exportación de lana era particularmente importante para 
los monasterios de la Montaña que disfrutaban de un poder 
enorme en las Cortes y en la Diputación, y que podían vetar 
cualquier propuesta de cambio constitucional. Los transportistas 
dependían del comercio terrestre, mientras que los consumidores 
en general se beneficiaban de las manufacturas francesas más ba- 
ratas. La ciudad de Pamplona, bien representada en las Cortes y 
en la Diputación, era uno de los mayores centros comerciales de 
bienes franceses en España y se oponía a toda reforma que afec- 
tase a la frontera aduanera. En definitiva, todo el gobierno foral 
creció engordado por sus ingresos arancelarios, por lo que no de- 
seaba perderlos *. En resumen, en Navarra existían poderosos in- 
tereses preparados para defenderse de cualquier amenaza contra 


' Incluso durante la guerra, el gobierno de ocupación recibía 3.000.000 de reales al 
año en concepto de tarifas aduaneras y esperaba aumentar la cantidad a 6.000.000 de 
reales cuando se lograse establecer la paz. «Estado de la totalidad de rentas fijas del 
Govierno del Reino de Navarra», AGN, Estadística, legajo 49, car. 19. 


140 


LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA 


el derecho foral a un sistema aduanero separado. Por lo tanto, los 
Borbones evitaron amenazar este aspecto de la constitución foral *. 

Los que más se beneficiaron del sistema aduanero separado 
fueron los navarros que se dedicaban al tránsito ilegal de pro- 
ductos franceses a España. Aunque resulte imposible contabili- 
zar con exactitud el número de personas que se ganaba la vida 
con el contrabando debido a la falta de documentación, éste era 
probablemente más elevado que el de cualquier otra provincia 
española, a juzgar por los registros policiales y las observaciones 
de los contemporáneos. Uno de los efectos del contrabando era 
la extensa disponibilidad de armas, aunque ésta también estu- 
viera relacionada con la persistente importancia económica de 
la caza en la Montaña. A principios del siglo XIX, Navarra tenía 
más fusiles per cápita que cualquier otra provincia. La disponi- 
bilidad de armas también tenía efectos sobre la ratio de críme- 
nes, la cual era más alta en Navarra que en cualquier otra pro- 
vincia a excepción de Madrid y Logroño. En efecto, en las 
regiones fronterizas de Navarra, tales como Roncal y Salazar, 
dominaba un clima de frontera en donde una gran parte de la 
población llevaba armas de fuego y vivía fuera de la ley, contra- 
bandeando o estableciendo relaciones económicas con contra- 
bandistas. La posesión de armas ligeras y el hábito de estar fue- 


5 La excepción demuestra una vez más lo importante que para los navarros era el sis- 
tema de aduanas separado. En 1717 los Borbones habían intentado extender las 
aduanas españolas hasta los Pirineos. Sin embargo, en muy pocos años, a medida que 
el acoso de los oficiales aduaneros del rey alcanzaba proporciones de guerra y el con- 
trabando absorbía el comercio antes legítimo, la defensa de las oficinas aduaneras a lo 
largo de la frontera pirenaica de Navarra comenzó a costar más dinero de lo que 
aquéllas podían recabar. En 1722 Madrid admitió la derrota y devolvió la dirección a 
los navarros, haciendo retroceder la frontera aduanera española hasta el río Ebro. 
Desdevises du Dezert, L'Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p, 24. La seducción de 
comercio ilegal era tan fuerte que ni la guerra pudo destruirla, En 1793 el gobierno 
español, en guerra contra Francia, no fue capaz de impedir que los navarros comer- 
ciasen con el enemigo. APN, Tudela, Guesca y Alfaro. Tampoco el régimen napolcó- 
nico pudo suprimir en Navarra el comercio ilegal con Francia. Los guerrilleros conse- 
guían incluso plomo y azufre a través de la frontera. Antonio Pérez Goyena, Ensayo 
de bibliografía navarra, vol. 6, pp. 226, 251. Sobre las adquisiciones de la guerrilla en 
tiempo de guerra a través de mercaderes franceses, véase Espoz y Mina, Memorias, 
pp. 204-05. 


141 


__LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


ra de la ley fueron recursos importantes de la resistencia guerri- 
llera tras 1808, cuando se comenzó a identificar el estar al mar- 
gen de la ley con ser un patriota. Sin embargo, la presencia de 
«ilegales» en una partida no tenía por qué acabar en bandoleris- 
mo. En el ejército guerrillero de Navarra, los contrabandistas 
actuaron como soldados, guías e, irónicamente, como oficiales 
de aduanas al servicio de Mina”. 

Así pues, la constitución foral no sólo daba poder a los nava- 
rros, sino que también les aportaba algo digno de ser defendido. 
Además, el gobierno foral se aseguró su propia popularidad me- 
diante una legislación específica para controlar los precios y el 
comercio. Entre otras cosas, Pamplona limitaba la extracción de 
granos y otros productos de primera necesidad de Navarra. 
Cuando en España caían las cosechas, los productores navarros 
se veían muy presionados para exportar cereales a Castilla y Ara- 
gón, donde la escasez era generalmente más dura, lo que provo- 
caba una alza de precios superior a la de Navarra. Sin embargo, 
la Diputación prohibía la exportación de granos durante los años 
de malas cosechas, favoreciendo consecuentemente a los consu- 
midores frente a los grandes productores de la Ribera”. En este 
sentido, el gobierno actuó cerrando la puerta al espíritu adqui- 
sitivo de los propietarios de la tierra y de los mercaderes que 


* Rodríguez Garraiza, Tensiones de Navarra, pp. 73, 93-94; Madoz, Diccionario geo- 
gráfico, vol. 12, pp.-68-70; Espoz y Mina, Memorias, pp. 15-16. En segunda posi- 
ción, detrás de Navarra, en importancia del contrabando y disponibilidad de armas 
estaba Málaga, asimismo una región montañosa «fronteriza» (cuya frontera era la lí- 
nea costera mediterránea, estrechamente controlada). No fue una coincidencia que 
Málaga se convirtiera en una de las pocas áreas meridionales que produjo una fuerza 
guerrillera efectiva. Logroño fue también un centro de contrabando, ya que los bie- 
nes conducidos a través de Navarra entraban en Castilla generalmente por allí. 

* En el período 1803-1805, la escasez y los altos precios de Castilla tentaron a mu- 
chos productores navarros a contravenir la ley sobre exportación de granos, Cuando 
se descubrió a los mercaderes de granos culpables, la situación se convirtió en un pro- 
blema nacional que requirió la redacción de un decreto real que obligase al gobierno 
de Navarra a perdonar a los culpables y permitiese el comercio de grano en momen- 
ros de escasez. Sin embargo, los navarros tardaron dos años en admitir la autoridad 
del rey en este asunto y en cumplir el decreto. Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía, 
vol. 6, pp. 138-39. 


142 


LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA. 


podían haber exprimido en tiempos de escasez a los consumido- 
res, tanto de Navarra como del resto de España. 

Los gobiernos locales también podían controlar el precio de 
los productos de primera necesidad. En momentos de escasez fi- 
jaban los precios localmente. Urilizaban los fondos públicos para 
adquirir cereales del exterior y prohibían a los productores loca- 
les que hubieran tenido buenas cosechas la venta de grano fuera 
de la Comunidad *. Tales controles sobre la industria y el comer- 
cio fueron una constante fuente de irritación para los grandes 
propietarios y mercaderes de la Ribera, los cuales consideraban 
que el futuro de Navarra estaba en la agricultura de exportación”. 
Sin embargo, tales medidas también garantizaban la posición 
económica de los pequeños cultivadores y trabajadores sin tierra, 
lo que aseguraba la popularidad del gobierno foral entre la ma- 
yoría del pueblo. 

Además de las ventajas materiales que ofrecían, los fueros 
también contaban en Navarra con un fuerte atractivo emocional. 
En teoría tenían pocos detractores. Incluso aquellos ribereños a 
quienes les hubiera gustado contar con un mercado de granos li- 
beralizado y con la apertura del comercio con Castilla y Aragón, 
coincidían con el pequeño cultivador de la Montaña en el valor 
de las exenciones de los impuestos regios. Igualmente importan- 
ce, los navarros creían que la constitución de Navarra, según la 
cual el rey gobernaba por contrato con el pueblo navarro, era un 
modelo para toda España. Los navarros estaban orgullosos de 
este hecho. En 1811 un representante navarro en Cádiz ensalzó 
la constitución de Navarra como la encarnación de la soberanía 
popular perdida en el resto de España desde los tiempos de los 
Habsburgos. Todo lo que Castilla y Aragón tenían que hacer era 
reclamar lo que los navarros nunca habían perdido, su derecho 
natural y legítimo al autogobierno '”. En realidad, la alardeada 


% APN, Tudela, Guesca y Alfaro, 1789. 

1 Véase, por ejemplo, el informe del marqués de San Adrián, uno de los mayores y 
más descontentos propietarios del valle del Ebro. Rodríguez Garraiza, Tensiones de 
Navarra, pp. 109-11. 

1% Informe de Ramón Giraldo y Arquellada, en Rodríguez Garraiza, ibid., p. 41, 


143 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


soberanía del pueblo navarro no iba muy lejos. A pesar de todo, 
lo que ocurría era que el pueblo creía en la idea de una sobera- 
nía navarra. En la guerra contra Francia, los navarros tenían más 
que defender que otros españoles ya que, entre otras cosas, esta- 
ban combatiendo por un antiguo y practicado gobierno 
constitucional. 

La intensidad de la cuestión foral de Navarra nunca fue com- 
pletamente comprendida por Francia. El impulso centralizador 
de la Ilustración francesa, que los historiadores solían considerar 
progresista, creó una gran presión en el imperio a favor de la 
abolición de todos los privilegios y diferencias regionales. Cuan- 
do en la primavera de 1808 corrió la noticia de que los franceses 
habían hecho planes para Navarra y que iban a abolir con toda 
seguridad el sistema foral, la reacción de los líderes navarros fue 
inmediata. Miguel Izquierdo escribió a Madrid en la primavera 
de 1808 describiendo el horror que sentirían los navarros si lle- 
gaban a perder sus libertades tradicionales '!. Los consejeros de 
José Bonaparte le advirtieron de que Navarra se alzaría en armas 
si sus fueros resultaban amenazados. En 1810 Miguel Azanza, 
navarro y miembro más importante del séquito de José, llegó in- 
cluso a realizar un viaje especial a París, en parte para advertir a 
Napoleón contra la consumación de su plan para hacer de Nava- 
rra otro departamento francés. En la guerra con Francia, donde 
los combatientes lucharon impulsados por una serie de comple- 
Jas razones personales, religiosas y políticas, es difícil separar y 
asignar valores a los diferentes factores de motivación. La turba- 
ción que mostraron los «colaboracionistas» españoles ante el plan 
francés para abolir los fueros pone de manifiesto, sin embargo, la 
influencia que la cuestión foral y regional tenía entre los navarros !2. 


1! Escoiquiz, ldea sencilla, p. 25, 

12 La trayectoria posterior de Navarra durante las Guerras Carlistas, una vez que la 
defensa del foralismo se hubo convertido en trasfondo del movimiento junto a los 
objetivos religiosos y dinásticos, también puede considerarse como una muestra de la 
fuerza del sentimiento regional. Véase Evarist Olcina, El carlismo y las autonomías re- 
gionales. 


144 


LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA 


2. Gobierno municipal y economía moral 


Al amparo de la constitución foral, los municipios de la Monta- 
ña fueron sorprendentemente democráticos y poderosos. Lo que 
también resultó ser una fuente de enorme fuerza para las guerri- 
llas. En la Montaña era el concejo comunitario, abierto a todas 
las cabezas de familia, el que ejercía el gobierno municipal. Los 
cargos municipales rotaban entre los miembros del concejo, de 
tal forma que a la larga todas las cabezas de familia participaban 
directamente en el gobierno. En Echauri, donde se elegían un te- 
sorero y tres regidores cada año, 28 hombres cubrieron las 32 
cargos posibles entre 1793 y 1800, lo que ejemplifica el princi- 
pio rotativo de gobierno de la Montaña '?, Entre estos 28 indivi- 
duos se incluían hombres relativamente ricos, como Francisco 
Jauregui, propietario de uno de los mayores rebaños de ovejas del 
valle, y el rico labrador Bavil Armendáriz, quien poseía doce ca- 
sas en la villa de Echauri; sin embargo, también se encontraban 
campesinos con medios más humildes, como Gabriel Irujo que 
poseía una pequeña casa y cuya cabaña ganadera se reducía a dos 
cabras '”, 

Madrid, en un intento de conseguir mayor control sobre Na- 
varra, había pretendido echar abajo este sistema, presionando 
por la abolición de las elecciones abiertas en favor de una selec- 
ción azarosa entre un grupo selecto de hombres cualificados por 
su propiedad para poder acceder al cargo '*. Con esta reforma 
Madrid pretendía crear oligarquías municipales que pudieran ser 
manejadas con mayor facilidad. El sistema ya había sido adopta- 
do en la mayoría de Castilla y Aragón; sin embargo, en Navarra 
la tenaz resistencia del gobierno foral redujo la insaculación a las 
grandes ciudades. Así, la mayor parte de la Ribera siguió el nue- 


1% APN, Pamplona, Velaz, legajos 81-84. 

11 APN, Pamplona, Velaz, legajo 89, núms. 10, 51. 

1% Anes, El antiguo régimen, pp. 321-23. Bajo el sistema de insaculación, sólo los 
hombres de más de veinticinco años con 1.650 reales de renta anual podían ser elegi- 
dos para el cargo de alcalde, y para ser candidatos a regidor debían tener 660. Los 
nombres de los candidatos se introducían en un sombrero y se extraían al azar. 


145 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


vo procedimiento, lo que hizo que los gobiernos por la veintena 
o concejos de 20 oligarcas se convirtiesen en norma en lugares 
como Tudela y Corella. Las elites locales, por tanto, dominaban 
el proceso político de la Ribera. La Montaña, por el contrario, 
preservó la totalidad de sus gobiernos locales democráticos a ex- 
cepción de las ciudades más grandes '*. 

Los gobiernos municipales tuvieron un gran poder bajo el ré- 
gimen virreinal vigente hasta 1808. Los municipios fijaban los 
salarios y los precios. Eran responsables de los servicios más esen- 
ciales, que incluían la molienda de harina y el abasto de bienes 
básicos, así como de los caminos, las escuelas y del cumplimiento 
de las ordenanzas locales. La forma de gestión de los servicios 
por parte del gobierno local pone de manifiesto la supervivencia 
de una «economía moral» en la Montaña. Los contratos efectua- 
dos con los panaderos, molineros, taberneros o cualquiera de los 
otros artesanos locales eran documentos legales extensos y deta- 
llados que demuestran cómo las ciudades y villas podían constre- 
ñir los impulsos adquisitivos de sus vecinos. 

A los taberneros, por ejemplo, solo se les permitía por contra- 
to un nivel de beneficios fijado por la costumbre. Pagaban a la 
comunidad por el derecho de comerciar, y no podían abandonar 
sus deberes durante el período de vigencia del contrato a no ser 
que satisfacieran fuertes multas. El privilegio y el deber eran par- 
tes integrales de cualquier negocio. En los días de fiesta y de va- 
caciones, la comunidad debía poder comprar vino sin que éste 
estuviera cargado con ningún beneficio. La calidad del producto 
estaba fuertemente controlada y el uso de uvas o vino de fuera de 
la comunidad estaba prohibido mientras no se hubiera consumi- 
do la producción local. Al mismo tiempo, al tabernero se le ase- 


!* El objetivo borbónico al promocionar estos cambios era conseguir controlar las 
enormes propiedades que todavía estaban en posesión de comunidades, En el si- 
glo XIX, a esta seria ofensiva gubernamental contra la autonomía municipal se suma- 
ría el embargo de tierras municipales y comunales en toda España. No obstante, Na- 
varra resistió a tales confiscaciones, Por consiguiente, la mitad de la tierra en Navarra 
sigue siendo hoy en día propiedad de las comunidades. Gómez Chaparro, La desa- 
mortización civil. 


146 


y 


2 LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA Ñ 


guraba que ningún competidor pudiera vender vino en la comu- 
nidad. De este modo, se consideraba que el tabernero era provee- 
dor de servicios a la comunidad más que un mercader. Su esfera 
de iniciativa individual estaba extremadamente limitada, pero al 
menos se le aseguraba una buena posición. En efecto, la sociedad 
cerrada de la Montaña proporcionaba a los individuos seguridad 
en lugar de oportunidad. 

El conjunto de poderes que tenían los municipios era verda- 
deramente sorprendente. Los gobiernos locales elegían a sus sa- 
cerdotes y acordaban sus salarios. Controlaban el asentamiento y 
la residencia dentro de las fronteras municipales, denegaban pri- 
vilegios comunales a quienes consideraban que podían alterar la 
comunidad. Asignaban el presupuesto fiscal comunicado por 
la Diputación y gestionaban el reclutamiento militar localmente. 
Regulaban los cultivos y las cosechas, se ocupaban de los conflic- 
tos locales, y controlaban celosamente las posibilidades de libre 
entrada en la villa de los viajeros, especialmente de vagabundos, 
gitanos u otros forasteros '”. 

Estos amplios poderes eran posibles gracias a los voluminosos 
recursos financieros disponibles por los municipios. El primer 
grupo de ingresos lo constituía las rentas del concejo. Los gobier- 
nos locales subastaban algunos servicios y propiedades comunita- 
rias mediante un procedimiento que había cambiado muy poco 
durante generaciones. En Echauri éstos incluían el molino, la pa- 
nadería, la pescadería, la carnicería, la posada, la taberna y una 
concesión de pesca en el río Arga. Cuando llegaba el momento 
de renovar la licencia, el municipio lo comunicaba a todas las vi- 
llas del valle de Echauri. La subasta duraba el tiempo que tarda- 
sen en consumirse tres velas. En cada nueva puja, el precio de los 
servicios aumentaba un ducado (once reales). Como resultado, el 
ingreso por rentas de la villa podía variar ampliamente de un año 
para otro. En la primera década del siglo XIX, Echauri consiguió 
un mínimo de entre 1.000 y 1.200 reales anuales procedentes de 


"Las pruebas de todas estas prácticas abundan en los archivos notariales de Echaurj 
y Ibargoiti. APN, Pamplona, Velaz y Peralta, 


147 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


estas rentas '*. Las ciudades más grandes proporcionaban muchos 
más servicios. Corella arrendaba concesiones de venta de aceite 
de oliva, sal, judías, licor y embutidos. La ciudad consiguió casi 
24.000 reales anuales procedentes de tales recursos durante la dé- 
cada anterior a la invasión francesa, y otros 1.500 a 2,000 reales 
del valor del trigo procedente de la renta en especie de tres moli- 
nos harineros '”, 

El segundo tipo de recursos lo constituían las tierras del mu- 
nicipio. Echauri arrendaba tierra para pagar el salario del sacer- 
dote, apartaba ciertos pastos para que el carnicero alimentase a 
su ganado, y arrendaba otras propiedades para sufragar sus gastos 
ordinarios. Un último recurso eran las extensas tierras comunales. 
En la Montaña era todavía la comunidad la que normalmente ex- 
plotaba estas tierras, por lo general para pastos o leña, aunque los 
gobiernos municipales a veces arrendaban temporalmente trozos 
a individuos como medio para conseguir fondos extra %. Los ex- 
tensos comunales de la Montaña ayudaban a preservar a los 
miembros más pobres de la comunidad de la indigencia, ya que 
podían mantener unos pocos animales sin tener pastos propios. 
En la Ribera, por el contrario, los municipios habitualmente 
arrendaban los comunales, por lo que su explotación comunita- 
ria había caído en desuso. Los pobres de la Ribera, por tanto, de- 
pendían completamente de sus salarios”. 

La estructura democrática del gobierno municipal de la Mon- 
taña afectaba naturalmente a las decisiones sobre la extracción y 
la asignación de fondos, y sobre asuntos tan cruciales como el re- 
clutamiento y el uso de los comunales. En 1807 la Diputación 


1% APN, Pamplona, Velaz. 

1! APN, Tudela, Guesca y Alfaro, Laquidáin, Renault. 

* En algunas ciudades de los Pirineos toda la tierra era considerada comunal y tenía 
que ser dividida anualmente o binualmente en lotes entre todos los vecinos. 

*! Corella arrendaba 253 propiedades separadas en sus comunales en 1819, general- 
mente por una cantidad de trigo. Sin embargo, estas cantidades eran tan pequeñas 
que la renta toral casi sólo alcanzaba los 2.000 reales. En la Ribera el valor de los co- 
munales era por lo general bajo, porque el clima seco hacía que la mayoría de esas 
tierras no fueran más que un secarral. «Razón de los sugetos que han renovado Cen- 
sos perpetuos», AMC, 28 de junio de 1819, 


148 


LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA 


accedió finalmente a reclutar soldados en Navarra tras un pro- 
longado conflicto con Madrid sobre el asunto. Las comunidades 
se reservaron el derecho de pagar por la exención de este requeri- 
miento, y generalmente consiguieron el dinero a través de un im- 
puesto de capitación. Al valle de Echauri le correspondió un 
cupo de 30 individuos ”. Todas las villas de Echauri acordaron 
que tal leva estaba fuera de lugar, puesto que allí no había vaga- 
bundos que incorporar en el servicio *. En cambio, Echauri con- 
siguió los 15.000 reales necesarios para comprar la exención del 
servicio militar. El gobierno obtuvo el dinero fiscalizando a la 
población masculina adulta, tomando un anticipo de la parro- 
quia y utilizando los excedentes de sus fondos municipales ?*. Fi- 
nalmente, el valle no consiguió reunir la cantidad requerida, por 
lo que se supone que debieron escoger dos jóvenes al azar para su 
alistamiento en el ejército (si bien no existe prueba alguna de 
que esto se realizara) %. Por contra, la ciudad de Corella, gober- 
nada por un grupo cerrado de familias nobles, no consideró 
apropiado pagar por la exención del alistamiento militar. La ale- 
gación más común de la ciudad fue que en los límites de la ciu- 
dad existía un excedente de trabajadores y un gran número de 
vagabundos indigentes. Corella incentivó incluso a sus jóvenes 
para que se alistasen: más del 10 por ciento de las fuerzas arma- 
das extraídas de Navarra procedió de Corella, la cual contribuyó 
a la defensa de España con mucho más de la quinta parte de su 
población en edad militar %, 

En tiempos de crisis de subsistencia, la estructura democrática 
del gobierno local de la Montaña contenía los impulsos codicio- 
sos y limitaba la severidad de aquellas crisis. En 1789 hubo una 
carestía de cereales en el valle de Echauri, como en toda España. 


2 Este procedimiento fue seguido en Monreal, en el valle de Elorz y en el valle de 
Ibargoiti, hogar de Mina. APN, Pamplona, Peralta, legajo 54, núms. 54, 57, 90. 
APN, Pamplona, Velaz, legajo 87, núm. 88. 

2 La villa de Echauri tenía 1.400 reales propios. Los fondos de otras villas debían ser 
menores, aunque se desconocen las cantidades con las que contribuyeron, 

5 APN, Pamplona, Velaz, legajo 87, núm. 55. 

16 «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, núm. 3, 


149 


__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Se reunió una junta formada por todos los regidores del valle a 
fin de resolver el problema comprando trigo y maíz con recursos 
locales e incluso foráneos, a través del puerto de San Sebastián. 
La compra y el transporte del grano desde el puerto fue gestiona- 
da por un residente en Pamplona al que se ordenó que ofreciera 
17 reales por robo de trigo, precio muy por encima del de un 
año normal. El precio del grano subió todavía más como conse- 
cuencia del coste de transporte y los salarios que hubieron de pa- 
garse al agente de compra. Finalmente, el coste por robo llego a 
sobrepasar los 22 reales, de los cuales el municipio pagó el 47 
por ciento con las rentas de la ciudad. El precio final para la po- 
blación de Echauri fue sólo de 12 reales, un poco más elevado 
que el alcanzado en un año normal ”, 

Por el contrario, en la Ribera los mercaderes, en contra de los 
deseos del gobierno foral, a menudo conseguían exportar grano a 
Castilla, aun cuando en Navarra las cosechas hubieran sido ma- 
las”. Aunque se pudiera reservar cierta cantidad de grano con fi- 
nes asistenciales, la mayoría del tiempo la migración estacional 
de trabajadores desde la Ribera a las ciudades de Aragón y Casti- 
lla mitigaba las responsabilidades del gobierno municipal hacia 
los desempleados ”. Los franceses consiguieron acceder al trigo 
de la Ribera simplemente dominando las elites comerciales y po- 
líticas que con frecuencia estaban dispuestas a cooperar. Los ribe- 
reños pobres y sin tierra, por el contrario, no tenían ninguna ra- 
zón para defender una constitución que no hacía nada por ellos. 
Existían pocas probabilidades para que los ribereños, desmovili- 
zados y privados del derecho al voto a nivel municipal y provin- 
cial bajo el régimen foral, se levantasen en apoyo de tal sistema. 
Aunque, como veremos, hubo algunos jóvenes de la Ribera que 
se unieron al movimiento de resistencia, especialmente en el ve- 
rano de 1808 y tras mayo de 1812, fue la Montaña la que con- 


7 APN, Pamplona, Velaz, legajo 79, núm. 21. 

2% Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía, pp. 138-39. 

* APN, Tudela, Guesca y Alfaro, 1793; «Interrogatorio político», AMC, legajo 81, 
núm. 3. 


150 


_ LA ECONOMÍA FORAL DE NAVARRA 


tribuyó con la vasta mayoría de los hombres y pertrechos al ejér- 
cito guerrillero. 

En la Montaña los fueros fueron de gran utilidad y motivaron 
al pueblo para defender Navarra contra Francia, Al mismo tiem- 
po, las instituciones democráticas forales y municipales dieron 
poder y movilizaron a los montañeros, y se convirtieron en un 
nuevo obstáculo para la ocupación francesa. La presión de las 
imposiciones francesas, más que a dividir, tendió a unir a la gen- 
te de la Montaña, la cual consiguió satisfacer los impuestos con- 
sensuadamente, antes que por la fuerza, y retrasar la extracción 
de granos y animales a través de su control sobre la administra- 
ción local. De este modo, los fueros motivaron y movilizaron a la 
población de la Montaña. Además, bajo la ley foral, la Montaña 
había desarrollado algunos arbitrios especiales con los que com- 
batir al francés. Los montañeros estaban muy bien armados, no 
sólo porque la caza siguiera siendo un derecho común y no un 
privilegio nobiliario, sino también porque los contrabandistas 
utilizaban las armas contra los agentes fiscales del Estado. Cono- 
cían los pasos secretos para escapar de los soldados y policías del 
rey, y sabían construir barcas y balsas para cruzar el río Ebro. To- 
dos estos recursos de la Montaña estarían dispuestos contra los 
franceses una vez que el ejército español fue destruido por Napo- 
león en el otoño e invierno de 1808-1809, 


151 


CAPÍTULO 7 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA 
DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


1. Javier Mina 


La guerra de guerrillas reapareció en Navarra en 1809, una vez 
que la resistencia en Aragón se hubo derrumbado y se permitiese 
que las fuerzas navarras que combatían allí regresaran a Navarra. 
Zaragoza capituló el 23 de febrero y el 21 de marzo los franceses 
tomaron la fortaleza de Jaca, eliminando a la última fuerza regu- 
lar que quedaba a kilómetros de distancia de Navarra. La noche 
anterior a la caída de Jaca, un grupo de voluntarios navarros es- 
capó saltando sus murallas. Entre los huidos se encontraba un 
soldado recién reclutado llamado Francisco Espoz e Ilundáin, el 
futuro Espoz y Mina. En Jaca y en Zaragoza hombres como 
Mina habían aprendido a utilizar las armas, a cargar y a disparar 
con sólo contar hasta doce, y a hacer frente al enemigo. Ahora 
regresaban a Navarra para convertirse en la base de un nuevo 
movimiento guerrillero '. 


1 A menos que se indique lo contrario, se ha reconstruido la historia de este período 
a partir del «Resumen histórico del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, 
car. 20; la «Relación de las operaciones militares del tercer regimiento», AGN, Gue- 


153 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Pronto surgieron docenas de pequeñas bandas que vagaban 
por el campo, una veces atacando a los franceses rezagados y 
otras a los correos, aunque la mayoría del tiempo mostraron es- 
casa resistencia a la ocupación. En el extremo norte, el cura de 
Valcarlos tenía una pequeña cuadrilla de seguidores. En Baztán, 
Antonio Zabaleta operaba con una banda que vagaba tan al sur 
como Estella. Las bandas a las órdenes de Sarto, Fidalgo, Marca- 
láin, Juan Ochotorena, Manuel Gurrea, Félix Sarasa, Juan de Vi- 
llanueva, Vicente Carrasco, Pascual Echeverría y del sacerdote 
Hermenegildo Garcés de los Fayos eran sólo algunas de las otras 
guerrillas que acosaban a los franceses. A pesar de todo, ninguna 
de estas bandas fue lo suficientemente numerosa como para te- 
ner gran efectividad. Y algunas estaban incurriendo en el error 
de Eguaguirre, perdiendo adeptos antes que ganarlos. Otras em- 
pezaron a actuar como los hombres de Temprano, eludiendo el 
enfrentamiento con los franceses y dedicándose, por el contrario, 
a robar a civiles españoles. 

Lo que Navarra necesitaba era un mando unificado que im- 
pusiese disciplina entre los guerrilleros. La Junta Central inten- 
tó conseguirlo nombrando al cura de Ujué, Casimiro Javier de 
Miguel e Irujo, para que organizase Navarra. Miguel había sal- 
vado Ujué de las tropas francesas en junio de 1808 y había ayu- 
dado a Gil en julio. En 1809, con la ayuda del cura de Alaiz y 
el de Lárraga, estableció una red de agentes de inteligencia (que 
con frecuencia también eran sacerdotes) en Pamplona, Zarago- 
za, París, Bayona y en villas situadas a ambos lado de la fronte- 
ra estatal. El sistema de espionaje de Miguel contaba con la 
ventaja de la lengua vasca, común a los campesinos de ambos 
lados de los Pirineos. Se decía que Miguel sabía a la mediano- 
che de cada día todo lo que se había dicho la noche anterior en 
la mesa del general D'Agoult, gobernador militar francés de 
Pamplona. 


tra, legajo 17, car. 51; la «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21; la 
«Relación de Ujué», AGN, Guerra, legajo 21, car. 22; Andrés Martín, Historia de los 
sucesos militares; y Espoz y Mina, Memorias. 


154 


T 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


Miguel no era, sin embargo, una buena alternativa para diri- 
gir la resistencia. No consiguió inspirar a otros a combatir, por- 
que él mismo no participó en la lucha. Por algún tiempo, dio la 
impresión de que los roncaleses podían proporcionar el liderato 
militar que Miguel no tenía. Á finales de 1808, los hermanos 
Gambra ya tenían formada en el valle del Roncal una banda de 
casi 50 hombres que se enfrentó a los franceses en algunas oca- 
siones y que incluso puso en fuga a una pequeña guarnición em- 
plazada en Aoiz. En marzo de 1809, los roncaleses atacaron un 
convoy francés con prisioneros procedente de Zaragoza con des- 
tino a su internamiento en Francia. Entre los hombres que libe- 
raron había navarros capturados en Aragón, y entre ellos el re- 
cientemente nombrado brigadier general, Mariano Renovales. 
Renovales tomó a su cargo la banda de Gambra, que experimen- 
tó un espectacular crecimiento en Roncal. Su ejército de campe- 
sinos aisló el valle del resto de Navarra, rechazando sucesivas in- 
vasiones francesas e infligiéndoles más de 1.000 bajas. En julio 
los franceses situados en Pamplona hicieron una tregua con Ron- 
cal, prometiendo abandonar el valle a cambio de una contribu- 
ción de ovejas y un juramento de no beligerancia”. Tras defender 
con éxito su valle, los roncaleses perdieron su interés en extender 
la guerra contra los franceses en el resto de Navarra, de la misma 
forma que los guerrilleros de Galicia, los cuales se negaron a lu- 
char en otros lugares de España. La tarea de crear un amplio mo- 
vimiento fue encomendada a Javier Mina, el joven pariente del 
más famoso Espoz y Mina. 

Martín Javier Mina y Larrea era hijo de unos prósperos labra- 
dores que vivían en Otano, un pequeña villa situada a los pies de 
la Sierra de Alaiz, a medio camino entre Ujué y Pamplona. 
Cuando los franceses tomaron la ciudadela, Javier era un semina- 
rista de dieciocho años de edad que acababa de trasladarse a estu- 
diar de Pamplona a Zaragoza. Javier se había declarado, como 
otros estudiantes, en favor de Fernando cuando le llegó la noticia 


> José Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, p. 84; Olóriz, Na- 
varra en la Guerra de la Independencia, pp. 34-41. 


155 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


del golpe de Aranjuez. Tras participar en el levantamiento de Za- 
ragoza, Javier regresó a Navarra y comenzó a trabajar como espía 
para Miguel. En el otoño e invierno de 1808, Javier se unió a la 
resistencia de Aragón, y en febrero de 1809 asistió a la tragedia 
final de Zaragoza desde los cerros situados a las afueras de la ciu- 
dad. De regreso a Navarra, Javier se unió a un pequeño grupo de 
buenos amigos en Pamplona y decidió intentar unificar, bajo su 
autoridad, algunas de las bandas guerrilleras existentes. En agos- 
to ya estaba a la cabeza de su propio corso terrestre?. 

Entre los seguidores iniciales de Javier Mina se encontraba 
Félix Sarasa, un campesino hidalgo procedente de una villa situa- 
da a las afueras de Pamplona y «el vascongado más cerrado que 
había existido en Navarra». Sarasa no sabía ni escribir ni leer ni 
hablar castellano, pero en las villas vascas alrededor de la capital 
era conocido por ser un astuto mercader que nunca perdía la 
oportunidad de vender los productos de su extensa explotación 
agrícola en cualquier mercado y feria. Sarasa asumió con el tiem- 
po el control de las operaciones aduaneras establecido por Espoz 
y Mina en 1810*, 

Junto a Javier Mina se encontraba también Lucas Górriz, que 
sería comandante de regimiento bajo las órdenes de Espoz y 
Mina, y su hermano José, a la cabeza del erario de la División de 
Navarra, una vez más a pesar de su incapacidad para leer. El mis- 
mo Espoz y Mina, cuyo lugar de origen, Idocín, estaba a pocos 
kilómetros al este de Otano y que, por tanto, estaba en estrecho 
contacto con su sobrino en el verano de 1809, también fue se- 
guidor de Javier desde el primer día. Espoz y Mina recordaría 
posteriormente a este grupo con cierta nostalgia: Lucas Górriz 


* Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 67. El padre de Javier Mina era un hom- 
bre de cierta consideración a nivel local, a juzgar por su prominencia política (fue 
diputado por Otano en las asambleas del valle) y su riqueza, En 1802 el viejo Mina 
decidió asumir la considerable deuda de María Teresa de llundáin, madre de Espoz y 
Mina; en 1807 compró una obra pía confiscada y vendida por el Estado; y durante la 
guerra, el viejo Mina prestó grano a diferentes individuos y comunidades. En efecto, 
el padre de Javier parece haber sido uno de los beneficiarios de la guerra. APN, Pam- 
plona, Peralta, legajo 51, núm. 11, 143; legajo 54, núm. 53, 54, 63. 

' Espoz y Mina, Memorias, p. 20, 


156 


Y 


murió en acción durante la guerra; José Górriz fue fusilado por 
las fuerzas de la Restauración por defender la Constitución de 
1812; Sarasa fue encarcelado por la Restauración entre 1816 y 
1820, perdió su fortuna y vio a sus hijos reducidos a la pobreza. 
Mina fue capturado por los franceses en 1810, encarcelado en 
Francia hasta el final de la guerra, exiliado por la Restauración y, 
finalmente, asesinado mientras combatía en México. Espoz y 
Mina fue condenado por la Restauración a pasar un tercio de su 
vida en el exilio, aunque su reputación, a diferencia de las de los 
otros cuatro, fue finalmente rehabilitada. En el verano de 1809, 
estos hombres, tres de los cuales no conocían más que el uso del 
arado, la laya o la podadera, se embarcaron en una aventura que 
durante cierto tiempo les daría un poder casi absoluto sobre 
Navarra. 

Javier Mina prometió ocho reales diarios a cada voluntario en 
concepto de salario, mucho más que el real que Gil o Eguaguirre 
habían ofrecido en años anteriores. Estos sueldos se sufragaban 
con los diezmos que el corso se apropiaba donde quiera que fue- 
re, lo que demuestra lo poco que los guerrilleros estaban motiva- 
dos por el deseo de defender la propiedad de la Iglesia contra los 
«ateos» franceses. Á los soldados también se les prometieron ra- 
ciones diarias de pan, carne y vino y el derecho de beneficiarse 
del botín y del rescate de prisioneros. En cada pueblo y ciudad 
de Navarra, Javier y el cura de Ujué elegían espías, con frecuen- 
cia el párroco o el alcalde, que recibían salarios regulares, de igual 
forma que los mismos voluntarios. 

El 7 de agosto de 1809, con sólo doce hombres, el corso em- 
prendió su primera acción al capturar diez artilleros franceses lo 
suficientemente ingenuos para viajar solos por el camino que iba 
de Tafalla a Pamplona. Con las armas capturadas, Javier dobló el 
número de seguidores. A finales de mes, tras incorporar a algu- 
nas de las bandas más pequeñas de Monreal, a mitad de camino 
entre Idocín y Otano, Javier ya estaba a la cabeza de casi 200 vo- 
luntarios. 

Al principio, las actividades de Javier se centraron en capturar 
convoyes y pequeños destacamentos. Los guerrilleros se desplaza- 


157 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


ban de un extremo a otro de Navarra a fin de conseguir armas, 
municiones, caballos y dinero. A principios de septiembre, el 
corso se apropió de sesenta mulas procedentes del acuartelamien- 
to de Puente la Reina, situado al suroeste de la capital. A mitad 
de mes, ahora con 300 hombres, Javier dirigió sus operaciones a 
la región de Irún, donde capturó un convoy que transportaba 
prisioneros de guerra españoles hacia Francia. Algunos de estos 
prisioneros se unieron al corso y, con este mayor número de 
fuerzas, Javier regresó a su tierra en el este de Pamplona. Allí al- 
gunos de los hombres de Roncal rompieron su armisticio con los 
franceses, y se unieron al corso. Entre estos nuevos reclutas se en- 
contraba Gregorio Cruchaga, quien se convertiría en el segundo 
en el mando después de Javier. 

La mayoría de las armas y los uniformes utilizados por los 
voluntarios en estos primeros meses fueron capturados a los 
franceses, aunque también Pamplona suministró ropa manufac- 
turada en la ciudad y contrabandeada por el propietario de una 
funeraria, Miguel Iriarte, y el vicario del hospital, Clemente 
Espoz, hermano mayor de Francisco Espoz y Mina. Estos dos 
ocultaban los uniformes bajo los cadáveres que eran acarreados 
desde el hospital al cementerio, situado fuera de las murallas 
de la ciudad. Luego llevaban la ropa a Badostáin, una villa ubi- 
cada al este de Pamplona, donde su párroco, Andrés Martín, 
que se convertiría en el primer historiador de la División de 
Navarra, se aseguraba de que fuera repartida entre los guerrille- 
ros. Estos detalles son relevantes porque con frecuencia las 
fuentes inglesas y francesas asumen que las guerrillas fueron 
creadas y mantenidas con el dinero y pertrechos ingleses. En 
Navarra, el mayor centro de la guerra de guerrillas, nunca se 
dio el caso. 

Las monturas eran más difíciles de conseguir. Las reglas no es- 
critas de la guerra de guerrillas sostenían que cualquier soldado a 
pie que pudiera procurarse un caballo entraba automáticamente 
en la caballería, Los guerrilleros se convirtieron en ladrones con- 
sumados de los caballos que robaban a los franceses, entre sí o a 
ciudadanos privados. Tras penetrar en el valle de Aézcoa en octu- 


158 


_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


bre, el corso «liberó» 85 caballos *. Esta nueva aportación de bes- 
tias aumentó la fuerza de caballería a casi 100 hombres que se 
sumaron a los 300 infantes que estaban a las órdenes de Javier. A 
finales de octubre el corso regresó a las regiones del sur y este de 
Pamplona. Allí, los guerrilleros se apoderaron de un convoy de 
municiones, capturaron a un agente de correos y hicieron 37 pri- 
sioneros franceses. Éstos fueron conducidos, como siempre, por 
caminos secretos a Lérida, y desde allí a Valencia, bastión de la 
resistencia de la España sudoriental. 

La vieja Diputación, ahora escondida fuera de Navarra, reac- 
cionó con horror ante los logros de Javier. Los diputados se que- 
jaron de que bandas de campesinos armados, que se denomina- 
ban a sí mismas guerrillas, habían entrado en Navarra y habían 
violado e insultado a gente distinguida. Las así llamadas guerri- 
llas comprometían a las ciudades navarras y a sus oficiales, y esto 
provocaba la represalia francesa y la desmoralización de los líde- 
res locales. Peor aún, a los ojos de los antiguos gobernadores de 
Navarra, estas bandas guerrilleras habían comenzado a requisitar 
bienes, algo intolerable en un campesino. Los diputados conside- 
raban que los guerrilleros no eran más que bandidos, y pronosti- 
caron su destrucción en manos francesas. 

La actitud de la Diputación hacia los insurgentes pone de 
manifiesto los límites del ardor y de la imaginación revolucio- 
naria de los diputados. Sus principales preocupaciones seguían 
siendo el mantenimiento del orden social y la protección de la 
propiedad privada. El gobierno depuesto, incapaz de movilizar 
Navarra, no comprendía con claridad la naturaleza de la guerra 
de guerrillas. En esto no estaban solos. Con las excepciones de 
Soult, Ney y otros hombres que estaban al corriente de lo que 
se había conseguido en Galicia, eran pocas las personas que 
comprendían en su totalidad la importancia de las guerrillas. 


* Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 20. 

% Correspondencia entre la Diputación y los generales Blake y Areizaga, AGN, Gue- 
rra, legajo 17, cars. 3, 4. Petición de los delegados navarros a la Junta Central, AHN, 
Estado, legajo 41, núm. 78. 


159 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


La mentalidad militar todavía no había aceptado que una de 
las condiciones esenciales del éxito de la guerra de guerrillas 
—en tanto que se combinase con victorias sobre las fuerzas de 
ocupación— era comprometer a las autoridades y elites muni- 
cipales y exponerlas a la posibilidad de ser represaliadas por los 
franceses. 

En noviembre, Javier se unió a una banda guerrillera proce- 
dente de La Rioja al mando de Cuevillas, un contrabandista y 
guerrillero de cierta fama en la región, con objeto de atacar a los 
800 soldados franceses que estaban estacionados en Los Arcos. 
Ésta fue la primera acción a gran escala de las fuerzas guerrilleras 
en Navarra fuera de Roncal. En total, Javier comandaba casi 700 
hombres reforzados por cientos de campesinos locales que utilizó 
para hacer retroceder a los franceses hacia Estella, tras un enco- 
nado enfrentamiento en las montañas de Sansol el 20 de no- 
viembre. Las pérdidas francesas fueron de 50 muertos y 100 he- 
ridos, mientras que las de las guerrillas se limitaron a 8 muertos 
y 40 heridos, según Andrés Martín. 

Las cifras de bajas procedentes de esta primera gran acción 
sirven para indicar la efectividad de las tácticas partisanas. Los 
franceses tenían dos grandes ventajas sobre las guerrillas. Conta- 
ban con una caballería efectiva y presentaban en la batalla una 
potencia de fuego superior, especialmente de artillería. Sin em- 
bargo, las guerrillas conseguían neutralizar estas ventajas evitan- 
do presentar batalla salvo en las circunstancias más idóneas. La 
primera condición para la victoria guerrillera era el propio terre- 
no. En un campo de batalla llano, los ejércitos franceses, con su 
excelente caballería y artillería, eran capaces de derrotar incluso a 
una infantería experimentada. Sin respaldo suficiente de la caba- 
llería, sin artillería y sólo con unas pocas lanzas, fusiles y muni- 
ción, si los inexpertos insurgentes resultaban atrapados en terre- 
no abierto significaba su aniquilación instantánea. Las guerrillas, 
por lo tanto, atravesaban las llanuras por la noche, a la carrera y 
sólo cuando la situación era extrema. En las escasas ocasiones en 
las que guerrillas se vieron atrapadas en campo abierto, la victo- 
ria francesa fue, como veremos, inevitable. 


160 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


El segundo requisito para los guerrilleros era contar en cual- 
quier enfrentamiento con un número superior de hombres. El 
corso no tenía ni el entrenamiento ni las municiones suficientes 
para defenderse de una fuerza superior a la suya en el transcurso 
de una retirada prolongada y ordenada que hubiera resultado de 
una batalla desfavorable. Por tanto, cuando los franceses se apro- 
ximaban en grandes columnas, las guerrillas evitaban la batalla 
dispersándose u ocultándose en las montañas, utilizando para es- 
capar su conocimiento del campo y la solidaridad del pueblo, 
Normalmente, se ordenaba el ataque sólo cuando se podía asegu- 
rar la ventaja numérica. La insurgencia tenía que contrarrestar su 
falta de municiones utilizando su excelente red de inteligencia y 
su movilidad para generar sorpresa. Se comunicaba a los insur- 
gentes dispersos que descendieran por diferentes rutas para en- 
contrarse en un punto acordado previamente, donde Javier espe- 
raba que pasase algún convoy o algún destacamento francés. Los 
guerrilleros, superiores en número, se situaban para efectuar una 
emboscada, disparaban una única vez y cargaban inmediatamen- 
te sus bayonetas. Con frecuencia, se asocia el espíritu que había 
detrás de esta forma de lucha con el de los ejércitos franceses re- 
publicanos; no obstante, en el momento que Napoleón ocupaba 
Navarra, todo el ímpetu estaba del lado navarro. Por esta razón, 
siempre había un número desproporcionado de muertos entre 
las bajas francesas, y las guerrillas conseguían tomar un gran nú- 
mero de prisioneros al superar a sus oponentes en el combate 
mano a mano. Las bajas de la batalla en el lado navarro eran ge- 
neralmente bajas, aunque los franceses compensaban este déficit 
ejecutando civiles y guerrilleros capturados, y llevando a cabo las 
terribles carnicerías que tenían lugar en las escasas ocasiones en 
las que las guerrillas eran sorprendidas por fuerzas muy superio- 
res de enemigos a caballo en las llanuras del sur de Navarra y de 
Castilla. 

El 28 de noviembre, poco después de la batalla de Sansol, Ja- 
vier se unió de nuevo con su corso a Cuevillas y, reforzado por 
uno de los escuadrones de caballería de Porlier, invadió Tudela. 
La guarnición se refugió tras las fortificaciones, pero los tudela- 


161 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
nos no fueron tan afortunados. Las indisciplinadas tropas de Ja- 
vier se dedicaron a saquear la población antes de ocuparse de los 
franceses. Los guerrilleros se apropiaron de caballos y de un gran 
número de ovejas. Llenaron sus bolsillos y mochilas de dinero, 
plata y de cualquier cosa de valor que pudieron encontrar en las 
casas y se retiraron a la cercana Corella, donde se pelearon por 
los despojos, y, finalmente, se disolvieron. El 29 de noviembre, el 
general Buget —comandante de la guarnición de Tudela— asal- 
tó Corella con su caballería y acabó con la vida de doce hombres 
de Javier que se habían quedado allí. 

En diciembre de 1809, Javier estableció su cuartel de mando 
en Los Arcos, una zona montañosa al suroeste de Navarra poco 
frecuentada por las tropas francesas. Esta tregua dio a sus hom- 
bres el respiro necesario. El corso ascendía a casi 500 soldados de 
infantería y 150 de caballería, pero muchos eran nuevos reclutas 
que carecían de entrenamiento militar. En Los Arcos, Javier se 
aseguró de que recibieran una instrucción rudimentaria, organi- 
26 el corso en compañías, eligió a sus oficiales e ideó la bandera 
que estaría en vigor durante los siguientes cinco años. Gregorio 
Cruchaga fue nombrado segundo en el mando. Lorenzo Calvo, 
antiguo sargento de caballería, fue puesto a cargo de la infante- 
ría, y Severino Iriarte, anteriormente soldado de caballería, tomó 
el mando de la caballería. La fuerza de Javier pasó rápidamente 
de ser una pequeña e irregular formación que luchaba por so- 
brevivir a convertirse en un cuerpo ordenado y disciplinado, 
compuesto en parte de soldados dispersos y retirados, que operó, 
al menos parte del tiempo, bajo las órdenes de un comandante 
regular, el general Areizaga”. 

El descanso en Los Arcos sólo duró hasta finales de diciem- 
bre, momento en el que se inició una nueva ronda de persecu- 
ciones contra el corso. Por entonces, las fuerzas enemigas que 
ocupaban Navarra se habían incrementado sustancialmente. Los 


" Areizaga era un coronel retirado que vivía en Goizueta (situada al noroeste de Na- 
varra) cuando se produjo la invasión francesa. Se reintegró al ejército y Mina estable- 
ció contacto con él en el otoño de 1808, 


162 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


franceses habían reforzado las iglesias, conventos y caseríos con 
robustas construcciones de terraplenes, diques y empalizadas de 
madera, convirtiéndolos en pequeñas fortalezas bien abastecidas. 
Si en abril de 1809 D'Agoult contaba con menos de 2.500 sol- 
dados en Navarra, a mediados de verano el número total ascen- 
día a casi 4.500 a fin de contrarrestar la creciente amenaza gue- 
rrillera, y en diciembre se les unieron muchos más. Algunas de 
estas tropas estaban, evidentemente, dispersas en guarniciones *. 
Sin embargo, su ausencia se compensaba con la presencia de los 
miles de soldados del mariscal Suchet que, procedentes del exte- 
rior de Navarra, se unieron para dar caza a Javier en diciembre 
de 1809. En toral, en enero de 1810, casi 10.000 soldados fran- 
ceses estaban intentando arrinconar al elusivo corso terrestre de 
Javier. 

Con tales fuerzas persiguiéndolo, Javier Mina comenzó el 
nuevo año atravesando de un lado a otro de Navarra, desde Los 
Arcos a Lumbier, y, desde allí, a Roncal. En lo más intrincado de 
las montañas, Javier se enteró de que Sucher había traído tropas 
procedentes de Aragón y de las guarniciones del valle del Ebro 
para operar conjuntamente con Harispe y D'Agoult con el obje- 
tivo de cerrar el valle de Roncal ?. Desde el inicio de la guerra 
para las guerrillas siempre fue de gran ayuda evitar la persecución 
con sólo cruzar a la provincia vecina. Las comunicaciones eran 
demasiado pobres y los comandantes franceses demasiado celo- 
sos de su autonomía para emprender operaciones conjuntas. La 


* En el verano de 1809, había guarniciones en Alsasua, Burguere, Caparroso, Espi- 
nal, Huarte, Huarte-Araquil, Trurzún, Lecumberri, Lumbier, Monreal, Orbaiceta, 
Pamplona, Sangiiesa, Zubiri, Tafalla, Tudela, Urroz y Valtierra. Otras guarniciones 
que se agregaron más tarde o que, en algunos casos, reemplazaron a aquéllas fueron 
las de Aoiz, Argúedas, Arriba, Biscarret, Bocal, Elizondo, Estella, Fuenterrabía, Irati, 
Irún, Lodosa, Los Arcos, Mendigorría, Olcoz, Peralta, Puente la Reina, Roncesvalles, 
Santistcbán, Tiebas, Urdax y Villafranca. AAT, C8, 377, 387. 

' El general Harispe se convirtió en uno de los oponentes más determinantes y exito- 
sos de las guerrillas a lo largo de la guerra. Era narivo de la ciudad fronteriza de Bai- 
gorry, lo que prácticamente le convertía en navarro. Al hablar vasco, consiguió ganar- 
se la confianza de algunas de las villas de la Montaña, algo que ningún otro 
comandante francés pudo lograr. 


163 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


persecución concertada de enero de 1810 dejó a Mina perplejo, 
Era la primera vez que las fuerzas francesas al mando de distintos 
comandantes colaboraban contra el corso. Javier escapó por poco 
al cerco de Roncal y cruzó con rapidez al otro extremo de Nava- 
rra, a los montes de Dicastillo, perseguido de cerca por los fran- 
ceses. Finalmente, rodeado de enemigos por todas partes, Javier 
dispersó sus fuerzas, ocultó su armamento en las montañas y en- 
vió a la mayor parte de sus tropas a sus hogares. Unos pocos per- 
manecieron unidos en pequeñas bandas que se escondieron en 
las montañas al oeste de Estella. El mismo Javier Mina, con seis 
guardias personales, se refugió en los montes de Álava y de Nava- 
rra occidental. Así pues, al descubrir la futilidad de sus operacio- 
nes, las numerosas columnas francesas abandonaron la persecu- 
ción. La gran ofensiva de D'Agoult para capturar a Mina había 
fracasado. 

La incapacidad de D'Agoult para proteger Tudela y para cap- 
turar a Mina provocó que el comandante Suchet presionase para 
conseguir su dimisión. A finales de enero, el general Reynier 
tomó el mando de Navarra y de las tres provincias vascas. En fe- 
brero, Reynier fue reemplazado por Dufour quien, a su vez, fue 
relevado el 28 de julio por el general Reille, ayuda de campo de 
Napoleón. De este modo, durante un período de seis meses, la 
sucesión de cuatro generales dominó Navarra, mientras Napo- 
león buscaba en vano al comandante adecuado para pacificar la 
provincia. Dado que cada nuevo nombramiento alteraba y revo- 
caba las políticas de sus predecesores, estos rápidos cambios ser- 
vían además para dificultar los esfuerzos contrainsurgentes en la 
provincia. 

Una vez que hubo cesado la persecución de Mina, los france- 
ses intentaron implicar a los oficiales civiles en la destrucción de 
los insurgentes. El 10 de enero de 1810, el duque de Mahón, el 
cual había reemplazado a Vallesantoro como virrey de José el año 
anterior, ofreció recompensas por cualquier información que 
condujera al arresto de guerrilleros. Como esta estrategia no 
daba ningún resultado, el tribunal real de Pamplona unió su voz 
a la de Mahón en una circular más amenazadora fechada el 25 


164 


W 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


de enero. Se ordenó a los oficiales municipales que hiciesen listas 
de aquellas personas que hubieran abandonado sus hogares o que 
se hubieran ausentado de ellos recientemente, con los nombres 
de todos sus parientes. Las ciudades debían informar al gobierno 
sobre si su clero había predicado en favor del orden y la paz o ha- 
bían intentado inflamar los ánimos de sus habitantes contra los 
franceses. Los que no cumpliesen esta orden o fueran hallados 
culpables de proteger a los insurgentes debían ser conducidos a 
Pamplona para ser ejecutados '”. 

Éste era un momento muy crítico para la insurgencia en Na- 
varra, y los franceses lo sabían. Intentaron explotar el desconcier- 
to que el corso tenía para hacer que su presencia se volviera a 
sentir en las villas. Con todo, no podían combatir a brazo parti- 
do ni a la misma banda de Javier, y tampoco tenían fuerzas sufi- 
cientes para mantener indefinidamente una presencia tan intensa 
en Navarra. Las tropas de Suchet volvieron a Aragón, los hom- 
bres de D'Agoult a Pamplona, y Javier aprovechó el respiro para 
reunir a una parte de sus seguidores, 

Reynier ya era comandante de Álava poco antes de recibir el 
mando de Navarra. Acababa de felicitarse porque los navarros no 
habían conseguido destruir a sus tropas en Vitoria, cuando Javier 
decidió trasladar la guerra a la provincia. A mediados de enero, 
basándose en una información según la cual una columna de casi 
300 hombres procedentes de Vitoria iba a buscar provisiones en 
las villas cercanas a la frontera navarra, Javier ordenó que sus tro- 
pas se reunieran en Santa Cruz de Campezo, en Álava. Allí obli- 
go al enemigo a retroceder hacia Vitoria, matando a 50 de sus 
hombres e hiriendo a otros 100, antes de ordenar otra dispersión 
en previsión de una nueva persecución francesa. 

Reynier envió 20.000 hombres tras el corso, pero lejos de 
capturarlos, acabaron malgastando todo el mes siguiente en una 
persecución vana, lo que impidió el cumplimiento de su verda- 
dera misión: reforzar a las tropas francesas en España occi- 


10 Las circulares están editadas en Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, 
pp. 28-32. 


165 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


dental *'. Suchet se volvió a unir a Reynier, el cual entró en Pam- 
plona el 20 de enero decidido a luchar a brazo partido con Javier 
tras la vergiienza de Santa Cruz. Los dos comandantes intenta- 
ron pacificar Navarra con una fuerza arrolladora. Javier respon- 
dió ordenando que algunas de sus tropas dispersas se dirigiesen, 
a través de pasos secretos, hacia Aibar, situada al otro lado de 
Navarra, donde se estaba volviendo a reunir una pequeña fuerza, 
En Aibar, Javier se enteró de que se le requería en Lérida para re- 
cibir instrucciones del gobierno español. A principios de febrero, 
por tanto, Javier partió para Cataluña, traspasando el mando de 
las guerrillas a Gregorio Cruchaga. 

Debido a la fuerte presencia de tropas enemigas, Cruchaga no 
tuvo otra alternativa que ordenar una nueva dispersión total del 
corso. Durante las tres primeras semanas de febrero, por tanto, el 
corso permaneció inactivo. Sin embargo, a finales del mes, Cru- 
chaga reunió a 300 hombres y atacó la guarnición de 100 soldados 
de Burguete, ocasionando 28 bajas, tomado 30 prisioneros y obli- 
gando a los restantes a huir a Roncesvalles. El 6 de marzo, Crucha- 
ga regresó de nuevo al sur y atacó la guarnición de Lumbier, obli- 
gando a la totalidad de sus 70 soldados a rendirse. Los prisioneros 
fueron enviados a Lérida justo antes de que Mina regresara. 

La reaparición de Javier provocó la excitación general de sus 
hombres. Desafortunadamente, el regreso del líder, ahora como 
capitán del ejército, coincidió con la marcha de Miguel, el párro- 
co y espía de Ujué, el poder secreto que estaba detrás del corso. 
La posición de Miguel como cabeza del espionaje y del sistema 
de abastecimiento del corso había llegado a conocimiento de los 
franceses. Comprometida su identidad, Miguel consideró nece- 
sario abandonar Navarra. Se presentó y consiguió ser elegido 
para representar a la provincia en las Cortes nacionales cuya reu- 
nión estaba prevista en Cádiz. El 2 de marzo, Miguel dejó Nava- 
rra. En menos de un mes, y como resultado del fracaso del servi- 
cio de inteligencia, algo que nunca había ocurrido mientras 
Miguel estuvo cerca, Javier cayó en manos francesas. 


!! Correspondencia de Reynier, AAT, C8, 252. 


166 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 

En el poco tiempo que le quedó, Javier continuó operando en 
la región de Aibar y al noroeste de Aragón. El corso reunió 600 
soldados de infantería y 100 de caballería, plantó batalla a las 
guarniciones de Ejea y Zuera, y atacó las columnas francesas que 
marchaban entre Pamplona y Aragón antes de que se le agotasen 
las municiones y de tener que buscar nuevamente refugio en la 
región situada al este de la capital. En el transcurso de estos últi- 
mos enfrentamientos, las tropas de Javier mataron 80 enemigos, 
según las registros del segundo regimiento. En Labiano y Aran- 
guren, Javier permitió descansar a sus tropas. 

En la mañana del 20 de marzo Javier recibió la noticia de que 
las tropas francesas habían descubierto su posición y se acercaban 
rápidamente desde Pamplona. Ya fuera porque se había llegado a 
creer en demasía en su propia leyenda de invulnerabilidad, o 
porque juzgó erróneamente la capacidad de su nuevo adversario, 
Dufour, Javier permaneció en Labiano hasta el último momento. 
Sin saber que los franceses ya habían ocupado los cerros situados 
detrás de Labiano antes de entrar en la villa, Mina intentó esca- 
par al monte con unos cuantos hombres montado a caballo. Allí 
fue sorprendido, su caballo derribado de un disparo y, tras reci- 
bir una herida de sable, fue hecho prisionero. 

La trayectoria seguida por Javier Mina puede analizarse desde 
diferentes perspectivas. Por un lado, el número de bajas infligido 
a las tropas francesas no fue tan elevado. Según los archivos del 
segundo regimiento, durante la vida del corso las guerrillas mata- 
ron a 211 soldados franceses, hirieron a 280 y capturaron a 114. 
Durante el mismo período las guerrillas perdieron 34 muertos y 
129 heridos '?. Aunque estos datos no resulten impresionantes, 
resulta sorprendente que los franceses siguieran considerando 
Navarra como un territorio todavía sin pacificar en marzo de 


12 Estos datos no están completos. Las bajas francesas en tres enfrentamientos están 
registradas simplemente como «algunos» o «número desconocido» de muertos y heri- 
dos. Además, hubo sin duda escaramuzas de las que el escritor del diario del regi- 
miento no estuvo al tanto, Sin embargo, la falta de estos datos probablemente pueda 
compensarse con la tendencia a exagerar las pérdidas del enemigo que los insurgentes 
posiblemente no pudieron conocer con precisión, dado que, tras numerosos enfren- 


167 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


1810 y que sus hombres sintieran pavor al enfrentarse a los gue- 
rrilleros navarros **. Además, las guerrillas había desviado tropas 
del frente occidental, contribuyendo a generar una situación de 
parálisis militar en Portugal y España occidental. En diciembre 
de 1809 y enero de 1810, cerca de 10.000 soldados estaban ocu- 
pados persiguiendo a los guerrilleros desde la región de Estella a 
Sangiiesa y en los Pirineos orientales. Durante algún tiempo, en- 
tre finales de enero y principios de febrero de 1810, había quizás 
20.000 soldados emplazados en Navarra que no se habían en- 
contrado con soldados regulares españoles desde octubre de 
1808, En marzo fueron destinadas permanentemente en Navarra 
unidades complementarias de gendarmes franceses (otras compa- 
ñías fueron enviadas a las vecinas provincias vascas y al Alto Ara- 
gón, fuertemente afectadas por la presencia de Mina y de otros 
guerrilleros). Y mientras tanto, los franceses no contaban con su- 
ficientes hombres para tomar Valencia, y se malgastaba todo un 
ejército en Portugal por falta de refuerzos. 

Finalmente, la resistencia guerrillera hizo que los franceses tu- 
vieran que gastar copiosas sumas de dinero en Navarra. Hasta la 
primavera de 1810, París sufragó el coste de la ocupación, pero a 
medida que la guerra de guerrillas se iba calentando, la creciente 
pérdida de ingresos hacía enfadar a Napoleón, por lo que éste 
mandó a sus tenientes a Navarra con el fin de hacer todo lo ne- 
cesario para que la guerra se financiase a sí misma. Esta directiva 
terminó acarreando nuevos impuestos punitivos en marzo de 
1810, como se verá más adelante. Estos impuestos resultaron tan 
elevados que los habitantes de las villas sencillamente se negaron 
a cumplir con sus asignaciones. Para evitar el encarcelamiento, 


tamientos, se vieron obligados a retirarse con rapidez como consecuencia del acerca- 
miento de columnas francesas de refresco. Finalmente, por ambos lados existía la 
tendencia a minimizar las propias pérdidas. Las bajas entre los guerrilleros fueron, sin 
duda, más altas que las admitidas por el cronista del segundo regimiento y las de los 
franceses más bajas. Desafortunadamente, las cifras francesas que bien podrían haber- 
se utilizado para comprobar o corregir las aportadas por las guerrillas no estuvieron 
disponibles hasta la primavera de 1810, tras la destrucción del corso. AAT, C8, 387. 
El primer informe completo fue dado por Dufour el 1 de abril de 1810, 

!% Correspondencia de enero y febrero de 1810, AAT, C8, 252. 


168 


W 


huyeron y se unieron a las guerrillas, lo que los convirtió en «pa- 
triotas» por defecto. De este modo, las guerrillas, al hacer que la 
ocupación de Navarra resultase muy costosa, se aseguraron indi- 
rectamente de que un número cada vez mayor de navarros se 
uniese a la resistencia ante la exasperación hacia la política fiscal 
del régimen francés, 

Si se trazan los movimientos y batallas del corso, puede 
conseguirse un buen cuadro de la «base doméstica» que los gue- 
rrilleros mantenían y, por el contrario, de las áreas que considera- 
ban demasiado peligrosas para establecerse durante mucho tiem- 
po. Los lugares más frecuentados por las tropas de Javier se 
encontraban en tres regiones. La más importante era el área entre 
Sangiiesa y Pamplona. Cuando se veían acosados por los france- 
ses, esta base se desplazaba hacia el norte, en los Pirineos, espe- 
cialmente en el valle del Roncal, aunque a veces llegaba tan al 
veste como Burguete y Roncesvalles. Ésta era la región mejor co- 
nocida por Javier, Espoz y Mina, Cruchaga y todos los reclutas, 
desde Ujué a Roncal. La segunda región más frecuentada era Es- 
tella y su territorio occidental, escenarios ambos de importantes 
operaciones y una de las regiones que más apoyaron al corso. Las 
guerrillas se salvaron en más de una ocasión tras ocultarse en las 
montañas de Lóquiez y Andía. El tercer territorio era menos una 
base que un punto estratégico para efectuar ataques. La región 
de Carrascal, un lugar angosto en el camino de Pamplona, al sur 
de la guarnición francesa de Tiebas, fue lugar de frecuentes em- 
boscadas guerrilleras, y continuó siendo un tramo peligroso del 
camino durante toda la guerra. En una sola ocasión el corso pe- 
netró en el corazón de la Ribera, pero la incursión de Tudela en 
el otoño de 1809 sólo tuvo un éxito parcial y los guerrilleros re- 
almente sufrieron más pérdidas que las que pudieron infligir en 
la acción. 

Esta orientación hacia la Montaña se ejemplifica mejor si 
consideramos el origen geográfico de los guerrilleros. En el últi- 
mo capítulo se desarrollará un detallado estudio sobre el personal 
del ejército guerrillero de Navarra. Sin embargo, por el momento 
es conveniente poner de relieve que los cronistas de la División 


169 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


de Navarra identificaron Ujué, Roncal, la cuenca de Lumbier, 
Estella, Los Arcos y la cuenca de Pamplona como las regiones 
que más contribuyeron con hombres al corso. Lo que confirma 
el cuadro de los guerrilleros como hombres de la Montaña. 


2. El terror francés 


A pesar de la captura de Javier Mina en marzo de 1810, para los 
franceses era claro que la ocupación de Navarra no estaba mar- 
chando bien. Navarra había sido obligada durante los dos prime- 
ros años de la guerra a contribuir fiscalmente por encima de 
12 millones de reales '*, A pesar de todo, el gobierno de Pamplo- 
na todavía precisaba de los subsidios de París y el gobernador 
militar se veía obligado a recurrir a requisiciones ad hoc, que en- 
cendían todavía más la resistencia. El fracaso de la ocupación era 
señal del éxito de Javier y de la imposibilidad de gobernar Nava- 
rra desde París o desde Madrid. Por tanto, Napoleón estableció 
un gobierno autónomo en Navarra a través de la normativa de 
8 de febrero de 1810 (al mismo tiempo los franceses crearon dis- 
tritos militares independientes en Álava, Cataluña, Guipúzcoa y 
Vizcaya). Un mes más tarde, Napoleón envió a Navarra un nue- 
vo gobernador general, Georges Dufour '”, 

Napoleón pidió a Dufour que cumpliese dos objetivos inter- 
relacionados en su nueva satrapía: terminar con la resistencia y 
generar más rentas. Aunque a largo plazo estuviese destinado a 
fracasar en ambas empresas, Dufour desmanteló la insurgencia 


'1 Existen dos trabajos sobre los impuestos franceses y otras exacciones en Navarra, 
J y 
Joscba de la Torre, Los campesinos navarros ante la guerra napoleónica: financiación bé- 
lica y desamortización civil; Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Nava- 
rra. La cantidad total del impuesto puede apreciarse si se compara con los 6.821.000 
reales extraordinarios que Godoy quiso imponer en 1799. En aquel momento el im- 
puesto de Godoy fue considerado tan elevado y generó tanta resistencia que nunca 
pudo recaudarse por completo, 
2 j i l má do, al que 
Dufour fue uno de los mejores oponentes, y ciertamente el más afortunado, al que 
los navarros hubieron de enfrentarse: tan sólo bastaron tres semanas en su cargo de 
comandante de Navarra para que Javier Mina fuera capturado en Labiano. 


170 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


mientras gobernó Nayarra. Proclamaba que la resistencia civil era 
obra de unos pocos demagogos y criminales, Pensaba que, si se 
pudiera capturar a éstos, entonces los campesinos mal aconseja- 
dos que los habían seguido depondrían sus armas. Ya durante el 
verano anterior, D'Agoult había ofrecido recompensas por la 
captura de Javier Mina, con lo que esperaba conseguir, mediante 
la traición al jefe de la guerrilla, lo que no había logrado en la ba- 
talla '*. D'Agoult no había conseguido nada con esta táctica, 
pero la captura de Javier en Labiano infundió en Dufour el opti- 
mismo de que Navarra podría ser finalmente pacificada. 

En la administración francesa hubo ciertas personas, inclu- 
yendo a Napoleón, que demandaron la sangre de Javier Mina. 
Suchet anunció la captura del líder guerrillero con una mezcla 
despreocupada de inexactitudes, mentiras y barbarie imperial: 
«El Salteador Mina ha sido hecho preso en el Bosque del Carras- 
cal», escribió Suchet, sin percatarse de que Labiano estaba muy 
al norte del Carrascal. «Bien creyó escaparse ofreciendo un bolsi- 
llo lleno de oro y un rico reloj, que había robado hacía tiempo; 
pero nada hizo efecto en nuestros valientes.» El pueblo, según 
Sucher, «ha manifestado su alegría al ver libre a esta Provincia de 
semejante malvado [...] Se va a formar causa, y todo indica que 
será ahorcado, hecho quartos y expuesto en los caminos pú- 
blicos» '”. 

Por fortuna para Javier, el deseo de venganza no estaba en 
consonancia con la estrategia de pacificación de Dufour. El nue- 
vo gobernador se dio cuenta de que podía obtener grandes bene- 
ficios de la captura de Javier si lograba inducir a los guerrilleros a 
deponer las armas a cambio de la vida de su líder y de una am- 
nistía general. El 2 de abril, Dufour ofreció la amnistía a todo 


16 La oferta adquirió forma de proclama. Una de sus copias fue publicada por el go- 
bierno de Tudela anunciando que los franceses habían puesto precio (la cantidad no 
aparece) por la captura de «un tal Javier Mina, de origen judío». El antisemitismo po- 
pular siempre resultaba un recurso fácil. La resistencia también se aprovechó de él 
para calificar a Napoleón como un «protector de judíos», ya que las leyes aprobadas 
garantizaban a los judíos la igualdad civil. AGN, Guerra, legajo 19, car. 38. 
"Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 85. 


171 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


aquel que dejara las armas o se uniese a la milicia francesa. Algu- 
nos de los voluntarios, de acuerdo con las memorias de Espoz y 
Mina, aceptaron la oferta, si bien la mayoría simplemente se dis- 
persó (con sus armas) entre la población '*, 

En la España meridional, los esfuerzos franceses para gran- 
jearse colaboradores tuvieron un gran éxito, pero no así en la 
Montaña de Navarra. Por ejemplo, cuando los franceses intenta- 
ron formar una guardia civil en Estella, el gobierno municipal 
sencillamente se dedicó a retrasar la elaboración de las listas de 
candidatos para tal obligación hasta que los guerrilleros libera- 
ron la ciudad '”. No había modo de proteger a los simpatizantes 
allí donde la población se dispersaba entre más de 700 villas. 
Y sin la promesa de protección francesa, muy pocos individuos 
deseaban trabajar junto a los franceses. En efecto, fuera de la 
Ribera, fracasó todo intento de formar en Navarra una milicia 
urbana. 

Al no conseguir adeptos en Navarra, Dufour volvió al terror 
con objeto de imponer la obediencia. La verdad es que Dufour 
heredó un sistema de terror iniciado por su predecesor, el ge- 
neral D'Agoult. En julio de 1809, D'Agoult había requerido a 
los oficiales municipales que le procurasen los nombres de los 
que se ausentaran de sus hogares. Si los franceses capturaban 
algún «bandido» que no hubiera sido registrado como ausente, 
entonces se impondría una multa de 4.000 reales contra el 
municipio que no lo hubiera reseñado. D'Agoult había decreta- 
do además que cualquiera que tuviera un hijo combatiendo al 
lado de los insurgentes tendría que presentar a su costa un 
hombre que cumpliese servicio en el ejército francés, y a cual- 


!% La discusión que sigue sobre los esfuerzos pacificadores franceses se basa extensa- 
mente en Pérez Goyena, Ensayo de bibliografía, vol. 6, pp. 160-61, 166-169, 172- 
173, 182-185. Dufour anticipó el fracaso de la amnistía partiendo de la experiencia 
de su predecesor. La orden anterior de D'Agoult ofreció amnistía y un doblón para 
todo guerrillero que rindiese sus armas en veinte días. En aquella ocasión los navarros 
respondieron con un golpe atrevido, la invasión y saqueo de Tudela. 

Y «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21. El comandante del acuar- 
telamiento de Estella abandonó su misión en la ciudad durante la última mitad del 
1810. Nunca pudo restablecerse un cuartel permanente en Estella. 


172 


_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


quiera que fuera descubierto fuera de su hogar por un período 
de tiempo no autorizado, sufriría la confiscación de sus bienes 
y propiedades”. 

La efectividad alcanzada por estas regulaciones puede com- 
probarse en la necesidad administrativa de Dufour de reiterar 
sustancialmente el mismo código en marzo de 1810. No obstan- 
te, bajo el mandato de Dufour, las penas por violar el reglamento 
fueron más severas. Se suponía que todo aquel que se ausentara 
de su hogar era un guerrillero y que debía ser ejecutado tras su 
captura. Los curas y alcaldes que no proporcionasen nombres se- 
rían entregados a tribunales militares, especialmente formados 
con tales fines, para ser sometidos a procesos de deportación. Los 
clérigos que fueran sospechosos de provocar la resistencia serían 
arrestados y deportados. Afortunadamente, Dufour sólo pudo 
reforzar estas medidas en regiones ya ocupadas por guarniciones 
o de fácil acceso a las mismas. 

D'Agoult había aprobado reglamentos muy estrictos contra 
la actividad política y había creado una nueva fuerza de policía 
para defenderlos. Bajo su mandato, Pamplona y otras ciudades 
de Navarra se convirtieron en lugares desiertos y sombríos. A 
principios de 1809, los navarros fueron inscritos en registros 
gubernamentales y se les exigió jurar fidelidad al nuevo régi- 
men. Los franceses prohibieron las reuniones que sobrepasaran 
un número reducido de personas y suspendieron las fiestas pú- 
blicas. Se terminó con los partidos de frontón y las corridas de 
toros. Para los franceses estas ocasiones escondían, bajo el dis- 
fraz del deporte y el espectáculo, reuniones en donde se mezcla- 
ba esporádicamente gente de diferentes clases sociales y diversas 
inclinaciones políticas en una atmósfera patriótica. Bajo el ojo 
vigilante de la policía, el pueblo de Pamplona abandonó incluso 
sus paseos diarios. Un testigo francés consideró la deserción de 
las calles como una muestra del fanatismo y servilismo del pue- 
blo, aunque aquélla sólo fuera indicativa de este último, ya que 


1% Algunos de estos decreros fueron publicados en la Gaceta de Madrid, el 22 y 23 de 
julio de 1809. 


173 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


los franceses habían convertido la ciudad en una auténtica pri- 
sión *. A los que regentaban casas públicas o alquilaban habita- 
ciones en Pamplona se les exigió registrar los nombres, profesio- 
nes, lugar de nacimiento y residencia y propósito y duración de 
la estancia de sus inquilinos. Cualquier viaje requería un pasa- 
porte que debía ser presentado a los oficiales municipales y a 
los mesoneros. Todas estas prácticas, iniciadas por D'Agoult, 
fueron continuadas por Dufour. 

Si D'Agoult había reservado un trato más severo para los 
insurgentes capturados, aquí también Dufour continuó las 
prácticas de su predecesor. Dado que los franceses consideraban 
a los guerrilleros como bandidos, no tuvieron ningún escrúpu- 
lo en negar a los cautivos españoles los derechos debidos a los 
prisioneros de guerra. Por ejemplo, en la lucha por Roncal en 
el verano de 1809, los roncaleses capturados fueron conducidos 
a Pamplona y ejecutados sin juicio alguno. Durante días sus 
cuerpos colgaron de los árboles situados fuera de la puerta 
oriental de la ciudad, frente al valle de Roncal, de forma que 
cualquiera que se acercara por aquella dirección pudiera recor- 
dar la suerte que esperaba a los prisioneros. Las respuesta de 
Roncal fue el simple «no importa» que se convertiría en lema 
de la resistencia española. En efecto, aquel otoño el pueblo de 
Roncal contribuyó al corso terrestre con el hombre que se con- 
vertiría en el segundo a las órdenes de Mina, Cruchaga, y ade- 
más con uno de los más extensos y experimentados contingen- 
tes de tropas ”. 

De este modo, los intentos franceses de aterrorizar a los civiles 
tuvieron el efecto contrario desde el principio. Incluso en Pam- 
plona, la «justicia» francesa sólo sirvió para encender el fuego de 


*1 Desbouefs, Souvenirs, p. 143. 

*” Durante un corto período en el otoño de 1809, Javier Mina tuvo el tiempo nece- 
sario para que sus tropas descansaran y para acordar un intercambio de prisioneros. 
Sin embargo, tales intercambios sólo sirvieron para legitimar a los guerrilleros y para 
alentar a los jóvenes a tomar las armas con el corso. Ninguno de los dos bandos man- 
tuvo un comportamiento humanitario hacia los prisioneros durante mucho tiempo, 
Espoz y Mina, Memorias, p. 24. 


174 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA _ 

la resistencia. En octubre de 1809, los franceses fusilaron a tres 
hombres que habían sido descubiertos elaborando cartuchos en 
una iglesia, y sus cuerpos fueron colgados públicamente en Pam- 
plona. Con este acto se intentó humillar a la ciudad, aunque por 
el contrario, provocó un tumulto que rápidamente puso en peli- 
gro el control francés de Pamplona. En la noche de los ahorca- 
mientos, tres granaderos no consiguieron regresar a sus puestos 
en la ciudadela. A la mañana siguiente fueron descubiertos col- 
gados en el lugar de los tres patriotas ejecutados, y del pecho de 
uno de los soldados apareció colgado el siguiente cartel en fran- 
cés: «Vosotros colgad a los nuestros. Nosotros colgamos a los 
vuestros». En respuesta, D'Agoult ordenó que 15 monjes, elegi- 
dos por su popularidad e influencia entre los 57 que por enton- 
ces estaban encarcelados en Pamplona, fueran ejecutados y colga- 
dos durante veinticuatro horas a la vista del público. El pueblo 
de Pamplona recaudó 20.000 francos para pedir el rescate de los 
hombres condenados, mientras que la multitud ingobernable 
rodeó la casa del gobernador francés a fin de presionarlo. Sin 
embargo, sus peticiones de clemencia fueron ignoradas y los 
15 hombres murieron en el patíbulo después de que las tropas 
francesas se vieran obligadas a rechazar por dos veces a la enfada- 
da multitud con sus bayonetas ”. 

Dufour continuó la obra de D'Agoult, recabando datos de 
hombres ausentes de sus hogares y suprimiendo la disidencia 
política. Encarcelaba y multaba a los cabezas de familia que no 
pudieran dar cuenta de sus hijos y nietos ausentes. La pena mí- 
nima por cualquiera que se hallase ausente era de 200 reales al 
mes. El impago significaba la deportación. Cada sábado se exi- 
gía a los sacerdotes que leyesen estas normas desde sus púlpitos, 
y aquellos que se negaban sufrían también el arresto y la depor- 
tación. Tras recibir una respuesta poco entusiasta a su oferta de 
amnistía, Dufour dio órdenes a sus comandantes de ejecutar sin 


23 Estas escenas se describen en Ayuda de campo 1, Souvenirs de la Guerre, pp. 1-12. 
Este auror anónimo fue uno de los encargados de escoltar a los monjes desde la pri- 
sión al lugar de la ejecución. 


175 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
juicio alguno a todo guerrillero que fuese capturado, y de col- 
gar sus cuerpos en los árboles de los principales caminos más 
cercanos ?*. 

Estas medidas, combinadas con la derrota militar del corso, 
situaron a los franceses en la primavera de 1810 más cerca que 
nunca de la pacificación de Navarra. Junto a los miles de solda- 
dos bajo sus órdenes, Dufour tenía a su disposición compañías 
de gendarmes franceses y podía reclamar la ayuda de las guarni- 
ciones de Sucher en el Alto Aragón y en el valle del bajo Ebro ”. 
La derrota del corso permitió a Dufour enviar fuerzas a zonas 
que habían estado reservadas a las guerrillas durante el mandato 
de Javier Mina. Las villas que se habían mostrado demasiado le- 
ales a Javier o que habían continuado dando señales de resisten- 
cia fueron incendiadas con antorchas de resina ”. 

Dufour se sintió además lo suficientemente fuerte como para 
emprender la segunda parte de su mandato: una mayor explota- 
ción de los recursos económicos de Navarra. En marzo y abril 
decretó una serie de nuevos impuestos que ascendía a más de 22 
millones de reales, casi un cuarto de la producción bruta agraria 
de Navarra. Sin embargo, la ejecución de tales exacciones no fue 
automática y se desconoce la cantidad exacta de lo recaudado. 
Del primer impuesto de Dufour, de 3.300.00 reales, casi un ter- 
cio no pudo recaudarse en 18117, A pesar de estas dificultades, 
las perspectivas de los franceses parecían claras en abril de 1810. 
Como resultado de la aplicación de terror, de la fuerza militar y 
de una dosis de buena suerte, el movimiento guerrillero en Na- 
varra había sido reducido a un estado sin parangón desde la de- 
rrota de los «Escopeteros Móviles» de Eguaguirre en 1808. 


* Emmanuel Martin, La Gendarmerie Frangaise, p. 213. 

*% En abril se habían desplegado cuatro escuadrones de gendarmes entre la capital y 
otras once ciudades. Emmanuel Martin, La Gendarmerie Frangaise, p. 50. Suchet te- 
nía más de 11.000 hombres acuartelados en la zona en la primavera de 1810. Alexan- 
der, Rod of Iron, p. 33. 

** Ayuda de campo L., Souvenirs de la Guerre, pp. 34-39. Las villas de San Gregorio y 
Santa Cruz de Campezo fueron incendiadas en esta época. 

7 Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, pp. 167-68. 


176 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


3. La Idea 


En abril de 1810, Navarra entró en un período de anarquía y 
guerra civil. La provincia se llenó de docenas de bandas de me- 
rodeadores, difícilmente dignas del nombre de ejércitos guerri- 
lleros, que luchaban unas contra otras y contra la población 
civil por el botín cada vez más escaso de la economía sobrefis- 
calizada de Navarra. En verdad, la anarquía de la guerra civil y 
el bandidaje siempre habían quedado ocultos bajo la superficie 
del movimiento, a pesar de los intentos de Javier Mina de im- 
poner orden *, 

Tras la captura de Javier Mina, desapareció el control más 
importante contra la anarquía. Pequeños tiranos vagaban por la 
provincia arrebatando todo lo que podían de las iglesias, mo- 
nasterios, edificios municipales y residencias privadas y, en al- 
gunos casos, compeliendo a los jóvenes a unirse a sus partidas, 
una práctica que nunca se vieron obligados a adoptar ni Javier 
Mina ni Espoz y Mina. Fue, tomando prestada una frase de 
Temprano, la era en la que cada hombre buscaba su propio in- 
terés ”, 

Los jefes bandidos elevaron sus robos a la categoría de un sis- 
tema teórico (no muy elaborado): denominaron el nuevo mode- 
lo de «guerra» individualizada con el simple nombre de Idea. An- 
drés Martín, describió la descomposición del movimiento y el 
nacimiento de la Idea en la primavera de 1810. Había algunos 
hombres, escribía Martín, 


... que querían conservar su libertad y su idea. De aquí tomaron 
su nombre los de la Idea. Éstos deseaban una cosa y la destruían 


18 Espoz y Mina, Memorias, p. 11. Ni siquiera la disciplina de Javier fue muy riguro- 
sa, como se evidencia en la transformación de la aventura de Tudela de noviembre de 
1809 en una orgía de robos. 

1 Estella sufrió el robo de la plata de sus iglesias y sus armas fueron confiscadas. En 
Berelu fue saqueada la casa de un criollo, y en Urdax la casa de un maestro herrero 
fue víctima del pillaje. Tales acciones produjeron un torrente de quejas contra los 
guerrilleros. Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 102-104. 


177 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN — 


con otra. Querían pelear por su patria, pero sin sujeción; querían 
vencer, pero sin obediencia; querían finalmente una milicia perfec- 
ta sin disciplina. Esto era imposible y contradictorio *. 


Los hombres de la Idea creían que por naturaleza ninguna perso- 
na estaba subordinada a otra. En su opinión, todas las estructu- 
ras de poder que subvertían la igualdad natural de los hombres 
eran asimismo corruptas y despreciables. Así pues, los guerrille- 
ros que creían en la Idea se oponían a la villa, a la provincia y a la 
nación casi tanto como al gobierno francés. En asuntos militares, 
los hombres de la Idea pensaban que la energía del pueblo se 
aprovecharía mejor si se daba a cada individuo la libertad para 
apropiarse de aquella porción de poder y de territorio que pudie- 
ra dominar con energía. Se debía combatir a los franceses con 
cientos de bandas separadas que se movieran en la sombra por 
Navarra y que se sustentaran totalmente con el botín de la bata- 
lla. Esta «guerrilla perfecta» se desperdigaría en las montañas 
cuando se aproximase el enemigo para surgir más tarde en opera- 
ciones de acoso contra los rezagados y contra las líneas de comu- 
nicación. 

La derrota del ejército regular español en 1808-1809 significó 
que el camino hispánico hacia la victoria no iba a ser andado por 
fuerzas convencionales. A pesar de todo, la guerra de guerrillas 
anárquica sólo fue una pequeña molestia para la ocupación. Las 
partidas guerrilleras de cualquier parte de España sólo resultaban 
realmente efectivas en la medida en que impusieran disciplina y 
orden, y conservaran todavía el localismo y la flexibilidad reque- 
rida para el éxito de la guerra de guerrillas. En 1810, los hom- 
bres navarros de la Idea carecían de esta disciplina, por lo que su 
impacto militar fue pequeño. 

La disciplina del corso de Javier radicó en el origen social de 
su personal. Entre sus filas hubo muchos estudiantes y «mucho 


! Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, p. 62. Evidentemente, la contra- 
dicción se resuelve si admitimos que los hombres de la Idea sólo pretendían enri- 
quecerse. 


178 


_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


honrado labrador» de la región de Pamplona, principal tearro de 
operaciones. Había pocos ribereños *. Los hombres de la Mon- 
taña obedecían las reglas porque eran propietarios que operaban 
en su propio territorio doméstico. No se les podía pedir que sa- 
queasen sus propias posesiones y las casas de sus vecinos. Incluso 
así, Javier Mina tuvo que trabajar duro para establecer la discipli- 
na militar entre sus tropas. 

Por el contrario, los hombres de la Idea que sucedieron al cor- 
so carecían por completo de disciplina, La mayoría de los nuevos 
líderes procedía de la Ribera, como Pascual Echeverría, carnicero 
de Corella, o eran «forasteros» de Aragón y Castilla. Muchos ha- 
bían desertado de sus formaciones regulares o escapaban de si- 
tuaciones personales difíciles y estaban intentando, ante todo, 
enriquecerse a expensas del pueblo. La más infame de estas ban- 
das estaba dirigida por Echeverría, un hombre que, según Mina, 
nunca buscó la batalla contra los franceses y que tenía todos los 
vicios imaginables *. Con su guardia pretoriana de desertores del 
ejército imperial, la presencia de Echeverría era tan temida como 
la de los franceses, incluso en Estella, región que ya había dado 
pruebas de sus lealtades *?. Otras dos figuras importantes de este 
período fueron Miguel Sádaba, quien encabezaba una banda que 
dependía en parte de la de Echeverría, y Juan Hernández, al cual 
se había unido un gran segmento de la caballería del antiguo cor- 
so. Éstos eran los personajes más cercanos a la Idea en 1810, ya 
que ésta les permitía excusar su incapacidad para enfrentarse a 
los franceses en combate y justificar sus ataques contra civiles. 

La indisciplina afectó a la mayoría de los ejércitos guerrilleros 
de España en un momento u otro. Ya hemos visto cómo a finales 
de 1810 y 1811, Juan Martín tuvo que hacer frente a serios pro- 
blemas de deserción y desorden. La Junta Central tomó medidas 
para detener la formación de partidas guerrilleras inspiradas en la 
llamada Idea. Había descubierto que tales partidas no tenían 


3 Espoz y Mina, Memorias, pp. 15-16. 
2 Espoz y Mina, ibíd., p. 14. 
33 AGN, legajo 21, car. 21. 


179 


otro fin que el de «amedrentar y saquear los Pueblos por un plan 
bien combinado». Los guerrilleros elegían un villa en el camino 
de las tropas francesas y, «disparando tiros, y corriendo con los 
caballos, aparentan ser una avanzada enemiga». Entonces estable- 
cían un cordón para evitar que los habitantes escaparan o alerta- 
ran a los franceses. Una vez tomadas estas medidas de seguridad, 
los guerrilleros procederían a atacar la villa. En un solo episodio, 
una banda saqueó en una noche al menos siete ciudades y villas 
según este modelo. Las guerrillas, «en vez de ser el apoyo y con- 
suelo de los Pueblos, se aprovechan de su conflicto y situación 
apurada para ganar por la mano al enemigo en su barbarie y fe- 
rocidad» *, 

Como resultado de esta situación, el apoyo popular a la gue- 
rra estaba comenzando a desfallecer precisamente en las regiones 
que estaban dominadas por los hombres de la Idea *. Evidente- 
mente, éste era el caso de Navarra en la primavera de 1810, Ade- 
más de los crímenes cometidos por Echeverría y otros jefes loca- 
les de las guerrillas, la provincia estaba asimismo infiltrada por 
numerosas bandas que vagaban hacia el norte procedentes de 
Castilla y Aragón. El Empecinado, el Capuchino, Cuevillas y 
otros jefes guerrilleros llenaban, junto a sus fuerzas (que precisa- 
mente en aquella coyuntura también se estaban fragmentando 
por la indisciplina), el vacío dejado por la destrucción del corso. 
La provincia, en palabras de Mina, era un «cuadro de horrorosa 
desmoralización» y caos *. Los navarros comenzaron a aceptar 
con bastante naturalidad la idea francesa según la cual los parti- 
sanos eran bandidos y buscaron la ayuda francesa para combatir 
a guerrilleros como Echeverría *, 

Dos acontecimientos de este período muestran el grado de 
hundimiento al que había llegado la guerrilla. El marqués de 
Ayerbe, pariente de Palafox y patriota de irreprochable integri- 


?1 AHIN, Estado, legajo 42, núm. 38, 

* El semanario patriótico, 9 de mayo de 1811. 

Y Espoz y Mina, Memorias, p. 15. 

Y Espoz y Mina, ibíd., p. 14; Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 104. 


180 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


dad, había planeado una malograda conspiración para rescatar a 
Fernando en Valengay en el verano de 1809. Después de recibir 
poco apoyo de la Junta, Ayerbe perdió el barco que supuesta- 
mente iba a depositarlo en secreto en la costa occidental de Fran- 
cia. No tuvo otra elección que correr el riesgo de atravesar los Pi- 
rineos por Navarra. 

A principios de verano de 1810 (la fecha exacta se descono- 
ce), Ayerbe y un capitán del ejército español entraron en Nava- 
rra haciéndose pasar por dos campesinos, «Tío Lorenzo» y 
«José». Sin embargo, cerca de Tafalla fueron detenidos por un 
destacamento guerrillero de relaciones inciertas. Al llevar Ayer- 
be y su ayudante pasaportes franceses para facilitar su misión, 
se sospechó que eran traidores. Sus disfraces, que sólo preten- 
dían ocultar de los franceses su alto nivel social, probablemente 
encolerizaron aún más a sus captores. El comportamiento y el 
acento de Ayerbe también sugirieron la posibilidad de obtener 
un botín fácil de las grandes alforjas. Y de hecho, el marqués 
portaba una gran suma de dinero con la que esperaba ayudar a 
liberar a Fernando. Este dinero fue su perdición. Ayerbe y su 
ayudante fueron conducidos a Andosilla, donde fueron apuña- 
lados hasta la muerte y enterrados en una fosa poco profunda 
situada en un corral que fue cubierta con una pila de estiércol. 
Tras la guerra sus cuerpos fueron descubiertos y devueltos a Za- 
ragoza. Así pues, la resistencia perdió a un líder capaz para los 
hombres de la Idea *, 

Un incidente todavía más horrible, acontecido algo más tar- 


iS Ayerbe, Memorias, pp. 220-250. Estos detalles proceden del testimonio ofrecido 
tras la guerra por el guía de Ayerbe, un tercer hombre de la partida a quien los asesi- 
nos permitieron escapar. Las pruebas aparecen en un apéndice de las memorias de 
Ayerbe. En una versión del asesinato de Ayerbe, escrita por Antoní Puigblanch, se 
cuenta que Espoz y Mina había ordenado la ejecución con el fin de eliminar a un ri- 
val. Antoni Puigblanch, Opúsculos gramático-satíricos, vol. 1, pp. xxxv-xli. La versión 
de Puigblanch no corresponde, sin embargo, a las pruebas del testimonio oficial ni 
con las acciones siguientes de Mina, el cual emprendió su propia investigación sobre 
los rumores de los asesinaros, Ante todo, la historia de Puigblanch no está de acuerdo 
con la lógica de la situación, en la que Mina tenía muchos rivales más serios en la lu- 
cha por el liderato de Navarra. 


181 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


de, demuestra el elevado grado de desmoralización al que habían 
llegado las guerrillas. Una banda guerrillera, posiblemente un 
destacamento de la partida del Empecinado, entró en Villafranca 
en agosto de 1810, período en el cual Mina estaba todavía lejos 
de haber constituido su ascendente en Navarra. Los guerrilleros 
capturaron a 15 granaderos acuartelados en la ciudad junto con 
una mujer de la localidad que había cometido el error de casarse 
con uno de los soldados franceses. La mujer fue desnudada, un- 
tada con brea y golpeada mientras era conducida, montada de 
espalda sobre una mula, por toda la ciudad con un cartel colgado 
a su espaldas que decía «Puta de los Franceses». Al día siguiente 
fue puesta en un jaula de madera en una plaza de la ciudad para 
que asistiera a la muerte de cinco de los quince granaderos. Un 
oficial francés describió la escena: 


Los cinco desafortunados designados por la vía de la suerte fueron 
conducidos a un terreno llano situado fuera de la villa. Allí fueron 
enterrados vivos en la tierra hasta el cuello, a distancia uno del 
otro, con sólo la cabeza fuera de la tierra alineadas como un juego 
de bolos. Y después, alejándose un tanto con una gran bola de ma- 
dera dura en las manos, comenzaron la partida [...]. Cuando un 
jugador tocaba una cabeza era aplaudido por la multitud. Este jue- 
go infame continuó hasta que los desdichados franceses dieron su 
último suspiro y las cabezas se rompieron *. 


La pobre mujer, tras habérsele cortado una de las orejas —tortu- 
ra practicada por ambos bandos—, fue llevada a Puente la Reina, 
donde fue clavada a la puerta de la iglesia, desangrándose hasta la 
muerte. Tras dos años viendo hombres fusilados, ahorcados y 
empalados en los árboles de las calles, se había producido una 
fractura total en las normas éticas de conducta. Y el terror se 
agravaría todavía mucho más y se haría más sistemático antes de 
que las cosas comenzasen a mejorar. 


* Ayuda de campo 1, Souvenirs de la Guerre, pp. 109-120. 


182 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


4. Espoz y Mina 


En abril de 1810, de los 900 hombres que habían servido en el 
corso, sólo Francisco Espoz y Mina (por entonces todavía co- 
nocido por su verdadero nombre, Francisco Espoz e llundáin) 
y otros seis continuaban considerándose como la «partida de 
Mina». El resto había regresado a sus hogares o se había unido 
a alguna de las otras bandas que combatían en Navarra y en las 
provincias vecinas *. En sus memorias Espoz y Mina identificó 
a cuatro de aquellos seguidores iniciales: Manuel Gurrea, natu- 
ral de Olite, quien ya en 1809 había dirigido su propia partida 
surtida con hombres que no eran de Ujué; Tomás Ciriza, la- 
brador de la villa de Azcárate, en la frontera con Guipúzcoa; 
Luis Gastón, un joven de Tafalla y buen amigo de Espoz y 
Mina durante y tras la guerra, y Pedro Miguel Sarasa, un rico 
labrador de Aibar, villa situada entre Ujué y Sangiiesa. Estos 
hombres se encontraron cerca de Idocín y acordaron que fuera 
Francisco Espoz quien tomase el mando de un corso terrestre 
renovado y que adoptase el nombre de Mina como un símbo- 
lo en el que todo el mundo reconociese sus intenciones de se- 
guir los pasos de su famoso «sobrino» Y, Desde aquel momen- 
to, Espoz fue conocido como Espoz y Mina, o simplemente 
como Mina. 

Lo que al principio necesitaba Mina era realistar soldados. El 
modo más rápido para llevarlo a cabo era asumir el mando de al- 


1 En abril de 1810 fracasó un nuevo intento, el de Francisco Glaría, clérigo del valle 
de Roncal, de crear un mando unificado en Navarra. Glaría solicitó y consiguió la 
aprobación de su liderato en las guerrillas de Navarra de una junta que rodavía ope- 
raba en secreto en Lérida. No obstante, en lo que debe considerarse como un acci- 
dente trascendental, Glaría cayó en combate antes de enterarse de su reconocimiento, 
Su muerte facilitó el camino a Espoz y Mina. «Relación del tercer regimiento», 
AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 

1 Espoz y Mina, Memorias, p. 14; Andrés Martín, Histaria de los sucesos militares, 
vol. 1, p. 61. Espoz y Mina era primo, y no hermano, de Juan Martín de Mina, pa- 
dre de Javier, lo que hacía que la relación entre Javier Mina y Francisco Espoz y 
Mina fuera menos cercana de lo que normalmente se reconoce, APN, Pamplona, Pe 
ralta, legajo 50, núm. 90. 


183 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


gunas de las bandas ya existentes que se habían formado una vez 
disuelto el corso terrestre. En primer lugar, Mina eligió como 
blanco una partida dirigida por Miguel Sádaba, a quien Mina 
había estado muy unido en el corso. Sádaba tenía veinte hom- 
bres en la región de Echarri-Aranaz, donde su nombre se había 
convertido en anatema, debido a su dependencia de la extorsión 
y de la violencia a la hora de conseguir suministros. Los oficiales 
municipales de Lacunza, villa cercana a Echarri-Aranaz, le infor- 
maron de la aproximación de Sádaba, y, con sólo seis compañe- 
ros, Mina consiguió tender una emboscada a Sádaba mientras 
éste cabalgaba a la cabeza de sus tropas. Con Sádaba bajo custo- 
día, Mina arengó a las tropas de su rival, condenándolos por los 
crímenes que habían cometido contra los campesinos. Con enga- 
ños, ocultando que sus propios seguidores no eran más que unos 
pocos, Mina consiguió la lealtad de Sádaba y de toda su banda. 
Por vez primera, Mina se ponía a la cabeza de su propio, aunque 
pequeño, ejército *?. 

Este logro constituye una prueba temprana de los dos factores 
que trabajaron a favor de Mina. Primero, Mina disfrutó de la co- 
laboración de las autoridades municipales y de los párrocos fren- 
te a las pretensiones de otros rivales. A su favor jugaba el hecho 
de que los regidores de las villas le apoyaran porque rechazaba es- 
crupulosamente la fiscalidad directa, en contraste con otros gue- 
rrilleros, y porque sólo requisaba bienes y servicios en áreas don- 
de contaba con alguna posibilidad de defenderlas de los 
franceses. El segundo factor que operó en favor de Mina en La- 
cunza fue su habilidad para farolear, En el curso de la guerra, 
Mina se defendió echando bravatas en numerosas situaciones 
igualmente tensas, y su valentía personal, rayana en la fe ciega en 
su propia invulnerabilidad, convirtió a muchos de sus oponentes 
en fieles devotos *, 


Y Espoz y Mina, p. 15. Estos acontecimientos tuvieron lugar el 10 y el 11 de abril. 
1 En abril de 1812, la bravura de Mina le salvó de uno de los momentos más peli- 
grosos de su carrera. En Robres, Aragón, un destacamento de caballería francés, ad- 
vertido por un traidor, sorprendió a Mina mientras se encontraba solo en sus aposen- 
tos. Mientras los franceses trataban de forzar la puerta, Mina apareció asiendo una 


184 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 

Tras Lacunza, Mina hizo circular la noticia de su «nombra- 
miento» como jefe del renacido corso. De hecho, Mina no re- 
cibió el reconocimiento oficial de ninguna autoridad superior 
hasta el 13 de mayo, cuando la Junta de Aragón aceptó su 
preeminencia. Por entonces, sin embargo, su circular había 
conseguido el efecto deseado, provocando que varias partidas 
guerrilleras, superiores en tamaño a la suya propia, se sometie- 
ran al dominio de Mina. Entre aquellas partidas estaba la de 
Lucas Górriz, un labrador de Subiza (cerca de Otano) y el 
mayor de los tres hermanos Górriz que servirían a las órdenes 
de Mina. Górriz fue el primer líder importante del tercero de 
los tres batallones que se formaron más tarde, durante aquel 
año *, 

De importancia todavía mayor que la adhesión de Górriz 
fue la absorción por parte de Mina de la banda de Cruchaga 
procedente de Roncal y Salazar, que se habían convertido a me- 
diados de abril en la más efectiva de las partidas que por enton- 
ces quedaban en Navarra. Cruchaga era el único hombre cuya 
destreza militar había rivalizado con Javier. Por su reputada 
equidad era además el único líder que había conseguido ser tan 
popular como Javier. A principios de mayo, Cruchaga, con más 
de cien seguidores, se encontró con Mina, escoltado por cin- 
cuenta soldados de infantería y su pequeña caballería, en la ciu- 
dad de Aoiz, lugar de la desintegración del corso en marzo. Allí 
decidieron que Mina debería continuar a la cabeza del corso, 
con Cruchaga como segundo en el mando. La integración de 
los hombres de Cruchaga aportó a la fuerza de Mina 500 solda- 


vara de mando y, al tiempo que fanfarroneaba exigiendo la rendición de los enemigos 
que se encontraban más cerca de él, les gritó: «¡Lanceros, a mi retaguardia! ¡Mayor de 
caballería, con el primer escuadrón, sobre la izquierda!» Los franceses pensaron que 
eran víctimas de una trampa y se retiraron justo el tiempo suficiente para que su de- 
seada víctima escapase a caballo. Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 
2, pp. 53-54. 

$4 Espoz y Mina, Memorias, pp. 17-18; «Relación del tercer regimiento», AGN, 
Guerra, legajo 17, car. 51. Ni siquiera esta junta tenía legitimidad en Navarra, ya que 
ésta se encontraba bajo la jurisdicción de la recién instalada Regencia de Cádiz. Los 
guerrilleros no distinguían entre los términos «regimiento» y «batallón», 


185 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


dos, la concentración de guerrilleros más grande de Navarra en 
aquellos momentos *. 

A primera vista, parece inexplicable el ascenso de Mina al man- 
do de la partida guerrillera más numerosa de Navarra en un espa- 
cio de tiempo tan corto. Mina tan sólo tuvo un rango subalterno 
en la caballería de Javier y, tras la disolución del corso, sólo contó 
con seis partidarios en comparación con los cientos que permane- 
cían fieles a Echeverría, Hernández, Sádaba y Cruchaga. ¿Qué es 
lo que hizo que Mina se convirtiera en centro de atención? 

Mina sufrió ataques difamatorios desde el momento en que 
comenzó su carrera militar hasta el día de su muerte en la Navi- 
dad de 1836. Es difícil separar la verdad sobre Mina de las men- 
tiras difundidas por sus detractores, así como por su propia pro- 
paganda. Los mayores enemigos escritores de Mina, Puigblanch 
y Saint Yon, pensaban que era un bruto, cuyas cualidades para el 
liderazgo se limitaban a la rudeza combinada con una buena par- 
te de fortuna *. Había algo de verdad en esta afirmación, si bien 
estas dos cualidades no tienen por qué deducirse necesariamente 
de la reputación de un soldado. Mina promocionó una imagen 
de sí mismo que tendía a equipararlo a un simple campesino 
perseguido por la amenaza del hambre. También hay algo de ver- 
dad en esto. Pero a pesar de todo esto, la capacidad de Mina para 
convertir una multitud ingobernable de casi bandidos en un 
ejército disciplinado muestra que, bajo la apariencia del simple y 


45 


«Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. En la villa 
de montaña de Ziridin, en una de las últimas acciones independientes de abril, Cru- 
chaga mató o capturó a todos los 104 hombres que viajaban en columna entre la 
frontera francesa y Pamplona. Muchos de los cautivos estaban mal heridos y, a pesar 
de las ejecuciones sumarias llevadas a cabo por los franceses cuando capturaban in- 
surgentes, Cruchaga permitió que los soldados franceses heridos regresasen a Pam- 
plona para que recibiesen arención médica. Este incidente fue recogido por Mina 
como muestra de la humanidad de Cruchaga. 

'* Como «experto» militar sobre España, se pidió a St. Yon que enjuiciase los rasgos 
de los principales militares españoles. Su idea de Mina estaba reñida por el impacto 
que St. Yon y los franceses recibieron en Navarra durante la guerra, aunque es intere- 
sante. Mina era «cruel hasta la ferocidad», según St. Yon, y no tenía amigos. Era 
«grosero, ingrato, falso, habitualmente pérfido» y tenía una reputación militar sobre- 
valorada, AAT, MR 1349, 10. 


186 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


rústico campesino de Idocín, latía un individuo complejo y po- 
deroso responsable de su propio destino. 

Mina nació en 1781; era el más pequeño de cuatro hermanos. 
Pertenecía a una familia de campesinos acomodados que residían 
en Idocín, una pequeña villa de once casas amontonadas en la es- 
trecha hendidura del río Ibargoiti, rodeada de montañas, y a mi- 
tad de camino entre Sangiiesa y Pamplona. En 1800 la propie- 
dad de la familia abarcaba 33,6 hectáreas de tierra cultivable de 
trigo, roble, maíz, alfalfa y judías, un jardín de 0,40 hectáreas, y 
poco más de 1,6 hectáreas de viñedo. La casa, a la que corres- 
pondían derechos comunales, incluía corrales, graneros, una am- 
plia bodega y prensa para vino, así como un impresionante surti- 
do de muebles: 8 bancos, 24 sillas, 7 mesas, 11 camas y un 
montón de linos y utensilios de cocina que incluían un antiguo 
juego de piezas de plata. Había cuadros y láminas en cada dor- 
mitorio y una escultura de Cristo en la habitación principal. 
Una de las pruebas más claras de la riqueza de la familia se en- 
cuentra en el ganado que poseía. La hacienda de Mina contaba 
con 6 bueyes, 6 mulas, 10 cerdos y 143 ovejas y cabras “. Así 
pues, Francisco y su familia se hallaban muy lejos de ser los sim- 
ples rústicos que memorias y hagiografías retrataban. 

No obstante, la vida de Francisco en Idocín fue dura. Su pa- 
dre murió en 1796. Su hermano mayor, Clemente, se había mar- 
chado a Pamplona para seguir el sacerdocio cuando Francisco era 
un niño. Como único varón de la casa, Francisco tuvo que so- 
portar una carga desproporcionada para ayudar a mantener a su 
madre, María Teresa llundáin, y a sus dos hermanas, Vicenta y 
Simona. En 1800 Vicenta se casó. Como primogénita de la fa- 
milia, heredó la casa y las tierras. Simona, la pequeña, contrajo 
matrimonio poco después y se trasladó a Pamplona. Francisco 
tenía todavía dieciocho años cuando ocurrieron estos hechos y se 
quedó en el hogar trabajando para Vicenta, su nuevo hermano 
político y su madre, quien conservó los derechos de usufructo 
hasta su muerte. Ésta era la costumbre en Navarra. Para un hom- 


7 APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, núm. 90. 


187 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


bre joven como Francisco lo más probable era que la vida trascu- 
rriese trabajando en una posición subordinada en el hogar de su 
familia extensa. Por tanto, para Francisco la invasión francesa fue 
al mismo tiempo una oportunidad y una amenaza %. 

Los primeros años de la vida de Mina fueron también duros 
en otro sentido. En su niñez asistió a la dramática crisis de Ido- 
cín. En la década de 1790, la población de la villa disminuyó de 
107 a 71 individuos. Idocín sufrió cruelmente la guerra contra la 
República Francesa, y se recuperaba lentamente. Idocín era una 
de las villas más prósperas de la región, pero en una economía de 
subsistencia, donde no había trabajo asalariado, las pérdidas de- 
mográficas eran difíciles de reemplazar ”. 

A pesar de estas dificultades, Mina recordaba Idocín como un 
lugar feliz, donde vivió «en el seno de la más profunda paz y una 
tranquilidad perfecta» hasta la invasión francesa de 1808 *. Sin 
embargo, la suya no era añoranza por una falsa vida pastoral, ya 
que Mina se había curtido personalmente en el duro trabajo del 
campesino. Como más tarde recordaría, él y sus compañeros eran 
hombres «que no conocíamos más manejo que el de la laya, el aza- 
dón y podadera, ni más negocio que el de recoger el producto que 
nuestras pequeñas posesiones nos rendían» *!. Es difícil saber con 
qué grado de seriedad puede tomarse la caracterización de Mina 
sobre sí mismo. Mina sabía cuál era el valor que la propaganda te- 
nía para su propia leyenda. Como gobernador general de Galicia 
en 1821, se tomó su tiempo ayudando a los campesinos durante la 
cosecha o, al menos, se aseguró de que tales historias circulasen en- 
tre sus tropas. Y en sus últimos años se aseguró de que sus layas 
personales quedasen custodiadas en museos de Madrid y Pamplo- 
na *. Evidentemente, Mina promocionaba su propia imagen. Sin 
embargo, existe cierta verdad en la leyenda del layador, incluso 


'* APN, Pamplona, Peralta, legajo 50, núm. 90; Espoz y Mina, Memorias, p. 7. 

* AGN, Estadística, legajo 25, car. 2; legajo 26, car, 2. 

* Espoz y Mina, Memorias, p. 9. 

* Espoz y Mina, ibíd., p. 21. 

*% María Juana de la Vega, Condesa de Espoz y Mina, Memorias íntimas, p. 363; Iri- 
barren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 34. 


188 


_ EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 
aunque la familia de Mina nunca hubiera padecido una pobreza real. 

El mercado fue la unión de Mina con la vida más compleja 
de la ciudad y el reino. Los sábados, Mina vendía la producción 
en la capital. Sin embargo, a diferencia de su hermano o su pa- 
riente, Javier Mina, Francisco no estaba hecho para la universi- 
dad. De hecho, debía parecer el miembro menos aventurero de 
su familia, porque desde muy tierna edad estuvo entregado por 
completo a las labores del campo. 

Mina no sabía leer ni escribir en castellano y sólo era verdade- 
ramente fluido en vasco, la lengua que se hablaba en el hogar de 
Mina. Esto no suponía una desventaja. En efecto, los partidarios 
de Mina probablemente lo habrían considerado incluso una ven- 
taja, dado que en su mayoría también eran campesinos vascos 
analfabetos. Francisco aprendió lo suficiente como para saber fir- 
mar durante la guerra, aunque en muchos aspectos tenía algo del 
patán que pintaban sus enemigos y partidarios *, 

Mina no fue un personaje destacado de la vida de Idocín an- 
tes de la guerra. Después de todo, acababa de cumplir la mayoría 
de edad en 1806, y no tenía herencia *. En efecto, el nombre de 
Mina sólo se registró una vez en los documentos generados por 
el notario local antes de la guerra. Por otro lado, esta única cita 
es extremadamente significariva. Mina, justo antes de la invasión 
francesa, dirigió un grupo de seis jóvenes en un ataque contra 
don Eusebio Garcés de los Fayos, señor de la cercana Lecáun. 
Desafortunadamente, los archivos no dan cuenta del resultado 
exacto de aquellos hechos. La banda de Mina fue detenida y con 
certeza pasó cierto tiempo en la cárcel de Monreal, aunque la 
duración del encarcelamiento y el tipo de juicio al que le some- 
tieron sean desconocidos. Es posible que los acontecimientos 
den muestra de algunas cualidades de liderato que no aparecen 
en otros documentos históricos. La banda de los seis de Mina di- 
rigida contra De los Fayos fue un antecedente de la del mismo 
número con la que Mina reconstituyó las guerrillas de Navarra, y 


3 Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 51; Iribarren, ibíd., p. 35, 
% Galería militar contemporánea. Biografías, vol. 2, p. 168. 


189 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN . 
es posible que ya ejerciera alguna atracción carismática entre sus 
compañeros. Esto puede ayudar a explicar la buena disposición a 
cooperar en 1810 de talentos militares superiores como Crucha- 
ga y Lucas Górriz, a quien Mina conoció antes de la guerra, y a 
aceptar su liderato con tal prontitud >”. 

Otro de los rasgos personales que ayudaron a Mina fue su in- 
tegridad personal, que al parecer se extendió a sus seguidores. Es 
bien conocido que, a pesar de disfrutar de una autoridad absolu- 
ta para recaudar rentas de la Iglesia, derechos aduaneros, impues- 
tos y requisiciones, Mina y sus lugartenientes acabaron la guerra 
con las mismas humildes pertenencias con las que entraron en 
ella “. En muchos sentidos, Mina fue incluso un puritano. Por 
ejemplo, ni durante la guerra ni durante su posterior carrera per- 
mitió que en torno a él se formara algo parecido a una camarilla 
de seguidores ”. 

Otra cualidad que dio a Mina la capacidad para dirigir las 
guerrillas navarras fue su crueldad. La guerra partisana, como la 
que se practicó en Navarra, llevó a sacrificar muchas víctimas 
inocentes. Los franceses estaban bien curtidos en el uso del terror 
para intimidar a las poblaciones dominadas. Para sobrevivir, los 
guerrilleros tuvieron que superar a los franceses, ejecutando a los 
«renegados» españoles capturados y castigando a quien intentara 
permanecer neutral. En 1812, como veremos, Mina consiguió 
eliminar prácticamente el «colaboracionismo». Los hombres que 
entraban al servicio de los franceses llevando mensajes, carretean- 
do alimentos, conduciendo animales o poniendo en vigor sus 
edictos eran asesinados, secuestrados, mutilados o despojados de 
sus propiedades. Los franceses descubrieron que nada de lo que 


APN, Pamplona, Peralta, legajo 55, núm. 91. 

MA pesar de que el jefe de los servicios aduaneros de Mina manejaba constantemen- 
te inmensas sumas de dinero, después de la guerra su situación económica era peor 
que la de antes de ella; el tesorero de Mina murió en 1814 con sólo tres piezas de oro 
a su nombre, Espoz y Mina, Memorias, p. 21. Mina también vivió con modestia, in- 
cluso en sus momentos de triunfo bajo los gobiernos liberales posteriores a la guerra. 
Condesa de Espoz y Mina, Memorias intimas, p. 363. 

7 Espoz y Mina, ibíd., pp. 367, 423-44. 


190 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


pudieran hacer generaba tanto terror como el que inspiraba 
Mina. Incluso cuando los franceses amenazaban con la prisión y 
la muerte a los que cooperaban con Mina, los hombres obligados 
a llevar mensajes para la ocupación corrían inmediatamente al 
lado de las guerrillas, una vez que se encontraban fuera del alcan- 
ce del enemigo. Este tipo de control sobre la población civil fue 
una de las claves del éxito de Mina. A pesar de todo, para domi- 
nar de este modo a la población se requería una persona que 
consiguiera imponer su voluntad de una manera firme y brutal. 
Lo que era muy fácil para Mina. 

El general reveló más de lo que hubiera querido sobre este 
lado de su personalidad en una historia que relató en un aparta- 
do de sus memorias. Durante la guerra, pero especialmente du- 
rante el primer año, era práctica común entre los guerrilleros 
quedarse con cualquier pieza militar que fuera capturada al ene- 
migo. La captura de una lanza significaba la calificación de lan- 
cero; el conseguir un buen mosquete incrementaba el estatus de 
cualquiera dentro de la infantería; la presa más ansiada era un ca- 
ballo, dado que significaba la entrada inmediata en la caballería, 
el cuerpo más prestigioso, más seguro y que requería menos des- 
gaste físico en la actividad militar. Mientras se encontraba a las 
órdenes de Javier como soldado raso, Mina capturó una montura 
francesa de mejor calidad que cualquiera de las que por entonces 
había en la caballería del corso. Uno de los superiores de Mina, 
haciendo caso omiso de la Idea que debió animar incluso a Mina 
en su primera época, decidió que aquel caballo tenía que ser 
suyo. A cambio, ofreció a Mina cualquier caballo del corso, pero 
éste deseaba tanto al animal que prefirió mutilarlo antes que ver- 
lo en posesión de otra persona *. Mina recordó este episodio con 
objeto de destacar que un comandante no debía codiciar la pro- 
piedad de sus subordinados, aunque no debemos limitarnos a 
esta interpretación. El caballo fue una víctima, como lo serían 
otros muchos, del cruel orgullo de Mina. Por otro lado, éste era 
el tipo de acción contundente, tomada sin remordimientos, que 


5% Espoz y Mina, ibíd., p. 22. 


191 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


contribuyó a que Mina dejase de ser un oscuro seguidor de Javier 
para convertirse en pocos meses en jefe de todos los guerrilleros 
de Navarra. 

La situación en abril de 1810 premió todos estos rasgos de su 
personalidad. Lo que las guerrillas necesitaban era orden, ya que 
algunos de los que podían imponer la disciplina sobre los hom- 
bres habían abandonado la guerra patriótica para dedicarse al 
robo. Los hombres de la Idea que Mina había incorporado cons- 
tituían un grupo peligroso, lo que obligó a Mina a mantener un 
permanente anillo de guardias de corps en torno a su persona. 
Sin embargo, el temperamento de Mina resultaba idóneo para 
esta situación. Si alguien podía conseguir tener éxito con tales 
hombres, éste era el layador de Idocín. 

Además, el mismo nombre de Mina, al que por entonces se 
añadió el de Espoz, traía a la memoria los logros del corso de Ja- 
vier. Javier había traído orden a Navarra, y algunos navarros em- 
pezaban a desear únicamente orden, incluso aunque éste fuera 
impuesto por los franceses. Éste era el mayor peligro para la in- 
surgencia. Era crucial que Mina eliminase a sus rivales menos 
idealistas a fin de evitar la desafección de la población. Los hom- 
bres que se sumaron a Mina en mayo comprendían la psicología 
del momento y la idoneidad de Mina para resolver la situación. 
Sin embargo, incluso con los hombres de Sádaba, Górriz y Cru- 
chaga, Mina era todavía demasiado débil para proceder inmedia- 
tamente contra sus rivales más fuertes. Por el contrario, comenzó 
su primera campaña de prueba contra los franceses. 


5. La construcción de la División de Navarra 


A la cabeza de una pequeña pero cada vez más numerosa banda, 
Mina se enfrentó en tres ocasiones a los franceses desde abril a 
julio en la región situada entre Pamplona y la frontera guipuz- 
coana, una vez cerca de Sangúiiesa, y cuatro veces en la zona alre- 
dedor de Carrascal. De este modo, el teatro de operaciones de 
Mina coincidía con el de su predecesor, a excepción de la cre- 


192 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


ciente actividad en el extremo nororeste. En estos encuentros los 
franceses perdieron 201 muertos o capturados según los registros 
conservados por Mina, mientras que las guerrillas perdieron 40 
muertos y 93 heridos *”. Los archivos franceses confirman la 
plausibilidad de estas cifras. En efecto, sugieren que las pérdidas 
de los franceses fueron mucho más elevadas de lo que Mina ja- 
más sospechó. Dufour dio cuenta de 77 muertos, 235 prisione- 
ros de guerra y 54 desertores en un período de tres meses, así 
como de un numero creciente de soldados hospitalizados“. 

Por entonces, el registro de combates de Mina ya competía 
con el del antiguo corso. A medida que se extendía la fama de la 
nueva banda, Mina comenzó a atraer reclutas. Partiendo de un 
número de casi 500 seguidores a principios de mayo, la partida 
de Mina se incrementó en casi 1.200 soldados de infantería y 
200 de caballería a primeros de julio, sobrepasando la máxima 
fuerza jamás reunida por Javier. Los principales focos de recluta- 
miento, siguiendo el realistamiento de los roncaleses de Crucha- 
ga y de los de la banda formada por los hermanos Górriz, fueron 
Lumbier y Echauri, lugares que las guerrillas utilizaron como ba- 
ses durante la mayor parte de junio y julio *”. 

La estrategia de Mina derivaba de la de Javier. Las embosca- 
das contra los convoyes representaron seis de las ocho batallas 
que tuvieron lugar durante estos tres meses. Tales encuentros, 
por su misma naturaleza, casi siempre fueron bien. Un convoy 
francés de 105 hombres se rindió sin ofrecer ninguna resistencia 
cerca de Carrascal. Otro, compuesto por 60 hombres, fue liqui- 
dado tras buscar refugio en una ermita situada en las montañas 


*% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20, 

4% AAT, C8, 387. El informe del 1 de junio de 1810 se ha perdido, de forma que las 
cifras francesas deben ser todavía más altas. Los datos más elevados de los registros 
franceses pueden esconder otras pérdidas sufridas por otras bandas guerrilleras distin- 
ras de las de Mina. 

El mayor número de soldados reunido por Javier fue de 1.200 de infantería y 40 
de caballería en diciembre de 1809, según el «Resumen del segundo regimiento». 
AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. No obstante, la misma fuente da cuenta de sólo 
200 soldados de caballería y 800 de infantería a las órdenes de Javier en una fecha 
algo posterior. 


193 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
del norte de Pamplona. Como ya habían aprendido los guerrille- 
ros, la mayoría de estas escoltas francesas estaba demasiado can- 
sada, mal preparada y sin el personal adecuado para resistir un 
ataque por sorpresa. 

Por aquel tiempo, Mina descubrió, casi por accidente, una 
táctica idónea para este tipo de guerra y que casi siempre tuvo 
éxito. En sus primeras batallas, la escasez de munición obligaba a 
Mina a enfrentarse inmediatamente a los franceses en combate 
cuerpo a cuerpo. La primera vez que se utilizó esta ráctica, en 
una de las emboscadas de junio de 1810 en el Carrascal, Mina 
tan sólo contó con un cartucho por hombre. Al dividir su fuerza 
por la mitad, dispuso de un grupo de fuego con las bayonetas ca- 
ladas, mientras el otro permanecía en la retaguardia por si era ne- 
cesario cubrir la retirada con otra descarga. Mucho tiempo des- 
pués, incluso durante los momentos en que la División estuvo 
bien surtida, Mina continuaría utilizando este sistema en sus em- 
boscadas a las columnas y convoyes franceses. Éste producía dos 
resultados deseados. Primero, las pérdidas contra fuerzas mejor 
armadas, pero menos entusiastas, podían mantenerse bajo míni- 
mos recurriendo inmediatamente a la bayoneta. Segundo, los en- 
frentamientos podían acabar rápidamente, aspecto éste impor- 
tante dado que la presencia de fuerzas enemigas adicionales en 
acuartelamientos cercanos significaba que los franceses siempre 
podían convertir la derrota en victoria o la desbandada en una 
retirada ordenada ?. 

Para la estrategia guerrillera era importante eliminar las guar- 
niciones enemigas. A principios del verano de 1810, sin embar- 
go, ésta era una misión todavía muy alejada de las posibilidades 
del corso, que no poseía artillería. El único ataque sobre una 
guarnición en este período terminó en desastre. Cuando Mina 
rodeó la guarnición de Oyarzún, los franceses permanecieron en 
su interior dando muerte a 24 hombres e hiriendo a otros quince 
antes de que Mina se percatase de la futilidad de la aventura. Los 


62 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y 
Mina, Memorias, pp. 22-23, 


194 


franceses contaban con muchos lugares fortificados. Habían ocu- 
pado conventos y caseríos en cada punto estratégico, y construi- 
do sus propios fuertes en los trechos de los caminos más remotos 
entre Pamplona y la frontera francesa o guipuzcoana. Una vez 
que las guerrillas consiguieron artillería, fue este último tipo de 
guarnición el primero en caer. No obstante, en 1810 los france- 
ses no podían ser desafiados dentro de sus fuertes %. 

En julio, Mina ya era lo suficientemente fuerte como para 
embarcarse en la eliminación de sus últimos rivales. Pascual 
Echeverría fue la primera víctima. Echeverría, respaldado por 
400 hombres, continuaba siendo el principal competidor del 
corso en el verano de 1810. Sin embargo, Echeverría, como 
antes de él Eguaguirre y Sádaba, había cometido el error de 
enajenarse el apoyo civil sin ofrecer ninguna protección contra 
las tropas francesas. Su banda era particularmente odiosa para 
la población de Estella, que se había visto obligada no sólo a 
abastecer diariamente las raciones de los soldados de Echeve- 
rría, sino también a entregar recursos de las tiendas e indus- 
trias de la ciudad %. Por tanto, la entrada de Mina en Estella el 
13 de julio para encontrarse con Echeverría, acantonado allí, 
fue recibida con entusiasmo. Tras un breve encuentro en los 
aposentos de Echeverría, Mina tomó prisionero a su rival antes 
de que ninguno de sus hombres pudiera intentar salvarlo. Jun- 
to a cinco de sus más cercanos seguidores, Echeverría fue es- 
coltado al monasterio de Irache, donde los seis hombres mu- 
rieron a manos de un escuadrón de fusilamiento. El pueblo de 
Estella se echó a las calles para celebrar la muerte de Echeve- 
rría, mientras sus tropas eran utilizadas para engrosar el núme- 
ro de los propios seguidores de Mina. Al mismo tiempo, llega- 
ron 136 guerrilleros aragoneses, atraídos por la fama de Mina, 
para unirse al corso“, Otro rival, Juan Hernández, surgido de 


«Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. 
«Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 

0 «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21. 

0 Espoz y Mina, Memorias, p. 26. 


195 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


la ruptura del ejército de Javier con el grueso de la caballería, 
huyó a La Rioja para escapar a la misma suerte. Sin embargo, 
en pocos meses Mina arrestó y ejecutó a Hernández, el cual se 
había desplazado ingenuamente hacia el norte con la idea de 
hacer las paces con el despiadado layador. Los hombres de 
Hernández formaron, por consiguiente, el corazón de la caba- 
llería de Mina 7. 

Tan pronto como Mina hubo eliminado a Echeverría apareció 
en escena un rival aún más peligroso. En la primera semana de 
agosto, Casimiro Javier de Miguel, antiguo cura de Ujué, regresó 
tras una prolongada ausencia portando órdenes del gobierno de 
Cádiz para tomar el poder de las guerrillas en Navarra %, Desde 
abril, cuando su hermano Clemente fue enviado como emisario a 
Cádiz, Mina había estado intentando conseguir la aprobación del 
gobierno. No obstante, durante el verano de 1810, Mina se en- 
contraba totalmente aislado del resto de España. Su único contac- 
to fuera de Navarra, en mayo, se había producido con la junta de 
Aragón, la cual le había nombrado para encabezar las guerrillas 
incluso aunque no tuviera el mando de Navarra. En relación a su 
hermano, Mina recibió noticias mucho más tarde de que había 
sido asesinado en Portugal sin llegar a completar su misión. Fue, 
por tanto, un duro golpe el que Miguel, ahora nombrado coro- 
nel, llegase para relevarlo de una posición que había consolidado 
tan recientemente. Con la presencia de Miguel, Mina perdía toda 
legítimidad para demandar autoridad. 

En un principio, los partidarios de Mina se mostraron rebo- 
santes de entusiasmo, El cura de Ujué tenía cierta reputación en 
la provincia; había conseguido el reconocimiento oficial de la 
guerrillas; y acababa de convencer al nuevo comandante francés, 
el general Honoré Charles Reille, de que paralizase las ejecucio- 
nes sumarias de guerrilleros capturados; finalmente, Miguel pro- 
metió conseguir ayuda económica del gobierno de Cádiz. Supe- 
rado en el juego, Mina se vio obligado a reconocer la legitimidad 


(7 Espoz y Mina, ibíd., p. 37. 
* «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car, 21. 


196 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA j 


de las pretensiones de Miguel y a dejar el mando del corso”. El 
á de agosto, poco después de la llegada de Miguel, los guerrille- 
ros acamparon en la región de Estella, mientras que las tropas 
francesas, cuyo número había aumentado recientemente a los ni- 
veles del invierno anterior, se aproximaban por diversas direccio- 
nes. En esta situación, la falta de experiencia militar del sacerdo- 
te se puso rápidamente de manifiesto. Miguel fue preso del 
terror y corrió a Estella con una docena de seguidores. Allí decre- 
tó un impuesto mensual sobre Navarra e intentó recaudar el pri- 
mer pago de la ciudad ”. En este contexto, Mina reasumió el 
mando y sacó a sus tropas del cerco. Más tarde arrestó a Miguel 
y lo deportó a Valencia, donde en 1812 cayó enfermó y murió ”. 

En el mes de septiembre, Mina apareció como el «pequeño 
rey» de Navarra y recibió el reconocimiento formal de la Re- 
gencia de Cádiz. Irónicamente, éste llegó en uno de los mo- 
mentos más difíciles para las guerrillas. Tras el éxito del verano, 
a principio de septiembre el corso se encontraba acosado desde 
un extremo al otro de Navarra. Los logros de Mina en el vera- 
no de 1810 habían llamado la atención de Napoleón en París. 
La capacidad de los guerrilleros para penetrar por la frontera 
francesa había obligado a Napoleón a reforzar sus tropas fron- 
terizas y a aumentar el número de gendarmes en Vizcaya, Na- 
varra y Aragón. Dufour, que había asumido con tales esperan- 
zas el mando en marzo, comenzó a ocultarse en Pamplona, 
provocando así el descontento del emperador al no conseguir 
poner fin a los «banditti». De esta forma, Napoleón reemplazó 
a Dufour por su ayuda de campo, el general Reille. Éste llegó el 
27 de julio con 8.000 hombres determinado a pacificar la pro- 
vincia ??. 


0% Espoz y Mina, Memorias, pp. 28-29, 

"1 Espoz y Mina, ibíd., pp. 28-29. Estos detalles sólo existen en la narración dada 
por Mina, 

1 Puigblanch, Opúsculos, p. xli. 

2 Bonaparte, The Confidential Correspondence, cartas de Napoleón a Berthier del 
9 de abril, 29 de mayo y 10 de julio de 1810; Gaceta de la Navarra, 2 de agosto de 
1810; y Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 59. 


197 


La primera acción de Reille fue evaluar la situación de Nava- 
rra. Su primer despacho desde Pamplona es digno de atención, 
ya que describe el sentimiento de pesar en el que había caído la 
ocupación francesa en aquel verano ”. La situación, escribió, era 
peor de lo que había imaginado. Dos días antes de su llegada, fue 
aniquilado un convoy de 360 hombres en el Carrascal y casi 200 
de ellos fueron capturados por Mina. Las guerrillas contaban con 
2.500 soldados de infantería y entre 300 y 440 de caballería. 
Peor todavía, Mina había conseguido tantas armas de los deser- 
tores franceses y prisioneros que se esperaba que las dimensiones 
de su ejército aumentasen en los meses siguientes incluso a ma- 
yor velocidad. 

Los éxitos insurgentes habían conseguido envalentonar a los 
guerrilleros y habían elevado el espíritu de la provincia. Por el 
contrario, las tropas francesas estaban tan desalentadas que a du- 
ras penas tenían ánimos para combatir. 

Las guerrillas habían paralizado la recaudación de impuestos y 
habían destruido el sistema aduanero, de tal forma que «sólo a 
mano armada se [podía] [...] obtener algo». Esto indisponía to- 
davía más a la población. Además ya no se podía persuadir a la 
gente que anhelaba la pacificación para que cooperase con los 
franceses, ya que los insurgentes habían «inspirado el terror por 
todas partes». 

En combate, Mina tenía la ventaja de conocer perfectamente 
los movimientos de las tropas francesas a través de la informa- 
ción enviada por jóvenes de las villas. Cuando se los perseguían, 
los insurgentes podían dividirse y dirigirse a las montañas, de 
forma que sólo combatían cuando disfrutaban de ventaja. Cuan- 
do marchaban, los hombres de Mina recorrían doce leguas en el 
mismo tiempo que los franceses hacían seis. Las guerrillas eran 
«realmente los señores del país. Nosotros sólo lo somos de los 
puntos que ocupamos», En seis meses de lucha, a veces utilizan- 
do 12.000 soldados, los franceses sólo habían capturado cuatro 


73 «Informe sobre la situación de Navarra de 30 de julio de 1810» y Reille 4 Neucha- 
tel, 30 de julio de 1810, AAT, C8, 268. 


198 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


hombres y habían conseguido, ante todo, alimentar la rebelión 
mediante una violencia generalizada y sustentada en la frustra- 
ción. Reille sostenía que para hacer algo necesitaba 12.000 sol- 
dados de infantería, preferentemente vascos y otras tropas acos- 
cumbradas a la lucha en las montañas, y 1.000 soldados de 
caballería. 

Las recomendaciones de Reille no lograron actuar con la rapi- 
dez necesaria para salvarlo de dos derrotas humillantes durante la 
primera semana de mandato, El 31 de julio, cerca del paso de El 
Carrascal, los hombres del corso eliminaron una columna fran- 
cesa de 2.560 soldados, obligándola a retirarse a Pamplona. En el 
encuentro, las guerrillas mataron a 40 hombres y capturaron a 
otros 30, mientras que ellos sólo perdieron siete vidas y 35 fue- 
ron heridos. De los cautivos, 19 eran navarros «renegados» que 
fueron ejecutados acto seguido ”*. Fue esta práctica la que movió 
al gobernador francés a continuar las ejecuciones rutinarias de 
guerrilleros capturados. 

El siguiente encuentro fue todavía más gravoso para las fuer- 
zas de Reille. El 3 de agosto, el corso atacó a los 300 hombres 
de la guarnición de Puente. Una vez más, la mayoría de las fuer- 
zas de Reille se encontraba en el lugar equivocado. En esta oca- 


"1 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. El informe 
de Reille sobre la baralla data del 1 de agosto de 1810 y registra 8 muertos y 70 heri- 
dos, aunque no dice nada sobre los renegados navarros capturados. AAT, C8, 268. 
Probablemente, la verdad esté en algún lugar entre estas dos relaciones partisanas. La 
fuente navarra señalaba que los guerrilleros hirieron a 400 soldados enemigos. Esto 
pone de manifiesto el grado de exageración de las guerrillas respecto a las pérdidas 
enemigas, especialmente en relación al número de heridos. Los combatientes siempre 
uredondeaban» o cambiaban los recuentos de cuerpos, pero las estimaciones navarras 
deben ser tomadas con especial escepticismo, dado que los guerrilleros casi nunca 
permanecían en el campo de baralla (hasta principios de 1812), aun cuando ganaban, 
y los franceses, por regla general, podían retirarse de manera ordenada con sus heri- 
dos. Estos datos sobre la batalla se enviaban a oficiales situados a cientos de kilóme- 
tros, en Valencia o en Cádiz, sin ningún medio de verificación, lo que constituye 
otra buena razón para no tener en cuenta las cifras dadas por los guerrilleros. En la 
mayoría de los casos, he preferido descartar simplemente los datos navarros relativos 
a franceses heridos. Por regla general, esto hace que se produzca una fiel correspon- 
dencia entre las estimaciones de bajas francesas y las españolas, y probablemente sea 
la estimación más precisa que podamos conseguir. 


199 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN L 


sión, estaba muy al oeste, limpiando las montañas de Urbasa y 
Andía, que los guerrilleros acaban de abandonar. Mina y sus 
hombres habían dejado las montañas durante la noche y mar- 
charon hasta el amanecer para coger la guarnición de Puente de 
improviso. Sin contar todavía con artillería, pero con la infor- 
mación de que las tropas francesas más cercanas se encontraban 
a muchos kilómetros de distancia, las guerrillas recogieron con 
cuidado vides y ramas secas con objeto de incendiar la guar- 
nición. El fuego acabó con la vida de 70 hombres antes de que 
los 230 restantes se rindieran ”. El informe de Reille sobre el su- 
ceso difiere ligeramente: reconocía la pérdida de 50 muertos y 
198 prisioneros ”*. En total, en agosto Mina causó casi 1.570 
bajas a los franceses, al tiempo que evitó cuidadosamente sufrir 
serias pérdidas ”. 

En aquellos momentos, el ejército de Mina alcanzaba los 
3.000 hombres, una fuerza demasiado difícil de manejar para 
operar unida bajo las condiciones impuestas por la guerra de 
guerrillas. Por tanto, el 8 de agosto, Mina creó tres batallones, el 
primero bajo sus órdenes, el segundo a las de Cruchaga y el ter- 
cero a las de Lucas Górriz. Sin embargo, hasta entonces, estos 
comandantes no tuvieron ni reconocimiento oficial de su rango 
ni oficiales subordinados a través de los cuales dar órdenes. En 


% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. 

'" AAT, C8, 387 y 268. 

7 Probablemente esta cifra sea moderada. Primero, excluye algunos de los encuen- 
tros para los que no existen datos. Además, las bandas que no pertenecían al corso to- 
davía estaban en activo en Navarra durante este período y, a pesar de su desorganiza- 
ción, tuvieron que tencr algún efecto. Finalmente, he descartado las cifras de la 
guerrilla sobre enemigos heridos, que en algunos casos alcanzaban la dudosa ratio de 
diez veces el número de los muertos. He preferido citar los datos más moderados po- 
sibles en todas partes a fin de anular la tendencia de los cronistas españoles a exagerar 
sus victorias y a minimizar sus derrotas. Las fuentes francesas son un correctivo, si 
bien tampoco existe razón para creer que tengan una exactitud total. En el período 
que va desde el 1 de abril al 30 de septiembre, las fuerzas francesas en Navarra per- 
dieron 1.077 hombres, entre muertos, capturados, heridos y desertores, de acuerdo 
con los informes y correspondencia franceses, si bien durante el período que corre 
desde mediados de julio a octubre, Reille también registró un número duplicado de 
soldados hospitalizados. 


200 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


vez de una cadena de mando, cada jefe de batallón dependía de 
su propio prestigio entre sus tropas para imponer su autoridad ”*. 
Esta organización casi tribal tenía desventajas terribles, sobre 
todo cuando alguno de los líderes resultaba herido. En mayo de 
1812, Mina cayó víctima de una herida de bala en la pierna 
cuando regresaba de una expedición para conseguir avitualla- 
mientos en la costa cantábrica. Mina traía información vital, 
como los nombres de los espías y la localización de sus propios 
escondites de arsenales y suministros. Más importante, su in- 
fluencia personal era crucial para mantener el espíritu combativo 
de sus tropas. Por tanto, como consecuencia de su ausencia, el 
corso quedó paralizado desde mayo a julio de 1812. Como más 
tarde comprobaremos, en el momento que alguno de los líderes 
de la guerrilla resultaba herido o muerto, se generaba la confu- 
sión o incluso la disolución. 

Reille consiguió finalmente el apoyo de tropas que había soli- 
citado, una vez que Pannetier se le unió en agosto y se desviaron 
algunos de los soldados del mariscal Masséna del Ejército de Por- 
tugal en septiembre. Reille contaba con casi 15.000 hombres 
preparados para presentar batalla a los 3.000 hombres del corso, 
casi el número de tropas regulares requeridas para hacer frente a 
las guerrillas con efectividad. Por consiguiente, los hombres de 
Mina comenzaron a verse tan presionados que rara vez se detu- 
vieron desde finales de agosto hasta diciembre ””. Si observamos 
sus movimientos, podemos apreciar, junto al extremo aguante de 
los hombres que estaban bajo las órdenes de Mina, las zonas que 
servían de refugio a las guerrillas cuando se veían obligadas a 
adoptar una postura defensiva. 

Desde Puente, los insurgentes escaparon hacia su base favorita 
de operaciones, la región situada alrededor de Lumbier y San- 
gitesa. Allí se vieron obligados a separarse en batallones a fin de 
dividir a sus perseguidores. El primer batallón, al mando de 
Mina, se movió escasos kilómetros al oeste, hacia Monreal, una 


78 ¡Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 
% Informe de situación del 15 de septiembre de 1810, AAT, C8, 387. 


201 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

villa que Mina conocía desde su niñez. El segundo batallón se 
dirigió hacia el sur, hacia Ujué, y el tercero retrocedió hacia las 
montañas de Andía, al norte de Estella, dos de las bases favoritas 
de los guerrilleros, El 28 de agosto, el corso se reunió en las 
montañas de Ulzama, al norte de Pamplona, Perseguido de cer- 
ca, huyó hacia el norte, a Baztán, y desde allí hacia al oeste, a la 
escabrosa región situada a lo largo de la frontera guipuzcoana *. 
Durante todo este tiempo, Mina consiguió evitar la batalla. 
Como se quejaba Reille, la gran dificultad no era combatirlos, 
sino encontrarlos *'. 


6. La destrucción de la División de Navarra 


Septiembre supuso el regreso del corso a las montañas de Andía, 
donde finalmente los hombres pudieron tomarse un descanso de 
cuatro días. Tras este breve intervalo, se dieron cuenta de que es- 
taban cercados por 12.000 soldados enemigos, Las columnas 
francesas habían ocupado Estella y sus valles occidentales; 
Echauri y Puente, al este, estaban vigiladas; la región de Echarri- 
Aranaz, al norte, se encontraba bajo un firme control; y la llanu- 
ra de Vitoria, al oeste, era una trampa mortal para una infantería 
sin apoyo. El comandante del tercer batallón recordaría más ade- 
lante que en aquel momento pensó que su carrera militar había 
llegado a su fin. Sin embargo, el mejor conocimiento de la re- 
gión y la connivencia de la población permitieron que el corso 
escapase indemne incluso de esta trampa. Los franceses recibie- 
ron informaciones falsas de su inteligencia sobre que los guerri- 
lleros estaban planeando escaparse en dirección a Estella, por lo 
que dejaron casi sin protección el estratégico puente sobre el 
Arga, en el valle de Echauri. El corso lo atravesó, tomando siete 
prisioneros en Belascoáin, antes de marchar durante toda la no- 


%0 Éstos y los movimientos siguientes de las guerrillas se han reconstruido utilizando 
el «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car, 20; «Relación 
del tercer regimiento», legajo 17, car. 51. 

5! Reille a Neucharel, 4 de sepriembre de 1810, AAT, C8, 268. 


202 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


che hacia el otro extremo de Navarra y hacia las montañas de 
Aláiz. Los franceses persiguieron y rodearon de nuevo a los gue- 
trilleros tras ocupar Ujué, Monreal y Lumbier. Sin embargo, una 
vez más la información errónea hizo que los franceses de Mon- 
real se dirigieran hacia el este mientras que el grueso del corso, a 
las órdenes de Cruchaga, pasaba hacia el norte, justo a través de 
Montreal, para refugiarse en el valle de Salazar y en el Alto Piri- 
neo. Mientras tanto, la caballería y los 200 soldados de infantería 
conducidos por Mina fueron enviados a Soria con la esperanza 
de distraer la persecución de los franceses sobre Cruchaga. 

No obstante, los franceses ignoraron a Mina y a la caballería y 
condujeron 13.000 soldados al valle de Salazar, donde pensaban 
embotellar a Cruchaga. Sin embargo, los valles que corren en di- 
rección norte-sur hacia la frontera francesa y que, para el forá- 
neo, parecen estar aislados unos de los otros, tenían salidas secre- 
tas sólo conocidas por los habitantes locales, y Cruchaga y sus 
roncaleses conocían muy bien esta parte de Navarra. Atravesan- 
do los altos pasos que, en palabras de Mina, casi nunca habían 
sido cruzados por el hombre, Cruchaga escapó del cerco y regre- 
só a las montañas, al oeste de Sangiiesa. Tras un breve descanso 
nocturno, las tropas se movieron de nuevo, marchando durante 
un día y una noche sin detenerse. Los guerrilleros habían viajado 
más de 185 kilómetros en dos días. Tras esta proeza de resisten- 
cia, Cruchaga consiguió abrir el espacio suficiente entre sus 
hombres y los franceses para cruzar las llanuras de Navarra meri- 
dional, vadear el Ebro y unirse a Mina en Soria. La caballería 
francesa les dio alcance justo cuando los últimos guerrilleros al- 
canzaban la otra orilla del río, donde Mina les estaba esperando. 
Aquí, los franceses, exhaustos, abandonaron la persecución. Du- 
rante el resto del mes de septiembre, el corso permaneció en las 
montañas de Soria antes de retirarse el 28 de septiembre hacia el 
sur, a Molina de Aragón. 

Con todas las fuerzas que estaban situadas en Molina, Mina 
mejoró la estructura de mando del corso. Primero, lo renombró 
como la División de Navarra. Segundo, nombró oficiales subor- 
dinados para cada uno de los tres batallones en los que dividió su 


203 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


ejército, Mina despachó mensajeros a Cádiz con noticias de sus 
hazañas y pidió el reconocimiento formal de su División. Du- 
rante casi un año no recibió respuesta alguna *. 

En la segunda semana de octubre de 1810, Mina decidió salir 
de su escondite para atacar la guarnición de Tarazona, a pocos 
kilómetros de Tudela. Aquí, el 11 de octubre, la División sufrió 
una derrota significativa que preparó el camino para su próxima 
destrucción en Belorado, un mes más tarde. Debido al terreno y 
la calidad de su caballería, los franceses de Tarazona obligaron a 
la División a que adoptara una línea regular. La pequeña caballe- 
ría de Mina tuvo que soportar la carga de 1.200 húsares france- 
ses en campo abierto, mientras la infantería buscaba terrenos ele- 
vados y una salida por la retaguardia, El resultado fue la masacre 
de los insurgentes. Entre los muchos heridos se encontraban 
Cruchaga y Mina, el primero con una herida de arma blanca en 
el cráneo, el segundo con una de fuego en la pierna. La lucha de- 
generó en un conflicto ilíaco de los navarros por salvar a sus líde- 
res caídos. El desenlace fue una retirada confusa y precipitada, en 
la que la caballería francesa limpió el terreno de soldados rezaga- 
dos. No iba a ser ésta la última vez que la mala suerte de un capi- 
tán destruía el orden y la resolución de la División *. 

Desde mediados de agosto a mediados de octubre, la División 
había quedado reducida a la mitad. Muchos hombres prefirieron 
quedarse atrás, en Navarra, con objeto de esperar una coyuntura 
más propicia. Tras Tarazona, Mina regresó a su hogar con los res- 
tos de la caballería. Su objetivo era reunir algunos de sus hom- 
bres dispersos y reiniciar la guerra en la Montaña de Navarra. El 
grueso de la infantería que había dejado atrás se escondió en las 
montañas de Aragón, Soria y La Rioja, intentando simplemente 
sobrevivir y evitar cualquier contacto con los miles de soldados 
que los perseguían y los aislaban de Navarra. 


E Espoz y Mina, Memorias, p. 35. 

*3 Como complemento a los diarios del regimiento, véase Andrés Martín, Historia de 
los sucesos militares, vol. 1, pp. 94-95; Espoz y Mina, Memorias, p. 36; y la narración 
de Reille en AAT, C8, 268. 


204 


EL RENACIMIENTO DE LA GUERRA DE GUERRILLAS EN NAVARRA 


A mediados de noviembre, cuando los guerrilleros intentaban 
volver a entrar en Navarra por Logroño, fueron divisados por 
una columna de 7.000 soldados franceses de infantería y 1.100 
de caballería, que los persiguieron por el interior de Castilla la 
Vieja, donde los acorralaron. En los campos de Belorado, la Di- 
visión perdió casi 500 soldados, un tercio de las tropas que per- 
manecían activas por aquellas fechas. Muchos fueron muertos a 
bayonetazos mientras yacían heridos o fueron hechos prisioneros 
y ejecutados más tarde. Fue la victoria francesa más importante 
hasta entonces conseguida sobre una fuerza guerrillera *, 

Uno podría preguntarse qué hacía Mina operando fuera de 
Navarra en aquel momento. Los ejércitos guerrilleros de Galicia 
y otros lugares habían demostrado ser notoriamente incompe- 
tentes y díscolos fuera de sus propias provincias, y la ribera meri- 
dional del Ebro no era bien conocida por Mina ni por ninguno 
de sus oficiales, ya que todos ellos eran hombres de la Montaña. 
Tarazona, objetivo de una operación ofensiva en mitad de los 
meses de retirada, contaba con un guarnición sólidamente forti- 
ficada, situada a escasa distancia de los miles de soldados estacio- 
nados en Tudela, y localizada en una llanura que ofrecía condi- 
ciones perfectas para la caballería y artillería francesas. A pesar de 
todo esto, Mina atacó. 

Fueron las noticias recibidas por Mina cuando se encontraba 
en Molina las que le hicieron arriesgarse a atacar frontalmente 
Tarazona. Por el primer comunicado recibido en meses desde 
Cádiz, Mina se enteró de que se le había otorgado el rango de 
coronel, incluso aunque sus tropas no hubieran obtenido aún el 
estatus de regulares. Al mismo tiempo, se le informó de que las 
tropas que le estaban persiguiendo iban a socorrer a Massena en 


$ ¿Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car, 20. Sólo el se- 
gundo batallón perdió 200 hombres. Martín da la cifra de 350 muertos y 80 fusila- 
dos posteriormente para los tres batallones. Mina sostenía que había perdido 400 y 
que el número de los ejecutados fue de 70. Espoz y Mina, Memorias, p. 37. En todos 
los encuentros de octubre y noviembre, las fuerzas francesas a las órdenes de Reille 
perdieron sólo 60 hombres, entre muertos y prisioneros. AAT, C8, 387, informes de 
octubre y noviembre. 


205 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Portugal, por lo que, durante las próximas semanas iban a cruzar 
por Navarra nuevos refuerzos franceses. Al distraer estas fuerzas, 
Mina podía contribuir de forma espectacular, en su primera ac- 
ción como coronel, a la más ambiciosa estrategia aliada. Tal ex- 
pectativa resultó sin duda irresistible para Mina. Era un conflicto 
constante convencer a los políticos de Cádiz, la mayoría de los 
cuales se mostraba escépticos hacia o abiertamente opuestas a las 
operaciones guerrilleras, de que los voluntarios navarros debían 
ser reconocidos como una división regular. ¿Qué mejor camino 
para persuadirlos que reducir las filas de los oponentes de We- 
llington? Por tanto, por razones políticas, Mina intentó convertir 
sus guerrillas en una fuerza regular. Sus hombres eran capaces de 
llevar a cabo grandes acciones, pero no podían combatir en cam- 
pañas abiertas en un terreno desconocido y abierto mejor de lo 
que lo habían hecho los voluntarios gallegos de 1809 y los hom- 
bres que habían luchado con Juan Martín en 1810 y 1811. Tara- 
zona y Belorado fueron el resultado de la pérdida de fe de Mina 
en la estrategia guerrillera. Sólo tras volver a emprender una 
campaña guerrillera dentro de Navarra conseguiría reconstruir el 
movimiento. 


206 


CAPÍTULO 8 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


1. El terror de Reille 


El general Reille intentó aprovecharse al máximo de su victoria 
sobre la División en Belorado, difundiendo a bombo y platillo la 
noticia de la carnicería. «Navarros», proclamó Reille, 


Vuestros voluntarios fueron deshechos en Castilla: los campos de 
Belorado se hallan teñidos con su sangre, y sus tristes cadáveres ya- 
cen allí para pasto y sustento de las aves. Los jefes principales fueron 
heridos mortalmente en Tarazona, y las míseras reliquias de esas 
bandas errantes por esos montes solitarios se entregarán al fin o cae- 
rán por fuerza en nuestras manos. Desengañaos de vuestro error; 
poneos de nuestra parte, y prestad obediencia a las órdenes del go- 
bierno!. 


Por una vez, una proclama francesa no estaba lejos de la verdad. 
De hecho, el desastre en Castilla completó el largo proceso de des- 
integración que había estado afectando a la División desde que 
Mina comenzó a utilizarla en operaciones fuera de Navarra. A fi- 


1 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p- 105. 


207 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


nales de octubre, el ejército de Mina había dejado virtualmente de 
existir. Muchos de sus hombres habían quedado incapacitados tras 
el esfuerzo de tenerse que ocultar constantemente en las montañas. 
Muchos más simplemente habían abandonado la causa, algunos 
obedeciendo las instrucciones de Mina, para aguardar tiempos 
mejores. Mientras que los restos de la División se escabullían a tra- 
vés de las montañas de Aragón y Castilla, en el interior de Navarra 
el entusiasmo por la guerra decaía al tiempo que las autoridades ci- 
viles comenzaban a buscar un modus vivendi con los ocupantes. 

Reille utilizó todos sus recursos políticos para hacer frente a las 
guerrillas. Uno de sus primeros actos, del 4 de agosto, había sido 
abolir el Consejo de Estado, órgano de inspiración francesa crea- 
do por Dufour y reemplazado por una «reimprovisada» Dipu- 
tación. Reille, que evidentemente conocía la importancia que los 
navarros otorgaban a la preservación de sus instituciones autóno- 
mas tradicionales, hizo públicas estas nuevas disposiciones. Sin 
embargo, nombró a los miembros de su nueva Diputación, lo 
que mitigó considerablemente su afirmación de que había resta- 
blecido «una representación nacional» para Navarra. Había seis 
diputados, uno por cada merindad y uno por el comercio, si bien, 
de hecho, todos tenían importantes relaciones con el mundo del 
comercio. Los intereses mercantiles de los nuevos diputados co- 
rrespondían bien con su función, que les era explicada en detalle 
en instrucciones recibidas de Reille. La Diputación simplemente 
tenía que fijar y recaudar impuestos, y cuatro días más tarde del 
establecimiento de la nueva corporación, Reille decretó un im- 
puesto adicional de 8.621.000 reales. En los meses siguientes, los 
diputados se mostraron dignos de la confianza de Reille, ya que 
probaron ser infinitamente más capaces en distribuir y recaudar 
impuestos de lo que había sido el consejo de Dufour. De este 
modo, la nueva Diputación, al regularizar las recaudaciones im- 
positivas, contribuyó a la relativa pacificación lograda durante los 
primeros meses de dominio de Reille?. 


* Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 60; Iribarren, Espoz y Mina, 
el guerrillero, p. 149; Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, 


208 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


Junto a una administración más eficiente vino un uso más in- 
discriminado del terror, Reille ordenaba ahorcar rutinariamente a 
los prisioneros insurgentes junto a los caminos a fin de desmorali- 
zar a la población. El 11 de octubre fueron ejecutados dos guerri- 
lleros de esta forma. Dos días más tarde, los franceses hallaron a 
dos de los suyos colgados de los árboles a las afueras de Pamplona. 
Reille respondió a esta represalia con una de las suyas, reemplazan- 
do los cadáveres de los franceses con ocho insurgentes recién eje- 
cutados. En su comentario sobre este episodio, Reille destacó que 
había declarado su intención de colgar a cuatro bandidos por cada 
soldado francés asesinado, Y cuando se le agotaron los guerrilleros, 
prometió que encontraría un nuevo surtido de víctimas entre los 
no combatientes, una promesa que pronto cumplió *, 

Para extender el terror a los civiles, Reille necesitaba una fuer- 
za de policía y un tribunal militar más efectivos. Estableció am- 
bos bajo la dirección de Jean Mendiry. El 18 de agosto fueron 
delineadas las competencias de Mendiry en un decreto publicado 
y anunciado por toda la provincia. Mendiry tendría autoridad 
sobre «todos los delitos contra el Estado», que cubrían un amplio 
abanico de actividades, incluyendo la expresión de opiniones o la 
publicación de obras contrarias al régimen. Cualquier forma de 
cooperación con los insurgentes o de comunicación con ellos 
caía también bajo la jurisdicción de la nueva policía, así como la 
«seducción» de los soldados imperiales y «todo hecho o dicho» 
que denotase «desafección, desaprobación, o desobediencia a las 
disposiciones de Gobierno». Mendiry dispuso agentes en iglesias, 
tabernas, frontones y en las esquinas de las calles. Se convirtió en 
el símbolo más detestado de la ocupación *. 


pp. 171-773; la Diputación presentó sus recomendaciones finales para regularizar los 
procedimientos de recaudación de impuestos el 26 de septiembre de 1810, mientras 
Mina se encontraba en el sur. AGN, Guerra, legajo 17, car. 8. 

* Carta del 13 de octubre de 1810, AAT, C8, 268. 

1 Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 78. Andrés Martín llamaba a 
Mendiry «aquel fétido aborto de los Bajos Pirineos». Décadas después de la guerra, 
los padres navarros todavía pronunciaban su nombre como si fuera el coco con el fin 
de asustar a sus hijos, diciéndoles que «el Mendiry» les iba a coger. Andrés Martín, 
Historia de los sucesos militares, vol. 2, p, 69. 


209 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 0 

Reille puso en funcionamiento inmediatamente su nueva ma- 
quinaria de represión en una serie de expediciones punitivas con- 
tra civiles. Contaba con dos fuentes de información para ayudar- 
lo en este proyecto. Se benefició de las respuestas dadas a las 
encuestas demográficas y económicas iniciadas por sus predece- 
sores. Como cabría esperar, estas encuestas nunca se completa- 
ron para todas las localidades, si bien constituyeron una herra- 
mienta poderosa en manos de la policía. Una fuente todavía más 
importante de información, proyecto propio de Reille, fue una 
encuesta elaborada a nivel de la comunidad relativa a los hom- 
bres que se habían ausentado de sus hogares sin dar explicacio- 
nes. Estas listas, perdidas una vez más en la mayoría de las comu- 
nidades, comenzaron a llegar a las manos de Reille a finales de 
1810 y principios de 1811. Acto seguido empezó el arresto de ci- 
viles por parte de la policía francesa. 

Existen dos fuentes de información que posibilitan, en cierta 
medida, la cuantificación de la represión policial. La primera es 
el registro de entradas en prisión conservado en el convento de 
Recoletas de Pamplona, convertido en cárcel durante la guerra, 
Este libro muestra que el 2 por ciento de la población de Nava- 
rra pasó por las Recoletas. Casi el 80 por ciento de los prisione- 
ros fue finalmente liberado, el 17 deportado a Francia, y el 2 por 
ciento murió en prisión o fue ejecutado. El carcelero registró el 
lugar de origen del 48 por ciento de los internos. La mayoría (el 
82 por ciento) de estos prisioneros procedía de la Montaña. Los 
franceses golpearon con especial intensidad en Estella, Falces, 
Huarte, Lárraga, Mendigorría, Olite, Pamplona, Puente la Reina 
y Sangiiesa. Sólo el 2 por ciento de los prisioneros tenía su ori- 
gen en la merindad de Tudela”. 

A pesar del elevado número total de los prisioneros de las Re- 
coletas (3.323), sólo representa una fracción de detenidos por los 
franceses. Los sospechosos no sólo eran enviados a las Recoletas, 
sino también a prisiones situadas en Logroño y Zaragoza, y es 


3 


«Relación auténtica que contiene las personas que fueron aprisionadas en Navarra 
por la policía francesa durante la guerra», AGN, Guerra, legajo 21, car, 19, 


210 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


robable que algunos ribereños en particular hubieran sido en- 
carcelados allí. Existían además algunas prisiones más pequeñas 
en lugares como Irurzún. Afortunadamente, los datos de Recole- 
tas se pueden completar con una segunda fuente de información. 
En 1817 se pidió a las comunidades de Navarra que rellenasen 
una encuesta indicando, entre otras cosas, el número de civiles 
arrestados por los franceses durante la guerra. Las respuestas son 
alarmantes *. Sabemos, por ejemplo, que en el valle de Echauri, 
del que sólo aparecen ocho presos en las Recoletas, los franceses 
realmente encarcelaron, deportaron o asesinaron a 259 perso- 
nas”. Del mismo modo, se supone que Erroz había perdido siete 
de sus residentes en las Recoletas, cuando los datos locales mues- 
tran que fueron 38 las personas realmente encarceladas, tanto en 
Pamplona como en Irurzún *. 

Si se mantuvieran tales proporciones para otras áreas no re- 
presentadas en los datos de las Recoletas, entonces el número 
global de gente encarcelada o deportada por los franceses sería 
increíblemente elevado. Desafortunadamente, la exactitud de la 
encuesta resulta desigual. En la merindad de Pamplona, el 56 
por ciento de las comunidades respondió, lo que representaba el 
53 por ciento de la población. En Estella el 49 por ciento de la 
población estuvo representada en las respuestas, en Sangúiesa el 
44, en Tudela el 42 y en Olite sólo el 31 por ciento. Á pesar de 
los defectos de la fuente, si se toman con cuidado los datos por sí 
solos podemos verificar ciertas tendencias y conclusiones sobre la 
naturaleza de la represión francesa. 

El rasgo esencial de la represión, como el del servicio de inte- 
ligencia en el que se basaba, era su desigualdad. Algunas áreas, 
como la región de pequeñas villas a lo largo del río Araquil y sus 
afluentes, al noroeste de Pamplona, sufrió el apresamiento de 
casi un tercio de su población por parte de la policía militar. Sin 
embargo, en la mayoría de las ciudades y villas el número de 


6 Estos materiales se encuentran en AGN, Guerra, legajos 18-21. 
* AGN, Guerra, legajo 21, car. 1. 
$ AGN, Guerra, legajo 20, car. 53. 


211 


_LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


detenidos fue pequeño. Si los franceses sospechaban que alguna 
villa estaba ayudando a la División, detenían por regla general al 
párroco, al regidor o algún otro líder comunitario. Incluso el que 
alguna región simplemente se retrasara en el pago de sus impues- 
tos, era causa suficiente para arrestar al regidor, y la mayoría de 
las comunidades que registraron encarcelamientos de civiles des- 
tacó la pérdida de al menos un regidor. Como objetivo de la po- 
licía, los curas ocupaban el segundo lugar tras los regidores. Los 
franceses se llevaron a docenas de sacerdotes por haber leído las 
proclamas de Mina en sus feligresías o por haber protegido a 
guerrilleros heridos ?. A pesar de todo, la constante amenaza del 
ataque guerrillero impidió que Mendiry mantuviese una presen- 
cia policial regular, a excepción de Pamplona y de otras pocas 
ciudades. Por consiguiente, la mayoría de la Navarra rural pudo 
escapar al terror francés. 

No obstante, los regidores, y con menos frecuencia los sacer- 
dotes, fueron también objeto de represalias por parte de las gue- 
rrillas, ya que Mina esperaba que los oficiales locales ayudasen a la 
División y estuviesen dispuestos a sacrificar sus personas y bienes 
por la causa. Cuando sus esperanzas se veían defraudadas, Mina 
no dudaba en marcar, cegar o cortar las orejas de o asesinar a los 
regidores que colaboraban. De este modo, las elites locales que es- 
capaban al terror de Reille todavía podían ser presas del de Mina. 

Aunque la mayoría de la población no fue, desde luego, obje- 
to de encarcelamiento, hubo excepciones significativas. Las de- 
tenciones en masa sólo fueron emprendidas por Reille como últi- 
mo recurso contra aquellos municipios que se hubieran 
mostrado comprometidos con la insurgencia. Los arrestos masi- 
vos tuvieron lugar principalmente en la merindad de Pamplona, 
en cierto grado en Sangiiesa, Estella y Olite, y a duras penas en 
Tudela. Asimismo las respuestas demuestran que fueron aquellas 
ciudades y pueblos que sufrieron la mayoría de los arrestos en 
masa las que continuamente daban información y suministros a 
los guerrilleros o las que eran conocidas por haber contribuido 


7 AGN, Guerra, legajos 18, 19, 20, 21. 


212 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


con un gran número de voluntarios. Si alguna fuerza francesa su- 
fría una emboscada en o cerca de un determinado pueblo o ciu- 
dad, todos sus habitantes debían responder por no haber avisado 
de la presencia de guerrilleros. Cáseda fue saqueada en diciembre 
de 1810 porque las guerrillas habían sorprendido a un destaca- 
mento cerca de la ciudad '”. En Monreal, uno de los baluartes in- 
surgentes situado cerca de Idocín, los franceses incendiaron los 
hogares de diecisiete patriotas en una ciudad que sólo tenía 
84 casas ''. En otros lugares, los franceses fueron más selectivos. 
Noáin, situada estratégicamente a mitad de camino entre Carras- 
cal, Pamplona y Monreal, fue completamente destruida por los 
franceses en 1812 '*”. Y el valle del Roncal debió generar una fu- 
marola casi constante. Los franceses incendiaron 311 casas en 
Roncal durante el curso de la guerra. Isaba, que perdió 153 ca- 
sas, y Burguí, con 126 destrucciones, fueron en ocasiones prácti- 
camente borradas del mapa '?. 

Las detenciones también tendían a sucederse en oleadas, nor- 
malmente cuando los franceses capturaban una ciudad defendida 
por las guerrillas o cuando decidían actuar teniendo como re- 
ferencia las listas de voluntarios y sus parientes que los oficiales 
municipales y colaboradores debían elaborar en cumplimiento 
de las órdenes francesas. Fue en las localidades más pequeñas, 
cerca de la capital, donde los franceses utilizaron estas listas para 
llevar a cabo su venganza. En la villa de Erroz, localizada en el 
principal camino que iba desde Pamplona a Guipúzcoa, los fran- 
ceses asesinaron, deportaron o encarcelaron al 28 por ciento de 
su población, y la cercana Beasoáin perdió el 30 por ciento 
de sus habitantes '*. Belascoáin, con casi 220 habitantes, vio cómo 
80 personas fueron conducidas a prisión y dos más fueron de- 
portadas, el equivalente al 37 por ciento de su población '?. Estas 


10 AGN, Guerra, legajo 21, car. 9. 
!! AGN, Guerra, legajo 19, car. 26. 
!* AGN, Guerra, legajo 19, car. 25. 
!* AGN, Guerra, legajo 21, car. 11. 
!* AGN, Guerra, legajo 20, car. 53. 
!* AGN, Guerra, legajo 21, car. 1. 


213 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


villas, situadas en una región estratégica y vulnerable al oeste de 
Pamplona, horquillaban las rutas que los guerrilleros tomaban 
entre Andía (o las provincias vascas) y la llanura de Pamplona. 
Por consiguiente, suministraron recursos, información y, como 
veremos, un gran número de voluntarios a la División. Sin em- 
bargo, tuvieron que pagar un elevado precio en forma de terro- 
rismo francés, De manera similar, Lorca, situada en el camino 
real entre Puente y Estella, presenció el envío a prisión de casi el 
20 por ciento de su población '*. En general, estas tendencias re- 
fuerzan las que conocemos a través de los datos de las Recoletas y 
lo que sabemos sobre las preferencias de Mina por ciertos cam- 
pos de batalla y sobre las regiones en las que la División buscaba 
refugio. El territorio de las guerrillas se situaba en la Navarra 
centroseptentrional y fue en esta región donde los civiles sufrie- 
ron la mayor parte de las acciones de la policía francesa. 

El escrutinio de los datos refuerza en otro sentido esta con- 
clusión. Llama la atención que en la merindad de Tudela, Fite- 
ro fuera la única ciudad que registró el encarcelamiento o de- 
portación de un número significativo de civiles. Aunque 
parezca un hecho improbable, está apoyado por la escasez de 
prisioneros de Tudela registrados en las Recoletas '”. Además, 
incluso las pérdidas de Fitero se quedan en nada si las compara- 
mos con cualquiera de los datos consignados para las pequeñas 
villas de Echauri, Olza u otros valles de montaña. Una vez más, 
de las muertes registradas en la merindad de Tudela, la mayoría 
tuvo lugar en la ciudad de Tudela como resultado de las batallas 
libradas el 8 de junio y el 23 de noviembre de 1808. En reali- 
dad, no estuvieron relacionadas con el terrorismo de la con- 
trainsurgencia '*, Por ello estamos seguros de que la resistencia, 
al menos a juzgar por la evidencia tangible de la represión poli- 
cial emprendida contra ella, difícilmente se dejó sentir en el va- 


lle del Ebro. 


!0 AGN, Guerra, legajo 21, car. 5. 
"AGN, Guerra, legajo 21, car. 15. 
! AGN, Guerra, legajo 18, car. 19. 


214 


EL REINO DE LA GUERRILLA 

En la merindad de Olite, las ciudades más afectadas por las 
medidas policiales de los franceses fueron Mendigorría, Olite, 
Santacara y Ujué, Este último municipio debería agruparse, des- 
de un punto de vista geográfico, social y económico, con otras 
villas de la Montaña. El primero, situado en el extremo norte de 
la Ribera, se convirtió en un lugar de parada muy frecuentado 
por los guerrilleros en sus viajes desde las montañas de Estella a 
las de Sangúiesa. Sólo Olite y Santacara resultan algo sorprenden- 
tes. Esta tendencia se duplica en los datos de Recoletas, donde la 
mayoría de los encarcelados de la merindad de Olite procedía de 
la zona de combate situada entre Ujué y Estella. 

Sin duda, los datos completos que incluyen las respuestas de 
Tafalla, Corella y de algunas de las otras grandes ciudades de la 
Ribera mostrarían que un gran número de ribereños sufrió las 
consecuencias del terror francés. Sabemos, por los datos de 
las Recoletas, que al menos 46 personas de Tafalla fueron envia- 
das a prisión en Pamplona y fueron registradas en la encuesta de 
1817. A pesar de todo, la ausencia de datos de ciudades como 
Corella y Tafalla, que no estuvieron implicadas de forma destaca- 
da en la lucha en ningún momento de la guerra, es mayor que la 
falta de información sobre lugares como Batzán, Salazar y Val- 
carlos, siendo este último uno de los primeros centros de la resis- 
tencia. Así pues, aunque las respuestas completas habrían mos- 
trado un número mucho mayor de pérdidas y encarcelamientos 
civiles en toda Navarra, no es probable que las proporciones en- 
tre merindades o entre la Montaña y la Ribera hubieran cambia- 
do sustancialmente. 

El efecto de la represión de Reille, combinada con la ausencia 
de la División mientras ésta se desplazaba desde las regiones más 
remotas de Navarra a las montañas de Castilla y Aragón, fue que 
el ardor de la población civil se enfrió en el otoño de 1810. La 
perorata dirigida por Reille a los civiles tras Belorado para que se 
unieran a la causa francesa produjo varias defecciones en la resis- 
tencia. El cronista del tercer batallón recordaba el ánimo de 
aquel tiempo. La derrota militar de la División y la constante 
persecución de civiles habían acobardado el espíritu de Navarra. 


215 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN — 
Los oficiales municipales habían sucumbido a los franceses en- 
tregando sus armas e informando sobre los jóvenes que las ha- 
bían tomado. Aparentemente, muchos creían que los guerrilleros 
nunca más regresarían '”, 


2. La reconstrucción de la División 


No obstante, a mediados de octubre de 1810 Mina ya estaba de 
regreso en Navarra recuperándose de las heridas que había recibi- 
do en Tarazona. Pronto se percató de que su ausencia en Castilla 
había provocado una seria disminución de la confianza de la po- 
blación civil en las guerrillas. Mina encargó a uno de sus oficia- 
les, Ramón Ulzurrún, la tarea de localizar y realistar a las tropas 
desmovilizadas y descorazonadas para hacer ver a la población ci- 
vil que el movimiento guerrillero no había sido destruido por 
completo. A finales de octubre, Ulzurrún consiguió proporcio- 
nar a Mina una pequeña banda de hombres reconstituida a par- 
tir de voluntarios dispersos. Con aquellos hombres Mina regresó 
a su táctica original de golpear y huir? 

A finales de octubre, un destacamento francés penetró en 
Monreal para arrestar a voluntarios desmovilizados y a sus fami- 
lias. Mina recibió noticias sobre esta acción francesa a tiempo de 
avisar a Monreal, y el resultado fue que los guerrilleros desmovi- 
lizados de la ciudad se vieron obligados, ante la anticipación de 
la campaña francesa, a realistarse en la División. En este sentido, 
el terrorismo de Reille tuvo el efecto contrario al pretendido y 
acabó impulsando el alistamiento de las nuevas tropas insurgen- 
tes que Mina urilizó para defender Monreal. El destacamento 
francés fue rechazado con facilidad. Otra fuerza francesa con una 
misión similar en Aibar había conseguido realizar algunos arres- 


!* «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car, 51. 

% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Andrés 
Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 105, sostiene que el 17 de noviem- 
bre eran 60 los hombres bajo las órdenes de Mina. 


216 


mm _ EL REINO DELLA GUERRILLA 2. 
ros. Mina atacó este destacamento a su regreso a Pamplona y libe- 
ró a todos los prisioneros, incorporándolos de nuevo en su Divi- 
sión, Estas acciones dieron nuevos ánimos a la resistencia y pro- 
vocaron que muchos renunciaran a colaborar con los franceses *!. 

El 17 de noviembre, Mina atacó a un grupo de 33 gendarmes 
que escoltaba un cargamento de municiones a través del paso del 
Carrascal. La captura de este convoy de municiones fue, en mu- 
chos sentidos, el logro más importante de este período, ya que 
los guerrilleros casi no contaban con municiones. De hecho, la 
magnitud de la derrota de Belorado tuvo que ver, en cierta medi- 
da, con la falta de balas y pólvora. A medida que los restos desar- 
mados y desincentivados de la División se infiltraban en Navarra 
y se volvían a unir a ella, se iba haciendo necesario encontrar 
nuevas armas y municiones para equiparlos. La emboscada del 
Carrascal tuvo lugar en el momento preciso y permitió a Mina 
volver a equipar a sus hombres ”. 

Mina pasó el final de noviembre y diciembre reconstruyendo 
su destrozada fuerza. Las tropas enemigas que habían hostigado 
a la División desde agosto partieron finalmente hacia Portugal, 
demasiado tarde, empero, para tener algún impacto sobre los 
acontecimientos que allí estaban sucediendo. Las propias fuer- 
zas de Reille estaban tan fatigadas como las guerrillas y eran in- 
capaces de continuar su ofensiva. Por consiguiente, entre sep- 
tiembre y octubre, Mina consiguió establecer un cuartel general 
en Lumbier y atraer a cientos de nuevos reclutas y voluntarios 
dispersos. Este patrón se repitiría en otras veces durante los 
próximos dos años: intensos períodos de persecución francesa a 
los que seguían otros de inactividad en los que la insurgencia 
podía reponerse. 

Mina utilizó la tregua para eliminar a sus rivales y para casti- 
gar a sus soldados más rebeldes. Ejecutó a Juan Hernández, su 
antiguo comandante de caballería en el corso terrestre, el cual 
(según Mina) había continuado enemistándose con la población 


3 «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 
2 Ibid. 


217 


__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


civil con «su feroz brutalidad» %. También se desembarazó de 
«Belza», uno de los primeros guerrilleros que operó en el extre- 
mo noroeste ”. A pesar del cruel e injusto asesinato de Belza, el 
suceso permitió a Mina comenzar a reclutar con intensidad en 
Baztán, Cinco Villas y las tierras fronterizas de Guipúzcoa. En 
un mes creó un cuarto batallón con 800 hombres de la región. 

Mina se ganó además la confianza de sus seguidores más dís- 
colos por medios menos violentos que los utilizados contra Belza 
y Hernández. En aquel tiempo era usual que los hombres que 
querían independencia y autoridad llevaran el pelo largo. Una 
cabeza rasurada era signo de subordinación. Los reclutas llevaban 
el pelo corto; los oficiales lo llevaban largo. Naturalmente, para 
los hombres de la Idea sólo era posible llevar el pelo largo, tren- 
zado o recogido tras las orejas y a veces complementado con 
grandes patillas. Por confesión propia, Mina era tan devoto 
como cualquiera del corso a esta moda, que debía hacer de los 
sucios voluntarios un grupo pintoresco y piojoso. A principios 
de diciembre de 1810, cuando la moral de las guerrillas estaba en 
su punto más bajo, Mina utilizó buenas dosis de autoridad para 
cambiar la apariencia de sus hombres, reimponiendo sumisión e 
inculcando confianza. Contra las protestas de sus subalternos, 
preocupados de no poder controlar a sus tropas, Mina ordenó 
que a todos los que estuvieran bajo sus Órdenes se les cortara el 
pelo. Una vez que sus rebeldes soldados fueron rasurados y se 
aseguró su sumisión, Mina permitió que se le afeitara el cabello 
en pública ceremonia. Más tarde se repartieron nuevas ropas en- 
tre sus hombres y se embarcaron en una de las campañas más 
exitosas de la guerra ”. El resultado de los esfuerzos de Mina fue 
que, a finales de diciembre, la División contaba otra vez con 
3.000 hombres, por lo que en enero Mina creaba dos batallones 


% Espoz y Mina, Memorias, p. 41. 

2% Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 197-98. Resulta significativo que la eje- 
cución de Belza no figure en las memorias de Mina, donde por lo general intentó 
justificar sus actuaciones más desagradables. Puede ser que esperase que el mundo no 
se enterara del asunto Belza. 

%% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 41, 


218 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


más. A pesar de todos los sufrimientos de la guerra, los navarros 
se habían reunido una vez más en la resistencia. 

A finales de diciembre, Mina volvió a llamar la atención del 
general Reille. Éste envió una columna de 700 soldados desde el 
oeste y una segunda de 1.700 hombres desde el sudeste, muchos 
de los cuales procedían de las guarniciones que Suchet tenía a lo 
largo del Ebro, con objeto de atrapar a Mina en Lumbier. Sin 
embargo, esta fuerza, que en noviembre podían haber arrollado a 
los hombres de Mina, era ya demasiado pequeña en diciembre 
para realizar esta misión. Mina emboscó a la primera columna en 
Idocín el día de Navidad, matando a 48 hombres y capturando a 
70, 20 de los cuales fueron fusilados por ser españoles renegados. 
Un día después de Navidad, Mina tendió una nueva emboscada 
a la segunda columna en un barranco cercano a Lumbier. Los 
guerrilleros, ayudados por docenas de campesinos locales, de- 
jaron caer una lluvia de piedras y disparos sobre el enemigo y los 
persiguieron durante su retirada a Caparroso, en el extremo sep- 
tentrional de la llanura del Ebro. En el informe oficial del 1 de 
enero de 1811, los franceses dieron cuenta de la pérdida de 
112 hombres, entre muertos y prisioneros, en aquellas dos bata- 
llas, a los que se sumaron otros 46 moribundos hospitalizados en 
Pamplona durante las siguientes dos semanas. Con estos dos en- 
cuentros, los guerrilleros anunciaban al mundo su total recupe- 
ración ”. 

Durante casi dos semanas, Reille dejó una vez más que las 
guerrillas descansaran en Lumbier. Mina utilizó este tiempo para 
establecer hospitales en los valles del Roncal, Salazar y Áezcoa, en 
los Pirineos. Envió el cuarto batallón a Echarri-Aranaz y al valle 
de Araquil para entrenar y reclutar más hombres. Ya se ha señala- 
do que el cuarto batallón dependía sobremanera de las poblacio- 


1% La correspondencia francesa data del 1 de enero de 1811, AAT, C8, 387; otra 
fuente francesa reclama 162 bajas, mientras que las españolas hablan de 225 hombres 
muertos y 200 más capturados. Emmanuel Martin, La gendarmerie frangaise, p. 225; 
Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, pp. 106, 109; véase rambién «Resu- 
men del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y Mina, Me- 
morias, vol. 1, p. 42. 


219 


nes del noroeste. Los comandantes del batallón, Ramón Ulzu- 
rrún y Francisco de Asura, procedían de las villas de Asiáin y 
Amezqueta, respectivamente. Asiáin estaba situada a pocos kiló- 
metros al norte de Echauri, y Amezqueta era la última villa gui- 
puzcoana entre la frontera navarra y las montañas de Aralar. Fue 
en estas áreas donde el batallón buscó el personal necesario con 
el que llenar sus filas. 

Los otros batallones habían sido reclutados de forma similar. 
El primer batallón, dirigido por Mina, se nutrió sobre todo en 
Monreal y en las aldeas situadas al oeste de Sangíiesa, origen de 
Mina. El segundo batallón estuvo comandado por Cruchaga y 
más tarde por Antonio Barrena, el primero de Roncal y el segun- 
do de Salazar, y sus hombres procedían de aquellas poblaciones. 
Finalmente, el tercer batallón estaba a las órdenes de los herma- 
nos Górriz, de la aldea de Subiza, localizada al sur de la capital y 
no lejos del Carrascal. Este batallón incluía a muchos hombres 
procedentes de la llanura de Pamplona y de Estella. Mina creó, o 
mejor absorbió, un quinto batallón en el mes de enero de 1811. 
Este batallón estaba formado principalmente por alaveses que ya 
estaban integrados en la partida guerrillera dirigida por el patrio- 
ta alavés Sebastián Fernández. Así pues, todos estos batallones 
fueron formados con hombres procedentes de la Montaña. 
Cuando se unían, lo que nunca ocurrió durante este período, el 
número total de hombres de la División bien podía aproximarse 
a la marca de los 5.000”. 

No obstante, a mediados de enero, comenzó de nuevo la 
persecución. Los franceses recientemente habían limpiado de 
guerrilleros el Alto Aragón, y Suchet, que acababa de presen- 
ciar cómo algunas de sus tropas eran masacradas en Lumbier, 
decidió intervenir de nuevo en Navarra. Mandó al general Ha- 
rispe a dar caza a Mina. El 12 de enero, 5.000 franceses se 
aproximaron a Lumbier para encontrarse con que el puente de 
la ciudad había sido cortado y que se defendía la orilla opues- 
ta del río Irati. Mina conservaba una posición ventajosa, y sus 


* Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 43; AGN, Guerra, legajo 21, car. 6. 


220 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


hombres defendieron la ciudad hasta que se les hubo acabado 
la munición y se vieron obligados a huir hacia los Pirineos. 
Los navarros tan sólo sufrieron cuatro bajas, según Andrés 
Martín. Los franceses sufrieron 18 muertes, 31 capturas y cin- 
co deserciones ?. Tras perseguir a Mina a través de un corto 
trecho montañoso, los franceses regresaron a Lumbier, saquea- 
ron la ciudad y mataron a 16 civiles que se habían quedado 
atrás ”, 

Desde el 24 de diciembre y durante todo enero, la División 
mató o capturó en total a 341 combatientes franceses e hirió a 
cientos, especialmente en las batallas del 24 y del 26 de di- 
ciembre. Los totales franceses no difieren significativamente, y 
muestran 338 muertos, capturados o desertores, sin estimar el 
número de heridos. En cambio, los franceses sólo fueron real- 
mente efectivos con los desafortunados civiles de Lumbier. Esta 
mancha en el honor militar francés exigía venganza, por lo 
que, una vez más, decidieron situar en Navarra una fuerza 
arrolladora que comenzó a llegar a mediados de enero. Los ge- 
nerales Cafarelli y Chlopiski se unieron a Harispe y Reille en la 
persecución de Mina, Juntos contaban con casi 13.000 solda- 
dos, reforzados por otros 9.000 procedentes de Aragón y del 
valle del Ebro, lo que una vez más obligó a Mina a dispersar 
su División para ponerla a salvo *, Mina llevó el grueso de sus 
tropas a través de Navarra hacia las montañas de Andía a prin- 
cipios de febrero. Allí se dividieron todavía más. El primer y el 
segundo batallón se retiraron a la relativa seguridad de los Piri- 
neos y se acantonaron en los valles del Roncal, Salazar y Aéz- 
coa, al este, y en Baztán, al oeste. El tercero y el cuarto ocupa- 
ron las montañas de Estella y Santa Cruz de Campezo, en la 
frontera con Álava. Una vez más, estas disposiciones ilustran 


3% Informe de Reille del 15 de enero de 1811, AAT, C8, 387. 

19 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 1, p. 111; «Relación del tercer 
regimiento». AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, 
p- 46. Un individuo, hallado escondido en un horno de pan, fue obligado a quedarse 
en su interior mientras prendían el horno, quemándolo vivo. 

W Alexander, Rod of Iron, p. 51. 


221 


cómo la División sobrevivía en los períodos difíciles mezclándo- 
se con las poblaciones campesinas de la Montaña *, 

La División permaneció en esta situación de dispersión hasta 
finales de mayo, cuando, tras meses de inútil persecución sobre 
Mina, Harispe y sus hombres dejaron Navarra ?. A pesar de todo, 
Reille todavía contaba con 4.700 hombres bajo su mando junto 
con los 2.400 que estaban a las órdenes del general Cafarelli. En 
aquel momento, el número total de hombres de la División de 
Mina casi llegaba a los 5.000, y cada uno de los cinco batallones 
contaba con aproximadamente 1.000 soldados y la caballería con 
alrededor de 150, Sin embargo, el quinto batallón «alavés» rara 
vez operaba junto a los cuatro primeros batallones navarros. Por 
tanto, los franceses gozaban de una significativa ventaja numérica 
sobre las guerrillas, si bien se encontraban lejos de alcanzar la su- 
perioridad de diez a uno, considerada necesaria para llevar a cabo 
una contrainsurgencia realmente efectiva. Además, la aparente 
ventaja francesa fue neutralizada por las necesidades de acuartela- 
miento en el campo. De las tropas de Reille, 2.700 cumplían 
obligaciones de guarnición permanentes, quedándole libre una 
fuerza móvil de 2.000 hombres. Por tanto, incluso cuando consi- 
guió unirse a los 2.400 hombres de Cafarelli, Reille sólo logró 
igualar en número a los guerrilleros *. La dispersión de los recur- 


' Las fuentes francesas confirman estas disposiciones. El 1 de marzo los espías de 
Reille situaban a las guerrillas en cuatro bases: Goñi, Lecumberri y Baztán, todas en 
el noroeste, y en Aoiz, en los Pirineos orientales. Carta del 1 de marzo de 1811, 
AAT, C8, 268. 

* Hubo pocas acciones en estos tres meses. En el espacio de una semana, a finales de 
marzo, los guerrilleros se unieron para dar muerte o capturar a 46 hombres de la 
guarnición de Estella, rechazaron una columna de 3.300 estacionada en Los Arcos, y 
sorprendieron y capturaron una partida de requisición de 90 hombres en Aragón, 
dispersándose antes de que los franceses pudieran responder. En abril, Mina reunió 
de nuevo a una parte de su fuerza, capturó 98 fusiles y un convoy de municiones en 
Azagra, y sorprendió a los 150 hombres de la guarnición de Ejea de los Caballeros en 
Aragón, la cual tomó tras matar a 7] soldados franceses y capturar al resto. «Resu- 
men del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; «Relación del tercer 
regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; cartas del 21 y 28 de marzo de 1811, 
AAT, C8, 268; cartas del 4, 5 y 18 de abril de 1811, AAT, C8, 268. 

Y Alexander, Roel of Iron, p. 97. 


222 


_ EL REINO DE LA GUERRILLA 
sos enemigos en funciones de ocupación es, desde luego, uno de 
los resultados deseados de la guerra de guerrillas. En toda la Pe- 
nínsula fue este resultado el que permitió que los ejércitos regu- 
lares españoles y británicos supervivieran frente a los franceses, 
Dentro de Navarra dio a Mina la capacidad de reunir a sus tropas 
para realizar campañas sabiendo que Reille, sin Harispe o sin otra 
ayuda exterior, no podía vencer a la División. 

Mina respondió a la retirada de Harispe reuniendo en Estella 
a sus cuatro batallones navarros a finales de mayo. En Álava se 
enteró por Fernández de que una columna formada por 100 carros 
de heridos y enfermos franceses, 1,070 prisioneros españoles y 
58 ingleses, y un enorme botín, que incluía los efectos personales 
del mariscal Masséna y la posibilidad de que estuviera el mismo 
mariscal tuerto, iba a dejar Vitoria el 25 de mayo. Mina decidió 
combatir. En dos días marchó con sus hombres más de 84 kiló- 
metros hacia el paso de Arlabán, en la frontera entre Álava y 
Guipúzcoa, por donde la columna francesa debía pasar. En Arla- 
bán, Mina empleó su táctica habitual, disparando una sola vez y 
atacando con la bayoneta calada. Los resultados fueron los habi- 
tuales. De los 1.650 hombres que formaban la escolta, 240 mu- 
rieron y 160 fueron hechos prisioneros. El resto huyó a Vitoria, 
donde avisaron a Massena, que se había quedado rezagado en la 
ciudad. El dinero, las armas y los otros bienes capturados pro- 
porcionaron la mayor recompensa jamás disfrutada por las gue- 
rrillas. Arlabán fue el Bailén de Mina. Representaba la victoria 
más grande conseguida hasta el momento por un ejército guerri- 
llero. Lo más importante fue el rescate de los 150 prisioneros 
aliados, ya que esto extendió la fama de Mina y la División de 
Navarra por toda España *, 


%%* Informe de 1 de junio de 1811, AAT, C8, 378. El informe dado por Cafarelli so- 
bre esta acción está incompleto, dado que el general sólo comunicó las bajas (130) 
del Trigésimo Segundo Regimiento de Fusileros. Cafarelli aportó un breve relato de 
la batalla. El acontecimiento más interesante a destacar de este informe es que los pri- 
sioneros ingleses, en vez de aprovecharse del ataque para escapar, sin vergúenza algu- 
na, recuperaron las armas francesas y dispararon sobre los guerrilleros. Para estimar 
las bajas me he basado en Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, pp. 128-132, 


223 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


La sorpresa de Arlabán obligo a que Cádiz por fin cambiase 
su opinión sobre Mina. El gobierno había negado repetidas veces 
el reconocimiento de la División. Mina había enviado represen- 
tantes a Cádiz, pero habían sido rechazados. El gobierno pensaba 
que las tropas navarras eran todavía medio bandidos, y Mina se 
vio obligado a mantener en secreto el contenido de las cartas de 
rechazo que recibía de Cádiz para no desmoralizar a sus hom- 
bres *. Es cierto que algunos miembros del gobierno estaban dis- 
conformes con el funcionamiento del ejército regular español y 
que habían comenzado a acoger con simpatía el caso de Mina. 
En el primer número del órgano oficial de la Junta de la Mancha 
se defendió a Mina, en aquel momento a escondidas, en los si- 
guientes términos: «Este héroe navarro sabe el arte de vencer y 
no ser vencido», escribieron los editores de periódico de la junta, 
aludiendo al fracaso de los ejércitos españoles para proteger La 
Mancha. «Nada importa a la patria que ignore la táctica de las 
academias» *, Despúes de Arlabán, la Regencia se puso del lado 
de aquellos que sostenían que la guerra de guerrillas era el cami- 
no para la liberación, reconociendo finalmente a los hombres de 
la División como tropas regulares el 5 de junio de 1811 7. Tras 
Arlabán, Mina evacuó rápidamente sus tropas a fin de evitar que 
fueran perseguidas por una columna enviada desde Vitoria. El 
quinto batallón permaneció al este de Álava. Los batallones ter- 
cero y cuarto fueron enviados al norte, donde empujaron a la 
fuerza estacionada en Irún a través del Bidasoa hacia Hendaya, 
cerrando rápidamente la frontera francesa e incautándose de un 
valioso cargamento de ropa de algodón e indigo antes de retirar- 
se hacia el sur por los Pirineos. El resto de la División atravesó 
Navarra hacia Carrascal *, 


cuyas cifras son mucho más bajas que las que aportan otras fuentes. Mina y los dia- 
rios del batallón sitúan las bajas francesas en 800 muertos y 600 capturados. Sólo se 
conocen las bajas navarras para el segundo y el tercer batallón, cuyas pérdidas fueron 
de 13 muertos y 49 heridos. 

% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, pp. 52-53, 

Y Gazeta de la Mancha, 13 de abril de 1811. 

7 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 57. 


% «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car, 51, 


224 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


Los franceses lo intentaron todo para controlar a las guerri- 
llas. Levantaron un sistema de fortificaciones y torreones en 
Álava y Navarra para comunicar las ciudades del interior con la 
costa. Se erigieron diez torres entre Vitoria e Irún, y se edificaron 
otras en el camino Irún-Pamplona-Tudela. Las torres se comuni- 
caban entre ellas a través de un sistema de luces «para notificar lo 
que estaba ocurriendo en las montañas» a las fuerzas de Vitoria, 
Irún y Pamplona antes de que éstas se aventurasen en territorio 
guerrillero. En teoría, los fuertes alertarían a las columnas de la 
presencia de guerrillas y servirían de refugio a los convoyes y des- 
tacamentos rezagados. Los fuertes nunca fueron efectivos en el 
cumplimiento de la primera tarea. Como islotes de desolación en 
un campo dominado por insurgentes, no recibían información y 
no eran de gran ayuda para las guarniciones de las ciudades. Sin 
embargo, fueron paraísos de seguridad para las tropas francesas 
aisladas en las montañas. En 1812 un fuerte construido en el fa- 
tídico paso de Arlabán salvó a cientos de soldados franceses, si 
bien no evitó que se repitiera otro ataque por sorpresa *. 

Tras la humillación de Álava, los franceses decidieron actuar 
de nuevo de común acuerdo. El general Bessiéres, comandante 
del distrito militar de Vizcaya, prestó miles de hombres para que 
actuaran en Navarra. En resumen, casi 20,000 hombres, a las ór- 
denes de veteranos generales como Cafarelli, Harispe, Pannetier, 
Arnaud, Severolli, Abbé y Bertholet, entraron en Navarra *. El 
13 de junio, el primero de los cuatro batallones de la División 
fue interceptado y rodeado en las llanuras al norte de Tafalla por 
dos columnas de una fuerza combinada de 7.000 soldados de in- 
fantería y 800 de caballería. Mina perdió 200 soldados entre 
muertos y heridos, y sus hombres tuvieron que tomar diversos 
caminos en dirección a sus hogares y tierras *'. Otros encontra- 
ron refugio donde pudieron. El segundo batallón se dividió entre 


% Napoleón a Berthier, 10 de junio de 1811 y 31 de julio de 1811, Napoleón Bona- 
parte, The Confidential Correspondence, pp. 185-187. 

1 Espoz y Mina, Memorias, pp. 59, 67. 

1 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 2, p. 9. 


225 


__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Roncesvalles, Salazar, Ronzal y el Alto Aragón. El cuarto perma- 
neció en el noroeste, cerca de Guipúzcoa, de donde era origina- 
ria la mayoría de sus hombres. El primero y el segundo batallón 
enviaron algunas tropas hacia el oeste, a la región de Echauri, y 
otras hacia el este, hacia Lumbier, La división no fue capaz de 
volver a reunirse otra vez hasta finales de julio *. 

Al no tener que enfrentarse al desafío de las guerrillas, la poli- 
cía francesa podía ahora, en el yerano de 1811, desahogar toda 
su rabia por la derrota de Arlabán. Mendiry envió a cientos de 
civiles a las prisiones de Pamplona y ejecutó a docenas de «es- 
pías» y parientes de guerrilleros. Reille describió estas medidas en 
una carta de 11 de julio «Hice [...] fusilar hace tres días a 40 de 
esos salteadores que están en la Ciudadela.» Además, mantuvo a 
otros 170 individuos como rehenes por si acaso era necesario dar 
más lecciones *, Andrés Martín describió la atmósfera de terror 
que reinaba en Pamplona en uno de los pasajes más conmovedo- 
res escritos por un superviviente de la guerra. «Si salen por las ca- 
lles», escribió Martín, 


... oyen los ayes lastimeros de sus amigos conducidos a las cárceles y 
al suplicio; si huyen de la ciudad, ven una horca elevada en que pen- 
den los inocentes españoles; si bajan a tierra los ojos compasivos, 
ven el suelo empapado en la sangre de sus hermanos y parientes; si 
claman contra el tirano, ven al furioso Mendiri que les amenaza con 
la muerte; no se oyen otras voces que la prisión, el destierro y el de- 
gúiello de los hombres más honrados; y en tan terrible situación, no 
hay lugar ni licencia para el desahogo. Una simple queja, una ojeada 
de compasión, eran delitos suficientes para la prisión, para el destie- 
rro, para el suplicio. Las gentes de humor pierden su alegría, dejan 


las concurrencias, se privan de la amistad y se entregan al silencio y 
al dolor*, 


1% «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; «Resumen del 
segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y Mina, Memorias, 
vol. 1, p. 62. 

1 Reille a Neuchatel, 11 de julio de 1811, AAT, C8, 268, 

* Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 2, pp. 91-92. 


226 


Uno de los resultados inesperados de la concentración de Reille 
en la represión de civiles fue que dio a Mina otro respiro necesa- 
rio. Y Mina empleó este tiempo en extender su presencia con 
mayor intensidad por Navarra e incluso por Guipúzcoa y Vizca- 
ya. Desde el 5 de junio, la División de Mina quedó nominal- 
mente integrada en el séptimo ejército, a las órdenes de general 
Mendizábal. Como única fuerza armada efectiva en la región, se 
encomendó a Mina que dominase Álava (que ya estaba parcial- 
mente controlada por el quinto batallón) y se le autorizó a apo- 
yar al incipiente ejército guerrillero de Antonio Jaureguí, «el pas- 
tor», en Guipúzcoa. Se le ordenó además coordinar sus esfuerzos 
con los del guerrillero vizcaíno Longa, y por todas estas razones 
estuvo ausente en Vizcaya desde el 4 de julio al 21 o 22 de julio *, 

A su regreso, Mina reunió a todas sus tropas para llevar a cabo 
un ataque conjunto sobre una columna francesa que marchaba 
por Piedramillera, en las estribaciones occidentales de Estella. El 
23 y 24 de julio, los 4,000 hombres de Mina hicieron retroceder 
a los 2.000 hombres de Pannetier hacia Estella, tras dar muerte a 
150 y capturar a 16. Los españoles perdieron menos, si bien, se- 
gún Mina, fueron muchos los heridos, incluyendo a Gregorio 
Cruchaga, que sufrió su tercera herida seria desde el inicio de la 
guerra“, Ahora, sin embargo, la coordinación y la resolución de 
los franceses tras las secuelas de Arlabán cogieron a los guerrille- 
ros por sorpresa. Mina se había enterado de que una columna de 
2.000 franceses estaba estacionada en la frontera alavesa, en San- 
ta Cruz del Campezo, y salió en su persecución. No obstante, 
esta fuerza no era sino un cebo, y mientras Mina marchaba con 
sus hombres por el interior de Álava se dio cuenta de que Panne- 


15 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 63; Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, 
pp. 289-92. 

16 Sólo conocemos las bajas españolas del segundo batallón, con 16 muertos y 70 he- 
ridos. Sin embargo, el segundo batallón llegó tarde y sólo entró en acción al final. Las 
bajas de la División, por tanto, fueron probablemente casi tan altas como las que su- 
frieron los franceses. «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, 
car. 20. Reille sólo admirió 70 bajas francesas. Carta del 26 de julio de 1811, AAT, 
C8, 268. 


Ze 7 


h LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
tier no se había quedado en Estella, sino que tras recibir refuer- 
zos, había comenzado a aproximarse a la División por la reta- 
guardia. Siguiendo sus métodos habituales, Mina intentó escapar 
al peligro volviendo sobre sus pasos con objeto de cruzar por la 
noche las llanuras del centro de Navarra y llegar a las montañas 
de Sangúiesa. 

No obstante, en esta ocasión la naturaleza frustró los planes 
de Mina. Durante la marcha nocturna, el tiempo empeoró tanto 
que sus hombres sólo podían ver con la luz de los relámpagos. El 
barro descalzaba las botas de sus pies y el chaparrón dejaba inser- 
vibles sus armas. La División, que había marcado registros prodi- 
giosos de dureza marchando en una ocasión casi 128 kilómetros 
en veinticuatro horas, sólo pudo hacer unos pocos kilómetros en 
toda la noche, poniéndose a tiro de la columna de Reille, forma- 
da por 5.000 soldados de infantería y 500 de caballería en Los 
Arcos. Por razones quizás relacionadas con las heridas de Cru- 
chaga, Mina, Cruchaga y una pequeña escolta abandonaron la 
División en aquel angustioso momento y huyeron hacia el norte. 
Dejaron al tercero en el mando, Barrena, para que cruzara las lla- 
nuras de Navarra con sus hombres descalzos y desarmados al al- 
cance de un enemigo muy superior, bien cubierto con artillería y 
caballería. En las colinas cercanas a la ciudad de Lerín, los guerri- 
lleros fueron rodeados y aniquilados. Los franceses mataron a 
400 hombres y capturaron a 200, si bien sus pérdidas fueron 
escasas dada la indefensión de los navarros. Muchos de los que es- 
caparon se deshicieron de sus armas inutilizadas y retornaron a la 
vida civil 7. 

Tras Lerín, Reille intentó dividir las guerrillas renovando las 
ofertas de amnistía, poniendo precio a las cabezas de Mina, Cru- 
chaga y otros comandantes, e incluso intentando sobornar a 
Mina. Este último esfuerzo dio lugar a un peculiar episodio en el 
que Mina, por un momento, pareció a punto de aceptar la oferta 


1 Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol. 2, p. 18. Reille situó las pérdi- 
das navarras en 300 muertos y 204 capturados. Informe del 1 de agosto de 1811, 
AAT, C8, 268. 


228 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


francesa de empleo a cambio de desmovilizar la División, Tras 
un intercambio de cartas con el gobierno, Mina acordó encon- 
trarse con un grupo formado por dos mercaderes navarros y un 
agente francés en una aldea escogida por Mina por su seguridad. 
Sin embargo, una vez que las dos partes se hubieron juntado, 
Mina tomó a la parte contraria como rehén. Quizás sospechara 
de que se trataba de una trampa. No obstante, es más probable 
que Mina aceptara la farsa con objeto de conseguir una tregua 
como condición previa para llevar a cabo la negociación. Lo con- 
siguió, y la División, o lo que quedaba de ella tras Lerín, obtuvo 
un más que necesario descanso tras la persecución. El hecho de 
que a los enviados, alguno de los cuales, según se supo más tarde, 
realizó operaciones secretas para Mina durante la guerra, se les 
permitiera «escapar» enseguida de sus captores, demuestra que 
Mina no sospechaba que su lealtad pudiera hacer fracasar el 
asunto *, 

Hasta mediados de octubre, lo que quedaba de la División 
fue enviado, en la última gran dispersión antes del final de la 
guerra, a los Pirineos y a las montañas al oeste de Estella, y a 
Álava y Guipúzcoa, donde comenzaron a hacer imposible la vida 
a Thouvenot, comandante de Álava. La recuperación comenzó 
casi de inmediato. A principios de octubre, la división sólo dis- 
ponía de 950 hombres *. Sin embargo, los batallones fueron 
pronto recompuestos a partir de dos fuentes. Primero, la total 
destrucción de la resistencia organizada de Cataluña y la mayor 
parte de Aragón durante 1811 dio lugar a un flujo de hombres 
procedentes de aquellas regiones que se unieron a Mina en el 
otoño ”. Segundo, Mina hizo circular una orden donde se reque- 
ría que todos los voluntarios que hubieran regresado a sus hoga- 
res se uniesen a la División. Aquellas personas que hubieran 


1% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, pp. 69-71; Olóriz, Navarra en la Guerra de la 
Independencia, pp. 129-43. Mina temía por las vidas de los enviados, ya que sus 
hombres querían tratarlos como traidores. Formó una guardia especial a la que se en- 
comendó que dispusiera la fuga. 

1% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. 

9 Jouffroy, «Operations de l'Armée d'Aragon», AAT, MR, 770. 


229 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
aceptado la amnistía gala serían fusiladas junto a sus padres u 
otros tres parientes”. 

Pronto Mina pudo volver a tomar la ofensiva. En una barrida 
por todo el Alto Aragón, Mina suprimió y tomó la guarnición de 
Ejea y luego destruyó una columna enviada en su ayuda desde 
Zaragoza. De los 800 hombres de la columna, los guerrilleros 
mataron a 198 y capturaron al resto, a excepción de tres soldados 
de caballería franceses que escaparon para dar cuenta del desastre ?. 
Los prisioneros fueron trasladados al tercer y cuarto batallón, 
que los llevaron al puerto vizcaíno de Motrico y los pusieron en 
manos de los ingleses, junto a 51 prisioneros más —la totalidad 
de la guarnición de Motrico— capturada en el camino. A cam- 
bio, las guerrillas consiguieron de los ingleses una valiosa carga 
de armas, que incluía su primera pieza de artillería *. A finales de 
octubre, Mina situó su cuartel en Santa Cruz de Campezo, en 
Álava, para dirigirse de nuevo hacia el este, a Sangilesa, a princi- 
pios de noviembre donde pudo permanecer durante casi dos me- 
ses sin ser molestado por las fuerzas de Reille, situadas en Pam- 
plona. Durante este tiempo, la División no emprendió ninguna 
acción en Navarra, aunque continuó haciendo sentir su presen- 
cia en el Alto Aragón, enfrentándose en dos ocasiones a los fran- 
ceses y provocándoles 270 bajas, mientras que sólo sufrió unas 
pocas pérdidas *, 

Aún más que el año anterior, cuando la falta de actividad de 
Reille a finales del otoño e invierno de 1810-11 permitió que la 
División tuviera la oportunidad de recuperarse de Belorado, el 
respiro facilitado a las guerrillas a finales del otoño e invierno de 
1811-12 se convirtió en la ruina de la ocupación. La campaña 


1 Thouvenor descubrió una copia de la orden e informó de su contenido en una 
carta del 6 de octubre de 1811, AAT, C8, 206. 

% La información en Espoz y Mina, Memorias, p. 79, y en el «Resumen del segundo 
regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20, presenta unas cifras algo más exagera- 
das. He utilizado las que proporcionó Jouffroy, un oficial francés destinado en Ara- 
gón, en su relato sobre las operaciones, AAT, MR 770. 

%> «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 

% Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, vol, 2, p. 27; «Resumen del segun- 
do regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. 


230 


: EL REINO DE LA GUERRILLA 

del mariscal Suchet en el suroeste contribuyó a dar este respiro a 
Mina. Reille había prestado a Suchet muchas de las tropas esta- 
cionados en Aragón y Navarra para el sitio de Valencia. Por con- 
siguiente, la región quedó poco guarnecida. En diciembre de 
1811, sólo había 6.396 soldados para ocupar Navarra, más de la 
mitad destinados en guarniciones y casi 800 en el hospital *. 
Aragón era todavía más vulnerable: la guarnición de Zaragoza 
había quedado reducida a sólo 1.600 hombres. Una vez más, la 
simbiosis entre los ejércitos regulares y las guerrillas no pudo ser 
más clara. Mina sabía que se enfrentaba a una resistencia testi- 
monial, especialmente en el Alto Aragón, de ahí que en este perÍ- 
odo se concentrase en esta región. Finalmente, Suchet obligó a 
Valencia a rendirse, con lo que pudo volver a dirigir sus tropas a 
Aragón y Navarra, pero por entonces Mina ya se había converti- 
do en señor de la región. 

Durante aquel invierno, Mina cortó las comunicaciones entre 
Francia y Aragón. Incluso obligó a Napoleón a movilizar a la 
guardia nacional a fin de evitar incursiones en Francia. Éste era 
un asunto especialmente sensible, dado que se había descubierto 
que ciertos asentamientos fronterizos de Francia estaban ayudan- 
do a Mina, suministrándole comida y proporcionándole guías 
que le ayudaban a pasar al lado francés de los Pirineos*%. En di- 
ciembre se encomendó al general Louis Nicolas Abbé la misión 
de reducir el número de tropas francesas en Navarra. Como en 
ocasiones anteriores, el cambio de mando demostró ser ventajoso 
para Mina, dado que durante cierto tiempo Abbé se vio obligado 
a ocuparse de asuntos administrativos más que a buscar el com- 
bate. El resultado fue que las guerrillas experimentaron su reclu- 
tamiento de mayor éxito en el invierno de 1811-12. De este 
modo, a pesar de haber perdido casi 1.000 hombres durante la 
campaña de 1811, la División de Navarra podía, en enero 


%% Informe del 15 de diciembre de 1811, AAT, C8, 387. 

56 Alexander, Rod of Iron, pp. 126-27. Por ejemplo, en marzo de 1811, Mina había 
conseguido escapar del cerco de Baztán buscando refugio ¡en el interior de Francia! 
Allí, en la región de Alduides, se encontró con una amigable acogida. Carta de Reille 
del 8 de marzo de 1811, AAT, C8, 387. 


231 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
de 1812, contar con más hombres que antes de Lerín. En el otro 
lado, los franceses, aunque mantuvieron la ofensiva durante 
1811, habían perdido muy por encima de los 2.500 hombres ”. 
Incluso durante el año más difícil de su existencia, por tanto, la 
insurgencia pudo continuar siendo efectiva contra los franceses. 
Y cuando comenzó el año de 1812, había menos fuerzas de ocu- 
pación que guerrillas, lo que despejaba el camino a la ofensiva 
navarra. 


3. La extensión de la guerra 


En diciembre de 1811, Mina no sólo había logrado reconstruir 
la División tras el desconcierto de Lerín, sino que incluso había 
comenzado a extender la guerra por el Alto Aragón. El mariscal 
Suchet acababa de eliminar del Alto Aragón a su principal fuerza 
guerrillera, tras la captura y ejecución del partisano Larrodé, co- 
nocido como «el Pesoduro». La tortura y muerte de Larrodé pu- 
sieron de relieve el tratamiento patológico que los franceses, y es- 
pecialmente Suchet, aplicaban a los guerrilleros. Los galos 
cortaron las manos a Larrodé mientras todavía estaba con vida y 
las clavaron a la vista del público antes de arrastrarlo al patíbulo. 
El ahorcamiento de los franceses resultó sin embargo, desastroso, 
ya que la cuerda se rompió varias veces hasta que, al cuarto in- 
tento, Larrodé murió *. 

El sucesor de Larrodé, José Tris, apodado «el Malcarado», era 
ya en diciembre de 1811 una persona profundamente odiada por 
sus extorsiones ”. Asimismo se detestaban sus conexiones con los 


7 El recuento de los muy incompletos registros conservados por Reille, Soulier, Ca- 
farelli y Jouffroy de sus batallas con Mina da como resultado una cifra de 2.565 ba- 
jas, dejando fuera datos de muchos enfrentamientos. 

% «Manifiesto de las acciones del Mariscal de Campo Don Francisco Espoz y Mina», 
AGN, Guerra, legajo 17, car. 53. Era costumbre entre los españoles enseñar las ma- 
nos cortadas de los ladrones convictos, pero al menos los ejecutaban primero. 

% Tbíd.; Espoz y Mina, Memorias, p. 111; y Andrés Martín, Historia de los sucesos mi- 
litares, vol. 2, p. 52. 


232 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


franceses, que sólo salieron a la luz en abril de 1812, cuando es- 
tuvo a punto de poner a Mina en manos enemigas 60 Mina, sin 
embargo, no conocía todavía el alcance de la corrupción de Tris 
y cuando se trasladó a Aragón con tres batallones y la caballería a 
finales de diciembre de 1812 intentó actuar de acuerdo con él. 
Al igual que en el otoño anterior, el objetivo de Mina fueron las 
guarniciones que habían quedado mermadas por Suchet y sus 
campañas en Valencia y Almería. La guarnición de Zuera huyó 
tras recibir noticias sobre la presencia de Mina en la región, y el 
7 de enero de 1812, tras cinco días de asedio, los 200 hombres 
de la guarnición de Huesca se rindieron “. Con estos éxitos, el 
espíritu de resistencia navarra se afianzó en el Alto Aragón, y se 
sentaron las bases para la formación de un batallón aragonés, el 
sexto de la División, configurado aquella primavera. 

Durante su estancia en Aragón, Mina había dejado atrás úni- 
camente al cuarto batallón para que protegiese Sangiiesa y la ruta 
de regreso a Navarra. El general Abbé intentó sacar partido de 
esta situación mandando una fuerza de casi 2.000 hombres, que 
incluía una columna procedente de Aragón a las órdenes de Ca- 
farelli, con el objetivo de eliminar el cuarto batallón. No obstan- 
te, Mina llegó con los tres primeros batallones y la caballería, casi 
6.000 hombres en total, justo cuando Abbé se aproximaba. La 
presencia de la División unificada cogió a Abbé por sorpresa, y se 
vio obligado a adoptar una posición defensiva contra un ejército 
tres veces mayor que el suyo. 

La batalla de Rocaforte, desarrollada el 11 de enero en un ce- 
rro a las afueras de Sangiiesa, demostró ser la acción más impor- 


00 Ésta fue la sorpresa de Robres (relatada en un capítulo anterior) cuando Mina 
fanfanorreó para conseguir su libertad. Tris debía saber que Mina había regresado a 
Aragón en abril expresamente para relevarlo del mando. Lo que tuvo que ver con la 
traición. Mina mandó fusilar a Tris y a su asistente, a algunos regidores de las comu- 
nidades de los alrededores, a un sacerdote local y a un «espía» de Zaragoza por tomar 
parte en la conspiración. 

$! Informe de Cafarelli del 15 de enero de 1812, AAT, C8, 378; Andrés Martín, 
Historia de los sucesos, vol. 2, p. 29; en el «Resumen del segundo regimiento», AGN, 
Guerra, legajo 21, car. 20, se afirma que la guarnición estaba formada por 300 hom- 
bres, tal y como sostiene Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 87. 


233 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


tante desde el ataque por sorpresa de Arlabán. No sólo fue una 
destacada victoria de las guerrillas, sino también la primera ac- 
ción que era presenciada por un alto oficial del ejército español, 
ya que el general Gabriel Mendizábal, comandante del Séptimo 
Ejército e inmediato superior de Mina, había llegado para en- 
contrarse con él justo antes de la batalla. Mendizábal había veni- 
do, en parte, para comunicar a Mina su ascenso a brigadier gene- 
ral, lo que tuvo lugar en el momento preciso para presenciar 
cómo la División destruía la columna de Abbe. 

Por una vez, los franceses contaban con menos caballos, dado 
que Mina tenía a su disposición la caballería de Mendizábal, 
concertada con la suya propia. Los guerrilleros disfrutaban tam- 
bién de un margen de experiencia decisivo, puesto que la mayo- 
ría de los franceses eran nuevos reclutas. Sin embargo, Abbé ha- 
bía ocupado un cerro dominante y poseía piezas de artillería que 
inicialmente provocaron la confusión entre los guerrilleros. Tras 
casi cinco horas de fuego sin resultados definitivos, Mina, que no 
tenía munición suficiente para una batalla prolongada, ordenó 
un ataque con la bayoneta calada. Esta táctica, dada la posición 
de fuerza de los franceses, sorprendió tanto a Mendizábal que 
pensó que los navarros se estaban pasando al enemigo. Sin em- 
bargo, las tropas de Mina pusieron pronto de manifiesto su ex- 
periencia en la lucha cuerpo a cuerpo y tomaron la posición 
francesa, capturando su artillería. Los guerrilleros infligieron 600 
bajas, mientras que ellos sólo perdieron la mitad de ese número. 
Abbé escapó a Pamplona con el resto de su ejército y fue incapaz 
de salir de la ciudad durante algunas semanas %. La batalla de 
Rocaforte inició una nueva fase de la guerra de guerrillas. Por sí 


0% La batalla está narrada en el «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, 
legajo 21, car. 20; «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; 
Andrés Martín, Historia ee los sucesos militares, vol. 2, p. 34; y Espoz y Mina, Memo- 
rías, vol. 1, pp. 88-89. El general Abbé dio pocos detalles de esta baralla, si bien re- 
giscró 264 bajas y 110 heridos que fueron evacuados a Francia en el mes de encro. 
Estas cifras no incluyen las bajas de Cafarelli, y éste no aportó ningún dato en sus in- 
formes. Si sus pérdidas fueron similares a las de Abbé, puede que las bajas fueran 
600. AAT, C8, 387 y 378. 


234 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


mismas, las fuerzas francesas de Navarra ya no pudieron conser- 
var por más tiempo la ofensiva. En efecto, a duras penas podían 
guarnecer Pamplona, Tafalla, Tudela y las otras cinco plazas que 
todavía mantenían tras abandonar las regiones de Estella y San- 
giiesa. Tras Rocaforte, los franceses pasaron a ser presas antes que 
cazadores, mientras que sus guardias se vieron obligados a per- 
manecer en sus puestos en constante alerta, incluso en los alrede- 
dores de Pamplona, y los correos tuvieron que ser enviados con 
escoltas de 600 hombres **. 

Mendizábal no sólo fue testigo de una importante victoria, 
sino también de la mayor atrocidad jamás perpetrada contra los 
franceses por parte de Mina. No hubo prisioneros en Rocaforte, 
porque Mina los ejecutó en el mismo sitio. No está documenta- 
do el número de muertos provocado por este método, ni la reac- 
ción de Mendizábal, aunque, a juzgar por el ulterior entusiasmo 
mostrado hacia el comportamiento de Mina, no debió molestar- 
le demasiado. Por tanto, como resultado de la batalla de Roca- 
forte y del apoyo de Mendizábal a Mina, el gobierno lo ascendió 
poco después al grado de mariscal de campo. La orden de asesi- 
nar a los cautivos fue dada por Mina el 14 de diciembre de 
1811, Decía: «Los oficiales y soldados franceses que sean cogidos 
con armas o sin ellas, en acción de guerra o fuera de ella, serán 
ahorcados y colgados en los caminos públicos, conservándoles su 
uniforme y fijando en sus cadáveres una nota de su filiación» %. 
Rocaforte fue la primera oportunidad para aplicar esta nueva po- 
lítica. Entre los guerrilleros había sido práctica común ejecutar a 
los traidores españoles, y los franceses habían asesinado con fre- 
cuencia a los insurgentes capturados, pero la ejecución de galos 
cautivos no era habitual en Mina. Con anterioridad, los cautivos 
eran conducidos a las prisiones de Valencia. Sin embargo, la nue- 


(5 Informe de Abbé, 1 de febrero de 1812, AAT, C8, 387. 

14. El decreto fue escrito por el ex capuchino Uriz, quien servía de escribano a Mina, 
En realidad, el decreto tenía 23 largos artículos e incluía otras medidas, como la im- 
posición de la pena de muerte para cualquiera que murmurase contra su contenido, 
Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p- 86. 


235 


_ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


va política de rigor emprendida por Mina era respuesta a la esca- 
lada de ferocidad del régimen francés una vez que éste entró en 
su etapa agónica. 

Tras el desastre de Lerín, los franceses actuaron con total im- 
punidad contra los partisanos desmovilizados, sus parientes y 
simpatizantes. El 8 de julio, Reille ordenó ejecutar a 40 volunta- 
rios encarcelados en Pamplona como represalia a las ejecuciones 
efectuadas por Mina de «chacones» capturados, como llamaban 
los guerrilleros a los españoles que servían bajo la bandera fran- 
cesa. En agosto, Reille ejecutó a 22 «bandidos» y a su «feroz» ca- 
pitán en Pamplona. Ya se ha hecho mención al destino padecido 
por Larrodé en Ejea, pero no así el de los 69 hombres capturados 
con él, que también fueron ejecutados. El 27 de octubre, 16 gue- 
rrilleros capturados en Araquil fueron fusilados al instante. Nun- 
ca sabremos el número real de voluntarios asesinados de esta for- 
ma por los franceses. Las fosas comunes representadas en los 
aguafuertes de Goya sugieren que muchos insurgentes debieron 
desaparecer sin dejar rastro %. 

Los no combatientes también sufrieron el terror. En Tafalla 
fueron fusilados durante aquel otoño 11 civiles, y en Pamplona 
14 sacerdotes, monjes y otros «bandidos» se vieron obligados a 
hacer frente al escuadrón de fusilamiento el 2 de octubre. En Ai- 
bar el párroco y otros cinco hombres fueron fusilados, ocho mu- 
rieron en Sangiesa en un solo día de octubre y el 22 del mismo 
mes, otros 22 fueron ahorcados o fusilados en Estella, atrocida- 
des todas ellas registradas por Reille. Desde luego, se arrestaron a 
muchos más de los que fueron ejecutados. Ya en agosto, Reille se 
había quejado de que las cárceles estaban demasiado llenas, ya 
que a lo sumo necesitaba tener a mano 200 prisioneros para lle- 
var a cabo ejecuciones públicas. Pero los arrestos continuaron. 
Desde principios de septiembre a mediados de octubre, Reille 


'% Los datos de estas ejecuciones, detenciones y deportaciones proceden de la corres- 
pondencia de Reille en AAT, C8, 268, 269. Reille dejó un relato derallado de su rei- 
nado de terror, ya que se veía constantemente obligado a responder a la acusación de 
que era ¡demasiado indulgente! 


236 


_ EL REINO DE LA GUERRILLA 


encarceló a casi 600 padres de guerrilleros, y planeó quemar sus 
hogares y fusilar a algunos de ellos con el fin de desalentar a los 
jóvenes para que no se unieran a Mina. Las cárceles empezaron a 
estar atestadas, por lo que Reille tuvo que comenzar a deportar 
en masa a sus prisioneros. En los meses siguientes, centenares de 
ellos fueron enviados a prisiones de Francia. En un solo día de 
octubre, Reille deportó a 300 civiles que, según él, debían acabar 
sus días en algún calabozo francés, dado que eran bandidos y 
siempre serían enemigos %. 

Abbé radicalizó el terror nada más tomar el mando en no- 
viembre. El 3 de diciembre, anunció que 20 «bandidos» custo- 
diados en Pamplona, junto con todos los parientes de los insur- 
gentes que estuvieran encarcelados, serían ejecutados. El 4 de 
diciembre, 22 personas fueron colgadas en Pamplona, y al día si- 
guiente 11 más en Estella por el único crimen de ser parientes de 
voluntarios. Cuatro días más tarde, Mendiry ejecutó a otros 
17 soldados y 17 parientes de los insurgentes. Sus cuerpos fueron 
colgados a ambos lados del camino de Tafalla, en un lugar situa- 
do a pocos kilómetros al sur de Pamplona”. 

Fue en respuesta a todo esto por lo que Mina decidió impo- 
ner su propio estilo de terror. Antes de los asesinatos de Rocafor- 
te, Mina había creado una prisión destinada a prisioneros france- 
ses en el valle del Roncal. Estos hombres se convirtieron en 
chivos expiatorios del terror guerrillero. Cuando los franceses 
ejecutaban a un oficial navarro, morían cuatro oficiales franceses. 
Cuando asesinaban a un soldado, Mina mandaba ejecutar a 20 
soldados franceses *. Se desconoce el número real de prisioneros 
franceses ejecutados de este modo, pero las atrocidades, según 
Mina, consiguieron su propósito: llamar la atención del general 
Abbé. Movido, sin duda, por el reconocimiento de que caerían 
muchos más hombres en manos de la resistencia que al contra- 
rio, Abbé finalmente dejó de tratar a los hombres de la División 


4 AAT, C8, 268, 269. 
67 AAT, C8, 268, 269; Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 3535-57. 
6% Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 360. 


237 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


y a sus parientes como si fueran criminales. Mina volvió más tar- 
de al sistema de dar cuartel a los enemigos capturados, disminu- 
yendo el clima de barbarismo (al menos entre los combatientes) 
durante el último año de guerra %. 

Como resultado de la batalla de Rocaforte, Mendizábal se 
convirtió en un partidario de Mina y su División, consiguiendo 
para él el reconocimiento oficial de su creciente influencia en 
Álava y el Alto Aragón 7”. Con Abbé confinado en Pamplona, 
Mina pudo entonces acantonar sus tropas con seguridad en Este- 
lla, Lumbier y Puente la Reina, donde descansaron durante 
quince días y atrajeron nuevos reclutas. Mientras, sin embargo, 
los acontecimientos que estaban teniendo lugar en otros lugares 
amenazaban con acabar con todos estos logros. 

El 9 de enero, Suchet tomó finalmente Valencia. Lo que 
potencialmente representó un duro golpe para las guerrillas, 
dado que en 1811 obtenían muchas de sus armas y municiones 
desde Valencia. En los primeros días del movimiento, en 1809 y 
1810, las armas de fuego y municiones robadas a los franceses o 
contrabandeadas fuera de Pamplona habían sido suficientes. Se 
crearon tiendas de reparaciones para las armas, y Mina estableció 
«fábricas» en los Pirineos a fin de producir armas y pólvora ex- 
tras, aunque la inseguridad de estas operaciones impidió que se 
expandieran lo suficiente para cubrir las necesidades de la Divi- 
sión a medida que ésta iba creciendo a finales de 1810 y 1811. 
No obstante, las fuerzas españolas en Valencia se las habían inge- 
niado para satisfacer la sed de armas de Mina. En efecto, los con- 
tactos de Mina con Valencia fueron durante meses su única co- 
nexión con la guerra española. Ahora que Valencia estaba en 
manos enemigas, las líneas de suministro de armas e información 
quedaron cortadas ”!. 


*% Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 100. 

7% Mina también presionó, en vano, para que se reconociera su autoridad sobre La 
Rioja y Guipúzcoa. Ibíd., pp. 92-98. 

“l «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20. «Fábricas» 
como las representadas por Goya en sus grabados «Fábrica de pólvora» y «Fábrica de 
balas» tuvieron que ser desplazadas constantemente a fin de evitar su detección. 


238 


EL REINO DE LA GUERRILLA 

Por fortuna, Mina logró encontrar una nueva fuente de mu- 
niciones casi de inmediato. Ya en 1810 la Armada Real británica 
había convertido el golfo de Vizcaya en un dominio inglés, con- 
siguiendo que el tráfico costero fuera casi imposible para los 
franceses ”?. Los ingleses efectuaban pequeños envíos ocasionales 
a los guerrilleros en Asturias, Santander y Vizcaya a cambio de 
prisioneros. Mina ya había probado esta fuente de recursos en 
1811, y ahora estableció contactos regulares a lo largo de la costa 
de Vizcaya ”?. A través de los pequeños puertos de Motrico y Zu- 
maya, la División comenzó a conseguir las armas y municiones 
que necesitaba, casi el doble del número tras 1812. En cuestión 
de ropa, la División se abasteció de sus propios pintorescos uni- 
formes durante la mayor parte de la guerra. Los guerrilleros lle- 
vaban pantalones y chaquetas marrones y altos sombreros. Por 
entonces, en marzo de 1813, los ingleses comenzaron también a 
abastecerles de uniformes ”*. 

Mina no siempre conseguía cambiar prisioneros por suminis- 
tros, aunque también podía efectuar pagos en metálico a los in- 
gleses. Sin embargo, el dinero era abundante dado que en 1812 
Mina tenía casi el control absoluto de los pasos y oficinas adua- 
neras de la frontera navarra, a excepción de Irún, muy protegida 
por los franceses. Mina estimó que fueron 200 los hombres que 
habían trabajado para él en aquellos puestos fronterizos ”*. Su ob- 
jetivo inicial, mientras estuvieron a las órdenes de Félix Sarasa, 
un campesino bien relacionado procedente de Artica, fue elimi- 
nar el contrabando y el bandidaje ”*. Era fácil acabar con el con- 
trabando, dado que algunos de los guerrilleros habían sido con- 
trabandistas y conocían cómo y dónde intervenir el comercio 
ilegal. El bandolerismo fue eliminado tras la derrota perpetrada 


'% Carra del general Thouvenotr a Berthier, 29 de abril de 1810, AHN, Estado, lega- 
jo 3003, núm. 42. 

"3 El 29 de julio de 1811 Mina adquirió 6.000 fusiles a los ingleses en Santona. Ga- 
ceta de la Mancha, 10 de agosto de 1811. 

“1 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car 20. 

7 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 69. 

““ Espoz y Mina, ibíd., p. 20. 


239 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


por Mina sobre los hombres de la Idea en la primavera de 1810. 
En efecto, parece que Mina consiguió controlar las fronteras y 
los principales caminos de Navarra hasta un punto inimaginable 
para los gobiernos españoles de antes y después de la guerra. En 
1811 el comercio con Navarra era más seguro que en ningún 
otro lugar de la Península, siempre que se pagasen los peajes de 
Mina. La División conseguía cerca de tres millones de reales 
anuales procedente de estos gravámenes, lo suficiente para pagar 
sus uniformes y municiones, así como los salarios de la tropa ”, 
La caída de Valencia dejó libres las manos a Suchet, lo que se 
convirtió en una amenaza potencial más grave que la pérdida de 
suministros procedentes de la ciudad. Suchet envió de inmediato 
una columna de 1.800 soldados de infantería y 50 de caballería a 
las órdenes del general Soulier, el cual entró en Sangiiesa a prin- 
cipios de febrero. La columna de Soulier, conocida como los «In- 
fernales» para destacar su efectividad en la contrainsurgencia, ya 
había combatido en una campaña victoriosa contra el Empecina- 
do. Soulier esperaba aislar a los insurgentes en Navarra tal y 
como había hecho en Castilla y en el sur de Aragón. Sin embar- 
go, Mina podía contar con casi 7.000 hombres en febrero. Inclu- 
so descontando aquellos que operaban en Álava y Aragón, toda- 
vía podía llevar a 4.000 soldados contra Soulier. El 5 de febrero, 
la División atacó a los Infernales en Sangiiesa, obligándolos a 
reorganizarse y retirarse a Sos, lugar fortificado donde nació Fer- 
nando el Católico, en la frontera de Aragón. Los franceses sufrie- 
ron 500 bajas antes de hallar refugio en el interior de la for- 
taleza *, 

Desde Sos, la División descendió sobre Tafalla, ocupada por 
una guarnición francesa de casi 500 hombres. Los guerrilleros 


77 «Estado de la totalidad de rentas fijas del Govierno del Reino de Navarra», AGN, 
Estadística, legajo 49, car. 34. 

'* «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y 
Mina, Memorias, vol. 1, pp. 99-100; Andrés Martín, Historia de los sucesos militares, 
vol. 2, p. 35-38. El 15 de febrero de 1812, Cafarelli registró la pérdida de 400 hom- 
bres, si bien en su siguiente informe anotó otros 180 muertos y 4 desertores, hom- 
bres quizás perdidos en la retirada a Sos. AAT, C8, 378. 


240 


_ EL REINO DE LA GUERRILLA 


todavía carecían de las armas necesarias para efectuar asedios y 
tomar el fuerte, y todo lo que pudieron hacer fue ocupar la ciu- 
dad durante unos pocos días, confiscando los depósitos franceses 
y compeliendo a los habitantes con contribuciones antes de mar- 
charse. No obstante, Mina había logrado el control casi comple- 
to de Navarra. 

Sin embargo, en marzo los franceses respondieron finalmente 
a Mina con una fuerza arrolladora. Napoleón reorganizó y con- 
solidó el gobierno militar del norte de España bajo el mando 
unificado de Dorsenne, y trajo a Reille para que dirigiese un 
Ejército especial del Ebro con el objeto de limpiar Navarra y el 
Alto Aragón de insurgentes. Se asignaron a Reille quince regi- 
mientos de infantería, cuatro de caballería, un tren de artillería e 
ingenieros, y miles de gendarmes, que en total alcanzaron una ci- 
fra superior a los 36.000 hombres. Además, se supone que podía 
tener acceso a otras tropas de Cataluña y Aragón. La realidad, sin 
embargo, fue que las tropas de Cataluña nunca participaron en 
la aventura, y Suchet, lejos de contribuir al Ejército del Ebro, 
prestó casi un tercio de las tropas de Reille para llevar a cabo 
nuevas operaciones en el sur de Valencia. Incluso así Reille apor- 
tó a la persecución 25.000 hombres”. 

En una respuesta ya por entonces habitual, Mina envió la mi- 
tad de la División hacia el oeste, a la región de Estella, y la otra 
mitad a las montañas de Roncal y Alto Aragón. No obstante, du- 
rante este tiempo, incluso con su principal fuerza dividida y 
oculta, Mina continuó dominando Navarra. En la primavera de 
1812 no había ninguna necesidad de desmovilizar ni existía 
muestra alguna de desafecto popular como las que tuvieron lugar 
en el verano de 1811. El pueblo se había dado cuenta de que la 
oleada de presión francesa remitiría, como en otras ocasiones, y 
sin embargo las guerrillas permanecerían. Mina se había conver- 
tido incluso en el «pequeño rey» de Navarra, dominando la pro- 


' «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; «Relación 
del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51; Alexander, Rad of Iron, 
pp- 147-48. 


241 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


vincia, estuvieran o no físicamente presentes los franceses. Su su- 
perior red de inteligencia hacía que para las guerrillas fuera fácil 
evitar los encuentros desfavorables y golpear rápidamente a las 
expuestas unidades francesas. Las pérdidas de este período, en es- 
pecial para las guerrillas, resultan imposibles de calcular dado las 
vacíos existentes en los archivos. Al parecer, fueron probablemente 
poco numerosas, a pesar del número de soldados implicados, ya 
que no se produjeron grandes batallas *, No obstante, el número 
de bajas no es la única medida del éxito de las guerrillas, Fue preci- 
samente durante la primavera de 1812 cuando la División estre- 
chó el cerco económico de Navarra, al bloquear Pamplona y co- 
menzar el más espectacular período de reclutamiento en áreas que 
anteriormente estaban fuera de su círculo de influencia. 


4. El pequeño rey 


En diciembre de 1811, Mina había declarado el bloqueo econó- 
mico sobre Pamplona, y en los primeros meses de 1812, la ciu- 
dad estaba aislada del resto de Navarra. Mina prohibió el paso 
de dinero, alimentos y otras mercancías en algo más de un kiló- 
metro y medio en torno a la capital. Los habitantes de Pamplo- 
na fueron declarados enemigos mientras durase la guerra. La 
población podía abandonar la capital para asentarse en territo- 
rio guerrillero, aunque nadie podía regresar a la ciudad. Se pu- 
sieron rocas alrededor de Pamplona que marcaban la línea del 
bloqueo, y Mina estableció una guardia de veinticuatro horas 
en todos los caminos que conducían a la ciudad. El artículo dé- 
cimo del decreto de Mina decía: «Las partidas de voluntarios 
que se fijarán a observar la línea, si viesen que alguno llega a 


%% Uno se puede hacer una idea de las pérdidas francesas si considera que de los 
2.800 soldados de refresco desviados para Suchet en Navarra en marzo, sólo 1.100 
permanecían en activo en abril cuando fueron finalmente enviados a sus unidades. 
Alexander, Rod af Iron, p. 162. Por otro lado, los informes de situación de Pamplona 
registraron sólo 84 bajas en marzo, de forma que los hombres de Abbé tuvieron poca 
actividad, Informes de Abbé del 15 de marzo y 1 de abril de 1812, AAT, C8, 387. 


242 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


tocarla, le harán fuego sin detención, consulta ni orden de na- 
die; y si sano o herido lo apresasen, lo colgarán inmediatamente 
en un árbol» *', 

Con esta medida Mina exigía la completa beligerancia de la 
población civil. Se pidió a los que vivían a una distancia de la ca- 
pital accesible a pie y que dependían del mercado de Pamplona 
para conseguir ingresos que renunciasen a esta actividad. De este 
modo, el bloqueo amenazó con arruinar económicamente no 
sólo a franceses y pamploneses, sino también a todos los habitan- 
tes de la cuenca de Pamplona. Mina era consciente de las dificul- 
tades económicas que había creado, aunque no dudó en penali- 
zar a aquellos que rompieran el bloqueo. Como señalaba en sus 
memorias, «yo no dictaba mis medidas para consentir que se elu- 
dieran» *. Según parece en la práctica fue más indulgente que en 
el decreto, ya que a veces permitió que sus hombres hicieran ol- 
dos sordos de algún transgresor, en vez de fusilarlo o colgarlo. 
Mina mandó asimismo cortar la nariz a los violadores o marcar 
sus frentes con el emblema «Viva Mina». Otra pena frecuente 
fue el embreado y emplumado *, 

Estas severas relaciones con la población civil no eran nada 
nuevas. Los navarros y otros españoles que de algún modo sirvie- 
ron a los franceses siempre eran ejecutados sumariamente tras su 
captura. Incluso las formas más pasivas de colaboración implica- 
ban castigos severos. Los compradores de propiedades embarga- 
das por el Estado francés, por ejemplo, eran obligados a recom- 
pensar a los insurgentes. Y los campesinos de Estella, que en 
1811 fueron obligados a llevar el correo de la guarnición france- 
sa, fueron golpeados, marcados, fusilados o linchados por una 


* Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 86. 

* Tbíd., p. 100. 

*5 Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, pp. 367-74, comenta algunas ejemplos relacio- 
nados con estas penas. El castigo de cortar las orejas era común en Navarra, como tam- 
bién en otras regiones (en la Vendée, los republicanos victoriosos crearon trofeos maca- 
bros ensartando juntas las orejas que cortaban a los infortunados rebeldes). En Navarra 
este castigo se aplicó a un amplio espectro de delitos, incluso a la prostitución. Mina 
llegó a ser conocido como el «corteorejas», por emplear este castigo con frecuencia. 


243 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


colaboración a la que se les había forzado *. La diferencia entre 
lo que estaba ocurriendo en la primavera de 1812 y la etapa pre- 
cedente residía en que la anterior amenaza de represalia guerrille- 
ra se había convertido ahora en evidente realidad. 

José Yanguas y Miranda, rico tudelano afrancesado, fue iden- 
tificado en un control insurgente efectuado en la provincia. En 
enero de 1811, Mina había intentado imponer una contribución 
sobre Tudela; sin embargo, los regidores, Yanguas entre ellos, 
creían que todavía podían permitirse ignorar las demandas de 
Mina. El 20 de mayo de 1812, Yanguas pagó por este desafío. 
En el camino de Valtierra, al norte de Tudela, Yanguas y dos 
compañeros fueron capturados por los hombres de Mina. Como 
demostró el saqueo de Tudela en 1809, no existía ningún afecto 
entre los campesinos armados de la División y los burgueses de 
Tudela *. Mina mantuvo a Yanguas como rehén durante dos 
meses, creándose así un empedernido enemigo. Más adelante, 
Yanguas recordó que en 1812 


,»- todo el país, fuera de las plazas fortificadas por los franceses, es- 
taba bajo el absoluto dominio de las guerrillas de los navarros, las 
cuales habían prohibido toda comunicación con el enemigo, impo- 
niendo pena de la vida (...]. La justicia se hacía en el campo del 
honor, sin la menor formalidad de proceso y no había [término] 
medio entre cortar una oreja, un fusilamiento o la libertad comple- 
ta cuando el acusado tenía la fortuna de persuadir acerca de su ino- 
cencia *. 


Entre aquellos que sufrieron la pena de muerte se encontraron 
los alcaldes de Berriosuso y Orcoyen, villas situadas demasiado 


«Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21. 

* Mayo de 1812 no fue un buen mes para Tudela, El día después de la captura de 
Yanguas, el general Durán y su partida guerrillera procedente de Aragón saquearon la 
ciudad durante una breve ausencia de la guarnición tudelana. Olóriz, Navarra en la 
Guerra de la Independencia, pp. 349-52. 

* Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 303, El secuestro de Yanguas no fue un 
caso aislado. Los guerrilleros secuestraron también a otros oficiales municipales, Ale- 


xander, Rod of Iron, p. 51. 


244 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


cerca de Pamplona para escapar al embrollo francés, si bien fuera 
del círculo del asedio y por tanto sujetas a la ley de Mina. Los 
franceses ordenaron a estas villas que llevasen pienso a la ciudad, 
si bien fueron los mismos alcaldes lo que tuvieron que cumplir la 
orden porque nadie más quería hacerlo. Mina no pudo evitar 
que aquéllos cumpliesen el reparto y regresaran a sus hogares, 
aunque, más tarde y como recompensa, sus perros de presa apu- 
ñalaron hasta morir a los dos hombres mientras dormían *. 

Los hombres de Mina hicieron cumplir el bloqueo con celo. 
Uno de los guerrilleros encargados de detener la comunicación 
con Pamplona envió una nota a Mina sobre un acontecimiento 
del que Yanguas fue testigo durante su cautiverio: «Mi general 
—señalaba— he cogido a un pobre limonero (vendedor de limo- 
nes) y lo he colgado de un árbol por ciertos motivos» *. No se 
necesitaban más justificaciones. La venta de limones a la debili- 
tada población y a la guarnición de Pamplona era castigada con 
la muerte, porque sólo a través de la estricta observancia del blo- 
queo las guerrillas podían negar a los franceses el sustento en Na- 
varra. En abril los alcaldes y regidores que antes se habían some- 
tido a la fuerza francesa y habían llevado cartas para el enemigo, 
comenzaron a desertar al lado de Mina *”, Evidentemente, era 
preferible arriesgarse y perder la propiedad y la familia en favor 
de una causa justa que enfrentarse a una muerte o mutilación 
certeras a manos de los insurgentes. 

El bloqueo de Pamplona fue una de las jugadas más brillantes 
de Mina. A medida que el nudo corredizo se cerraba en torno a 
Pamplona, los franceses se veían obligados a enviar enormes 
fuerzas para conseguir suministros y cortar leña. Las necesidades 
francesas dieron la oportunidad a la División de sorprender a los 
galos mientras se exponían en misiones no militares. Sin duda, la 
población de Pamplona y de sus alrededores sufrieron enor- 


$7 Puigblanch, Oprsculos, p. xxxv. Aunque esta historia fue relatada por uno de los 
enemigos de Mina, no era ajena al carácter de Mina o al de sus hombres. 

'S Iribarren, Espoz y Mina, el guerrillero, p. 304. 

'% «Relación de Estella», AGN, Guerra, legajo 21, car. 21. 


245 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


memente, en especial porque la cosecha de 1811 había sido de 
todos modos escasa. Sin embargo, el sufrimiento de la capital era 
un signo de que la División había impedido efectivamente el ac- 
ceso de los franceses a los recursos del campo. 

En abril de 1812, Mina dio lo que quizás fuera su golpe más 
importante. La División era con mucho muy numerosa y no ha- 
bía reunido todas sus fuerzas desde principios de marzo. Mina 
hizo correr entre los franceses la noticia de que la División estaba 
a punto de reunirse en Aragón, por lo que casi 15.000 soldados 
galos se desplazaron a la provincia vecina para impedirlo. Mien- 
tras tanto, Mina concentró a su primer, cuarto y quinto batallón 
en Arlabán, determinado a lanzar un ataque sorpresa contra los 
franceses, al igual que había hecho un año antes. 

A primera hora de la mañana del 9 de abril, los guerrilleros se 
situaron en el paso, donde sorprendieron a un convoy proceden- 
te de Vitoria. Una vez más, las municiones escaseaban. En esta 
ocasión, a cada voluntario le correspondió dos cartuchos, aun- 
que, al utilizar la habitual táctica de la bayoneta, en realidad sólo 
se efectuó un disparo. En menos de una hora de combate cuerpo 
a cuerpo, el convoy fue capturado. La división mató o capturó a 
800 franceses y rescató a 405 prisioneros de guerra españoles, se- 
gún fuentes navarras. Las fuentes francesas defendieron que el 
número de prisioneros rescatados fue de 300, aunque sólo 150 
hombres del regimiento que escoltaba al convoy escaparon al 
fuerte de Mondragón y otros 55 heridos se arrastraron en retira- 
da hacia Vitoria”, 

Más tarde, durante ese mismo mes, Mina se adentró incluso 
en Aragón. El 22 de abril, en concierto con José Tris, capturó un 
convoy que llevaba una nómina para Pamplona valorada en 
80.000 reales. Poco después, descubrió en Robres la traición de 
Tris y mató a su rival, siendo quizás todo el incidente resultado 


* Dado que ni el segundo ni el tercer regimiento estaban disponibles, la informa- 


ción sobre la segunda sorpresa de Arlabán debe proceder de Andrés Martín, Historia 
de los sucesos militares, vol. 2, p. 49; Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 105; y cartas 
de Thouvenot del 10 y 13 de abril de 1812, AAT, C8, 206. 


246 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


de la lucha por los restos del convoy. En cualquier caso, con la 
desaparición de Tris, Mina reorganizó el contingente aragonés o 
sexto batallón (primero de Aragón). Fue éste el objetivo real de 
todas las incursiones en el Alto Aragón durante los últimos seis 
meses: extender la influencia de la División hacia el este. En un 
año Mina tendría dos batallones funcionando en Aragón. 

Tras el primer ataque sorpresa en Arlabán, los franceses habí- 
an tomado rápidamente represalias en Navarra con un incremen- 
to de las medidas policiales y las multas. Esta vez no pudieron 
hacer nada, De hecho, con Wellington efectuando finalmente 
movimientos amenazadores en Castilla, los franceses se vieron 
obligados a salir prácticamente de Navarra. Sólo mantuvieron las 
tropas al mando de Abbé, cada vez más encerrado en Pamplona, 
Tafalla, Tudela, y las guarniciones fronterizas. Por consiguiente, 
Mina logró en este tiempo el control total de la mayor parte de 
Navarra, e incluso llegó a presentarse a las afueras de Pamplona, 
por entonces aislada en un mar de insurgencia, para mofarse de 
la guarnición”. 

En mayo la División intentó una vez más contactar con los 
ingleses. Los hombres de Mina estaban cargados de prisioneros 
procedentes de Arlabán, y el flujo de nuevos reclutas les obliga- 
ba a conseguir rifles y municiones. Se acordó dejar un carga- 
mento en Zumaya, pero cuando la División acudía al encuen- 
tro a través de Guipúzcoa, Mina se enteró de que una pieza de 
artillería —una presa demasiado valiosa para dejarla escapar— 
iba a pasar cerca de su posición en el camino a Vitoria. Ántes 
de que la División se pudiera ocupar del convoy, sin embargo, 
los franceses utilizaron su cañón para abrir una brecha en la in- 
fantería, y una bala acertó en Gregorio Cruchaga, aplastándole 
ambas manos. Fue evacuado a una fundición de hierro escondi- 
da en la montañas de Aralar. Mina completó la misión de Zu- 
maya, pero a su regresó, Cruchaga había muerto víctima de la 
gangrena ”. 


% «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 
% Ibid. 


247 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Cruchaga, segundo al mando en la División, fue probable- 
mente un oficial de campo más capacitado que Mina. Había 
sido herido algunas veces por su insistencia en liderar a sus hom- 
bres en las cargas de bayoneta. Su pérdida fue un duro golpe 
para la moral de los hombres y de Mina. Aún más importante 
que su talento militar era el prestigio de Cruchaga entre los yo- 
luntarios procedentes de Roncal, quienes formaban la mayoría del 
grueso veterano de la División. Fue Cruchaga quien mantuvo 
unidos a los voluntarios en los peores momentos. Á su muerte, la 
desesperación dominante entre sus soldados hizo que algunos 
desertaran. Era imperioso encontrar lo más rápidamente posible 
a alguien comparable a Cruchaga a fin de reemplazarlo. Resulta 
muy significativo que Mina seleccionase a Juan José, hermano de 
Gregorio, para llenar este vacío. 

Juan José Cruchaga sólo tenía veintiún años y ninguna expe- 
riencia previa en la resistencia. Hasta entonces había dedicado 
los años de la guerra al cuidado de las ovejas de su familia en 
Roncal”. Si Mina lo eligió fue porque, como admitió en sus me- 
morías, Juan José se parecía a su hermano fallecido más que cual- 
quier otro miembro del clan Cruchaga. Este incidente demuestra 
que el liderato en la División todavía se basaba en gran medida en 
la personalidad más que en el rango militar. La capacidad de Gre- 
gorio Cruchaga para dirigir a sus hombres procedía de sus cone- 
xiones con Roncal y de su propio halo personal. Se había conver- 
tido en un fetiche para los hombres del segundo batallón, que les 
aseguraba la victoria. Sólo otro Cruchaga podía reemplazarlo %. 

A finales de mayo, la División se enfrentó a los franceses en 
tres acciones menores alrededor de Santa Cruz del Campezo, en 
la frontera con Álava. En la última de éstas tuvo lugar un aconte- 
cimiento que demostró una vez más hasta qué punto dependía la 


% Como Javier Mina, Juan José Cruchaga fue educado en Zaragoza, según los regis- 
tros relacionados con una petición de su padre a favor del reconocimiento del estado 
noble de su hijo. APN, Pamplona, Ros, legajo 121, car. 114. 

'* Lo que tiene un paralelismo obvio con la sustitución en mando de Javier Mina 
por el propio Mina y la adopción del nombre de su sobrino. Como Mina, el joven 
Cruchaga se convirtió en un digno sucesor. 


248 


pe EL REINO DE LA GUERRILLA 
disciplina de la influencia personal y cómo esta dependencia po- 
día dejar paralizada la insurgencia cuando alguno de sus líderes 
resultaba herido. En un combate con 2.000 soldados franceses 

rocedentes de Álava, Mina recibió un disparo que le hirió en la 
pantorrilla, Tal y como ocurría cuando un comandante caía en 
combate, la batalla degeneró en otro conflicto ilíaco por el cuer- 

o del héroe caído. Crisis de este tipo ya habían tenido lugar en 
la batalla de Tarazona, cuando Cruchaga y Mina fueron heridos, 
así como en el conflicto militar en el que Cruchaga perdió su 
vida. Después de cada uno de estos incidentes, los guerrilleros 
parecían perder el rumbo, lo que abría el camino hacia la derro- 
ta. Los fracasos de Belorado y Lerín tuvieron lugar en el momen- 
to en el que ni Mina ni Cruchaga estaban presentes como conse- 
cuencia de las serias heridas que ambos recibieron. También esta 
vez, aunque la División pudo conservar sus posiciones y pudo 
continuar operando de forma limitada durante el mes de junio, 
la ofensiva guerrillera quedó paralizada ”. 

Mientras Mina se recobraba en el monasterio de Irache, los 
guerrilleros efectuaron varias escaramuzas contra los franceses en 
numerosos frentes. Las fuerzas francesas en Pamplona casi alcan- 
zaban, en este período, los 4.000 soldados de infantería y los 500 
de caballería. Además se habían restablecido o reforzado guarni- 
ciones en Arriba, Caparroso, Irurzún, Lecumberri, Tafalla y Tu- 
dela, y se habían situado otras guarniciones a lo largo de la fron- 
tera francesa en Burguete, Elizondo, Fuenterrabía, Irún, Maya, 
Orbaicera, Roncesvalles, Santistebán y Urdax. No obstante, 
Abbé difícilmente podía contar con las tropas emplazadas en 
aquellas guarniciones. Las que estaban acuarteladas en la Ribera 
eran particularmente importantes para la ocupación, dado que 
aseguraban las rutas de abastecimiento de Abbé a la rica agricul- 
tura del valle del Ebro. Además, las guarniciones de la Ribera a 
menudo fueron las únicas fuentes de información de Abbé con el 
resto de España. Como resultado de estas limitaciones, los fran- 


% «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20; Espoz y 
Mina, Memorias, p. 117. 


249 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
ceses no pudieron situar más de 4.000 hombres sobre el terreno 
de una sola vez, y por regla general las columnas enviadas desde 
Pamplona no llegaron a los 2.000 hombres %. Así pues, incluso 
durante el período de convalecencia de Mina, los franceses fue- 
ron incapaces de retomar la ofensiva. 

En comparación, la División contaba con alrededor de 8.000 
hombres, todo ellos activos, dado que la inteligencia, el avitualla- 
miento y los demás servicios esenciales eran por entonces pro- 
porcionados automáticamente por civiles. Con sus fuerzas al 
completo, cada batallón de infantería contaba con 1.200 hom- 
bres, y la caballería con casi 800. Esto significaba que un solo ba- 
tallón de navarros curtidos en la guerra podía casi equipararse a 
las tropas menos experimentadas que Abbé normalmente empla- 
zaba en el campo de batalla. Por consiguiente, aunque todavía 
no podían contar con Mina para que coordinase sus acciones, los 
batallones comenzaron a operar con independencia o en colabo- 
ración con compañías prestadas por otros batallones. Durante 
1812 el primero, segundo, tercero y el quinto batallón se situa- 
ron en el extremo oeste, a veces en Álava, otras en Estella, o a lo 
largo de la frontera guipuzcoana. Para los franceses, estas regio- 
nes quedaron por entonces inaccesibles durante largos períodos. 
El tercer batallón, junto con algunos soldados de caballería, aca- 
bó con el intento de una columna de 2.000 franceses de efectuar 
requisiciones en el valle de Lana, un reducto de depósitos de su- 
ministros y de alojamiento seguro para las guerrillas, cercano a 
Estella. El cuarto batallón patrulló por el camino entre Pamplo- 
na y Roncesvalles, lo que dificultó la comunicación con Francia, 
aisló las guarniciones de Roncesvalles y Burgete durante días y 
estorbó, por lo general, las requisiciones en el centro-norte de 
Navarra. El sexto batallón, por entonces situado en suelo arago- 
nés, obligó a las guarniciones francesas allí emplazadas a que per- 
manecieran dentro de sus fuertes ”. Por consiguiente, todo el 


** «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. 


* La guarnición de Huesca, que se rindió en enero de 1812, había sido por entonces 
reemplazada. Marc Desbouefs, nuevo comandante de Huesca, recordaba su sensa- 


250 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


conjunto de ciudades aragonesas que previamente había estado 
dominado por los franceses escapó, por vez primera, de sus obli- 
gaciones impositivas. En junio, Benavarre, Barbastro, Tarazona, 
Borja y Jaca dejaron de estar fiscalizadas, y en el otoño la lista se 
amplió a Teruel, Daroca, Alcañiz y Calatayud ”. 

Mina volvió a la acción en la primera semana de julio, llevan- 
do la mitad de sus fuerzas a Vitoria, donde puso asedio a la ciu- 
dad y encerró en su interior a la división de Cafarelli, mientras 
otras unidades guerrilleras recuperaban diferentes cargamentos 
de armas en la costa de Vizcaya. Los franceses de Vitoria eran en 
realidad algo superiores en número a los guerrilleros, por lo que 
intentaron presentar batalla en los llanos de las afueras de la ciu- 
dad. Sin embargo, por entonces, ya no eran equiparables a la Di- 
visión, incluso en una batalla regular. Los franceses perdieron 
300 muertos en una «carnicería» que duró cinco horas, antes de 
que el comandante francés ordenase la retirada de sus tropas a la 
ciudad. Era la primera vez que el pueblo de Vitoria veía cómo 
una fuerza española derrotaba al enemigo, lo que impulsó a 
la población a encaramarse a las murallas para presenciar la 
acción ”. 

Mina situó entonces a la mayor parte de sus hombres en y al- 
rededor de Puente la Reina a fin de que sirviera de enlace entre 
Pamplona y la Ribera. Desde Puente podía dirigirse hacia el este, 


ción de aislamiento. Los guerrilleros dominaban la ciudad, mientras él y sus hombres 
permanecían encerrados en la fortaleza que, sin embargo, no podía ser tomada por 
los aragoneses porque carecían de artillería. Los franceses se veían obligados a salir de 
noche a hurtadillas llevando alpargaras que amortiguaban el sonido de sus pasos con 
objeto de poder robar suministros. Desboeufs, Souvenirs, p. 184. 

M- Alexander, Rod of Iron, p. 193. 

» En julio la División consiguió su propia imprenta, lo que permitió que cada bata- 
llón dejase relatos detallados de sus actividades. Estos registros se publicaron bajo el 
título Colección de los trimestres de la División de Navarra, y se encuentran en 
el AGN, Guerra, legajo 17, car. 53. Los «trimestres» casi siempre coincidieron con 
los relaros del segundo y el tercer batallón, y Andrés Martín los utilizó para recons- 
truir su historia. Además, dado que incluyen los despachos del primero y del cuarto 
batallón, así como del aragonés y del alavés, constituyen la mejor fuente narrativa del 
último año y medio de la guerra y se ucilizarán, a partir de aquí, con preferencia a 
otras fuentes, excepto cuando existan discrepancias. 


251 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN —— 


por el camino de Tafalla, o hacia el oeste, hacia Estella, si Abbé 
intentaba pasar por esta vía rumbo a Castilla. Durante el resto de 
julio, Mina, cuya herida se había vuelto abrir en la batalla fuera 
de Vitoria, no dirigió los batallones en ninguna acción. Sin em- 
bargo, el sexto batallón, en Aragón, y el cuarto, situado alrede- 
dor de Roncesvalles, continuaron en activo. En julio los aragone- 
ses destruyeron un destacamento enviado para escoltar a un 
grupo de simpatizantes patriotas a la prisión de Huesca, y ataca- 
ron a otro procedente de Huesca y a otros dos de Zaragoza, dan- 
do muerte a 95 soldados enemigos y capturando a 60, mientras 
que sólo sufrieron 28 bajas. El cuarto batallón obligó a una co- 
lumna que trataba de requerir ganado ovino en Valcarlos a diri- 
girse a la ciudad de Roncesvalles, matando a 58 soldados y cap- 
turando ocho prisioneros. El quinto batallón estuvo en activo 
alrededor de Vitoria y combatió en lugares tan distantes como 
Guipúzcoa. En septiembre apareció un nuevo núcleo de insu- 
rrección cuando los hombres de los servicios aduaneros de Mina 
comenzaron a realizar sus propias operaciones militares. En Baz- 
tán mataron a 60 franceses y capturaron a seis más en dos em- 
boscadas diferentes. 

No obstante, el núcleo real de insurgencia continuaba estan- 
do en el campamento de Mina en Puente. Desde agosto a di- 
ciembre de 1812, los franceses difícilmente consiguieron mover- 
se de Pamplona sin atraer la atención de las guerrillas de Puente. 
El combate se aproximó todavía más a la capital, a medida que 
los insurgentes conseguían controlar todas las villas de la llanura 
de Pamplona. Para los franceses, incluso la búsqueda de alimen- 
tos y combustibles en un espacio situado a una hora de la ciudad 
se había convertido en una misión peligrosa. 

El 10 de agosto, el primero y el segundo batallón pusieron 
asedio a la guarnición situada en el fuerte conocido como la 
«casa Colorada», localizada a casi un tiro de cañón de la muralla 
de la ciudad, y mataron a 49 de los soldados de su interior. El 13 
de agosto, en una acción en Astráin, Mina recuperó 70 sacos de 
grano que fueron redistribuidos entre la población. Tres días más 
rarde, una columna francesa de 1.400 hombres fue obligada a re- 


252 


0 EL REINO DE LA GUERRILLA 

gresar a Pamplona antes de que pudiera comenzar a requisar. Y el 
19 de agosto tuvo lugar lo que Mina denominó como el día de la 
humillación de Abbé, cuando el primero, segundo, tercero y el 
quinto batallón aplastaron a una columna de 3.200 hombres en 
el camino de Tafalla, cerca de Tiebas. Abbé había ordenado traer 
grano desde Tudela a Tafalla de forma que pudiera escoltarlo en 
persona a la capital. No sólo perdió la carga de grano y un carga- 
mento de armas, sino que dejó 320 muertos en el campo de ba- 
talla. Cientos más fueron heridos, incluido Chacón, el más fa- 
moso de los chaqueteros. Chacón murió y fue enterrado en 
Pamplona poco después de la batalla '", 

El 29 de agosto, los franceses intentaban cortar leña en el Ta- 
jonar, un monte situado al sur de Pamplona. Abbé había dejado 
la capital sin sus mejores tropas a las que había enviado a esta 
misión; sin embargo, Mina, enterado del proyecto, atacó a Abbé 
con tres batallones y su caballería. Los guerrilleros hicieron retro- 
ceder a los franceses, a excepción de las cargas de leña y los carros 
que habían llevado para transportarlas, hacia Pamplona tras infli- 
girles 45 bajas. Para demostrar el cambio de equilibrio de poder 
en Navarra, Mina formó a sus batallones en columnas, situándo- 
los en las proximidades de las murallas de la ciudad durante al- 
gunas horas para burlarse de la guarnición. En esta y otras accio- 
nes durante julio, agosto y septiembre, las guerrillas mataron a 
1.144 franceses y capturaron a otros 213. 

Esta pauta continuó hasta finales de noviembre. Las guerrillas 
cogieron a Abbé cinco veces intentando extraer contribuciones 
en la llanura de Pamplona. En cada ocasión Abbé fue obligado a 
retirarse a la ciudad con enormes pérdidas. En octubre y noviem- 
bre, los franceses perdieron 887 hombres, entre muertos y captu- 
rados, y cientos más fueron hospitalizados en Pamplona. En el 
día después de una batalla particularmente sangrienta, empren- 


100 A principios de 1812, los informes de situación elaborados por el general Abbé 
en AAT, C8, 387 son más detallados, Por tanto, se pueden utilizar para complemen- 
tar los Trimestres. Abbé registró 405 bajas, menos que las defendidas por las guerri- 
llas, aunque desde cualquier perspectiva fue una gran derrota. 


253 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
dida el 11 de octubre, los hospitales de Pamplona dieron entrada 
a 548 soldados franceses heridos. A pesar de todo, Abbé no tenía 
otra elección que continuar efectuando estas salidas, dado que la 
guarnición se había visto reducida a vivir prácticamente en los lí- 
mites de la subsistencia como consecuencia del bloqueo. Desde 
el mes de diciembre anterior, el bloqueo guerrillero se había ido 
haciendo cada día más completo, de forma que los campesinos 
ya no se atrevían a traer provisiones a la ciudad. Al final, el único 
modo de conseguir alimentos fue enviar columnas de miles de 
soldados, que incluso así no estaban a salvo. Para estas columnas 
de requisición resultaba particularmente desmoralizador, se que- 
jó Abbé, regresar con las manos vacías, como lo hacían a menu- 
do, tras batallar todo el día con los guerrilleros '”, Además, du- 
rante aquellos meses el sexto batallón aumentó su presencia en 
Aragón. En una serie de emboscadas contra los convoyes y las 
columnas que se movían entre las guarniciones del norte, los ara- 
goneses mataron a 139 enemigos y capturaron a 39. Al mismo 
tiempo, el quinto batallón, que operaba ahora en Guipúzcoa, y 
algunos cuerpos de observación, situados a lo largo de la frontera 
francesa, informaron de haber matado a otros 227 soldados fran- 
ceses y capturado a otros 14, 


5. El final de la guerra 


A finales de noviembre, Mina pasó a Aragón con efectivos de los 
primeros dos batallones y parte de la caballería, elevando el nú- 
mero de las tropas que allí se encontraban hasta casi 3.500 hom- 
bres '”. En un solo mes de operaciones destruyó una columna 
procedente de Ayerbe, amenazó la guarnición de Huesca y atacó 
otra columna fuera de Jaca, dando muerte a 248 hombres y cap- 


"Los apuntes de Abbé desde agosto en adelante están llenos de historias de partidas 
de requisición que sufrían emboscadas, perdían sus carros y caballos y regresaban sin 
nada que compensase sus desvelos. AAT, C8, 387. 

19% Alexander, Rod of ron, p. 197. 


254 


EL REINO DE LA GUERRILLA 

turando a otros 72, Durante todo el año, desde la captura de 
Huesca en enero de 1812, los guerrilleros mataron y capturaron 
al menos a 5.500 soldados franceses, sin tener en cuenta a los 
que fueron incapacitados por heridas o por enfermedad. 

1813 fue un año de asedios y operaciones llevadas a cabo en 
combinación con unidades regulares a las órdenes de Wellington 
o de algún otro comandante aliado. A medida que avanzaban los 
ejércitos aliados, los franceses se fueron retirando durante algu- 
nos meses a través del territorio controlado por la División de 
Navarra, lo que hizo que la presencia guerrillera fuera más im- 
portante que nunca, en tanto que los guerrilleros desbarataron la 
retirada, prendieron a miles de soldados que de otra manera ha- 
brían entrado en combate con Wellington, y limpiaron las últi- 
mas bolsas de resistencia de los Pirineos. Durante los pocos últi- 
mos meses de combates, el cambio de circunstancias obligó a 
Mina a abandonar las estrategias y tácticas de la fase «heroica» de 
la guerra de guerrillas a fin de cumplir, sin demasiada brillantez, 
los objetivos más ambiciosos de la ofensiva aliada. 

El último año completo de la guerra en Navarra se inició con 
el regreso de Mina procedente de Aragón en enero de 1813. Con 
cinco batallones y la caballería, una vez más acampados en los al- 
rededores de Puente la Reina, los insurgentes se situaron de tal 
forma que volvieron a imponer el bloqueo total sobre Pamplona. 
El mariscal Bessiéres enjuició, desde San Sebastián, la situación en 
una carta enviada al ministro francés de la Guerra. Los suminis- 
tros se estaban agotando en Pamplona y Abbé debería abandonar 
pronto Navarra si no recibía un refuerzo de al menos 20.000 
hombres, El ejército a las órdenes de Mina se había vuelto «tan 
numeroso, tan bien aguerrido que el general Abbé ya no está en 
condiciones de enfrentarlo con una división de las mejores tropas 
del emperador». La capacidad de Abbé para administrar la pro- 
vincia era «absolutamente nula», según Bessitres, y la decisión 
más prudente sería admitir la derrota en Navarra y retirarse !%, 


103 Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, pp. 367-69. Ésta es una de las 


piezas de la correspondencia capturada impresas por Olóriz en sus apéndices. 


255 


= LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


A pesar de todo, incluso tras el desastre ruso, cuando las tro- 
pas del ejército de España hubieron de ser llamadas a Francia, 
Napoleón se negó a abandonar Navarra. Por consiguiente, las 
tropas francesas que languidecían en Navarra, aunque no fueran 
equiparables a la División, pronto fueron obligadas a intentar 
romper el bloqueo a fin de evitar la congelación y el hambre. El 
28 de enero, Mina cogió a Abbé (llamado, por entonces, el «le- 
ñador» por parte de los guerrilleros) entre Pamplona y Tafalla in- 
tentando conseguir combustibles y alimentos para la capital, y el 
7 de febrero paralizó otra expedición en la ciudad de Tiebas. En 
estas acciones, las guerrillas infligieron casi 1,100 bajas. 

El suceso más importante de este período fue, sin embargo, la 
adquisición por parte de Mina de armas para el asedio. Los in- 
gleses desembarcaron dos grandes cañones en Zumaya, en la cos- 
ta de Guipúzcoa, el 1 de enero. Un pequeño destacamento de 
hombres de Mina se dedicó durante la siguiente semana a trans- 
portar las preciadas armas por los pasos más difíciles y remotos 
que se pudieran imaginar, mientras el grueso de la División se 
diseminaba en todas direcciones a fin de proporcionar un respal- 
do seguro a la operación. El 9 de febrero, el cañón fue situado 
frente a las fortificaciones de Tafalla. Después de Pamplona, Ta- 
falla era la plaza fortificada más importante de Navarra. Los 
franceses habían empleado años en reforzar el castillo y en trans- 
formar un convento en un fuerte con fosos y murallas exteriores. 
La guarnición, por lo general formada por 400 ó 500 hombres, 
era la clave de las comunicaciones francesas entre Pamplona y el 
resto de España. Los miles de vidas que Abbé había sacrificado 
en expediciones a Tafalla en busca de suministros e información 
eran prueba de la importancia del lugar. Ahora, recién derrotado 
en las llanuras meridionales de la ciudad y obligado a retirarse 
tras las murallas de Pamplona, Abbé reaccionaba con total pasi- 
vidad ante el inicio del bombardeo de Tafalla. 

Tras un día de bombardeos, se abrió un brecha en la muralla 
externa del recinto, y Mina intentó tomarlo por asalto. Al igual 
que Wellington, Mina se dio cuenta de que su particular talento 
y el de sus hombres no estaban preparados para operaciones de 


255 


EL REINO DE LA GUERRILLA 


asedio, y el foso pronto comenzó a llenarse de cadáveres nava- 
rros. Mina ordenó detener la acción y envió una embajada para 
proponer la rendición. Los franceses la rechazaron al principio, 
ya que pensaban que Abbé acudiría en su ayuda en cualquier 
momento. Sin embargo, al día siguiente, se dieron cuenta de que 
aquella vez no iban a ser rescatados, de modo que se rindieron. 
De los defensores, 330 salieron para dejar sus armas, 52 fueron 
hospitalizados y 30 murieron en el sitio. Los guerrilleros destru- 
yeron las fortificaciones, incluyendo un castillo que había sido 
una de las joyas de la arquitectura medieval de Navarra. 
Rápidamente, Mina trasladó estas nuevas armas y 1.400 
hombres a Sos, que contaba con una de las ciudadelas más po- 
derosas de Aragón. Los dos cañones de gran calibre y otros dos 
pequeños destruyeron parte de la vieja muralla de la ciudad, y 
los guerrilleros tomaron Sos por asalto. La fortaleza, sin embar- 
go, era demasiado sólida para esta artillería. Aunque se hizo es- 
tallar una mina, esta acción tuvo un efecto limitado quizás por- 
que la División aún no contaba con ingenieros que dirigiesen 
operaciones de asedio. Durante seis días Mina bombardeó cada 
una de las piedras de la fortaleza de Sos. Al séptimo, el general 
Paris llegó desde Zaragoza con 3.500 soldados de infantería y 
250 de caballería. Extrañamente, en vez de enfrentarse a los 
guerrilleros, los cuales eran menores en número y se habían reti- 
rado a un cerro no lejano, Paris simplemente evacuó la guarni- 
ción. De este modo, se consiguió el objetivo de la expedición 
incluso aunque fracasara el asedio. De los 160 hombres de la 
guarnición de Sos, 32 murieron. Durante la evacuación Mina 
atacó la retaguardia de Paris, infligiéndole otras 150 bajas '”. 
Por entonces corría el mes de marzo. Se estaba formando un se- 
gundo batallón aragonés —el séptimo de la División— y otro 
se estaba iniciando en Álava —el octavo de la División—, de 
manera que el ejército de Mina contaba con casi 10.000 hom- 
bres. Desde Aragón, Álava, Guipúzcoa y Navarra venían infor- 
mes de los diferentes enfrentamientos, no todos gloriosos, pero 


101 Alexander, Rod of Iron, pp. 211-12. 


257 


todos demasiado costosos para una ocupación que estaba co- 
menzando a dar señales de colapso. 

La acción más valerosa de marzo no implicó a ninguno de los 
batallones, sino a un pequeño grupo de observación de 15 hom- 
bres estacionado en Vera de Bidasoa. El comandante de esta uni- 
dad, Fermín de Leguía, decidió que podía asaltar con unos pocos 
seguidores una importante fortaleza costera en Fuenterrabía, lo- 
calizada a sólo unos pocos kilómetros de la frontera francesa. El 
11 de marzo, utilizando una escala improvisada con cuerdas y 
clavos, Leguía y su compañeros escalaron las murallas de la forta- 
leza, capturaron a su único centinela, y dejaron que el resto de la 
partida entrara por la puerta delantera. Juntos desarmaron al res- 
to de los soldados (la mayoría de la guarnición dormía en casas 
en la ciudad) y comenzaron a destruir el castillo. Los navarros 
inutilizaron tres grandes cañones, tiraron al mar 4.100 balas, y se 
llevaron todas las armas de fuego más pequeñas que pudieron 
para su propio uso antes de prender fuego al interior del castillo. 
Cuando las llamas y las explosiones comenzaron a despertar a los 
franceses en la ciudad de Fuenterrabía, ya era demasiado tarde 
para capturar a Leguía o para detener el fuego. La destrucción de 
la fortaleza de Fuenterrabía por 15 hombres fue uno de los suce- 
sos más heroicos de la guerra. Incluso cuando Mina comenzó a 
utilizar las tácticas regulares de batalla y a sitiar fortalezas con ar- 
tillería, la principal característica del combate guerrillero conti- 
nuó estando en acciones espontáneas y aisladas, a menudo las 
más dramáticas. Durante los tres primeros meses de 1813, los 
guerrilleros habían dado muerte o capturado a 2.777 soldados 
franceses. 

Las buenas noticias llegaron a España en enero de 1813. Na- 
poleón había encontrado el desastre en Rusia. El 17 de marzo de 
1813, José abandonaba Madrid por última vez. De allí salió una 
larga marcha de enormes y bien defendidas columnas formadas 
con los expolios de la guerra y arrastrando una multitud de 
afrancesados, un botín de guerra de talentos cuya pérdida consti- 
tuyó una de las heridas más duraderas infligidas por Francia a 
España. Las columnas pasaron por Burgos y llegaron a Vitoria, 


258 


_ EL. REINO DELLA GUERRILLA 

donde José planeó resistir por última vez a los aliados. Los bas- 
tiones guerrilleros de Aragón, Navarra y el País Vasco pronto co- 
menzaron a llenarse de miles de soldados franceses en retirada. El 
general Clausel llevó 13.000 soldados de infantería y 1.200 de 
caballería a Navarra, donde se unieron a los 5,000 soldados de 
Abbé para perseguir a Mina. Las dimensiones de estas fuerzas pa- 
recerían ajustarse a los requerimientos planeados por Bessiéres 
para ocupar Navarra. Á pesar de todo, incluso con más de 19.000 
soldados, los franceses no consiguieron ocupar la provincia, 

En contraste con la situación creada tras Bailén, momento en 
el cual la provincia también se vio inundada de tropas en retira- 
da, no se produjo el colapso de la resistencia en abril de 1813. 
De hecho, la primera acción de los hombres de Clausel resultó 
un completo desastre. Clausel situó 5.000 soldados en Lodosa, 
una gran ciudad en el río Ebro. De éstos, 1.220 a las órdenes del 
coronel Gaudin fueron enviados a poca distancia, al norte de Le- 
rín (lugar de la mayor derrota de las guerrillas) a fin de recaudar 
contribuciones. Mina, que independientemente había ordenado 
una reunión en Lerín para el mismo día, se encontró perfecta- 
mente situado para atacar por sorpresa el destacamento francés. 

Mina atacó a Gaudin con el segundo batallón, efectivos del 
sexto y la caballería. Las tropas que permanecían en Lodosa fue- 
ron neutralizadas por un cordón establecido para que nadie pu- 
diera escapar de Lerín en busca de auxilio. Por consiguiente, 
Mina aniquiló la columna de Gaudin, matando a 462 soldados y 
capturando a 635. Sólo tres hombres, incluyendo al mismo Gau- 
din, lograron escapar a caballo. Sin embargo, incluso después de 
llegar a Lodosa no hubo ningún intento de perseguir a la Divi- 
sión y de rescatar a los cautivos. La cobardía del oficial al mando 
en este enfrentamiento, la incapacidad del resto de las fuerzas de 
Clausel en Lodosa para unirse a la lucha y el hecho de que el 60 
por ciento de una larga columna se viera obligado a rendirse a las 
guerrillas eran signos de la decadencia de la capacidad militar 
francesa. 

Wellington, que avanzaba rápidamente hacia el este a través 
de Castilla, había pedido a Mina que se ocupase de Clausel y que 


259 


e _LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

le impidiese reforzar a José Bonaparte. No obstante, la División 
era todavía demasiado numerosa para mantenerse unida. Para 
cumplir la solicitud de Wellington, Mina mandó a sus batallones 
para que operasen por separado. El primero y el segundo comba- 
tieron en Álava, el tercero, cuarto, quinto y octavo en Navarra, y 
el sexto y el séptimo batallón en Aragón. Los franceses consiguie- 
ron de nuevo efectuar requisiciones en extenso. Incluso penetra- 
ron en Roncal con 14.000 hombres, incendiando y saqueando, 
obligando a Mina a evacuar sus hospitales. Durante todo este 
tiempo, empero, Clausel no consiguió ninguna victoria en la ba- 
talla. Los guerrilleros fueron maestros en evitar a la principal 
fuerza de Clausel, y resultaron mortíferos contra destacamentos 
y rezagados. La División dio muerte o capturó a 414 soldados 
enemigos a finales de abril y en mayo, y las pérdidas totales de 
Clausel en Navarra ascendieron a casi 2.500 hombres. 

Clausel había soportado demasiado. Ya el 4 de mayo había 
escrito a José quejándose de que necesitaría como mínimo 
20.000 hombres y quizás 25.000 —junto con los que tenía 
asignados en funciones de guarnición— para destruir a Mina. 
Cuando se percató de que en las condiciones presentes no reci- 
biría este nivel de refuerzos, sugirió, como Bessitres había he- 
cho antes, que Navarra fuera evacuada. «Lo veo todo perdido 
en Navarra —escribió Clausel—. [No hay] ninguna esperanza 
en la empresa: voy a abandonar...» '”. No pudo ver cumplidos 
sus deseos hasta meses más tarde, de tal manera que todavía se 
encontraba en Navarra cuando se produjo la batalla de Vitoria 
el 21 de junio. Mina había conseguido mantener ocupados a 
19.000 soldados que podían haber cambiado la suerte de We- 
llington en la batalla. Igualmente, otros 35.000 hombres habían 
sido entretenidos en Aragón no sólo por los guerrilleros de la 
División, sino también por otros que luchaban a las órdenes de 
otros comandantes !'%, 


10% Clausel a José Bonaparte, 4 de mayo de 1813. La carra fue interceprada por los 
guerrilleros e impresa en los Trímestres, AGN, Guerra, legajo 17, car. 53, 
1% Alexander, Rod of Iron, pp. 220-21. 


260 


- EL REINO DE LA GUERRILLA 


Tras Vitoria los franceses abandonaron Tudela y Zaragoza, 
dejando tras de sí una fuerza testimonial de entre 500 y 600 
hombres dentro de la fortaleza. Zaragoza tendría que enfrentarse 
a otro asedio. Mina dispuso sus tropas frente a las murallas el 
4 de julio, aunque luego se vio obligado a esperar a la artillería 
durante casi un mes. Finalmente, a últimos de julio, comenzó el 
bombardeo. El 2 de agosto, su cañón acertó en el polvorín de la 
fortaleza y los 405 soldados franceses que seguían vivos se rindie- 
ron. El 23 de agosto, la guarnición de Mallén se rendía con pér- 
didas de 43 hombres. San Sebastián y Pamplona fueron asimis- 
mo sitiadas, rindiéndose la primera el 17 de octubre y la última 
el 31. 

Durante aquel otoño, las guerrillas comenzaron los asedios de 
Jaca y Monzón, las acciones menos brillantes emprendidas por la 
División. Se formó el noveno batallón, tercero en Aragón, para 
ayudar a limpiar España de las últimas tropas francesas. Estos 
soldados fueron más efectivos que nunca a la hora de castigar a 
los franceses cuando éstos intentaban requerir o hacer pastar sus 
animales fuera de sus recintos; sin embargo, el asalto de las ciu- 
dadelas que quedaban estaba realmente fuera de su alcance '”. 
Monzón no se rindió hasta el 15 de febrero de 1814, y la guarni- 
ción de Jaca abandonó dos días más tarde, tras soportar casi seis 
meses de bloqueo y una serie de apocados asaltos. En estos ase- 
dios y en otras acciones que se ordenaron emprender a Mina, los 
franceses perdieron 1.206 hombres, entre muertos y prisioneros. 

Tras varias batallas en los alrededores de Baigorry y St. Jean de 
Pie de Port, el día 14 de abril se llevó a cabo la última batalla de 
la guerra en Bayona. Cuatro días más tarde, Wellington y Soult 
firmaron un armisticio que implicó el final de seis años y dos 
meses de hostilidades tras el ataque de la ciudadela de Pamplona. 
Sin embargo, el final de la guerra todavía estaba lejos para Mina 
y las guerrillas. 


1%” ¿Operaciones militares del Séptimo Regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 5. 


261 


CAPÍTULO 9 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


1. Exterminio e imperialismo francés 


Entre 1808 y 1814, los franceses destruyeron aparentemente el 
movimiento guerrillero de Navarra en cuatro ocasiones, para 
después comprobar cómo renacía con mayor fuerza que antes. 
Eguaguirre y Gil fueron expulsados de Navarra en el otoño de 
1808; sin embargo, fueron reemplazados por Javier Mina a 
principios de 1809. El corso terrestre de Javier se disolvió tras 
la captura de su líder por parte de Dufour en marzo de 1810. 
A su vez, Francisco Espoz y Mina sustituyó a Javier en la pri- 
mavera de 1810. Por dos veces en los siguientes dos años, en 
Belorado y Lerín, la División de Navarra de Mina fue prácti- 
camente aniquilada, pero en cada ocasión las guerrillas se recu- 
peraron con rapidez, y en 1812 llegaron a dominar Navarra, el 
Alto Aragón y ciertas partes de las provincias vascas. En este 
capítulo se analizan las razones de la resistencia y del éxito fi- 
nal de Mina, comparando la experiencia navarra con las de 
otras insurgencias de la era de la Revolución Francesa y la Na- 
poleónica a fin de responder a la cuestión: ¿por qué combatió 
Navarra? 


263 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

El fracaso de Francia en Navarra y en otras partes de Europa 
se debió en parte a la naturaleza del imperio. La expansión fran- 
cesa en los años noventa del siglo XVII! se había guiado, al menos 
en parte, por ideales revolucionarios; sin embargo, los hombres 
de Napoleón enviados a España entre 1808 y 1814 se movían 
principalmente por la promesa del botín. La moral de la Grande 
Armée no dependía de la virtud revolucionaria de sus oficiales y 
soldados, sino de una lograda implantación de las nociones del 
honor y del esprit de corps'. A medida que la economía francesa 
bajo Napoleón se debilitaba y se iba estructurando sobre la base 
de la guerra y la extorsión, el sueño del pillaje desplazó casi por 
completo a los ideales de la revolución. El lenguaje de libertad, 
fraternidad e igualdad sobrevivieron en los pronunciamientos 
oficiales, pero lo que una vez había sido reflejo de genuinas con- 
vicciones era ahora un fino barniz que ocultaba deseos egoístas, 
La construcción del «imperio liberal» tenía poco significado para 
los hombres encargados de «reformar» Europa más allá del que 
ofrecían las oportunidades de amasar riqueza y poder”. 

El cinismo del imperio comenzaba en su misma cima. Napo- 
león obsequiaba a sus sirvientes con feudos y dotaciones empla- 
zados en tierras conquistadas, y cuando tomó España tales 
recompensas constituyeron una parte esperada de un neofeuda- 
lismo sistemático que generó su propia dinámica agresiva. La re- 
forma, tal como ha destacado Charles Esdaile, fue para los fran- 
ceses, desde el principio al fin, un instrumento de explotación 
que siempre se sacrificaba cuando se ponía en el camino de las 
exigencias políticas y militares. En 1808 la retórica según la cual 
se debía dotar a los europeos de un gobierno más ilustrado ya no 
era convincente, dada la marca alcanzada por Napoleón en la 


! En la primera década del siglo, la deserción de los ejércitos imperiales fue alta, la 
resistencia al reclutamiento universal, y las revueltas antifiscales comunes. Napoleón 
no resolvió estos problemas movilizando Francia con llamamientos ideológicos, sino 
creando mecanismos burocráticos efectivos para conseguir dinero y alistamientos. Is- 
ser Woloch, The New Regime, esp. 380-426. 

? Harvey Mitchell, «Tocqueville's Mirage or Reality?» en Journal of Modern History, 
60, marzo 1988, pp. 28-54. 


264 


_POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


subversión de las instituciones representativas, del derecho y de 
sectores económicos saneados en sus otros reinos satélites. En Es- 
paña, la modernización y la reforma apenas tuvieron importan- 
cia en comparación a la violencia destructora de vidas y propie- 
dades perpetrada por la ocupación”, 

Los oficiales franceses se cuidaron de tener cabida en este sis- 
tema imperial. Las escuelas militares de St. Cyr y Fontainebleau 
instruyeron a buenos oficiales, no a idealistas ni liberales ni si- 
quiera a patriotas *. Hombres como Soult y Victor estaban más 
preocupados por la gloria y el robo que por ganar una guerra y 
«modernizar» España. Su único objetivo era sacar en el menor 
tiempo posible todo lo que pudieran de los territorios que se en- 
contraban bajo su mando en beneficio propio ?. Esta orientación 
hacia la abierta explotación dañó evidentemente la causa francesa 
en España, poniendo de relieve la hipocresía que subyacía en la 
retórica modernizadora de Francia. En efecto, según la opinión 
del mariscal Masséna, fue la rapacidad de los generales franceses, 
acorde con la ética imperial, la que aseguró el fracaso de la ocu- 
pación. Cuando terminó la guerra, Napoleón, secundando la 
opinión de Masséna, expresó su pesar por no haber fusilado a al- 
guno de sus oficiales, especialmente a Soult, el más «voraz» de 
todos los mariscales franceses y el que embarcó de regreso a 
Francia algunos de los tesoros artísticos más valiosos de España. 
La retrospectiva de Napoleón era correcta, aunque asombrosa- 
mente cínica, dado que el mismo emperador había sentado las 
bases para el saqueo de Europa?. 


! Louis Bergeron, France under Napoleon, pp. 52-79; Esdaile, The Wars of Napoleon, 
pp. 10-11, 71-113. El comentario de Esdaile de que los ejércitos de Napoleón «pu- 
sieron los cuernos a un continente» contiene más fuerza expresiva de cómo los euro- 
peos de entonces experimentaron el imperialismo francés que cualquier enfoque for- 
malista de la modernización y la reforma. 

1 Maximilien Foy, Histoire de la guerre de la peninsule, vol. 1, pp.77-78, 

3 Carra del 10 de agosto de 1810 de Masséna al rey José, AHN, Estado, legajo 
3.003. Los lazos personales de Masséna con José y el hecho de que él mismo fuera un 
hombre de la Revolución puede que tengan que ver con su conducta relativamente 
inocente. 

" Rodríguez-Solis, Los Guerrilleros de 1808, vol, U, p. 44. 


265 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN = 

Navarra no tenía Murillos que robar, pero los gobernadores 
franceses de Pamplona todavía consiguieron extraer cuantiosas 
sumas de la población, y resultaron ser muy creativos cuando se 
trataba de encontrar modos de acallar las fuentes del odio popu- 
lar. Los oficiales de rango inferior destinados como comandantes 
de guarnición eran, si cabe, peores que los generales. Muchos ha- 
bían entrado en servicio con la esperanza de hacer fortuna en tie- 
rras foráneas. Fueron estos hombres los que, al dedicarse al nego- 
cio del día a día de la ocupación de Navarra, «han contribuido a 
hacer el nombre francés odioso en el extranjero» ”. 

La brutalidad imperial francesa no fue enteramente pragmáti- 
ca. También estaba arraigada en una parte de la ideología revolu- 
cionaria que prosperó bajo el imperio —en la creencia chovinista 
en la misión civilizadora de Francia, enraizada desde la llustra- 
ción en las nociones de superioridad racial y Cultural. Filósofos 
ilustrados como Buffon sostenían que algunos pueblos —lapo- 
nes, africanos, corsos— eran irreversiblemente inferiores y quizás 
incapaces de ser civilizados. Como los niños de carne y hueso de 
Rousseau, ciertos pueblos podían ser debidamente marginados e 
incluso aniquilados en favor de un bien más elevado. Si algún 
pueblo no explotaba con eficiencia sus recursos naturales (como 
los amerindios), si se les juzgaba como tontos (como a los corsos 
y a los egipcios), o si se les consideraba insuficientemente sensi- 
bles al dolor y al sufrimiento de los demás (como los españoles, 
que asistían a las corridas de toros, y los melanesios, que eran ca- 
níbales), entonces se debía requerir la presencia civilizadora de 
Francia, incluso hasta el punto de reemplazar a la población nati- 
va. Esta ideología había evolucionado simultáneamente dentro 
del imperialismo francés en Europa, América y en el Pacífico, y 
sirvió con eficacia a los propósitos de Napoleón *. En las guerras 


" Foy, Histoire de la guerre de la peninsule, vol. 1, p- 129, 

Y Sobre las raíces de las ideologías coloniales (y el toralirarismo) en la Ilustración, 
véase, entre otros, J. L. Talmon, The Origins of Totalitarian Democracy; Carol Blum, 
Roussean and the Republic of Virtue; Peter Hulme y Ludmilla Jordanova, The Enligh- 
tenment and lis Shadows; y Jean de Viguerie, «La Vendée er les Lumitres: Les Origi- 
nes Intellectuelles de l'Extermination», en Alain Gérard y Thierry Heckmann, eds., 
La Vendée dans Histoire. 


266 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


de ocupación se necesitan soldados que disparen sobre civiles, 
una situación que puede ser intolerable incluso para los militares 
más endurecidos. Inevitablemente, los colonizadores intentan re- 
solver este problema definiendo a los civiles como «salvajes» o 
«monstruosos», criaturas infrahumanas. Sólo a través de este 
ejercicio pueden continuar las carnicerías de inocentes sin des- 
truir por completo la moral de la tropa. En Córcega, en la Ven- 
dée, en Egipto, en Calabria y, finalmente, en España el ejército 
francés tuvo que, con diferentes niveles de éxito, aplicar esta ideo- 
logía imperial. Por ejemplo, los soldados franceses estaban con- 
vencidos de que Calabria estaba «habitada por demonios» y que 
los egipcios eran tan bárbaros que se les hacía un gran favor ocu- 
pando su país?. 

Una de las estrategias más interesantes para defender el carác- 
ter infrahumano del enemigo era representar a las mujeres como 
criaturas sucias e innaturales, poco menos que fábricas de niños 
que producían más enemigos. Esto permitía que las tropas trata- 
sen a las mujeres de forma inimaginable en circunstancias nor- 
males. Durante la conquista francesa de Córcega, a mediados del 
siglo XVit1, los soldados galos describieron a las mujeres como si 
fueran bestias '”. Las mujeres de Egipto fueron descritas casi en el 
mismo sentido, y las mujeres kanak de Nueva Caledonia como 
«aterradoramente horribles» '!. En Calabria, donde la guerra fue 
extraordinariamente bárbara en ambos lados, los franceses trata- 
ron a todos los civiles, incluidas las mujeres, como si fueran 
combatientes. El general Reynier, quien más tarde tendría un 
destacado papel en la ocupación de España, ordenó matar a los 
calabreses que capturó y alentó a sus hombres para que efectua- 


% Milton Finley, The Most Monstrous of Wars: The Napoleonic Guerrilla War in Sout- 
hern Italy, 1806-1811, p. 14; Edward Said, Orientalism, pp. 79-87. 

1% En Córcega los franceses describieron a las mujeres como «extremadamente feas» y 
como fábricas para la producción de niños que en el futuro serían enemigos, Vigue- 
rie, «La Vendce er les Lumiéres». 

1 Louis Antoine Fauveler de Bourrienne, «Memoirs», en Napoleon in Egypt, p. 155: 
Alice Bullard, «The French Idea of Subjectivity and the Kanak of New Caledonia», 
History and Anthropology, p. 19 (en prensa). 


267 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


ran pillajes, violaran y asesinaran en ciudades que, como Mora- 
no, se hubieran mostrado contrarias a la causa francesa. Como 
un terrorista cortado por el mismo rasero que Barras y Wester- 
mann, su receta para pacificar Calabria fue bien simple: el uso 
indiscriminado de la violencia contra civiles de ambos sexos. El 
general Verdier fue todavía peor. Masacró familias enteras cuan- 
do se encontraban pruebas de que simpatizaban con la resisten- 
cia francesa. Y Charles-Antoine Manhé, encargado de completar 
la pacificación de Calabria, inició una política de realojamiento 
de familias en «aldeas estratégicas», que prefiguró la «reconcen- 
tración» española en Cuba y las medidas tomadas por franceses y 
estadounidenses en Vietnam '?. Naturalmente, el alcance de las 
«reformas» bonapartistas era limitado en este ambiente de terro- 
rismo de Estado. 

Merece la pena destacar que la lógica exterminadora inheren- 
te a este imperialismo cultural y racial llegó mucho más lejos en 
el interior de la misma Francia, en la Vendé, donde el ejército 
masacró a casi 117.000 civiles '*. El discurso racista preparó el 
camino para esta extraordinaria «pacificación». Los republicanos 
describieron a los vendéens como «una raza abominable» caracte- 
rizada por su ferocidad, barbarismo y fanatismo, mientras que 
los campesinos bretones fueron considerados unos «salvajes» 
cuya existencia constituía una «enfermedad» en el cuerpo de 
Francia '*, Tras derrotar al principal ejército vendéen en el otoño 
de 1793, el general Westermann describió su política al Comité 
de Salvación Pública en un párrafo famoso: 


Ya no existe la Vendée, ciudadanos republicanos. Ha muerto bajo 
nuestro sable libre con sus mujeres y sus hijos. Vengo de enterrarla 


!* Finley, 7he Most Monstrous of Wars, pp. 20-28, 67-95. 

1% Reynald Secher, Le génocide franco-frangais. La Vendee- Vengé. Este trabajo ha ge- 
nerado, desde su publicación en 1986, gran cantidad de controversias entre los histo- 
riadores de la Vendée sobre el número de bajas civiles y el uso del término genocidio. 
Una crítica interesante de las cifras de Secher en Charles Tilly, «State and Counterre- 
volution in France», en Ferenc Fehér, ed., The Erench Revolution and the Birth of. Mo- 
dernity. 

1% Anthony James Joes, Guerrilla Conflict before The Cold War, p.71, 


268 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


en los pantanos y los bosques de Savenay. Siguiendo las órdenes que 
me habéis dado, he reventado a los niños bajo las patas de los caba- 
llos, masacrado a las mujeres que, por lo menos, ésas ya no darán a 
luz más salteadores. No tengo prisioneros que reprocharme. Todo lo 
he exterminado. 


Incluso una vez terminada la amenaza militar de la Vendée, el 
general Turreau continuó la masacre en el invierno y primavera 
de 1794. El 24 de enero, Turreau aseguró al Comité de Salva- 
ción Pública que sus «columnas infernales» habían hecho «prodi- 
gios». Si el comité seguía sus consejos, escribió, «en quince días 
ya no habrá más en la Vendée ni casas ni subsistencias ni armas 
ni habitantes» !*, El ansia de sangre de Turreau y Westermann, 
los estereotipos de género y raza, incluso el nombre de «colum- 
nas infernales», todo prefiguraba la contrainsurgencia francesa en 
España. La comparación efectuada por el general Hugo entre la 
guerra española y la Vendée no era espuria, y menos cuando se 
refería a la violencia retórica y real contra las mujeres '*. 

En España los franceses convirtieron a las mujeres en símbolo 
del barbarismo que pensaban caracterizaba todo el país. Por 
ejemplo, Jean Albert Rocca, oficial que sirvió a las órdenes del 
general Soult, describió a las mujeres de Ronda como fieras «gi- 
gantes» y «luchadoras» que «sólo se distinguían de los hombres 
por sus ropas, su mayor estatura y sus maneras más burdas» ”. 
Los franceses idealizaron la ocupación de España como si fuera 
de gran beneficio para los españoles. Napoleón estaba dando a 
sus vecinos del sur un gobierno moderno, políticas económicas 
más racionales, una cultura francesa superior y el Código Napo- 
leónico, en el que se codificaban las fantasías misóginas del em- 
perador. Desde la perspectiva de este proyecto y de los discursos 
imperiales sobre la modernización, las mujeres españolas que lle- 
vaban armas y «actuaban como hombres» eran un claro signo de 


15 Yves Gras, La Guerre De Vendée (1793-1796), pp. 117, 128. 

16 Lovett, Napoleon and the Birth of Modern Spain, p. 106. 

17 Jean Albert Rocca, Memoirs of the War of the French in Spain, London, 1815, 
pp. 263-302. 


269 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


que España necesitaba de la presencia civilizadora de los hom- 
bres franceses a fin de corregir una situación de desorden. En 
otras palabras, los franceses utilizaron las descripciones de muje- 
res asesinas del campo para justificar la ocupación. Irónicamente, 
ésta sólo era la cara opuesta del mito español que glorificaba la 
resistencia de las mujeres como prueba de unanimidad nacional. 
Donde los hombres españoles veían amazonas heroicas, los france- 
ses percibían gigantes no naturales. Y parte de la «misión civiliza- 
dora» de Francia sería remodelar a las gigantes y luchadoras de la 
España rural a imagen de las señoritas parisinas. Mientras tanto, su 
«inhumana» (es decir, no femenina) ferocidad justificaba cualquier 
crueldad perpetrada a manos de los soldados franceses '*. 

El salvajismo de la ocupación —estuviera motivado por la es- 
peranza de ganancias personales o por la ideología imperial racis- 
ta— debe tenerse en cuenta si se pretende explicar por qué los 
franceses fracasaron en Navarra y otros lugares de Europa. Ade- 
más, hubo ciertas reformas —aquellas que facilitaron la explota- 
ción del pueblo ocupado y que pudieron, por tanto, ser aplicadas 
incluso en mitad de la guerra— que estimularon una mayor re- 
sistencia. De este modo, los gobernadores militares de Pamplona 
atacaron el régimen señorial, a la Iglesia, y a los privilegios legales 
porque estas medidas podían proporcionarles dinero. Sin embar- 
go, estas reformas no consiguieron producir mucho entusiasmo 
en Navarra o sirvieron para indisponerse con el pueblo. Por 
ejemplo, los señoríos no eran importantes, como se vio en un ca- 
pítulo anterior, de tal manera que se consideró que los ataques 
contra el régimen señorial eran retrógrados. Las agresiones fran- 
cesas contra la Iglesia, que era relativamente pobre en el norte de 


!% Los franceses consideraban las corridas de toros como otra muestra del retraso es- 
pañol, no por su carácter cruento (¿como podía molestar eso a un soldado imperial?), 
sino porque a principios del siglo XIX el gran espectáculo subversivo reunía a nobles, 
burgueses, trabajadores y campesinos, convirtiendo las plazas en lugares de potencial 
solidaridad contra Francia. A los galos les enfurecía particularmente que las mujeres 
españolas pareciesen disfrutar en las corridas de toros tanto como los hombres y pen- 
saban que esto eliminaba su natural docilidad, preparándolas para el conflicto arma- 
do, J. J. E. Roy, Les Frangais en Espagne, souvenirs des guerres de la péninsule, 1808- 
1814, Yours, 1880, p. 96. 


270 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 
Navarra y en consecuencia popular, consiguieron indisponer al 
pueblo. Finalmente, el asalto a los privilegios regionales no hizo 
sino provocar la oposición en Navarra, donde el «feudalismo» en 
la forma de constitución foral era apreciado por todos y era dig- 
no de ser defendido. La «modernización» francesa sólo significó 

ara Navarra la destrucción de sus instituciones democráticas, la 
abolición de sus valorados privilegios, ultrajes a la religión y ex- 
plotación económica. Por lo tanto, no es sorprendente que mu- 
chos navarros se opusieran a su «modernización forzosa», por- 
que, a pesar de algunos historiadores, se percataron de que lo 
más moderno del imperio eran sus tendencias totalitarias. 


2. La defensa de la Iglesia 


En Navarra, igual que en el resto de España, los franceses ejecu- 
taron con enorme coherencia y vigor su ataque a la Iglesia. Des- 
de luego, el saqueo por parte de soldados de iglesias y conventos 
no fue diferente del que la soldadesca de Europa venía practican- 
do desde hacía mucho tiempo; no hay más que recordar los exce- 
sos cometidos en la Guerra de los Treinta Años y en el saqueo 
del Palatinado en 1688 por las tropas de Luis XIV. Lo que era 
nuevo en 1808 era la extensión de la furia anticlerical francesa, 
herencia de la campaña de «descristianización» y terror contra la 
Iglesia en los años noventa del siglo XVIII, un terror que en mu- 
chos sentidos alcanzó su cima en la guerra de la Vendée. 

La legislación anticlerical aprobada en julio y noviembre de 
1790 en París desencadenó la rebelión del clero y sus seguidores 
en la Vendée y en otras partes de Francia occidental, que se pro- 
longó durante el período 1791-1793 '”, Sin embargo, en la re- 
vuelta militar de 1793 parece que los sentimientos religiosos sólo 
fueron uno de los factores que motivaron a los rebeldes. Como 


19 Entre los que destacan el papel de la religión, véase Yves Gras, La Guerre De Ven- 
dée (1793-1796), Paris, 1994, y Louis Delhommeau, Le Clergé Vendeen face ú La Ré- 
volution, La Roche-Sur-Yon, 1992. 


271 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


en España, los curas y los monjes no se encontraron de forma 
evidente entre los vendéens, como los propagandistas afirmarían 
con posterioridad, y no existe correspondencia entre las pautas 
de piedad y las áreas más implicadas en la rebelión, a pesar de los 
intentos de probar lo opuesto. Por el contrario, la resistencia al 
alistamiento y a la creciente influencia de los foráneos en la vida 
económica y política de la región fueron factores motivadores 
más decisivos que la religión (o el regalismo) *. No obstante, los 
republicanos representaron a los rebeldes como fanáticos religio- 
sos y realistas, y las tropas que devastaron la Vendée imaginaron 
así a sus oponentes. De este modo, la guerra de la Vendée, aun- 
que sólo en parte se asentase en sentimientos realistas y religio- 
sos, se convirtió en el imaginario republicano en una guerra ini- 
ciada por fanáticos que defendían el viejo orden. Como 
resultado de la Vendée y de otras guerras antirreligiosas de la dé- 
cada de 1790, el anticlericalismo francés se endureció convirtién- 
dose en una forma de fe entre muchos de los soldados que toma- 
ron parte en la guerra. Se asumió que los curas y monjes eran 
enemigos empedernidos, lo que justificaba una mayor violencia 
contra la religión. La legislación anticlerical y el terrorismo se 
convirtieron casi en sinónimos durante el imperio, especialmente 
en los regímenes satélites de Francia, tales como Nápoles y Ba- 
viera, donde evidentemente estimularon el surgimiento de rebe- 
liones*. 


20 Ésta es la postura adoptada por Alain Gérard, Pourquoi La Vendée? Las explicacio- 
nes socioeconómicas clásicas de las rebeliones en Francia occidental son las de Char- 
les Tilly, The Vendée, y Paul Bois, Paysans de "Quest. 

*! Milton Finley destacó el papel de la religión —pisoteada por la legislación anticle- 
rical de José en Nápoles— en la guerra de guerrillas napolitana. Finley, 7he Most 
Monstrous of Wars. Finley citó que el general Reynier había dicho: «Estos desprecia- 
bles curas son el mayor foco de rebelión. Si es necesario, los eliminaré a todos» 
(p. 93). Evidentemente, esta cita no prueba tanto que fueran realmente los curas la 
fuente de rebelión, como que los oficiales franceses como Reynier pensaban que lo 
eran. Además, en el Tirol, la legislación anticlerical (esta vez establecida por los apo- 
derados bávaros de Napoleón) parece haber provocado la resistencia. Uno de los líde- 
res tiroleses escribió: «Los tiroleses han contemplado con amargo sentimiento cómo 
eran destruidas sus abadías y monasterios, cómo la propiedad de sus iglesias era roba- 
da y secuestrada, sus obispos y curas se exiliaban, sus iglesias eran profanadas, y sus 


272 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


La propensión anticlerical de la generación de 1789 hizo que 
la persecución de la Iglesia pareciera razonable y progresista. Sin 
embargo, en un lugar como Navarra, donde los eclesiásticos ha- 
bían conservado gran parte de su poder y su prestigio, tal perse- 
cución aseguraba la aparición de resistencia. En efecto, el anticle- 
ricalismo francés afectó dramáticamente el espíritu público de la 
mayor parte de España. En su insensato saqueo de Córdoba a 
principios de junio de 1808, los hombres de Dupont demostra- 
ron una furia especial contra monjes y monjas, y convirtieron los 
conventos de la ciudad en establos y cuadras para la tropa. Estos 
asaltos contra la Iglesia sólo podían servir para indisponer el pue- 
blo contra el régimen *, En efecto, poco después de verse obliga- 
do a abandonar Madrid tras Bailén, José se quejó a Napoleón de 
que los ataques desenfrenados contra iglesias y conventos estaban 
haciendo ingobernable España ”. Años más tarde, cuando Ma- 
drid se tuvo que enfrentar a carencias agobiantes, José se mostró 
menos delicado en su trato con la Iglesia. En junio de 1809, José 
acabó con muchas órdenes religiosas y exigió que la mayoría del 
clero regular restableciese su residencia en sus parroquias de ori- 
gen, donde sus movimientos pudieran ser controlados. Las pro- 
piedades de las órdenes religiosas fueron expropiadas y vendidas 
en pública subasta. Los clérigos que fueron cogidos predicando 


cálices eran vendidos a los judíos». Josef Hormayr, Flistary of Andrew Hofer, p. 14. 
Como en España, sin embargo, en Calabria y el Tirol existieron otros factores que 
contribuyeron al levantamiento, además de la religión. 

2 Jean-Bapúists Jourdan, Mémoires militaires, p. 45. Las atrocidades francesas contra 
la religión fueron condenadas desde los lugares más inesperados. Incluso Marruecos 
suplicó a los españoles que hicieran todo lo que estuviera en sus manos para destruir 
a las «areas» hordas francesas. Valencina, Los Capuchinos, pp. 27, 232-45. La discu- 
sión de Oman sobre el saqueo de Córdoba continúa siendo interesante. Oman, A 
History of the Peninsular War, vol. 1, pp. 129-131. 

2 José se quejó a su hermano de que el pillaje efectuado por Culaincourt en las igle- 
sias de Cuenca y la posterior venta pública de la plata saqueada allí en Madrid había 
destruido cualquier esperanza de pacificar su nuevo reino. «Toda persona sensible en 
el gobierno y en el ejército —escribió José— sostiene que una derrota debería ser 
menos injuriosa». La insensible respuesta de Napoleón a su hermano fue elogiar a 
Culaincourt por haber hecho lo que «era perfectamente correcto en Cuencas, Napo- 
león Bonaparte, The Confidential Correspondence, cartas del 22 y 31 de julio de 1808, 


273 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


contra el gobierno o en cualquier otra actividad que incitase al 
pueblo a la desobediencia fueron llevados a Madrid para ser juz- 
gados por tribunales militares *. 

La Iglesia española estuvo dividida en su respuesta a estas per- 
secuciones. La mayoría de la jerarquía eclesiástica colaboró, e in- 
cluso muchos curas y monjes obedecieron al nuevo régimen. No 
obstante, el rigor de las políticas francesas contra la Iglesia obligó 
a muchos clérigos a adoptar una postura de resistencia activa. 
Por ejemplo, las tropas francesas incendiaron o destruyeron 
treinta conventos capuchinos en Andalucía, y en 1814 sólo una 
pequeña parte de su propiedad permanecía todavía en manos de 
la orden. No es sorprendente, por tanto, encontrar que muchos 
monjes capuchinos asistieran a las juntas en la España meridio- 
nal. No tenían otra ocupación ”, 

Los políticos de la Junta Central aceptaban con satisfacción 
cualquier ayuda que la Iglesia pudiera proporcionar, aunque no 
estaban dispuestos a que el clero se armase. En efecto, el gobier- 
no hizo circular instrucciones que incidían en que los clérigos 
podían resistir mientras no llegaran a derramar sangre. Los obis- 
pos prohibieron a los clérigos la utilización de armas o dar muer- 
te al enemigo”, Sin embargo, a pesar de esta desaprobación, al- 


1 AHN, Estado, legajo 3003. AGN, Guerra, legajo 17, car. 1. Gran parte de estos 
sucesos fueron anticipados en la Vendée, donde 28 iglesias fueron incendiadas, 
28 vendidas a individuos privados y 43 abandonadas en ruinas, mientras que 105 pa- 
rroquías fueron asimismo vendidas o declaradas inhabitables. Se obligó a cientos de 
sacerdotes a emigrar, siendo el número más elevado (234) el que lo hizo hacia Espa- 
ña, donde muchos decidieron quedarse. Irónicamente, muchas de aquellas iglesias 
fueron reconstruidas por Napoleón, quién donó al clero de la Vendée 300.000 fran- 
cos para este propósito cuando atravesó la región camino de España —donde sus 
hombres destruirían incluso un mayor número de iglesias y de edificios religiosos. 
Delhommeau, Le Clergé Vendéen, pp. 93, 122-123. 

1% En Sevilla dos conventos se convirtieron en centros para la fabricación de cartu- 
chos hasta que la ciudad cayó en 1810. Desde mayo a junio de 1809, el convento ca- 
puchino de Sevilla produjo 500.000 cartuchos, así como numerosos uniformes. Los 
monjes también trabajaron en la fortificación de la ciudad. Valencina, Los capuchinos, 
pp- 78, 96. 

** Tbíd., pp. 88-90. El gobierno solicitó al clero que le sugiriese la mejor forma para 
movilizar los recursos de la Iglesia contra Francia. Docenas de clérigos enviaron sus 
propuestas a la Junta Central. Juan Ferrer, un cura catalán, condenó a la Iglesia y al 


274 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


unos curas y monjes se unieron a las bandas guerrilleras en 
1809. Finalmente, en diciembre de 1809, el gobierno español 
decidió reconocer este fait accompli y comenzó a regular el movi- 
miento guerrillero clerical, o cruzada. Y una prueba del grado de 
desesperación al que había llegado el gobierno a finales de 1809 
era que se dirigiera a «todos los eclesiásticos, aún los sacerdotes» 
para que tomasen las armas”, 

Irónicamente, justo cuando el gobierno aceptó que el clero se 
armase, la cruzada comenzó a perder importancia. Durante 
1810, el gobierno continuó recibiendo informes de curas y mon- 
jes que formaban parte de pequeñas formaciones como «La Le- 
gión Exterminadora» en Aragón y «Los Voluntarios Defensores 
de la Fe y de la Patria» en Asturias. A finales de año, sin embar- 
go, la mayoría de estos grupos había sido destruida por los fran- 
ceses, desmovilizada o absorbida por partidas guerrilleras secula- 
res más eficaces *, 

¿Qué es lo que explica la resistencia de algunos clérigos y no 
de otros? En Galicia el clero de las ciudades colaboró con los 
franceses, mientras que el clero rural fue partidario de la resisten- 
cia”, Esto sugiere que el hecho de pertenecer al clero no era por 
sí mismo lo que determinaba la probabilidad de que un clérigo 
se incorporara a la resistencia. Antes bien, fue el contexto general 
en el que un cura determinado operaba. En la mayor parte de los 
medios urbanos, por ejemplo Madrid, Granada y Málaga, la ma- 
yoría del clero apoyó al régimen francés. En las ciudades más 


gobierno por desalentar a los curas y monjes para que tomasen las armas. Si se ani- 
maba a los clérigos para que combariesen en las partidas guerrilleras, afirmaba Ferrer, 
el movimiento guerrillero sería reformado y reforzado desde dentro. Otro cura cata- 
lán, Juan Constans, se ofreció a conseguir 3.000 hombres, si la Junta aprobaba que 
los curas y monjes pudieran utilizar armas y a proporcionar apoyo financiero. «Plan 
sobre el modo de formar un Exército de Cruzados en la Provincia de Cataluña», 
AHN, Estado, legajo 41, C, 22 de junio de 1809. «Plan de Juan Pablo Constans, Ca- 
nónigo de la Colegial Iglesia de Pons de Cataluña», AHN, Estado, legajo 41, C, 24 
de septiembre de 1809. 

7 AHN, Estado, legajo 41, A, núm. 5. 

1 AHN, Estado, legajo. 41, C-D, nos. 24-75. 

1% Martínez Salazar, De la Guerra de la Independencia en Galicia, p. 13. 


275 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


grandes, especialmente en el sur, la Iglesia había formado parte 
durante mucho tiempo de los intereses de los ricos y había re- 
nunciado al liderazgo popular, tal y como había ocurrido en el 
pasado, en favor de otras elites urbanas. En efecto, el clero de la 
mayor parte de Andalucía ya había perdido su ascendencia sobre 
las clases populares, que en pocas generaciones fue sustituido por 
la de los predicadores del anarquismo *. La principal relación de 
los jerarcas de la Iglesia con el pueblo era a menudo explotadora, 
ya que ellos mismos eran miembros de la elite terrateniente. Por 
lo tanto, es comprensible que el clero de estas áreas temiese me- 
nos a los franceses que a la población española. Resulta llamativo 
que la furia popular de la multitud en las revoluciones urbanas 
de 1808-1809 se desahogara indiscriminadamente contra el cle- 
ro, al cual se consideraba parte de la misma clase opresora junto 
a los nobles y los simpatizantes de los franceses. En general, por 
consiguiente, el clero de las áreas urbanas, y por lo común de la 
España meridional, colaboró con los franceses más que el clero 
de las áreas rurales y del Norte; y esta colaboración no tenía nada 
que ver con el estatus del clero como tal, sino con el medio en 
que se movía. 

En Navarra, como en el resto de España, las tropas france- 
sas se comportaron como si se les hubiera encargado descris- 
tianizar la provincia. Los soldados franceses alojados en con- 
ventos se dieron cuenta de que al mismo tiempo podían 
expresar su odio hacia la Iglesia y recoger un valioso botín sin 
ningún temor a las represalias de sus superiores. En julio de 
1808, 150 soldados franceses se alojaban y alimentaban en el 
Convento de San Francisco de Tafalla; pues bien, cuando lo 
abandonaron, todas las imágenes sagradas fueron hechas peda- 
zos, y los valiosos objetos de plata que se utilizaban durante la 
misa desaparecieron *. Este tipo de episodios podía tener lugar 


" En Madrid no hubo nada que destacar en los sentimientos anticlericales del pue- 
bla ni antes ni durante la Guerra de Independencia. Mesonero Romanos, Memorias 
de un setentón, p. 139. 

' AGN, Guerra, legajo 15, car. 17. 


276 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


por dondequiera que los soldados franceses pasasen en Nava- 
rra, dado que por regla general éstos trataban los edificios de 
las órdenes religiosas, incluso antes de su expropiación, como 
si ya pertenecieran al Estado habilitándolos como cuarteles. 
Por ejemplo, el convento carmelita de Sangiiesa, utilizado 
como hospital y cuartel, fue destruido durante la guerra por 
las tropas francesas alojadas allí *. 

Las órdenes religiosas tuvieron que pagar elevados impuestos 
y multas a las fuerzas francesas, españolas e insurgentes, y sola- 
mente esto podía ser motivo suficiente para arruinar a muchas 
de ellas en Navarra. Por ejemplo, el monasterio de Fitero infor- 
mó que había pagado 129.896 reales a las fuerzas españolas en 
1808 y durante los últimos meses de la guerra, y 175.558 reales 
a los franceses. Además, debía 254.418 reales por la reparación 
de daños en sus edificios. Como resultado de estos costes, algu- 
nos conventos y monasterios vendieron voluntariamente algunas 
porciones de sus propiedades durante e inmediatamente después 
de la guerra a fin de satisfacer sus deudas, y de estas enajenacio- 
nes hubo órdenes que nunca se recuperarían del todo. La confis- 
cación de capellanías, obras pías y tierras que pertenecían a hos- 
pitales, iniciadas bajo Godoy, continuaron bajo el dominio de 
los franceses. La ciudad de Tudela y los municipios de su alrede- 
dor sufrieron el desmantelamiento más que ningún otro sitio, 
aunque el impacto fue también grande en y alrededor de las ciu- 
dades de Pamplona y Estella. Algunos individuos enriquecidos 
reunieron enormes haciendas, pero también hubo muchos pro- 
pietarios más pequeños que compraron una o dos parcelas incau- 
tadas a hospitales y organizaciones religiosas laicas. Las ventas 
que realmente procedían de la supresión de las órdenes religiosas 
fueron, en comparación, de menor importancia en Navarra. La 
legislación de 1809 preparó el terreno para la realización de pre- 
cisos inventarios de monasterios y conventos, y se hicieron pla- 
nes detallados para su enajenación. Sin embargo, la falta de con- 
fianza en la supervivencia del régimen francés fue tal que 


% Mutiloa Poza, La desamortización eclesiástica, p. 269. 


277 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


realmente sólo se vendieron 44 edificios y 60 hectáreas de tierra, 
principalmente en Pamplona *. 

Esta persecución religiosa destruyó profundamente la Iglesia 
de Navarra y generó hostilidad en una provincia que se enorgu- 
llecía de su histórica devoción al catolicismo. No obstante, la 
Cruzada en Navarra no consiguió un desarrollo similar al de 
otros lugares. Sólo unos pocos monjes procedentes de Pamplona 
y residentes en Sevilla proyectaron partidas de cruzada, aunque 
nunca se materializaron. Los clérigos nunca formaron una parti- 
da guerrillera en Navarra ni contribuyeron significativamente al 
corso ni a la División. Los únicos clérigos del ejército de Mina 
fueron los capellanes. Miguel, cura de Ujué, tuvo un papel inde- 
pendiente en la resistencia, si bien fracasó estrepitosamente du- 
rante su breve actuación como líder de las guerrillas. Además, su 
ejemplo fue contrarrestado por la colaboración de otros promi- 
nentes clérigos navarros en el gobierno josefino. De este modo, 
el ejército guerrillero que más éxito alcanzó en la Península, la 
División de Navarra, fue enteramente secular. El caso de Navarra 
advierte contra las afirmaciones que sostienen que fue el clero 
quien llenó las filas de los ejércitos guerrilleros, como algunos 
han sostenido basándose en extenso en los relatos anticlericales 
franceses sobre la insurrección. 

Sin embargo, otra cuestión es considerar la influencia que los 
clérigos descontentos ejercieron desde sus púlpitos. El clero de 
algunas ciudades de la Ribera ayudó a los franceses a sofocar la 
rebelión, como se ha visto. Sin embargo, en la mayor parte de 
Navarra, curas y monjes apoyaron a las guerrillas, al menos en 
teoría, y sufrieron enormemente en manos de los franceses. 
Mientras no dispongamos de alguna forma segura de cuantificar 
el apoyo ideológico prestado por el clero a las guerrillas, las leyes 
aprobadas para evitar que los sacerdotes predicasen contra el ré- 
gimen y el gran número de sacerdotes arrestados en Navarra apo- 
yan la idea de que el clero tuvo un importante papel en el fo- 
mento de la resistencia. Tras los regidores y alcaldes, fueron los 


$ Ibid., pp. 264-67, 270-71, 286, 294. 


278 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


párrocos quienes más sufrieron a manos de la policía francesa. 
De una villa a otra, especialmente en la Montaña, los curas se 
encontraron entre los primeros en ser arrastrados a Pamplona o a 
Francia *. Un autor estima que fueron 300 los sacerdotes envia- 
dos al exilio o encarcelados durante la guerra ”, 

El «patriotismo» del clero navarro se basaba en su fuerte inte- 
gración en el ámbito rural. Los observadores estaban de acuerdo 
en que el clero de la Montaña era «menos aristocrático» que el 
del resto de España. En efecto, difícilmente se podía distinguir a 
la mayoría de los sacerdotes de los propietarios campesinos entre 
los que vivían. Los curas por lo común tenían relaciones con sus 
parroquias, entendían en los conflictos diarios de sus parroquia- 
nos y «sabían hablar su lengua». En las villas pequeñas, no exis- 
tía alternativa al liderato clerical, dado que, probablemente, el 
cura era uno de los dos individuos alfabetizados (el otro era el es- 
cribano), El párroco tenía más experiencia frente al mundo exte- 
rior que cualquiera de sus convecinos. Interpretaba las acciones y 
palabras del gobierno en el lenguaje de la gente y asumía con fa- 
cilidad la dirección política en momentos de crisis. Aunque los 
curas guerrilleros como Merino fueran una excepción, el párroco 
medio estaba especialmente situado para fomentar la rebelión e 
inspirar a otros a tomar las armas. En la Guerra de Indepen- 
dencia, como en las guerras carlistas, los curas fueron líderes ins- 
piradores que deseaban sacrificarse por sus profesiones y parro- 
quias”. 

Los franceses se dejaron engañar por los voceros anticleri- 
cales españoles y llegaron a creer que la mayoría de los espa- 


1 AGN, Guerra, legajos 18-21. En los informes dados por las comunidades locales 
no se incluían los nombres de los que eran arrestados o ejecutados, si bien un gran 
número de comunidades afirmó que se habían llevado a sus curas. 

5% Olóriz, Navarra en la Guerra de la Independencia, p. 190. 

%% Desdevises du Dezert, L Espagne de l'Ancien Regime, vol. 1, p. xv- 

* Por ejemplo, el longevo cura de Echauri, que sobrevivió a la Guerra de Indepen- 
dencia y a la Primera Guerra carlista, fue finalmente asesinado tras toda una vida al 
servicio del núcleo espiritual de una villa que, mientras él vivió, estuvo casi siempre 
en constante estado de guerra. En agosto de 1837, los soldados cristinos lo asesina- 
ron. Archivo Parroquial de Echauri, Libro de Difuntos, núm. 5. 


279 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

ñoles apoyaría la expropiación de la Iglesia. Sin embargo, una 
cosa era que los ilustrados españoles de Madrid escribiesen so- 
bre tales proyectos, y otra ponerlos en práctica en un lugar 
como Navarra. Los franceses se dieron cuenta de que cuando 
cerraban conventos en Navarra, la gente respondía llevándose 
a los regulares apartados de la religión a sus hogares, un efec- 
to muy diferente al esperado *. La legislación anticlerical de 
los liberales españoles produjo más adelante, en el mismo si- 
glo xIX, resultados similares y creó la misma oposición popu- 
lar. Los clérigos de Navarra eran «jefes espirituales» de la tie- 
rra, e incluso aunque no se convirtieran en «jefes políticos», 
como algunos observadores franceses afirmaban, sirvieron de 
todas formas para alentar el sentimiento popular contra los 
franceses *. 

A pesar de todas estas consideraciones, sigue siendo dudoso 
que la defensa de la religión, por sí misma, motivase al pueblo 
de Navarra para que se uniera a la resistencia, del mismo modo 
que no puede explicar completamente ni la rebelión de la Ven- 
dée ni la del Tirol. Tampoco es evidente que los navarros nece- 
sitasen mucho aliento espiritual de sus pastores para tomar las 
armas. Los franceses habían perjudicado materialmente a la ma- 
yor parte de la población, lo que permitió que la resistencia en 
Navarra pudiera prescindir de justificaciones religiosas. En el 
lenguaje utilizado por los periodistas y cronistas de la guerra en 
Navarra, el tema religioso tenía menos presencia que la que te- 
nían los asuntos sobre la libertad personal y mucho menos que 
los que tenían que ver con la supervivencia económica. El pró- 
logo a un informe dado por el tercer regimiento de la División 
de Navarra habla «[d]el pequeño, pero leal Reino de la Navarra, 
constante en las máximas de fidelidad debida a sus Reyes». 
Hace alarde de que «los privilegios y fueros» como «una prue- 


* Los miembros de una de las casas clausuradas en Estella no tuvieron que dejar la 
ciudad ni aceptar ser integrados en cargos seculares pagados por el gobierno, tal fue 
la generosidad de la población de la ciudad. AGN, Guerra, legajo 21, car. 21. 

% Desdevises du Dezert, 1 'Espagne de l'Ancien Régime, vol. 1, p. xv. 


280 


_ POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


ba» de la bravura histórica de Navarra y la devoción a sus sobe- 
ranos. Y se explaya con el sufrimiento físico y financiero de los 
individuos. Sin embargo, nunca menciona la defensa de la reli- 
gión *. El texto dejado por el segundo regimiento habla más es- 
pecíficamente de lealtad a la persona de Fernando VII y por re- 
gla general de la defensa de la nación, aunque sólo menciona a 
la religión de forma tangencial *. De forma similar, el informe 
legado por Iribarren, comandante de la caballería de la Divi- 
sión, se explaya con las cualidades de los navarros, si bien sólo 
menciona sus ambiciones personales, provinciales o nacionales, 
y nunca las religiosas *. 

La única persona que parece haber situado la defensa de la re- 
ligión en el primer lugar de la lista de motivos para la resistencia 
fue Andrés Martín, aunque hay que tener en cuenta que éste era 
cura y capellán de la División, que incluso cuando expresó la 
idea de cruzada lo hizo de forma superficial y formularia, y que 
resultaba más sincero cuando escribía sobre la «sangre noble, 
guerrera y leal» de los navarros Y. Según Mina, los franceses no 
consiguieron ganarse adeptos en Navarra porque insistían en ex- 
traer exorbitantes contribuciones utilizando la fuerza bruta. De 
este modo, Mina explicó los motivos de sus compatriotras en 
términos totalmente materiales: la resistencia creció en respuesta 
a las demandas fiscales de la ocupación, y no por ninguna predis- 
posición ideológica contra Francia”. 

Aunque los curas y monjes tuvieran un papel militar menos 
importante en Navarra que en otras provincias y los ideales reli- 
glosos no estuvieran a la cabeza de la resistencia navarra, como 
quizás lo fueran para los políticos nacionales o los partidarios 
de la cruzada, esto no significa que los motivos religiosos estu- 


10 «Relación del tercer regimiento», AGN, Guerra, legajo 17, car. 51. Las escasas pri- 
meras páginas contienen las limitadas referencias a la teoría y la justificación. 

11 «Resumen del segundo regimiento», AGN, Guerra, legajo 21, car. 20, 

1% ¿Manifiesto de las acciones del Mariscal de Campo Don Francisco Espoz y Mina», 
AGN, Guerra, legajo 17, car. 53, 

1% Andrés Martín, Historia de los sucesos milttares, introducción y p. 20. 

3 Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, p. 68. 


281 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN . 
vieran ausentes de Navarra ni que los curas y monjes no forma- 
ran parte de la resistencia. Sabemos, por los ejemplos específi- 
cos ya mencionados, que sí lo hicieron. Antes bien, lo que sig- 
nifica es que los ataques franceses contra la religión no fueron 
suficientes por sí mismos para dar cuenta del movimiento gue- 
rrillero. Se deben implicar otros factores. Teniendo en cuenta 
las pistas dejadas por Mina y las crónicas militares, debemos 
considerar otras formas por las que los franceses convirtieron a 
los civiles en enemigos. 


3. Los fueros y el nacionalismo 


Ya se ha visto cómo los contemporáneos (y más tarde muchos 
historiadores) entendieron la resistencia guerrillera como una de- 
fensa de la nación y de la monarquía. Ciertamente, las circuns- 
tancias de la deposición de Fernando y la traición de Napoleón 
fueron suficientes para ofender el amor propio y aglutinar la 
conciencia nacional de ciertas personas. No hay ninguna dificul- 
tad en adscribir cierto grado de nacionalismo a hombres como 
Palafox, Quintana, Argúelles y quizás incluso a algunos de los 
líderes del movimiento guerrillero, como Juan Martín. Sin em- 
bargo, si se considera la acepción de lucha nacional como una 
explicación de la resistencia, debe explicarse el grado de penetra- 
ción del sentimiento nacionalista en un gran número de perso- 
nas antes de que se produjera la era de la alfabetización en masa, 
la educación nacional, el reclutamiento universal y de los medios 
de comunicación. Asimismo se debe explicar por qué los nava- 
rros, gallegos y guadalajareños fueron más «nacionalistas» que el 
pueblo de Barcelona, Granada y otras localidades donde la resis- 
tencia fue más débil. Los navarros afirmaban ser, por naturaleza, 
los mayores patriotas de España. Sin embargo, para los historia- 
dores tal posición no puede aceptarse a primera vista. Se podría 
mantener, empero, que las especiales circunstancias de Navarra o 
las peculiares acciones tomadas por los franceses en esta provin- 
cia generaron sentimientos inusualmente intensos de lealtad 


282 


] _POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 
a España, a la monarquía borbónica y, sobre todo, a la misma 
Navarra *. 

La situación de Navarra en la frontera con Francia puede ha- 
ber dotado de cierta fuerza a los sentimientos prohispánicos de la 
provincia. Peter Sahlins ha afirmado, a partir de su estudio sobre 
Cerdaña, que a veces son las elites de regiones fronterizas las que 
inventan la identidad nacional antes de que ésta sea establecida 
en las metrópolis *. Siguiendo este modelo, puede ser que el 
pueblo de Navarra, debido a su situación geográfica, tuviera que 
definirse por referencia a los franceses y, por tanto, desarrollara 
una fuerte y precoz identidad como españoles. Esto quizás ayude 
a explicar por qué no hubo en Navarra nada similar a las revuel- 
tas separatistas de Cataluña en 1640, de Granada en 1648 y de 
toda Andalucía en 1651, y por qué el separatismo vasco había te- 
nido poca resonancia en la mayoría de navarros. 

Sin embargo, la lealtad de Navarra a España no constituyó 
ninguna forma de altruismo. Navarra se mantuvo fiel a la idea de 
España en parte porque Madrid siempre había defendido los 
fueros navarros. La importancia de estos privilegios locales en la 
vida económica y política de la provincia ya ha sido discutida en 
un capítulo anterior. Navarra tenía suficiente para sentirse satis- 
fecha de su posición dentro del Estado español, de tal manera 
que la defensa del Estado implicaba asimismo la defensa de Na- 
varra y de la merindad, el valle y las aldeas. Desde este punto de 
vista, se puede argumentar que la importancia del patriotismo y 
la identificación regional con la constitución foral de Navarra 
fueron las principales fuerzas motivadoras de la insurgencia. 
Aunque esto no sea comparable al nacionalismo español, al me- 
nos es un tipo de lealtad hacia el Estado español. 


'% Alguna de la literatura más interesante está dedicada al problema de nacionalismo. 
Entre las mejores obras se encuentran: Benedict Anderson, hmagined Communities; 
Ernest Gellner, Nations and Nationalism; Eric Hobsbawm y Terence Ranger, eds., 
The Invention of Tradition; y por el mismo autor, Narions and Nationalism since 
1780. Una excelente colección de documentos y ensayos sobre el tema es la de John 
Hutchinson y Anthony D. Smith, eds. Nationalism. 

1% Peter Sahlins, Boundaries: The Making of France and Spain in the Pyrenees. 


283 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Los navarros eran devotos de su autonomía dentro de la mo- 
narquía española al margen de sus intereses a corto plazo. Los 
intereses económicos de los navarros, especialmente en la Mon- 
taña, los vinculaba a la preservación de la monarquía borbónica 
descentralizada. Ya se ha discutido el enorme valor que para 
Navarra tuvieron la frontera aduanera separada, el control de la 
fiscalización y la exención de ciertos servicios y contribuciones. 
Los franceses, desde luego, pretendieron recortar tales privile- 
gios. Tenían las mismas razones fiscales para hacerlo que Go- 
doy, y consiguieron los mismos pobres resultados. En octubre 
de 1809, José abolió los 33 pasos aduaneros internos a lo largo 
de la frontera de Navarra, y al mismo tiempo prometió endure- 
cer las penas contra el contrabando ”. Esta medida prometía 
debilitar a un importante sector de la economía, y auguraba la 
pérdida de enormes sumas procedentes de las aduanas. Además, 
la feria de julio de Pamplona y su mercado semanal en gran 
medida se basaban en la reventa de mercancías francesas. Las 
economías de Roncal, Salazar y otros valles pirenaicos se susten- 
taban en las exportación de lana sin tratar y la importación y 
comercio de textiles franceses baratos y otras manufacturas. Fi- 
nalmente, las nuevas leyes amenazaron con destruir el enorme 
negocio del contrabando de Navarra. Sin duda alguna, estos 
factores fortalecieron el foralismo y el patriotismo de los nava- 
rros en estas zonas. 

En la Ribera, es verdad, la gente siempre se había mostrado 
ambivalente respecto al valor concedido a los fueros. Durante 
mucho tiempo se ha afirmado que la Ribera se benefició más de 
su acceso a los mercados castellanos que de su autonomía. Sin 
embargo, incluso los ribereños debieron reaccionar con terror 
ante la perspectiva de quedar convertidos, en una etapa de eleva- 
dos costes de los transportes, en un apéndice meridional de una 
Francia más desarrollada. En nada contribuía el que los fueros 
fueran abolidos en la Ribera, si ésta quedaba aislada de los cerca- 
nos mercados castellanos. 


* AFÍN, Estado, legajo 3003, 


284 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


De igual modo, todos podían estar de acuerdo con las venta- 
jas de las limitadas obligaciones de Navarra con Madrid. Aunque 
en teoría Navarra estuvo bajo el dominio francés sujeta al alista- 
miento militar al igual que otros distritos militares, los franceses 
reclutaron muy pocos soldados allí y nunca dieron el paso de 
alistar hombres que podrían ser guerrilleros o simpatizantes 
de los rebeldes. Los repetidos rumores del alistamiento francés, 
sin embargo, ponen de relieve la sensibilización que los navarros 
tenían hacia este asunto. 

Evidentemente, la manía francesa de disolver identidades e 
instituciones regionales y de imponer el control central desde 
París era bien conocida en 1808. En efecto, un argumento 
convincente para explicar la guerra de la Vendée puede ser que 
ésta no representó tanto una contrarrevolución como una de- 
fensa de la libertad regional y un «combate de vanguardia con- 
tra una dictadura terrorista» que más tarde se trataría de im- 
poner sobre el resto de Europa *. Enrique 11 había concedido 
a 85 pueblos y ciudades en la Vendée un destacado conjunto 
de «libertades» no diferente de los fueros de Navarra. Estos de- 
rechos y privilegios eran más comprensibles y valorados que la 
ominosa libertad de Rousseau según la cual el pueblo podía 
ser «obligado a ser libre» por el Estado *. La guerra en la Ven- 
dée, desde esta perspectiva, no fue una defensa del antiguo ré- 
gimen como tal, sino un conflicto por la libertad real contra 
el impulso homogeneizador del terrorismo del Estado republi- 
cano *, 

La defensa de los privilegios regionales fue también factor 
clave del alzamiento de Calabria en 1806, una vez que se hizo 


1% Alain Gérard, Pourquoi La Vendée?, pp. 10, 106. 

1 Yves-Marie Bercé, «Geographic politique du soulevement vendéene», en Alain 
Gérard y Thierry Heckmann, eds., La Vendée dans l'histoire, pp. 20-35. 

5% Erangois Furer escribió que «no fue la caída del Antiguo Régimen la que levantó al 
pueblo de la región contra la Revolución, sino la reconstrucción del nuevo régimen», 
especialmente la imposición de la «dictadura administrativa» de París y otras ciuda- 
des sobre el campo y la exigencia de que el clero prestase juramento al Estado. 
Francois Furer y Mona Ozouf, eds., A Critical Dictionary of the Erench Revolution, 
p- 166. 


285 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


evidente que la imposición de un gobierno más centralizado 
sólo ayudaría a los franceses y a sus Quislings *'. En el Tirol la 
identidad regional representaba un papel todavía más importan- 
te. En 1805 Napoleón obligó a Austria a ceder el Tirol a Bavie- 
ra, por entonces satélite francés. Durante los siguientes cuatro 
años, los bávaros destruyeron sistemáticamente los derechos y 
privilegios tiroleses que se remontaban a la Freibeitsbrief de 
1342, un tipo de carta foral concedida por Ludwig de Brande- 
burgo al pueblo tirolés y renovada sucesivamente por cada mo- 
narca habsburgo, Estos derechos, como los derechos forales de 
Navarra, incluían la exención de muchos impuestos, un sistema 
aduanero separado y, quizás lo más importante de todo, la li- 
bertad de reclutamiento. Los campesinos tiroleses lucharon por 
estos privilegios locales y para mantener a los ejércitos bávaros 
alejados de sus alimentos y de sus jóvenes. Realmente la cues- 
tión no era luchar por Austria o por cierta nación germana fu- 
tura, sino por la defensa de sus valles y aldeas. Ésta es una ver- 
dad corroborada por ciertos hechos. Primero, se debe recordar 
que el principal enemigo de los tiroleses eran los bávaros, a 
quienes los campesinos del Tirol llegaron a detestar. Así pues, 
debe cuestionarse que los tiroleses luchasen a favor de un na- 
cionalismo germánico. Segundo, la ayuda austríaca fue limitada, 
y los tiroleses aprendieron rápidamente que sus intereses y los 
de Viena no sólo eran diferentes, sino incluso antagónicos. Re- 
sulta difícil caracterizar la resistencia como proaustriaca, incluso 
aunque algunos de sus líderes (como Hormayr) puedan ser vis- 
tos desde esta perspectiva. Tercero, las pintorescas costumbres 
locales de la guerrilla, que variaban ampliamente incluso en los 
confines del Tirol, simbolizaban de modo convincente la mis- 
ma naturaleza local de la organización militar, que tuvo lugar a 
nivel del valle o de la aldea. Finalmente, los motivos locales e 
incluso personales de los combatientes pueden apreciarse en la 
desintegración del ejército tirolés que seguía a cada victoria, 
cuando —como a menudo aconteció en España— los hombres 


*! Finley, 7he Most Monstrows of Wars, pp. 132-137. 


286 


a _ POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 
simplemente retornaban a sus hogares una vez que se había 
combatido y derrotado el peligro inmediato contra su patria 
chica *. 

Dada la marca alcanzada por los franceses de destrucción de 
libertades y privilegios regionales, no resulta sorprendente que al 
menos algunos navarros mirasen a Francia con suspicacia y pu- 
sieran sus esperanzas en Fernando, a quien consideraban correc- 
tamente como un partidario de los fueros. El inexperto Fernan- 
do fue depuesto con tanta rapidez que no había tenido ocasión 
de defraudar las expectativas milenarias que se relacionaban con 
su nombre. No había duda de que las elites políticas de Navarra 
preferían la incógnita sobre Fernando a la certeza de la violencia 
imperial contra las instituciones locales y democráticas, el tardío 
absolutismo de un monarca del Antiguo Régimen a la fiscaliza- 
ción intensiva y otras formas de explotación estatal en manos de 
los Bonapartes. El régimen imperial había dejado claro desde el 
principio que Navarra no tendría nada que decir respecto a su 
futuro político y que la más mínima desobediencia sería severa- 
mente castigada. A partir de Bayona, se reconoció que Francia 
acabaría desnudando Navarra de sus tradiciones autonómicas y 
de sus privilegios. En efecto, Napoleón planeó anexionar Nava- 
rra y Cataluña, a partes de Aragón y a las provincias vascas. Al- 
gunos españoles ya se habían percatado de estos designios. Mi- 
guel Azanza, por ejemplo, ya advirtió a José en junio de 1808 de 
que cualquier cambio en la constitución foral de Navarra sería 
extremadamente peligroso ”. 

De hecho, el ataque francés a los fueros ya había comenzado 
incluso mientras la asamblea de Bayona se ponía en marcha. El 
gobierno foral perdió primero sus funciones judiciales, En el 
mes de junio de 1808, los conflictos entre civiles y soldados 
franceses hicieron que el general D'Agoult usurpara las prerro- 


* Véase F. Gunther Eyck, Loyal Rebels: Andreas Hofer and the Tyrolean Uprising of 
1809. Puede encontrarse una perspectiva más antigua de la rebelión como guerra na- 

cionalista en Walter Consuelo Langsam, 7he Napoleonic Wars and German Nationa- 

lism in Austria. 


%% Azanza and O'Farrill, Memoria, pp. 176-77, 279-84. 


287 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


gativas del Consejo y Tribunal regios con objeto de juzgar en 
un tribunal militar a los sospechosos considerados peligrosos 
para el régimen francés. El gobierno representativo duró unos 
pocos meses más. La Diputación, tras un período de indecisión, 
huyó de Navarra ante la proximidad de los ejércitos españoles 
en agosto de 1808. D'Agoult nombró de inmediato nuevos di- 
putados, pero nunca tomaron asiento. Algunos, como el dipu- 
tado de Lumbier, emigraron, mientras que otros adujeron excu- 
sas personales para no responder. La Diputación dejó entonces 
de existir hasta que fue revivida por Reille como órgano no re- 
presentativo y de designación. Evidentemente nunca se permi- 
tió que las Cortes se reuniesen **. Los franceses también recorta- 
ron los poderes del virrey. José protegió las prerrogativas de los 
virreyes en lo que pudo con objeto de contrapesar a los gober- 
nadores militares. Cesó a ciertos individuos, pero protegió la 
insticución. El marqués de Vallesantoro fue deportado a Francia 
por su deslealtad en septiembre de 1808, aunque de inmediato 
José envió como sustituto a Francisco Negrete, quien sirvió has- 
ta abril de 1809, cuando le sucedió el duque de Mahón. Ma- 
hón, militar de carrera de origen francés, permaneció en el car- 
go hasta 1810, cuando Napoleón eliminó los últimos vestigios 
del régimen virreinal. El 8 de febrero de 1810, el emperador es- 
tableció un gobierno autónomo en Navarra (y en las otras pro- 
vincias septentrionales de España) preparatorio para la total 
anexión. Desde entonces el poder real estuvo en Navarra en 
manos del gobernador militar. En efecto, siempre había sido así 
y las medidas del 8 de febrero no hicieron más que formalizar 
una situación ya existente. Ésta era la situación reinante en Na- 
varra cuando la ciudad de Pamplona se rindió a las fuerzas es- 
pañolas en octubre de 1813. 

A. través de estas difíciles relaciones con sus instituciones tra- 
dicionales, los navarros se dieron cuenta de que su patria estaba 
siendo preparada para la anexión a Francia. Ya en el verano de 
1809, los franceses se vieron obligados a negar los rumores 


* Miranda Rubio, La Guerra de la Independencia en Navarra, pp. 141-43. 


288 


NS POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA E 
de que Napoleón planeaba anexionar Navarra, prueba de la se- 
riedad que habían alcanzado tales murmuraciones. Las historias 
continuaron, sin embargo, tal y como a menudo ocurre con las 
historias verdaderas. En octubre de 1810, Napoleón advirtió a 
Cafarelli en Vizcaya y a Reille en Navarra que mantuviesen en 
secreto sus planes para la anexión, aunque el propósito último de 
los franceses no pudo ocultarse por más tiempo ”. En febrero de 
1812, Cataluña se convirtió en un departamento francés. Por en- 
tonces ya era evidente que a Navarra le esperaba una suerte simi- 
lar y que sólo las dificultades militares (en 1812 los franceses a 
duras penas podían mantener incluso la ciudad de Pamplona) re- 
trasaban la anexión. 

Incluso los «colaboracionistas» navarros se resistieron a los es- 
fuerzos franceses por anexionar la provincia. En 1810 escribieron 
una carta a José pidiéndole que defendiera sus intereses en Nava- 
rra frente a los de su propio hermano. El pueblo navarro, soste- 
nían, se había mostrado realmente leal a José, por lo que no de- 
bería ser castigado por los crímenes de unas pocas bandas 
armadas (como la de Mina). Además, los navarros demostrarían 
ser sus súbditos más leales y útiles una vez que la guerrilla fuera 
derrotada *. Esta «actitud inequívocamente hispanófila» de las 
elites navarras, incluso de quienes colaboraban, los distinguía de 
los oficiales municipales de, por ejemplo, Cataluña, donde la 
unión con Francia fue aceptada con mayor facilidad ”. Para la 
ocupación francesa resultaba un signo amenazador que sus mejo- 
res colaboradores prefirieran sacrificar sus carreras escribiendo 
esta carta a José en un intento de preservar el espacio ocupado 
por Navarra en la monarquía española. 


5% Napoleón escribió a Berthier pidiéndole que «dejase (a Cafarelli) saber confiden- 
cialmente que yo intento anexionar Vizcaya a Francia; lo que no debe ser menciona- 
do, aunque debe influir en su conducra. Imparta el mismo secreto al general Reille 
con respecto a Navarra». Napoleón Bonaparte, Confidential Correspondence, carta del 
12 de octubre de 1810. 

50 ¿La Ciudad de Pamplona al Rey José», fechada el 26 de mayo de 1810, AHN, le- 
gajo 3003, núm. l. 

% Mercader Riba, /osé Bonaparte, Rey de España, p. 13. 


289 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Los afrancesados de Navarra reconocían el grado de impopu- 
laridad al que llegarían si Navarra era anexionada por Francia. 
Los decretos de febrero de 1810 y el consiguiente temor a la ane- 
xión les habían situado en una delicada posición %. José envió a 
Miguel Azanza a París para las bodas del emperador, aunque su 
presencia fue también pergeñada para darle, en nombre de José, 
la última oportunidad de convencer a Napoleón de que el reparto 
de España haría que sus partidarios cambiasen de bando *%. Tanto 
José como Azanza reconocían que los sentimientos autonomistas 
de Navarra eran demasiado fuertes para eliminarlos por decreto y 
que si quería tener alguna esperanza de pacificación se tendrían 
que hacer concesiones al orgullo regional. Por el contrario, en 
Cataluña los decretos de febrero encontraron poca oposición ar- 
mada, y fue por esta razón por la que Napoleón se sintió lo sufi- 
cientemente seguro para ir adelante con la anexión de esa pro- 
vincia en 1812, 

Cada esfuerzo francés por reformar la sociedad de Navarra 
creó más enemigos que amigos. El embargo de las tierras de la 
Iglesia, por ejemplo, no trajo ninguna ventaja en una provincia 
donde los clérigos, lejos de monopolizar tierra y riqueza, eran 
considerados como buenos vecinos. De manera similar, la aboli- 
ción de los señoríos no creó una buena base para el apoyo a los 
franceses. Sobre todo, la abolición del «feudalismo», que afectaba 
los derechos y privilegios forales de Navarra, provocó la desazón 
en un pueblo que había prosperado durante siglos en los intersti- 
cios dejados por el débil absolutismo procedente de Madrid. Sin 
embargo, quizás más que ninguno de estos factores, fue la explo- 
tación económica de Navarra, organizada por Francia para sus- 
tentar la ocupación, la que creó el clima favorable para la guerra 
de guerrillas. 


“5 Artola, Los afrancesados, p. 199. 
% Azanza y O'Farrill, Memoria, pp, 176-77, 279-84. 


290 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


4. Guerras personales 


Las exenciones de impuestos fueron probablemente el privilegio 
foral más valorado de Navarra, aunque, por supuesto, tales exen- 
ciones acabaron tan pronto como las tropas francesas ocuparon 
la provincia. Las requisiciones francesas de alimentos, trabajo, 
animales y transportes, que comenzaron en la primavera de 
1808, generaron un malestar inmediato. En los años que siguie- 
ron, las requisiciones e impuestos crecieron y amenazaron con 
arruinar la economía. A veces la conexión entre la presión fiscal 
francesa y la resistencia fue obvia. La revuelta del Roncal se des- 
encadenó por un intento de requisición de ovejas, y en ciudades 
como Ujué los franceses tuvieron que abandonar incluso los 
intentos de registrar los graneros, y mucho menos de recaudar 
grano, debido a la oposición encontrada. En efecto, es posible —de- 
jando de lado cualquier consideración sobre la ofensa al senti- 
miento religioso, nacionalista o provincial— explicar el fervor de 
la resistencia en Navarra como respuesta, al menos en parte, a las 
insoportables exacciones de los franceses. Se podría dar el mismo 
argumento para Calabria y el Tirol. En Calabria, el suceso que 
realmente desencadenó el levantamiento fue una serie de requisi- 
ciones y violencias contra mujeres por parte de soldados franceses“. 
El principal líder de las guerrillas tirolesas, Andreas Hofer, fue un 
mesonero reducido a la pobreza por las imposiciones bávaras que 
habían arruinado la economía*'. Para completar el cuadro del fra- 
caso francés en Navarra, por tanto, es necesario observar más de 
cerca los efectos de los impuestos y las requisiciones. 

Gracias al excelente trabajo de Joseba de la Torre, sabemos 
que el régimen francés recaudó más de 152 millones de reales 
en impuestos y requisiciones durante el período que va de 1808 


'% Finley, The Most Monstrous of Wars, pp. 26-28. 

1 El dominio bávaro resultó económicamente desastroso para el Tirol y afectó direc- 
tamente a Hofer, que entre otras actividades se dedicaba al transporte de mercancías 
en caballos de carga. Los 16 caballos con los que contaba Hofer en 1805 se redujeron 
a dos en el momento en que estalló la lucha. Eyck, Loyal Rebels, pp. 27-28. 


291 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


a 1814*. Esta cifra representa más del 40 por ciento de la produc- 
ción quinquenal de la agricultura e industria navarra %. Y los tiem- 
pos que corrían no eran normales. Los efectos sobre la productivi- 
dad de cinco años de ejecuciones, saqueos, quemas, pérdidas de 
ganado y otras depredaciones, aunque son imposibles de medir, 
debieron ser grandes. En una provincia acostumbrada a recibir 
más insumos de Madrid que a enviarlos, tal carga, en cualquier 
caso imposible de mantener a largo plazo, resultaba criminal. 

No resulta sorprendente, por tanto, encontrar campesinos pa- 
sándose a la bandera de Mina en el invierno de 1811, tras co- 
menzar a operar de nuevo después del desastre de Lerín. En pri- 
mer lugar, porque Mina podía proporcionar protección contra 
los recaudadores fiscales franceses y las partidas de requisición, 
especialmente tras diciembre de 1811. Así, menos del 29 por 
ciento de la «Contribución Territorial» de 1811-12 nunca llegó a 
ser recaudada por los franceses, una cifra que cayó al 10 por 
ciento para la contribución de 1812-13%, 

No es posible obtener un cifra global del valor de las requisi- 
ciones recaudadas por la División de Mina y por otras partidas 
guerrilleras de Navarra. No obstante, los datos parciales, compi- 
lados por Joseba de la Torre, permiten comparar el peso de las 
exacciones francesas y de las guerrilleras en ciertas localidades “. 
La evidencia conduce a algunas conclusiones importantes, Pri- 
mero, en las 116 ciudades y pueblos para los que poseemos datos 
exactos, los franceses recaudaron más de siete veces lo que consi- 
guieron las guerrillas. Además, sólo el 7 por ciento del valor de 
las requisiciones guerrilleras fue recaudado coercitivamente, sin 
recibos, mientras que el 93 por ciento de las requisiciones de los 
franceses fue tomado a la fuerza. 


v* Torre, Los campesinos navarros, pp. 25-65, 


'* El promedio anual del producto agrícola, del comercio y de la industria en Nava- 
rra durante el período anterior a la guerra alcanzaba los 71.600.000 reales. «Estado 
general de los productos territoriales, comerciales, e industriales del Reino de Nava- 
rra», AGN, Estadística, legajo 49, car. 18. 

(1 Torre, Los campesinos navarros, p. 29. 

6% Tbíd., pp. 87-91. 


292 


Una segunda conclusión es que los guerrilleros no estuvieron 
casi presentes en el valle del Ebro, que sólo contribuyó a las gue- 
rrillas con bienes por valor de 430.000 reales, mientras que su- 
plió a los franceses con productos equivalentes a casi 9.000.000 
de reales. De hecho, los guerrilleros nunca se llevaron bien con 
Tudela, que era considerada profrancesa. Mina la saqueó en 
1809. Durán (guerrillero aragonés) la volvió a saquear en 1812. 
Mina incluso pidió rescate por tres oficiales municipales tudela- 
nos en 1812 para castigar a la ciudad por haber pagado impues- 
tos a los franceses “, Por el contrario, las guerrillas recaudaron 
casi 3.000.000 de reales en especie en la Montaña. Y el valor de 
las exacciones francesas en la Montaña alcanzó los 17.000.000 
de reales. 

En tercer lugar destaca la importancia que Estella tuvo para 
los insurgentes. El 8 por ciento de los recursos de la División se 
originó en la ciudad de Estella. Los franceses también extrajeron 
de Estella más de 7.000.000 de reales en especie. 

Cuarto, los franceses requerían con mayor peso en regiones 
cercanas a Pamplona o a otras grandes ciudades, guarniciones o 
caminos principales. Por ejemplo, Villava, una pequeña ciudad 
en 1808 y todavía hoy prácticamente un suburbio de Pamplona, 
contribuyó con 57.000 reales a los franceses y con sólo 4.376 rea- 
les a las guerrillas. Los valles altos del Arga y Ebro, situados en el 
camino entre Pamplona y Roncesvalles, contribuyeron más a los 
franceses que a las guerrillas, y la pequeña villa de Iriberri, fuera 
del camino Pamplona-Irurzún, aportó más recursos per cápita a 
las partidas de requisición francesas que casi cualquier otra loca- 
lidad para la que existen registros ”. 

Quinto, por regla general las guerrillas tuvieron más éxito en 
la recaudación de raciones y alimentos en las pequeñas aldeas, 


““ AGN, Guerra, legajo 18, car. 19. Al no conseguir que esta acción tuviera los resul- 
tados deseados, Mina ordenó a su hombre de confianza que enviase cartas amenaza- 
doras al gobierno de la ciudad exigiéndoles contribuciones que nunca llegaron. Tras 
la guerra, los tudelanos estuvieron entre los enemigos más implacables de Mina. 
AGN, Guerra, legajo 20. Iriberri aportó 478 reales por persona, dos tercios de los 
cuales en dinero. 


293 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


mientras que los franceses dominaron en las ciudades grandes. 
Incluso Sangiiesa, un ciudad insurgente de cierta importancia 
durante la mayor parte de la guerra, contribuyó 24 veces más a 
los franceses que a la División %. Las guerrillas expulsaron a la 
guarnición e intentaron en más de una ocasión defender la ciu- 
dad; sin embargo, debido a su tamaño, los franceses considera- 
ron que merecía la pena enviar largas columnas periódicamente 
para extorsionar con contribuciones e impuestos. Sólo en las al- 
deas pequeñas y remotas tuvo realmente ventaja la guerrilla 
para fiscalizar a la población. Zugarramurdi aportó seis veces 
más raciones a la guerrilla que a los franceses y no fue requerida 
con dinero. Sada, en los montañas occidentales de Sangiiesa, y 
los valles de Aézcoa, Ulzama y Atez también dieron mucho más 
a las guerrillas que a los franceses %. Evidentemente, el «mar 
conveniente» que suplía a las tropas de Mina se situaba princi- 
palmente en las remotas regiones de las merindades de 
Pamplona, Estella y Sangiiesa. En tales áreas, la dispersión de 
la población hizo imposible que los franceses efectuaran requisi- 
ciones con efectividad, lo que permitió que las guerrillas ocupa- 
sen este vacío. 

Algunas áreas contribuyeron excesivamente a ambas partes. 
El valle de Echauri, durante gran parte de la guerra base del 
cuarto batallón y refugio favorito de los insurgentes, conservó 
recibos por casi 836.000 reales contribuidos a los franceses ””. 
A pesar de todo, durante 1810 y desde finales de 1811 en 
adelante, las guerrillas lograron aislar Echauri de Pamplona, y 
Mina recibió 587.000 reales en raciones procedentes de allí, 
En el transcurso de la guerra, Echauri contribuyó a los france- 
ses con 466 reales per cápita y a las guerrillas con 327. Consi- 
derando la proximidad de la región a Pamplona, la diferencia 


% AGN, Guerra, legajo 19, car. 44. 

0% AGN, Guerra, legajos 20, 21. 

«Razón de todo lo contribuido por este valle de Echauri desde el año de 1808 has- 
ta el de 1813» APN, Pamplona, Velaz, 1815; y «Estado que manifiesta los granos, 
frutos, y ganados que hubo en toda la merindad de Pamplona en el año de 1807», 
AGN, Estadística, legajo 33, car, 1. 


294 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


es pequeña, lo que evidencia el éxito de la insurgencia en la 
zona”, 

Finalmente, no existió una simple relación entre el nivel de 
miseria creado por las exacciones francesas y el entusiasmo de la 
población por la insurgencia. Por ejemplo, ninguna persona pro- 
cedente de la duramente golpeada Iriberri se presentó voluntaria 
para servir en la División, y las excesivas requisiciones en Corella 
y Tudela no hicieron que la resistencia fuera allí especial ”?. Por el 
contrario, la persistente presencia de los franceses en dichos luga- 
res hizo que la unión a la insurgencia fuera muy difícil para los 
jóvenes. A la inversa, las comunidades que contribuyeron con 
más hombres a la guerra de guerrillas —como Echauri, Lumbier, 
Roncal y Ujué— escaparon a la incursión de las partidas de re- 
quisición francesas, al menos durante parte del tiempo y sobre 
todo desde finales de 1811, ya que por entonces Mina había 
conseguido la fuerza necesaria para proteger lo que era suyo. 

Evidentemente, la explicación del entusiasmo mostrado por 
una región particular depende de un conjunto de factores más 
complejo, de los cuales el impacto económico de la ocupación 
francesa es sólo uno. La presión y violencia francesas produjeron 
respuestas diferentes —incluyendo el alistamiento en el ejército 
guerrillero— que dependían de la estructura interna de la comu- 
nidad afectada. En el siguiente epígrafe de este capítulo se anali- 
za el modo en que dos comunidades, el pueblo de Echauri en la 
Montaña y la ciudad de Corella en la Ribera, reaccionaron a las 
demandas fiscales del gobierno francés. 


"Il Para Arraiza, villa media del valle, disponemos incluso de un cálculo más deralla- 
do. Arraiza contribuyó con 54.700 reales a los franceses, dos tercios de los cuales se 
extrajeron en el difícil año de 1811. Del total, el 43 por ciento fue en forma de dine- 
ro, lo que requirió que la comunidad extrajese repetidas veces impuestos de capita- 
ción y violase los recursos de riqueza comunales. Para las guerrillas, por otro lado, 
Arraiza no hizo ninguna contribución en dinero. Sin embargo, en raciones y bienes, 
la División consiguió 64.800 reales. Además, la aldea aportó 28.800 reales al ejército 
regular español y a las tropas aliadas tras 1813. Per cápita, Arraiza contribuyó con 
237 reales a los franceses, 266 a la División y 118 a los aliados. «Razón de lo que ha 
suplido este lugar de Arraiza». APN, Pamplona, Velaz, legajo 91, 1815. 

12 AGN, Guerra, legajo 20, car. 5. 


295 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


5. Echauri y Corella responden a la ocupación 


Bajo los Borbones, la Diputación había tenido poder para recau- 
dar dinero. La función real de distribuir y recaudar impuestos, 
empero, estaba descentralizada. La Hacienda de Pamplona asig- 
naba la cantidad debida según las merindades, y entonces cada 
una de ellas determinaba la contribución que debía satisfacer 
cada municipio, si bien eran las comunidades las encargadas de 
conseguir el dinero por medio de una mezcla de arbitrios e im- 
puestos municipales. Estos acuerdos dejaban el poder regio de 
fiscalizar en manos de antiguas estructuras corporativas: la me- 
rindad y el concejo. El régimen francés no tuvo tiempo o poder 
para alterar completamente este sistema. Aunque quiso llenar los 
cargos municipales con sus propias criaturas, la amenaza de las 
represalias guerrilleras lo hizo muy difícil. A excepción de las ciu- 
dades más grandes, por tanto, los antiguos concejos comunita- 
rios conservaron la función de dividir los repartimientos imposi- 
tivos entre el pueblo cuando lo estimaban conveniente. 

El dinero podía obtenerse a través de impuestos proporciona- 
les, encabezados, impuestos sobre el consumo, préstamos sobre 
individuos o sobre la parroquia o a través de la enajenación de 
activos comunitarios. Todo dependía de qué intereses estuvieran 
representados en el concejo comunitario. Como se describió en 
el capítulo dos, la estructura de tales concejos difería ampliamen- 
te entre la Montaña y la Ribera. Es tiempo ahora de ver cómo es- 
tos concejos conseguían impuestos en la práctica real. 

Echauri, como la mayoría de las comunidades de la Montaña, 
intentó en un principio satisfacer las demandas francesas utili- 
zando sus rentas normales, que eran considerables ”?. Sin embar- 


' Los ingresos anuales de los servicios públicos, rales como el abastecimiento de 
vino, carne, pescado y pan, junto a las rentas de los pastos municipales y otras tierras, 
producían más que suficiente para cubrir los gastos ordinarios de los concejos de la 
Montaña. Sirva de ejemplo que en 1800 la aldea de Noáin elaboró un plan para re- 
parar sus fuentes y caminos con un coste de 300 reales y manifestó que sus fondos te- 
nían un excedente de 2.953 reales una vez que todos los gastos habían sido satisfe- 
chos. APN, Pamplona, Peralta, legajo 51, núm. 73, 20 de mayo de 1800. 


296 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


go, éstos no eran ya tiempos normales, y en septiembre de 1808 
Echauri estaba tomando medidas especiales. Una forma de conse- 
guir dinero consistió en alterar el sistema por el que se arrendaban 
los servicios públicos. En vez de acuerdos anuales, las concesiones 
podían hacerse por dos o tres años, lo que aportó ingresos inme- 
diatos a la comunidad. Echauri asimismo utilizó para pagar a los 
franceses el importe de una porción de tierra pública utilizada nor- 
malmente para remunerar al párroco. Se efectuaron cortas en los 
bosques de la sierra de Andía para conseguir dinero, y se arrenda- 
ron a ciertos individuos partes de la enorme extensión de tierras 
comunitarias, si bien relativamente infértiles, conocida como bal- 
díos. De la explotación de estas tierras se podía esperar obtener 
unas pocas cosechas normales antes de que aquéllas comenzasen a 
perder su productividad; sin embargo, mientras tanto, la comuni- 
dad podía al menos recaudar renta para unos pocos años ”*, 

En conjunto, todas estas operaciones sólo dieron un mínimo 
respiro. Pronto Echauri tuvo que volver a los préstamos para ob- 
tener el dinero requerido. La comunidad consiguió imponer a la 
fuerza un censo de 20.000 reales a favor de su iglesia parroquial ”. 


74 Una alteración más fundamental tuvo lugar en relación al sistema por el cual 
Echauri molía su grano. Al ser la molienda una actividad tan sensible e importante, 
en Echauri se había desarrollado un sistema especial para gestionarla. El molino de 
agua no se arrendaba simplemente sobre la base de un contrato. Si así fuera, el moli- 
nero rendría que obtener sus beneficios quedándose con una parte del grano condu- 
cido para efectuar la molienda. Esta porción se podía haber incrementado adulteran- 
do la harina devuelta a los clientes o manipulando los recibos. Echauri evitó estos 
abusos, comunes y antiguos en la mayor parte de Europa, situando una persona asa- 
lariada en el molino. El molinero, en otras palabras, se había convertido en un em- 
pleado a tiempo completo. Sin embargo, este sistema tuvo que ser abandonado du- 
rante la guerra napoleónica a fin de conseguir fondos de emergencia. El molino fue 
arrendado una vez más, Además, para maximizar el valor de la renta, los controles 
tradicionales de los precios fueron abandonados. Se permitió que el molinero vendie- 
se harina a elevados precios de guerra como remuneración por el pago de una renta 
anual superior que, de otra manera, hubiera sido imposible de satisfacer. La comuni- 
dad consiguió el dinero necesario a través de lo que equivalía a un impuesto oculto 
sobre el pan. Echauri no consiguió volver al sistema tradicional hasta la primavera de 
1817. APN, Pamplona, Velaz. 

75 APN, Pamplona, Velaz, legajo 92, 1816. Echauri vendió también (ilegalmente) 
más de una hectárea de la rierra de su parroquia a particulares. La parroquia no recu- 


297 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Echauri además tomó prestado dinero y grano de las villas veci- 
nas y de los propietarios ricos. Fueron muchos los años que tar- 
dó en recuperarse de estas deudas. Todavía en 1828 Echauri de- 
bía 8.500 reales procedentes de la guerra”. 

El impacto de todos estos préstamos e impuestos forzosos fue 
menos devastador para las personas de lo que pudiera suponerse. 
Solamente alrededor de veinte hectáreas en propiedad privada 
cambiaron de manos durante la guerra. Además, no existieron 
especiales ganadores ni perdedores en este intercambio menor, de 
modo que se puede afirmar con seguridad que los años de guerra 
no alteraron los modelos de propiedad de la tierra en Echauri ”. 
Los individuos consiguieron conservar sus fortunas privadas en 
Echauri porque el gobierno encontró el medio para amortiguar 
el efecto de las contribuciones sobre sus habitantes, especialmen- 
te sobre los pobres. Primero, el valle comenzó a distribuir im- 
puestos en relación proporcional con la renta, algo que no era 
una práctica normal. Esto limitaba las probabilidades de que los 
pobres tuvieran que deshacerse de sus tierras para cumplir con 
sus obligaciones, por lo que los mayores propietarios de la tierra 
se vieron obligados a vender más propiedad de lo que fueron ca- 
paces de comprar en los años de la guerra ?*. 


peró su tierra hasta después de la guerra, aunque la aldea acordó pagar a su cura una 
suma anual en compensación, Irónicamente, este resultado equivalía al cumplimien- 
to parcial del programa francés y liberal de secularización de la Iglesia. APN, Pam- 
plona, Velaz, legajo 96, 1829. 

'* APN, Pamplona, Velaz, legajo 96, 1829. Se puede apreciar la gravedad de esta 
deuda si uno se hace cargo de que los 8.500 reales equivalían a catorce veces la renta 
anual que Echauri recaudaba de todos los servicios municipales arrendables, El méto- 
do utilizado por la aldea para satisfacer la deuda en 1828 permite comprender mejor 
la naturaleza igualitaria de Echauri. Echauri dividió proporcionalmente la deuda en- 
tre todos los vecinos, desde los 1.431 reales de don Melchor de Mendigaña a los cua- 
tro reales de Simona Larimbe. Todos los individuos juntos pagaron 4.898 reales. La 
comunidad prometió pagar el resto, aunque no está claro de dónde se podían obte- 
ner estos nuevos fondos en las difíciles décadas de 1820 y 1830, APN, Pamplona, 
Velaz, legajo 96, 1828. 

7 APN, Pamplona, Velaz, legajos 83-96 (1798-1828). Había poco más de 2.462 
hectáreas de tierra privada en el valle de Echauri. 

** Los impuestos y las contribuciones se repartían en el valle en su conjunto, y a cada 
villa se le asignaba un porcentaje de la contribución que se basaba en el número de 


298 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


Echauri, como otros municipios de Navarra, poseía también 
grandes propiedades corporativas que podían ser utilizadas para 
pagar impuestos. En circunstancias normales la propiedad muni- 
cipal y comunal era intocable, En toda la década que va desde 
1797 a 1807, Echauri vendió a dos propietarios dos parcelas de 
tierra municipal, cada una de menos de 0,3 hectáreas. Ésta fue la 
norma más común en la mayor parte de las comunidades de la 
Montaña ””. Más tarde, desde 1807 a 1822, Echauri vendió poco 
más de 152 hectáreas de propiedad comunal y municipal. Con 
todo, esto sólo equivalía al 6 por ciento de la tierra privada del 
valle. Además, Echauri se aseguró de que la tierra fuera vendida 
en pequeñas parcelas, a precios asequibles y entre numerosas per- 
sonas. En efecto, los registros muestran que 80 individuos hicie- 
ron 116 compras de 68 vendedores diferentes. De este modo, in- 
cluso la presión de la guerra no provocó una concentración 
significariva de la propiedad *. El concejo abierto de Echauri no 
podía vender bienes a los residentes más ricos o a los foráneos, ni 
aplicó impuestos personales regresivos o pesados. Cuando se en- 
frentaba a agresiones foráneas, Echauri, debido a la naturaleza re- 
lativamente democrática de su gobierno local, buscaba solucio- 
nes colectivas a sus problemas. 

Por el contrario, los regidores de la ciudad de Corella preten- 
dieron proteger sus propios intereses y colocar todo el peso de la 
ocupación sobre los pobres. A juzgar por el número de ventas de 
tierras, la guerra parece no haber provocado una mayor destruc- 
ción de las fortunas privadas en Corella que en Echauri*. Aun- 
que no tenemos cifras locales sobre la cantidad de la tierra que 
cambió de manos en Corella debido a la mayor pobreza de sus 


vecinos que poseyera. Sin embargo, las aldeas recaudaban impuestos basándose en la 
capacidad de los individuos para pagar. APN, Pamplona, Velaz, legajo 89, núm. 13, 
11 de abril de 1811 y legajo 92, 1815. 

'% Estos y otros daros sobre la venta de comunales proceden del APN, Pamplona, 
Velaz, legajos 83-91. Mi examen de los registros de 1800 a 1808 para los valles de 
Elorz, Ibargoiti y Unciti, al este de Pamplona, confirma el mismo modelo. APN, 
Pamplona, Peralta, legajos 50-54. 

s0 APN, Pamplona, Velaz, legajos 83-96, 

$ APN, Tudela, Laquidáin, Renault, Guesca y Alfaro, 1785-1818. 


299 


protocolos notariales, los ejemplos existentes de ventas de tierra 
sugieren que los grandes propietarios pusieron en venta peque- 
ñas parcelas, probablemente el mínimo requerido para cubrir sus 
obligaciones fiscales. Parece, por tanto, que no hubo un gran 
cambio en los patrones de propiedad de la tierra. 

Esto no resulta sorprendente, dado que los ricos propietarios 
constituían el gobierno municipal en Corella, y estaban dispuestos 
a hacer cualquier cosa para proteger sus fortunas. No había posibi- 
lidad de que fiscalizaran según la riqueza, como ocurría en Echau- 
ri. Por el contrario, el primer recurso que los regidores de la ciudad 
arbitraron consistió en un impuesto indirecto sobre los productos 
de consumo más comunes, un procedimiento que Echauri nunca 
empleó. Tampoco era probable que el concejo urbano fiscalizase 
rentas O ingresos contra los deseos de los hombres que lo habían 
elegido. Por contra, los oficiales municipales de Corella fiscaliza- 
ron a todos los vecinos sin considerar su nivel de ingreso *, 

Corella, como otras corporaciones municipales de ciudades 
más grandes, también prefirió utilizar con frecuencia fondos de 
propiedades comunitarias, vendiéndolas en pública subasta a 
cualquiera que estuviera dispuesto a comprarlas. Ya en julio de 
1808, la ciudad decidió que estaba legitimada para enajenar sus 
bienes a fin de pagar a los franceses. En 1810 la ciudad comenzó 
a vender sistemáticamente sus propiedades, tanto las que se asig- 
naban desde antaño al uso municipal como las que se daban en 
arrendamiento en los comunales *. 

En estos términos, la gestión del endeudamiento resultaba 
muy injusta. Por ejemplo, los impuestos sobre bienes de consu- 
mo hicieron que fueran los pobres sin tierra y los pequeños pro- 
pietarios los que pagaron la factura. En la mayor parte de Nava- 
rra las tierras comunales todavía se utilizaban colectivamente *!. 


* AMG, legajo 85. 

%% AMC, legajo 85, núm. 5. 

5% Por el contrario, en otras muchas regiones de Europa el uso de comunales había 
quedado limitado desde hacía mucho tiempo a los mayores propietarios de ganado, 
por lo que la enajenación de comunales podía dañar potencialmente sus intereses. 
Véase, por ejemplo, Florence Gauthier, La voie paysanne, 


300 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


Por consiguiente, fueron los pequeños propietarios y los trabaja- 
dores sin tierra, que utilizaban los comunales para obtener leña y 
forraje, los que salieron más perjudicados por la venta de las tie- 
rras comunales, al tiempo que los mismos hombres que con an- 
sia se estaban apropiando de las rierras embargadas a la Iglesia se 
alegraban de ver las propiedades comunales a la venta. El des- 
contento popular hacia las enajenaciones pudo ser contenido du- 
rante algunos años, hasta que comenzó a sentirse todo el impac- 
to de la pérdida de los comunales y que el gobierno de la ciudad 
ya no iba a proporcionar más servicios. Además el débil proleta- 
riado de Corella ya no era capaz de amenazar el orden social, 

Los hombres que diseñaron el plan para la enajenación de la 
propiedad municipal proyectada en Corella en 1810 alegaron es- 
tar actuando en beneficio de toda la comunidad. No es que sólo 
quisieran conseguir dinero rápido para pagar a los franceses ni 
que simplemente anduvieran detrás de las tierras comunales en 
beneficio propio. Según el modelo de los economistas políticos, 
sostenían también que sus nuevas propiedades llevarían a una 
agricultura comercial más próspera, lo que en último extremo 
enriquecería a toda la comunidad *, Este idilio fisiocrático no 
fue puesto a prueba de inmediato, dado que la venta de comuna- 
les fue detenida de forma brusca tras la derrota de los franceses 
pocos años más tarde. Á pesar de todo, resulta significativo que 
el proyecto fuera intentado. Los ricos ciudadanos de Corella te- 
nían intereses creados en el éxito francés, porque sabían que sólo 
bajo un gobierno galo podían continuar expoliando los bienes de 
la comunidad. ¿Resulta entonces sorprendente que Corella per- 
maneciera leal a los franceses o, por lo menos, se mantuviera 
inactiva durante la guerra? 

El plan de Corella fue más completo en otras ciudades. Don- 
dequiera que las rierras comunales y municipales fueran enajena- 
das, el resultado era siempre el mismo: pobreza, despoblación y 
violencia social, como ejemplifica el caso de Olite. Al principio 
de la Guerra de Independencia, los regidores de la ciudad de Oli- 


35 «Plan para la enagenación de los enfiteusis de la Ciudad de Corella», AMC, legajo 85, 


301 


__ LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


te vendieron prácticamente todas las tierras de la ciudad con ob- 
jeto de pagar sus deudas de guerra. Unos pocos grandes propieta- 
rios, que pronto abandonaron la ciudad y se convirtieron en se- 
ñores absentistas, llegaron a controlar la economía local, con el 
resultado de que Olite estuvo perdiendo población durante el si- 
glo xIx. Sólo tras un prolongado y amargo conflicto, la comuni- 
dad recuperó algunos de sus bienes *. 

Comunidades como Echauri contaban con los medios ade- 
cuados para resistir a los franceses y con una configuración social 
propicia a la solidaridad contra el enemigo. Los concejos munici- 
pales que gobernaban las comunidades de la Montaña represen- 
taban a sus poblaciones. Eran pocas las posibilidades de que apa- 
reciera el descontento popular con un gobierno local en el que 
todas las cabezas de familia tenían algún papel. En efecto, uno 
de los regidores de Echauri trabajó para Mina y fue finalmente 
ejecutado por ello por los franceses. Comunidades como las del 
valle de Echauri produjeron el mayor número de guerrilleros, 
como ya hemos tenido oportunidad de comprobar, proporciona- 
ron alimentos, ropas y otras demandas de la División, y se con- 
virtieron en base de los regimientos de Mina. Y fueron capaces 
de cumplir estas funciones porque sus sólidas instituciones co- 
munitarias siempre actuaron protegiendo a los individuos de las 
agresiones del régimen francés. Los paralelismos con la Vendée y 
el Tirol (si bien no con Calabria) son de nuevo aleccionadores. 
En ambas regiones los rebeldes no fueron campesinos desposeí- 
dos y proletarizados, sino propietarios acomodados con tradicio- 
nes de poder local, especialmente en El Tirol *. 


86 


Montoro Sagasti, La propiedad privada. 

% La interpretación de la Vendée como rebelión de campesinos acomodados puede ver- 
se en Paul Bois, Paysans de l'Ouest; Charles Tilly, The Vendée, y con algunos matices en 
Alain Gérard, Pourquoi la Vendée? Un punto de vista diferente en Marcel Faucheux, 
L insurrection vendéene de 1793. Las similitudes entre la insurrección de Navarra y la del 
Tirol son demasiado numerosas para enumerarlas. Por ejemplo, los campesinos propic- 
tarios del Tirol utilizaban, como los navarros, la caza para conseguir gran parte de su sus- 
tento. En efecto, los tiroleses se armaban con «Srurzen», un arma similar a una carabina, 
mucho más precisa que cualquier mosquetón, Este fusil, que los campesinos apodaban 
«el señor», fue muy efectivo en la guerra de guerrillas. Eyck, Loyal Rebels, p-8. 


302 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 
Por contra, la ciudad de Corella, con su gobierno municipal 
cerrado, colaboró abiertamente con los franceses. Los notables 
de Corella participaron con ansia en el saqueo de las tierras na- 
cionalizadas de la Iglesia y de los municipios, y hada deseaban 
tanto como la supervivencia de un régimen favorable a sus inte- 
reses materiales **. Las enormes demandas fiscales exigidas por el 
gobierno en Pamplona sirvieron antes para dividir Corella que 
para unirla, al tiempo que la corporación de la ciudad traspasaba 
el coste de la ocupación al pueblo trabajador mediante impues- 
tos sobre alimentos y necesidades básicas. Como resultado, el 
pueblo fue exprimido bajo el peso de la ocupación y de la cola- 
boración de las elites locales. La resistencia en tales circunstan- 
cias, de todas maneras siempre difícil en un asentamiento urba- 
no, se hizo casi imposible. El levantamiento en armas en Corella 
tuvo que ser, en efecto, una elección personal, rayano en el ban- 
dolerismo social, más que un asunto comunitario, respaldado 
por las autoridades municipales y las elites locales, Una vez más, 
resulta interesante destacar que en las ciudades del Tirol, espe- 
cialmente en las italoparlantes del sur, fue donde los franceses y 
bávaros captaron a la mayor parte de sus colaboradores. 


6. ¿Quiénes fueron los guerrilleros? 


Existen numerosas pruebas que sugieren que los guerrilleros fue- 
ron hombres de la Montaña. La mayoría de las batallas se com- 
batieron en la Montaña. En momentos de dificultades, las gue- 
rrillas buscaron lugares seguros en los Pirineos o en las montañas 
de Sangiiesa y Estella. Y los datos sobre requisiciones e impuestos 
indican que los franceses controlaron las ciudades de la Ribera y 
las comunidades situadas junto a las principales arterias, mien- 


%* Es interesante destacar, empero, que los nuevos propietarios de rierras nacionaliza- 
das, desalentados por la tenacidad de los insurgentes y por la dirección que comenza- 
ba a tomar el régimen, empezaron a no pagar sus hipotecas ya en agosto de 1810. 
¿Habían previsto ya la pérdida inevirable de estas inversiones? AMC, legajo 85. 


303 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


tras que las guerrillas dominaron los espacios rurales de la Mon- 
taña, donde los franceses sólo pudieron penetrar en incursiones 
breves, sin conseguir jamás establecer un gobierno estable, 

Existen además otras fuentes para comprobar esta hipótesis, 
Primero, las narraciones dejadas por los guerrilleros junto con al- 
gunas proclamas y cartas francesas revelan la identidad y origen 
social de cierto número de voluntarios. Segundo, la policía fran- 
cesa consiguió algunos datos someros sobre los voluntarios y sus 
familias. La tercera y más importante fuente de información so- 
bre los guerrilleros es el conjunto de relaciones dejado por las co- 
munidades acerca de su implicación en la guerra *. Considera- 
dos en conjunto, estos testimonios apoyan con fuerza la idea de 
que los guerrilleros procedían principalmente de la Montaña. 

Cuando terminó la guerra, la Diputación de Pamplona solici- 
tó a cada comunidad respuestas a las preguntas siguientes: 
¿Quiénes se habían unido a las guerrillas? ¿Quiénes habían 
muerto a manos de los franceses? ¿Quiénes habían sido encarce- 
lados? Según los datos disponibles, 3,477 hombres procedentes 
de toda Navarra se alistaron voluntariamente para combatir jun- 
to a Eguaguirre, Javier Mina, Francisco Espoz y Mina o en algu- 
na de las demás bandas. Evidentemente, en los seís años que 
duró la guerra, el número de guerrilleros originarios de Navarra 
tuvo que ser mucho mayor. De hecho, dado que sólo el 40 por 
ciento de las comunidades cuestionadas por la Diputación real- 
mente respondió, los datos son incompletos. No obstante, si se 
utilizan con cuidado, podemos intentar crear un perfil de los vo- 
luntarios. 

Antes debemos hacer dos observaciones sobre la forma en que 
fueron diseñadas las relaciones. Primero, las relaciones no nos di- 
cen nada sobre los alaveses, aragoneses o guipuzcoanos que lu- 
charon a las órdenes de Mina. Hubo cinco batallones «foráneos» 
—vascos y aragoneses— en la División a finales de la guerra. Es- 
tos batallones formaron casi la mitad de las fuerzas definitivas de 


Y AGN, Guerra, legajos 18-21. 


304 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


la División. Por otro lado, algunas de estas unidades sólo estuvie- 
ron activas al final de la guerra. De este modo, los registros dan 
buena cuenta de los principales batallones: el primero, segundo, 
tercero y el cuarto. Y son estas tropas navarras de veteranos las 
que más nos interesan. 

Segundo, y lo que es más significativo, los datos no están 
completos ni siquiera para Navarra. En Pamplona, el 60 por 
ciento de los municipios respondió, lo que representa una pro- 
porción igual a la población. En Estella tenemos datos análogos 
del 46 y 62 por ciento. Sangiiesa y Tudela se sitúan detrás, con el 
22 por ciento de las comunidades (44 por ciento de la pobla- 
ción) informando en Sangúiiesa, y el 30 por ciento de las comu- 
nas (42 por ciento de la población) en Tudela. Olite proporcionó 
la información más reducida de todas, ya que sólo el 19 por 
ciento de sus municipios (que sumaban el 31 por ciento de la 
población) rellenó los informes. 

Es importante tener en consideración algunas de las razones 
por las que las respuestas fueron parciales. Aunque sólo el 40 por 
ciento de las comunidades de Navarra respondió, representaba el 
52 por ciento de la población total. Esto indica que los datos es- 
tán sistemáticamente desequilibrados en favor de las comunida- 
des más grandes, que tendían a ser más fidedignas en completar 
y devolver los formularios. 

Probablemente, algunas comunidades no pudieron ajustarse a 
la relación porque no tenían nada sobre lo que informar o por- 
que la cifra completa habría demostrado que la comunidad no 
había podido contribuir significativamente a la resistencia. Esto 
puede explicar la falta de datos para Corella, Tafalla, Vera y de 
ciertas ciudades grandes que casi siempre estuvieron sujetas al 
control francés. Por el contrario, los épicos informes dejados por 
Estella, Ujué, Roncal y algunas de las otras ciudades implicadas 
en la guerra estuvieron claramente inspirados en el orgullo local. 

Sin embargo, al mismo tiempo, los valles de Burunda y Ergo- 
yena, entre otras regiones que según sabemos por fuentes narrati- 
vas estuvieron profundamente comprometidas con las guerrillas, 
tampoco informaron, lo que da lugar a una seria infravaloración 


305 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN. 

de la merindad de Pamplona. Y lo que es todavía más serio, el 
valle de Ibargoiti, que incluía Monreal y la propia villa de Mina, 
Idocín, junto con toda la mitad oriental de la llanura de Pamplo- 
na, incluyendo Otano y Badostáin, no dejaron ningún informe. 
Estas lagunas son evidentemente problemáticas, dado que sabe- 
mos que la región fue el corazón de la insurgencia. Esta región 
vio nacer a Javier, a Mina, a los hermanos Gorriz y a Andrés 
Martín, entre otros miembros de la División. Los totales para la 
merindad de Sangiiesa serían mucho más elevados si dispusiéra- 
mos de un conjunto completo de datos para el área. 

Puede ser que algunas comunidades no respondieran a las 
preguntas de la Diputación por temor. El gobierno de la Res- 
tauración no vio con agrado a los guerrilleros, especialmente a 
aquellos que se habían mostrado demasiado devotos con la 
Constitución de 1812. Esto bien podría explicar la falta de in- 
formación sobre Ibargoiti, ya que es probable que muchos de 
los voluntarios del lugar de origen de Mina siguieran a su líder 
en su intento de derribar la Restauración y restablecer el gobier- 
no constitucional en 1814. Incapaces de seguirlo en su exilio, 
puede que estos voluntarios desearan permanecer en el anoni- 
mato. Si esto fue lo que ocurrió, ayudaría a explicar la falta de 
información de regiones de las que sabemos que fueron bastio- 
nes guerrilleros. 

Si tenemos presentes estas distorsiones, todavía es posible ela- 
borar unas pocas conclusiones a partir de estos datos. En la me- 
rindad de Pamplona, el 3 por ciento de la población registrada 
combatió junto a Mina. Los porcentajes más elevados de impli- 
cación se dieron en las villas situadas al oeste y al norte de la ciu- 
dad de Pamplona, en la región de Echauri y Juslapeña. La merin- 
dad de Estella también contribuyó con el 3 por ciento de la 
población a favor de la insurgencia, con una aldea, Guirguillano, 
que informo que el 11 por ciento de sus vecinos combatió en la 
guerra. El 4 por ciento de la población registrada en la merindad 
de Sangiiesa se unió a la insurgencia, y esto sin tener en cuenta 
los datos de Monreal o Ibargoiti, localidad de origen de Mina. 
Los datos son particularmente defectuosos para Olite, aunque 


306 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


aproximadamente el 4 por ciento de la población registrada en 
esa merindad se unió también a la División, incluyendo el 7 por 
ciento de la población de Ujué. En Tudela el 3 por ciento de la 
población registrada combatió, aunque la mayor parte sólo acu- 
dió a la lucha al final de la guerra. 

En conjunto, los datos vuelven a poner de relieve la impor- 
tancia de la Montaña como suministradora de voluntarios al 
ejército guerrillero, La merindad de Pamplona suplió más de un 
tercio de los voluntarios, Sangiiesa un cuarto. Además, más de 
dos tercios de los voluntarios registrados de Estella procedían de 
la región septentrional de la merindad, por lo que también de- 
ben ser contabilizados como hombres de la Montaña. Todos jun- 
tos, casi tres cuartos de los voluntarios procedían de la Montaña, 
Es posible identificar las tres áreas que suministraron el grueso 
de los voluntarios. En primer lugar, está la franja de territorio 
que va desde el norte de Estella a la llanura de Pamplona. En se- 
gundo lugar, se encuentran los distritos del este de Sangúiiesa, 
junto a la parte más oriental de Olite, incluyendo Ujué. Los da- 
tos perdidos para los límites orientales de la llanura de Pamplo- 
na, incluyendo Idocín, Monreal, Otano y otros centros insurgen- 
tes importantes encubren la importancia de esta región en la 
resistencia. Si dispusiéramos de datos completos, probablemente 
mostrarían una franja uniforme de territorio guerrillero que 
abarcaría toda la región de pequeñas aldeas que se extiende por 
Navarra centro-septentrional, con islotes de control francés en 
las ciudades de Pamplona y Tafalla. Una tercera fuente impor- 
tante de voluntarios fue la ciudad de Tudela, aunque sea cierto 
que los insurgentes de esta región fueron los más activos tanto al 
principio de la guerra —antes de la caída de Zaragoza— como 
después, tras mayo de 1812. Además hubo importantes puestos 
avanzados de resistencia en Roncesvalles, Viana y otros lugares. 

La información disponible sobre el número de civiles muertos 
y encarcelados ayuda a dar una idea de la implicación masiva de 
la Montaña. Las áreas de mayor represión policial se correspon- 
dieron casi exactamente con las que contribuyeron con un ma- 
yor número de voluntarios. Más del 50 por ciento de aquellos 


307 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


que fueron muertos o encarcelados por la policía gala en Navarra 
procedía de la merindad de Pamplona, mientras que la mitad oc- 
cidental de la llanura de Pamplona experimentó el grueso de esas 
víctimas. Sangúesa suministró el 15 por ciento y Estella el 21 de 
los civiles muertos y arrestados por los franceses. Sólo el 9 por 
ciento de las víctimas de la policía francesa procedió de la merin- 
dad de Olite, y justo por debajo del 4 por ciento fueron de 
Tudela. 

De este modo, la vasta mayoría de las víctimas de la policía 
francesa, así como los voluntarios identificados en la encuesta de 
1817, procedían de la tierra de caserío y aldeas del centro y norte 
de Navarra. Por sí mismo, esto sugiere que fue el labrador inde- 
pendiente de la Montaña quien formó la base de la resistencia. 
Los datos aislados obtenidos por los franceses en 1812 refuerzan 
esta impresión. Mendiry recogió información para cuatro aldeas 
en el valle de Echauri. Éstas eran Arraiza, Echarri, Echauri y 
Ubani, Todas registraron sólo 15 voluntarios en la División de 
Navarra, lo que representa una manifiesta subestimación %, De 
éstos, doce habían nacido en las villas registradas y los otros tres 
procedían del valle. No eran forasteros ni gente que estuviera al 
margen de la sociedad. Su edad media era de veintinueve años, 
por lo que podemos asumir que no eran jóvenes impulsivos que 
trabajaban como jornaleros mientras aguardaban sus herencias. 
Con mayor seguridad, 14 fueron registrados como propietarios 
independientes y uno fue designado como hacendado. Esto ex- 
cluye la posibilidad, en Echauri al menos, de que los guerrilleros 
fueran campesinos sin tierra. Por desgracia sólo contamos con es- 
tas estadísticas para unas pocas localidades que además no fueron 
reunidas en los archivos. Serían útiles para reunir información 
sobre ciertas áreas, si bien los datos que podemos conseguir se- 


%% Uno se pregunta por qué incluso estos 15 fueron identificados. En unos pocos ca- 
sos, los individuos ya habían muerto, y en un caso no exisrían parientes con vida a 
los que castigar. Sin embargo, la mayoría tenía parientes que podían ser (y probable- 
mente fueron) llevados a prisión. Quizás, los individuos registrados eran ya conoci- 
dos por los franceses y ya no podían ser protegidos. AGN, Estadística, legajo 10, 
cars. 38, 43, 44, 45. 


308 


POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 


guirían siendo parciales, ya que pueblos y ciudades sólo dieron 
cuenta de algunos de los que se habían unido a los insurgentes. 
No obstante, estos retazos de información son sólo una pista adi- 
cional para identificar a los insurgentes. La mayoría vino de la 
Montaña. La mayor parte estuvo compuesta probablemente de 
pequeños propietarios, jóvenes pero no necesariamente depen- 
dientes, y no de recién llegados ni de foráneos. 

Las indicaciones dejadas por los contemporáneos constituyen 
la última de las fuentes para analizar el origen de los voluntarios 
navarros. Mina identificó a sus seguidores como campesinos 
«respetables», y comparó a sus hombres con los hombres «indis- 
ciplinados» procedentes de la Ribera y de fuera de Navarra, los 
cuales lucharon en las filas de sus compatriotas de Echevarría y 
Tris. En el otro lado del espectro, Mina destacó la total ausencia 
entre sus seguidores de sujetos titulados o enriquecidos ”'. Sus 
colaboradores más cercanos eran pequeños campesinos, ni ricos 
ni pobres. Miguel Sarasa, el «corto de miras» y analfabeto merca- 
der/labrador vasco procedente de Artica, dirigió las aduanas. Los 
Cruchagas eran una familia de hidalgos procedente del Roncal 
que llevaron hombres de ese valle a la resistencia. El mismo 
Mina era de una familia de campesinos acomodados. Su herma- 
no era vicario en el hospital de Pamplona (hasta su muerte en 
Portugal en una misión para la División), y su hermana menor 
estaba casada con el administrador de la Casa de la Caridad de la 
ciudad. La familia de Javier había tenido los recursos necesarios 
para enviar a su hijo a un seminario. 

Para completar el cuadro de los que combatieron con Mina 
en la medida de lo posible es necesario tener en cuenta a los 
hombres de fuera de Navarra que lucharon en la División. En 
1811 y 1812, cientos de catalanes se unieron a Mina, y los ara- 
goneses y vascos de la División ascendían a miles”, Hubo tam- 
bién voluntarios procedentes de tierras más lejanas. Una fuente 
importante de voluntarios fueron los convoyes de prisioneros 


M Espoz y Mina, Memorias, vol. 1, pp. 9, 15-16, 
Y Tbíd., p. 201. 


309 


A 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


que atravesaban la región en su camino a Francia. En la primave- 
ra de 1811, los 600 hombres de la guarnición de Tortosa captu- 
rada por Suchet llegaron hasta Burdeos antes de que los prisione- 
ros vencieran a su escolta de 300 hombres. Los refugiados 
emprendieron el camino de regreso por los Pirineos y algunos se 
unieron finalmente a las fuerzas de Mina”, 

La División atrajo también algunos desertores procedentes de 
las filas imperiales. Los alemanes e italianos fueron particu- 
larmente propensos. Los alemanes de la guarnición de Pamplona 
desertaron en 1809-10 en grupos de 10 y 15 con sus petates y 
armas. Las guerrillas situaban por regla general a estos desertores 
en las filas de vanguardia con objeto de asegurarse de que com- 
batían, y según el testimonio de Andrés Martín su comporta- 
miento fue intachable. Mina situó a Charles Hohenstein al man- 
do de los voluntarios alemanes. En una carta formal, el barón 
Hohenstein afirmó que fue el impago y el hambre de los alema- 
nes que combatían con los franceses lo que les obligó a desertar y 
unirse a él. «Hay muchos de vuestros camaradas en mi compañía 
—escribió—. Aquí hallará usted una mejor vida, recibirá diez 
céntimos de sueldo por día, pan, vino y carne en abundancia...» 
El llamamiento funcionó y aportó a Mina una fuerza adicional 
bien entrenada ”. Las tropas italianas también se vieron atraídas 
por la paga elevada y por las generosas raciones ofrecidas por las 
guerrillas. En agosto y septiembre de 1812, mientras atravesa- 
ban Navarra, la mitad del tercer batallón del Sexto Regimiento 
Italiano desertó a favor de Mina, sumándose a los 200 soldados a 
la División , 


%% Gaceta de la Mancha, 13 de abril de 1811. 

* Emmanuel Martin, La Gendarmerie Francaise, pp. 209, 219, 223-24. 

% Los voluntarios recibían un real al día en concepto de salario, más una ración de 
pan, vino y carne. Los oficiales recibían más. A un capitán, por ejemplo, se le asigna- 
ban 10 reales diarios, más el doble de raciones. Los comandantes obtenían raciones 
triples o cuádruples, aunque sin salarios regulares. Dado que los ejércitos imperiales 
destacaron por no pagar a sus tropas o por pagarles tarde, no es sorprendente que la 
deserción a las guerrillas fuese una decisión bastante frecuente. «Estado de los sueldos 
y raciones», carta del 28 de julio de 1818, AGN, Guerra, legajo 21, car, 20. 

% Alexander, Rod of Iron, p. 121. 


310 


] POR QUÉ COMBATIÓ NAVARRA 

Cuando la División fue disuelta a finales de la guerra, contaba 
con cuatro batallones navarros de infantería, dos regimientos de 
caballería navarra y dos compañías de caballería ligera agregada 
al primer batallón. Además, había dos batallones de infantería 
alaveses y tres aragoneses. El número total de soldados que com- 
batieron bajo las órdenes de Mina vino a ser de 11.000 hombres, 
sin incluir los cientos de hombres que trabajaron en servicios 
aduaneros y en fábricas de municiones y de uniformes. Sin em- 
bargo, los contingentes navarros fueron durante toda su existen- 
cia el corazón de la División. Eran hombres de la Montaña, pro- 
bablemente propietarios que contaban con los recursos y los 
motivos materiales para resistir la ocupación. Vivían en peque- 
ños pueblos y en ciudades que los franceses no consiguieron ocu- 
par de modo continuo, y amaban a su clero y a sus fueros, am- 
bos atacados por el gobierno francés. Fueron la base del 
movimiento guerrillero más poderoso de España, y el cabo más 
importante del «nudo fatal» que acabó con el Primer Imperio. 


311 


CAPÍTULO 10 


EPÍLOGO 


1. El asalto a la Ciudadela 


Poco después del triunfo aliado sobre Vitoria, las guerrillas de 
Mina se deshicieron. Las ciudades y pueblos que habían abasteci- 
do a la División tenían ahora que suministrar contribuciones 
exorbitantes a los regulares ingleses, portugueses y españoles así 
como a las guerrillas. Por consiguiente, la provincia estaba tan 
explotada como en los peores momentos del dominio francés. El 
entusiasmo por la guerra se convirtió en desesperación en el in- 
vierno de 1813-1814. Después, una vez que la llegada de la paz y 
el retorno de Fernando VII al trono no generaron la inmediata 
desmovilización de las tropas estacionadas en Navarra, aquella 
desesperación se convirtió en resentida resistencia y abierta rebe- 
lión contra las guerrillas. 

Estos problemas resultaron aún más agudos para Mina, ya que 
se vio desafiado en regiones recientemente reocupadas, como el 
valle del Ebro, por hombres que no habían hecho nada por libe- 
rar el país y que todavía reivindicaban su derecho a reasumir las 
posiciones consuetudinarias que ostentaban en la cumbre de la 
sociedad navarra. La lealtad que los hombres de la División espe- 


313 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


raban encontrar en los pueblos y ciudades se había convertido en 
hostilidad, y fue canalizada y dirigida por el antiguo grupo de 
elites que tanto había hecho para que los franceses encontraran 
su espacio en Navarra !, Durante los años de guerra, las ciudades 
recibieron a menudo un trato desconsiderado por parte de las 
guerrillas, por lo que en el período de posguerra quisieron hacer 
pagar con la misma moneda a los campesinos armados de la Di- 
visión por su anterior insubordinación. Este conflicto se resolvió 
con rapidez en favor de las ciudades. Las repuestas autoridades 
municipales y provinciales consiguieron borrar todo recuerdo de 
las guerrillas y reimponer sus propia visión de la sociedad como 
un organismo ordenado y jerárquico. 

Para empeorar aún más los problemas de Mina, sus mismas 
tropas habían comenzado a perder la esperanza. Durante siete 
meses habían luchado con escaso éxito en los asedios de Ara- 
gón y sur de Francia. No estaban acostumbrados a estas pro- 
longadas ausencias de sus hogares ni a la movilización perma- 
nente durante los largos períodos que transcurrían entre las 
batallas de verdad. La guerra de guerrillas había permitido 
que, entre una acción y otra, los insurgentes regresaran a sus 
hogares o, al menos, se dispersaran en acantonamientos segu- 
ros. Por el contrario, en las operaciones ofensivas encomen- 
dadas a los guerrilleros en 1813 y 1814, el aburrimiento y 
la dureza económica de la vida militar regular acabaron por 
ser considerados una cruel recompensa después de años de 
servicio. 

Además, el sistema burocrático aplicado para conseguir con- 
tribuciones dejó de funcionar efectivamente, ya que se suponía 
que iba a entrar en competencia con los aparatos de requisición 
de los ejércitos inglés y español. Mina suplicó al gobierno militar 
aliado de Pamplona que le ayudase a obtener dinero y suminis- 
tros, pero sin resultado. Al mismo tiempo, el sistema de oficinas 


' Espoz y Mina, Memorias, pp. 179-80; AGN, Guerra, legajo 17, contiene varias 
quejas contra Espoz, la División y otras tropas, especialmente por parte de las autori- 


dades de la Ribera. 


314 


EL ASALTO A LA CIUDADELA 


aduaneras fronterizas se derrumbó, eliminando la principal fuen- 
te de ingresos de Mina”. 

A medida que los soldados se desesperaban por no obtener 
alimentos, ropa y paga, crecía en ellos el desorden. En el verano 
de 1814, comenzaron a aparecer panfletos anónimos que anima- 
ban a los guerrilleros a regresar a sus hogares. Miles de hombres 
siguieron estas sugerencias, y la División comenzó a desintegrar- 
se. Mientras tanto, Mina estaba en Madrid pidiendo al gobierno 
restaurado de Fernando VII que reconociera a su cuerpo como 
una división regular, tal y como había hecho el gobierno revolu- 
cionario de Cádiz. Mina consiguió una audiencia con el rey, 
aunque finalmente no pudo llevar a buen término su misión. La 
reacción de Fernando al «rey» campesino de Navarra fue despe- 
dirlo con arrogancia. A finales de julio, Mina regresó urgen- 
temente por iniciativa propia para intentar acabar con las deser- 
ciones ?, 

En julio la reinstalada Diputación y el gobernador militar de 
Pamplona, Antonio Roselló, provocaron otro conflicto con la 
División. Por una orden real de 25 de junio de 1814, se requirió 
que los cargos y organismos gubernativos que no existieran en 
1808 cesasen en sus funciones. Basándose en esta orden, la Dipu- 
tación pretendía recuperar rodas sus prerrogativas, incluso contra 
los órganos administrativos todavía en funcionamiento estableci- 
dos por Mina. El primer ámbito de conflicto fue la administra- 
ción de justicia. 

A medida que las guerrillas habían extendido su influencia en 
1812, los tribunales franceses habían dejado de funcionar en la 
mayor parte de Navarra. Mina, por tanto, había creado un tribu- 
nal especial con responsabilidades judiciales. La principal fun- 
ción del tribunal había sido reforzar el bloqueo de Pamplona, 
pero también se había encargado de todas las demás prerrogati- 
vas que normalmente tenían los tribunales reales en tiempo de 
paz. En julio de 1814, a pesar de la orden real del 25 de julio y 


* AGN, Guerra, legajo 17, car. 30. 
' AGN, Guerra, legajo 17, car. 36. 


315 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
de las quejas de la Diputación, el tribunal seguía en funciona- 
miento. Esto molestó particularmente a las ciudades que habían 
estado bajo dominio francés, ya que allí la justicia administrada 
por la División tendía a ser rápida y cruel. La Diputación co- 
menzó a recibir quejas contra el Tribunal y decidió ordenar a 
Mina que lo desmantelase. Para justificar la continuidad de su 
actividad, el Tribunal envió una larga carta a la Diputación y a 
Roselló el 28 de julio. «Todos los Pueblos de este Reyno, incluso 
la Ciudad de Tudela —afirmaba el autor de la carta— han reco- 
nocido a este Tribunal por superior y legítimo». Casi todas las 
que tenían representación en las Cortes, así como la mayoría de 
los alcaldes habían llevado al Tribunal sus disputas desde 1812. 
Seguramente, pensaron los jueces, estos hechos justificaban la 
persistencia del tribunal. No obstante, como la Diputación puso 
de manifiesto con rapidez, estas circunstancias ya no justificaban 
nada. Sólo el rey en Cortes podía legítimamente establecer un 
nuevo órgano judicial. Y el 2 de agosto de 1814, Fernando había 
expedido una orden directa que desmantelaba el Tribunal. De 
este modo, la Diputación se sintió justificada para rechazar la ex- 
cusa «dilatada por débil» del Tribunal, y una vez más ordenó su 
disolución. La correspondencia deja claro que tanto los diputa- 
dos como los hombres nombrados por Mina conocían bastante 
bien que lo que estaba en juego era quién o qué organismos po- 
dían reclamar la soberanía de Navarra?. 

A pesar de la hostilidad del rey y de las autoridades provin- 
ciales, el tribunal continuaba funcionando en agosto bajo las ór- 
denes directas de Mina. Entre otros «crímenes», el Tribunal pre- 
rendía castigar a los oficiales municipales que se negaran a 
repartir requisiciones para la División y recaudar las deudas 
arrastradas desde la guerra *. Estas actividades acabaron por pro- 
ducir un lujo de cartas que demandaban al Tribunal por estar 


* «Oficio de tribunal territorial de Navarra», AGN, Guerra, legajo 17, car. 41. 

* Por ejemplo, el Tribunal intentó recaudar dinero de Tudela en nombre de dos 
mercaderes locales que habían aportado a la División recursos médicos. Carta de Tu- 
dela a la Diputación de 13 de agosto de 1814, AGN, Guerra, legajo 17, car, 42. 


316 


EL ASALTO A LA CIUDADELA 


fuera de la ley. El 18 de agosto, la Diputación escribió una fu- 
riosa carta a Mina, «Con qué título» actúa su tribunal, pregun- 
taban los diputados. «Con el lleno de facultades que le fueron 
conferidas por V.S. ¿Y cómo o por dónde se transfirió a VS. este 
grande atributo de la Soberanía?» *. La cuestión había sido pues- 
ta sin tapujos frente de Mina, y se vio incapaz de responder a la 
Diputación. Frente a la oposición de Madrid, Pamplona y doce- 
nas de municipios, Mina ordenó finalmente la disolución del 
Tribunal el 22 de agosto. 

La siguiente disputa tuvo que ver con el derecho de la Divi- 
sión a recaudar contribuciones en Navarra y, finalmente, a conti- 
nuar existiendo, El gobierno de Pamplona ya había rechazado 
toda responsabilidad de ayudar a las guerrillas a conseguir sumi- 
nistros. Ahora, basándose en órdenes de Madrid, requirió que los 
civiles que hubieran sido movilizados en formaciones irregulares 
durante la guerra fueran enviados a sus hogares”. Mina prefirió 
interpretar esta orden como si no tuviera aplicación sobre sí mis- 
mo ni sobre sus hombres, dado que el gobierno en tiempo de 
guerra había reconocido a la División de Navarra, como una for- 
mación regular. Esto suponía un desafío abierto contra el gobier- 
no restaurado, que específicamente había negado a la División el 
estatus de regular. Mina envió oficiales para que volviesen a alis- 
tar a sus dispersas tropas, no sólo en Navarra sino también en 
Álava, Guipúzcoa y Aragón. Inesperadamente, los oficiales mu- 
nicipales de estos lugares vieron sus territorios «invadidos» por 
una fuerza procedente de Navarra, que comenzó a detener por la 
fuerza a los jóvenes. El gobierno foral de Álava escribió a la Dipu- 
tación navarra quejándose de que «Mina, que no debe ignorar 
estas soveranas determinaciones [la orden regia de disolver las 
guerrillas], está decidido a eludirlas y trasgredirlas a fuerza arma- 
da». Continuaba insistiendo Mina en que los hombres de la Di- 
visión «no se comprehenden bajo la acepción de francos o de 


* Carta de la Diputación a Mina de 18 de agosto de 1814, AGN, Guerra, legajo 17, 
car, 43, 
- AGN, Guerra, legajo 17, car. 45. 


ILLA 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
guerrillas y sí reputados por de Línea y de Infantería ligera». Esto 
demostraba que «el Mariscal Mina conserva todavía el espíritu de 
dominación que observó durante la guerra» *. 

Con el ánimo de la provincia, y ahora incluso de las provin- 
cias vecinas, volviéndose contra Mina, cada vez más ciudades se 
negaron a acceder a las requisiciones de los agentes de la Divi- 
sión. Una vez desmantelado el tribunal, se impuso la justicia dra- 
coniana sobre estos líderes locales recalcitrantes. Un tudelano re- 
lató cómo los hombres de Pedro Antonio Barrena secuestraron a 
su hermana, a su prima y a su criado y los llevaron desnudos por 
las calles, golpeándolos todo el tiempo en represalia por negarse a 
apoyar las demandas de requisiciones. Posteriormente, su criado 
y el alcalde de Caparroso fueron enviados a la prisión de Peralta. 
Asimismo su hermano fue llevado a Peralta, donde sufrió tortu- 
ras. Evidentemente los hombres de la Montaña se estaban ven- 
gando de los individuos que habían colaborado con el régimen 
francés, y además estaban intentando extraer contribuciones de 
la rica Ribera”. En agosto y septiembre, de Milagro, Villafranca, 
Andosilla y Mendigorría —ciudades de la Ribera que habían es- 
capado al control de las guerrillas durante la mayor parte de la 
guerra y que habían recibido un duro tratamiento de Mina tras 
la guerra— surgieron en tropel quejas sobre las extorsiones gene- 
radas por la División '”. La situación estaba llegando al enfren- 
tamiento. 

En septiembre se expidió un decreto real que pretendía cal- 
mar la situación, al ordenar a Mina que desplazase sus tropas a 
Aragón. Sin embargo, las correspondientes instrucciones proce- 
dentes de Pamplona y dirigidas a los superiores de Mina nunca 
llegaron a su destino. El correo de la Diputación fue detenido 
por los hombres de Mina a las afueras de Olite en la noche del 
25 de septiembre. Esa misma noche Mina decidió atacar Pam- 


* AGN, Guerra, legajo 17, car. 45. 

Y Carta de José Fermín La Puerta a la Diputación del 17 de septiembre de 1814, 
AGN, legajo 17, car. 47. 

AGN, Guerra, legajo 17, car. 46. 


318 


EL ASALTO Á LA CIUDADELA 


plona *'. Una gran parte de la División había sido reunificada y 
la mayoría estaba situada en Puente la Reina. Desde allí marchó 
hacia el norte con el primer batallón y algunos elementos del 
cuarto. Esta vez, sin embargo, no todos sus soldados quisieron 
seguirlo. Los soldados a los que se ordenó llevar las escaleras que 
debían utilizarse para escalar las murallas de la ciudad fueron los 
primeros en enterarse de cuál era su objetivo. Los oficiales de es- 
tas unidades comenzaron a llamar a sus hombres a la deserción. 
Mina quiso evitar su rebelión apelando directamente a los des- 
amparados soldados, prescindiendo de sus poco dispuestos co- 
mandantes de compañía. Les explicó que sus esfuerzos para con- 
seguir recompensas habían fracasado con el virrey y el ministro 
de la Guerra. Tenían que conseguir por la fuerza lo que se les de- 
bía. «Ánimo, muchachos —declaró Mina—, que vamos a sacar 
dinero» '?, 

Sin embargo, su argumento no fue suficiente para reanimar a 
la mayoría de los voluntarios. Hacia las seis de la mañana del 26 
de septiembre, la mayor parte de sus soldados regresó a Puente. 
A las nueve llegó un correo a Pamplona procedente de Puente 
que advirtió al virrey, el conde de Ezpeleta, de los planes de 
Mina. Poco más tarde, Mina y los seguidores que le quedaban 
intentaron entrar en Puente con objeto de procurar, una vez 
más, ganarse la confianza de sus tropas rebeldes. Sólo cuando los 
hombres hicieron fuego contra él desde las ventanas, Mina se dio 
cuenta de que el juego había terminado. Huyó a Francia donde, 
irónicamente, estaban por entonces deseando acogerlo. En los 
días siguientes, los bienes que pertenecían a la División fueron 
embargados por el gobierno. 

Los comandantes de Mina cayeron en manos de la policía o 
huyeron cruzando la frontera o se proclamaron partidarios de 
Fernando VII, El 3 de octubre, Cruchaga se rindió con la caba- 


1 AGN, Guerra, legajo 17, car. 48. 

12 ¿Relación dada a la Dipuración del Reino por la oficialidad del primer regimiento 
de voluntarios de la división de Navarra», 12 de octubre de 1814, AGN, Guerra, le- 
gajo 17, car. 50. 


319 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


lería, y Barrena con el segundo y el sexto batallón. En Aragón el 
tercer batallón se rindió pocos días más tarde '*. La historia de la 
rebelión de Mina ayuda a aclarar un importante aspecto sobre 
aquellos guerrilleros que se hicieron liberales bajo la restauración. 
No hay nada inherentemente liberal en relación a las demandas 
efectuadas por Mina y sus oficiales, incluso en lo que respecta al 
Tribunal, el derecho de las guerrillas a continuar requiriendo o el 
estatus de la División como tropa regular. En la historia del con- 
flicto guerrillero, los hombres de Navarra no habían demostrado 
tener conocimiento de ningún programa ideológico, a menos 
que la Idea de 1810 pueda considerarse como tal. A pesar de 
todo, las proclamas efectuadas por Mina en 1814 golpearon el 
mismo centro de la monarquía. Mina y otros guerrilleros habían 
representado un papel militar de importancia trascendental para 
la misma existencia del Estado español, y consideraban que era 
justo que fuesen recompensados en forma de pagos y honores. 
En el caso de la disputa sobre el Tribunal, esta compensación te- 
nía que incluir incluso privilegios políticos. Quizás, tras años de 
influencia de propaganda liberal, los hombres de Mina pesasen 
que habían adquirido derechos políticos. 

Tal actitud iba en contra de todo lo que Fernando VII repre- 
sentaba. Su gobierno se basaba en la soberanía absoluta del rey, 
sólo limitada por instituciones y leyes consuerudinarias que exis- 
tían antes de la Guerra de Independencia. Los campesinos movili- 
zados y armados de Navarra, con un tribunal y un sistema de re- 
caudación de contribuciones, representaban una amenaza tan 
seria como los políticos liberales que estaban siendo purgados con 
extrema crueldad en este mismo período. Los guerrilleros fueron, 
por tanto, desdeñados como un peligro contra la cerrada sociedad 
que Fernando estaba intentando constituir. La mayoría de los 
guerrilleros se sentía feliz de regresar a sus ocupaciones de pregue- 


* La participación de al menos parte del primer y del segundo batallón en intentona 
de Pamplona puede deberse a la falta de informes militares presentados por estos 
cuerpos después de la guerra, análogos a los redactados por el segundo y el tercer ba- 
tallón. 


320 


rra, especialmente desde que la paga regular, el botín y las raciones 
de la época bélica dejaron de estar disponibles en tiempo de paz. 
Para Mina no había elección. Una vez probado el poder absoluto, 
era incapaz de retornar a su anterior vida de simple layador que 
trabajaba en la hacienda de su madre (más tarde de su hermana). 
Por consiguiente, se sentía por defecto en el lado liberal. Durante 
los veinte años siguientes, sus servicios a la causa liberal se mezcla- 
ron con su lucha por volver a conseguir el estatus que brevemente 
había disfrutado durante la Guerra de Independencia. Y la acep- 
tación de la mayoría del programa liberal durante el reinado de la 
reina Cristina en la década de 1830 anunció su propio triunfo y 
la rehabilitación de la reputación de las guerrillas. 


2. Conclusiones 


Las guerrillas tuvieron un papel destacado en la derrota de Na- 
poleón en España. Y la contribución de las guerrillas de Navarra 
por sí sola tuvo un impacto enorme sobre el curso de la guerra. 
Para aquellos que miden el éxito militar por el recuento de bajas, 
sólo el total de los soldados franceses muertos o capturados por 
los navarros resulta suficientemente impresionante. Los franceses 
perdieron cientos de hombres en manos de los primeros guerri- 
lleros, especialmente en las de aquellos que procedían de Renoval 
y Roncal. Sólo estos últimos infligieron más de 1.000 bajas en el 
verano de 1809, El corso terrestre bajo el mando de Javier Mina 
liquidó al menos a 358 hombres, entre muertos o capturados. Y 
bajo Mina, las guerrillas dieron muerte o capturaron al menos a 
16.745 enemigos. Si mantenemos una relación normal entre el 
número de heridos y el de los capturados o muertos, la cifra total 
de pérdidas francesas durante los seis años de conflicto puede ha- 
ber sido cercana a los 50.000 '*. Esta cifra representa casi 3/4 del 


11 Utilizando sólo los recuentos navarros, el número de bajas francesas sería mucho 
mayor. Mina hablaba de 40.000 sólo entre muertos y capturados, sin tener en cuenta 
el número de heridos. Al haberse perdido algunos de los informes y correspondencia 


321 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


número de las bajas producidas por Wellington en todas sus ba- 
tallas. Evidentemente, si el objeto de la guerra es infligir tantas 
bajas como sea posible sobre el enemigo, entonces las guerrillas 
en Navarra tuvieron un papel decisivo. 

Las bajas en batalla, empero, no cuentan toda la historia de la 
contribución de los insurgentes. El principal objetivo de las gue- 
rrillas no era infligir bajas. Tampoco desarrollar tareas auxiliares 
para las unidades regulares, a pesar de lo indispensable que tales 
servicios pudieron haber sido en ciertas situaciones. La función 
de las guerrillas era tener ocupadas a las tropas francesas en mi- 
siones alejadas de los principales campos de batalla. Para conse- 
guir tal objetivo, los guerrilleros no tuvieron que presentar nece- 
sariamente baralla. Por el contrario, impidieron que los franceses 
tuvieran acceso directo a los recursos del campo y obligaron a la 
mayoría de las fuerzas de ocupación a combatir por la mera sub- 
sistencia. En la región de las guerrillas, los franceses fueron dis- 
traídos luchando por extraer raciones y suministros de una po- 
blación resentida y hostil. El objetivo de las guerrillas fue 
proteger a estos civiles, canalizar su hostilidad y requerir sus ser- 
vicios como espías, correos y voluntarios. La acción de las guerri- 
llas, en combinación con los esfuerzos de las tropas regulares es- 
pañolas, inglesas y portuguesas, cambió notoriamente en el 
resultado de la guerra y, por tanto, el futuro de Europa ”. 


de situación franceses, no es posible ofrecer una estimación global de las bajas par- 
tiendo de los informes franceses. Sin embargo, las cifras francesas utilizadas en este 
trabajo no difieren significativamente, a excepción de unos pocos casos, de las apor- 
tadas por las crónicas navarras. Dado el número de soldados que permanecieron 
constantemente en el hospital (más de 1.000 en casi todo momento) y de evacuados 
a Francia, la cifra de 50.000 para el total de bajas parece razonable, 

!* Es insostenible afirmar, como recientemente ha hecho Charles Esdaile, que la gue- 
rra de guerrillas «representó una pequeña amenaza» para Napoleón. Esta conclusión 
se basa en la confianza del autor en las fuentes inglesas y en un error fundamental so- 
bre la guerra de guerrillas: no fue un fallo de las guerrillas el que sus esfuerzos conti- 
nuasen siendo locales y sin coordinación. Fueron, por el contrario, su principal fuer- 
te. Sus esfuerzos estuvieron inextricablemente interconectados con el éxito de los 
ejércitos regulares en el resto de España, e incluso en Europa. Por ejemplo, la guerra 
austríaca de 1809 es inconcebible sin Bailén y Zaragoza, y la retórica austríaca de 
1809 fue modelada sobre la española. Véase Eyck, Loyal Rebels, esp. pp. 56-57. 


322 


EL ASALTO A LA CIUDADELA 


El pueblo de Navarra tenía suficientes razones para detestar el 
gobierno francés. Los franceses fiscalizaron y requirieron de una 
forma que se aseguraba la hostilidad popular. Además, Francia 
amenazaba con destruir la Iglesia y el gobierno foral, institucio- 
nes que eran muy populares y, en el caso de la última, que daba 
beneficios económicos a la mayoría de la población. La protec- 
ción de las aldeas contra las columnas francesas enviadas para 
conseguir suministros fue una parte importante de la estrategia 
guerrillera. Como parte de esta estrategia, los insurgentes tuvie- 
ron que disciplinar a los individuos y a las ciudades que fueran 
descubiertas colaborando, por lo que se aseguraron la beligeran- 
cia de la mayoría de la población. Al ejecutar tales funciones, las 
guerrillas funcionaron casi tanto como una fuerza policial y judi- 
cial que como un ejército, 

El éxito de las guerrillas en Navarra no fue resultado del uná- 
nime impulso patriótico, nacional o religioso. Durante los pri- 
meros años de la guerra, Navarra fue una de las provincias más 
pacíficas de España, cuando la mayoría de los oficiales provincia- 
les y municipales prefirió colaborar con los franceses. Sólo en el 
verano de 1809, una vez que las viejas elites hubieron sido elimi- 
nadas de la escena y la naturaleza predatoria del gobierno francés 
se hizo evidente, la insurgencia se generalizó realmente en Nava- 
rra. La resistencia creció en simbiosis con las tragedias económi- 
cas y personales provocadas por el régimen francés. Las guerrillas 
no fueron signos de una nación en armas, sino de la habilidad de 
las comunidades campesinas para defenderse bajo ciertas circuns- 
tancias. Los orígenes de la guerra de guerrillas no estaban en «ca- 
rácter» español o navarro, sino en toda una vivencia: la ocu- 
pación engendraba terror y destrucción económicas, y éstos 
conducían a la resistencia y a más terror, en una espiral de 
violencia. 

No obstante, no hubo nada que no pudiera evitarse en el re- 
sultado del conflicto. Bajo el corso y la División de Navarra, el 
movimiento guerrillero atravesó por varios ciclos de disolución y 
reconstrucción. Durante la primera fase de la campaña de Mina, 
que duró casi dos años desde su llegada al poder en la primavera 


323 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 

de 1810 a diciembre de 1811, las guerrillas sufrieron dos derro- 
tas aplastantes en Belorado y en Lerín, y con frecuencia se man- 
tuvieron a la defensiva perseguidos, en algunos momentos, por 
entre 10.000 y 20,000 soldados enemigos. En las peores circuns- 
tancias, los guerrilleros se ocultaban en las montañas del norte y 
este de Pamplona o en las elevadas llanuras del oeste de Estella. 
Cuando se aproximaban las tropas francesas para cercar las posi- 
ciones guerrilleras, los hombres de Mina rompían el cerco a tra- 
vés de pasos secretos, cruzaban las planicies de Navarra central 
en marchas forzadas, y se ocultaban de nuevo en las montañas 
del otro lado de la provincia. 

Este modelo se repitió durante todo este período de extrema 
dificultad. Los momentos más peligrosos, desde mediados de 
agosto a principios de diciembre de 1810, desde febrero a finales 
de marzo, y desde junio a octubre de 1811 fueron empleados en 
combates y dispersiones. Esta fase se vio interrumpida por breves 
y limitadas operaciones ofensivas, cuando los guerrilleros se 
unían para golpear objetivos específicos, como en la primera em- 
boscada en Arlabán. La mayor parte del tiempo, sin embargo, 
permanecían dispersos a fin de ofrecer a los franceses tantos ob- 
jetivos esquivos como fuera posible. 

Fragmentadas en compañías, las guerrillas se mezclaban con 
facilidad entre las poblaciones de los alrededores. Esto les permi- 
tía requerir sin sobrecargar a la población de un área específica. 
Como último recurso, incluso se disolvían las compañías, y cada 
individuo regresaba a su villa en espera de tiempos mejores. La 
mayoría de las bandas guerrilleras de España que había pasado a 
formar parte de ejércitos disciplinados perdió su capacidad para 
desaparecer entre la población civil y comenzó a depender gra- 
dualmente del apoyo del gobierno. En el caso del Empecinado, 
su intento de operar como si fuera una fuerza regular lejos de su 
hogar dio lugar a sublevaciones y tuvo que ser abandonado en 
favor de operaciones continuadas en Guadalajara. Uno de los 
fuertes del ejército de Mina estuvo en el hecho de que consiguió 
un elevadísimo grado de disciplina, lo que finalmente le procuró 
reconocimiento como división regular, si bien conservando su 


324 


EL ASALTO A LA CIUDADELA 


originaria independencia, flexibilidad y estrechas relaciones con 
las villas que lo sustentaban. Este logro permitió que las fuerzas 
de Mina se recobrasen de golpes tan severos que habrían presa- 
giado el final de aquellas partidas guerrilleras que se hubieran or- 
ganizado de forma diferente. 

La insurgencia no siempre pudo dispersarse para evitar bata- 
llas desfavorables. Cuando las columnas francesas lograban al- 
canzar y enfrentarse a un grupo del ejército guerrillero en campo 
abierto, los resultados eran desastrosos: Tarazona, Belorado, Le- 
rín. No obstante, sobrevivían a estas carnicerías e incluso parecía 
que siempre surgían los mejores para aguantar tales baños de 
sangre, cuando las nuevas batidas de alistamiento reemplazaban 
rápidamente al personal perdido y engrosaban las filas de los in- 
surgentes. La capacidad de las guerrillas para recobrarse con rapi- 
dez de los contratiempos es uno de los fenómenos más significa- 
tivos de esta fase defensiva de la guerra. 

En la segunda fase, desde diciembre de 1811 a la batalla de 
Vitoria de junio de 1813, las guerrillas consiguieron con fre- 
cuencia igualar o sobrepasar en número a sus enemigos, y Mina 
se puso a la ofensiva. Aunque todavía hubo momentos difíciles, a 
mediados de 1812 los franceses se habían convertido en rehenes 
dentro de las ciudades fortificadas de Pamplona, Tudela y uno 
pocos fuertes fronterizos, casi incapaces de aventurarse a salir 
para obtener suministros, cortar árboles en los comunales para 
hacer leña y conseguir muebles para quemar cuando los árboles 
se agotaban. Los insurgentes lograron aislar a los franceses del 
campo, por lo que minaron la base de la ocupación desde sus 
mismas fuentes, destruyendo la resolución de los franceses y ace- 
lerando el final de la guerra. 

La fase última de la guerra comenzó con la irrupción en la 
provincia de los ejércitos español e inglés en julio de 1813. Tras 
esta fecha, los guerrilleros tuvieron que aprender a operar como 
ayudas de campo en operaciones ofensivas regulares, principal- 
mente fuera de Navarra. Las guerrillas tuvieron un importante 
papel, si bien nada típico, en una serie de asedios en Zaragoza, 
Jaca y otros fuertes, y tuvieron una función menor en la campa- 


325 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


ña al sudoeste de Francia, antes de ser desmanteladas por el in- 
grato gobierno de la Restauración. 

Fue un conjunto complejo de factores estructurales y contin- 
gentes el que determinó el éxito de la insurgencia navarra. Pri- 
mero, la posición geopolítica de Navarra la convirtió en nexo de 
comunicaciones entre Francia y la Península. Esto dio a los in- 
surgentes objetivos obvios y una primera estrategia: atacar a las 
columnas de abastecimiento, los convoyes de prisioneros y a los 
rezagados. Hemos visto cómo las guerrillas tuvieron más éxito en 
la Montaña que en la Ribera. En la Montaña, la geografía pro- 
porcionó el lugar ideal para localizar una guerra irregular, lo que 
atenuó la superioridad numérica, material y tecnológica de los 
franceses. Sin embargo, hubo otras regiones montañosas en Es- 
paña que también tuvieron importancia geoestratégica y donde 
las guerrillas no consiguieron el nivel de logros alcanzado en Na- 
varra. La diferencia de Navarra residió en la geografía humana y 
la estructura social de la Montaña navarra. Ésta fue su ventaja 
decisiva en la guerra de guerrillas. 

Entre los factores que favorecieron a las guerrillas figuran vi- 
gorosamente la dispersión de la población en cientos de peque- 
ños pueblos y ciudades. Esta dispersión limitaba la capacidad de 
los franceses para dominar a la población con guarniciones. Ade- 
más, para fiscalizar a la población en la Montaña, los franceses 
tenían que mantener su presencia en cientos de aldeas. Y debido 
a la naturaleza democrática del gobierno local en la Montaña, los 
franceses fueron incapaces de dominar a los municipios contro- 
lando a unas pocas elites manipulables. La dispersión de la pro- 
piedad de la tierra en la Montaña fue otro factor clave. En primer 
lugar, era condición para la existencia del concejo democrático. 
Segundo, las herramientas, animales y productos de la economía 
agraría navarra se distribuían entre miles de propietarios. Esto 
hacía que la recaudación de impuestos fuera una guerra en sí 
misma, y dio a todos los campesinos el motivo que necesitaban 
para tomar las armas. 

También era importante que los campesinos constituyeran el 
liderato y la soldadesca del movimiento guerrillero en Navarra. 


326 


EL ASALTO A LA CIUDADELA — 


Mina procedía de una familia de propietarios campesinos, como 
lo eran todos sus comandantes y la mayoría de sus tropas. La es- 
trategia de defender a las villas de la extorsión francesa conducía 
naturalmente a tales hombres. Y fue esta estrategia la que acabó 
con la ocupación desde sus bases. Además, sólo un ejército po- 
pular podía conseguir las requisiciones y derechos aduaneros que 
fueron el sustento de la resistencia, y sólo un tribunal popular te- 
nía el poder para reforzar el cumplimiento del bloqueo de Pam- 
plona que finalmente puso de rodillas a las tropas de Abbé. 

La «herida abierta» sufrida por Napoleón en España había 
sido infligida a través de una combinación de esfuerzos ingleses, 
portugueses y españoles, pero fueron los insurgentes, y entre 
ellos especialmente la División de Navarra, quienes se aseguraron 
de que nunca cicatrizara. La lucha contra la población insurgente 
de Navarra fue una aventura extremadamente sangrienta y des- 
moralizadora. Al obligar a toda una población a adoptar una ac- 
titud beligerante, especialmente con la declaración del bloqueo 
de Pamplona en diciembre de 1811, las guerrillas elevaron la vio- 
lencia en Navarra a un grado que brutalizó a los ocupantes fran- 
ceses. En España, como en otros tropiezos coloniales, las tropas 
de ocupación se vieron obligadas a atacar o despojar a los civiles 
hostiles aliviando sus conciencias y convenciéndose de que esta- 
ban en guerra con un oponente racial y moralmente inferior. La 
propaganda francesa consideraba que el enemigo era infrahuma- 
no, lo que autorizaba a los individuos a perpetrar barbaridades 
impensables en circunstancias normales. En una guerra de exter- 
minio las normas militares quedaban olvidadas, y se sacrificaba 
la firmeza del raciocinio militar. De este modo, la violencia de- 
senfrenada de los franceses alimentó el odio de la población, ase- 
gurando que la fuente de insurgencia no tuviese final. 

La guerra de guerrillas de Navarra destruyó asimismo la moral 
francesa desde otros puntos de vista. Aquellos que fueron desti- 
nados a guarniciones en Navarra vivieron en una constante ham- 
bruna, temor y frustración. Fantín des Odoards, comandante de 
la guarnición de Puente del Arzobispo, describió la situación a la 
que se enfrentaban todas las guarniciones emplazadas en territo- 


327 


rio guerrillero. Según Odoards, sólo el hambre podía convencer 
a sus hombres para aventurarse a salir en busca de suministros. 
Cuando una guarnición aislada conseguía recibir finalmente la 
ayuda necesaria para identificar y enfrentarse a sus enemigos, los 
guerrilleros conseguían volver a asumir un existencia sin rostro, 
mezclándose entre la población local. Para los franceses no había 
entre aquella gente «ni cuarteles de invierno ni seguridad en nin- 
guna parte» y «no podían encontrar allí reposo hasta que fueran 
exterminados o saliesen victoriosos» '*. El resultado de estos fac- 
tores fue que las bajas francesas provocadas por la enfermedad, el 
cansancio o la pura depresión se elevaron extremadamente en 
Navarra. 

El uso del terror contra el enemigo se considera normalmente 
como parte integral de las tácticas guerrilleras. De hecho, sin em- 
bargo, pertenece tanto al repertorio táctico de las fuerzas con- 
trainsurgentes como al de las guerrillas. Los insurgentes siempre 
desearon obtener el reconocimiento del enemigo como personal 
militar legítimo a fin de asegurarse el derecho al acuartelamiento, 
Por ejemplo, las probabilidades de facilitar tratamiento médico 
al enemigo herido y de coger prisioneros para luego intercam- 
biarlos siempre fueron más elevadas en los guerrilleros que en los 
franceses. Sólo durante unos pocos meses, después de diciembre 
de 1811, Mina ejecutó sistemáticamente combatientes captura- 
dos, hasta que convenció a Abbé de que tratase a los guerrilleros 
capturados con consideración. Sin embargo, las guerrillas utiliza- 
ron el terror contra los «colaboracionistas». Los «chacones» que 
combatieron junto a los franceses fueron ejecutados sumaria- 
mente, e incluso los civiles que se vieron obligados a prestar ser- 
vicios o dar información a los franceses se enfrentaron a la justi- 
cia draconiana. Desde este punto de vista, la guerra de guerrillas 
fue realmente una guerra civil dentro de la Guerra de Indepen- 
dencia. 

Entre las innovaciones introducidas en el Ejército Francés 
bajo Napoleón estuvo su elevación de la idea «la guerra debe ali- 


'* Fantin des Odoards, Journal, pp. 275, 288. 


328 


EL ASALTO A LA CIUDADELA 


mentar la guerra» a la dignidad de máxima sagrada. El principio 
según el cual un ejército debía vivir sobre el terreno por el que 
pasaba encajaba perfectamente con otras de las innovaciones mi- 
litares de Napoleón: los cuerpos móviles, cada uno ellos consti- 
tuido por una fuerza de combate completa con infantería, caba- 
llería y artillería, que supuestamente podían moverse con 
autonomía respecto a la intendencia y que fueron la punta de 
lanza de las ofensivas de Napoleón. Para reforzar este sistema, 
Napoleón había ordenado que las tropas imperiales fueran entre- 
nadas para marchar a pie sin que ningún enemigo pudiera alcan- 
zarles —hasta que los guerrilleros de Navarra enseñaron a su in- 
fantería el verdadero significado de una marcha forzosa. Estos 
cambios organizativos, bastante simples, apuntalaron muchas de 
las más brillantes victorias de Napoleón en Europa. En Navarra y 
en la mayor parte del norte de España, empero, se mostraron 
inapropiados. El caso de Navarra no fue el de una economía lo- 
cal demasiado pobre como para dificultar el acceso a los suminis- 
tros por parte de los ejércitos, como fue el caso de algunas pro- 
vincias españolas, tales como Extremadura. Bien al contrario, 
Navarra produjo enormes excedentes anuales de grano y otros 
productos agrícolas suficientes de hecho para abastecer a miles 
de insurgentes durante cinco años. Así pues, el sentido del ada- 
gio de Colbert según el cual los grandes ejércitos mueren de 
hambre en España y los pequeños son allí devorados habrá de ser 
modificado para describir la situación francesa en Navarra y, en 
este aspecto, en la mayor parte de la España septentrional. No es 
que hubiera escasez de alimentos y de otros suministros, sino 
que los guerrilleros —Mina, Juan Martín, el cura Merino, Por- 
lier, Villacampa, Longa y otros muchos— impidieron que los 
franceses pudieran conseguirlos. La División de Navarra y los 
otros insurgentes ganaron la batalla por las cosechas, el rasgo más 
característico de la guerra de guerrillas y el mayor golpe recibido 
por el régimen francés. 


329 


APÉNDICE 


CUADROS Y MAPAS 


= — ———— al 


Cuadro 1. Densidad demográfica en Navarra por merindades, 1787 


Merindad 1786 Kms? Pob./Km? 
Pamplona 84.153 2.571 33 
Sangiiesa 40.848 3.089 13 
Estella 46.754 1.805 26 
Olite 25.736 1.332 19 
Tudela 28.504 1.709 17 
Total: 225.995 10.506 22 


FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31. 


Cuadro 2. La nobleza en Navarra por merindades, 1787 


Merindad Población Nobles  % de pob. % del total 
Pamplona 70.087 10.377 15 67 
Sangúesa 40.848 2.784 7 18 
Estella 46.754 1.372 3 9 
Olite 25.736 416 2 2 
Tudela 28.504 265 1 2 
Ciudad de Pamplona 14.066 258 2 2 


Total: 225.995 15.472 7 100 


FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31. 


333 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 
Cuadro 3. El clero en Navarra, 1787 


% de Otro % de % de Curas como 
Merindad Curas pob. Secular pob. Regular pob. % del Total 


Pamplona 271 0,4 288 0, 176 0,3 37 
Sangiiesa 256 0,6 200 0,5 154 0.4 42 
Estella 156 0,3 357 0,8 298 0,6 19 
Olite 43 0,2 201 0,8 109 0,4 12 
Tudela 30 0,1 222 0,8 604 2,1 4 
Ciudad de 

Pamplona 6 0,004 480 3,4 534 3,8 0,06 
Toral: 762 0,3 1.748 0,8 1.875 0,8 17 


FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31. 


Cuadro 4. Ocupaciones en Navarra por merindades, 1786 


Total  Labra- Jorna- Arte- 
Merindad Activa dores % leros % sanos % Otros* % 


Pamplona 19,432 14,145 73 "1394 7 3.776 19 117 1 
Sangiiesa 12.108 7.275 60 804 7 3.664 30 365 3 
Estella 10.599 5.102 48 1.786 17 3.289 31 422 4 
Olite 4753 1545 33 1999 42 1.058 22 151 3 
Tudela 6.840 808 12 3.452 50 2.204 32 376 5 
Ciudad de 


Pamplona 3.624 547 15 271 7 1.733 48 1.073 30 
Total: 57.356 29.422 51 9,706 17 15.724 27 2.504 4 


FUENTE: AGN, Estadística, legajos 6, 16, 20, 25, 31. 
* «Otros» incluye estudiantes, abogados, empleados reales, mercaderes y artesa- 
nos. No incluye criados y ciertos profesionales como doctores, porque los datos 
no fueron incluidos con uniformidad en todas las merindades por estas profe- 
siones. Esto afecta a la cifra de «total activos» y en los porcentajes resultantes, 
pero no a las comparaciones por merindad. 


334 


APÉNDICE. CUADROS Y MAPAS 


Cuadro 5. La venta de tierras municipales y comunales 


en Echauri, 1798-1828 


Número % del 
total de total Tamaño 
Años Parcelas hectáreas cultivable medio (hec.) 
1798-1806 3 0,6 0,01 0,2 
1807-1809 73 37,5 4 0,5 
1810-1812 267 120,8 12 0,5 
1814-1816* 156 112.6 11 0,7 
1817-1819 123 47,7 5 0,4 
1820-1822**  ND 62,1 6 ND 
1823-1825 32 7,5 1 0,2 
1826-1828 12 1,3 0,01 0,1 
FUENTE: APN, Echauri, Velaz, legajos 83-96. 
* No hay datos para 1813. 
** Número de parcelas no registrado en 1822. 
Cuadro 6. Origen de las guerrillas en Navarra 
% de % de 

Pobla- Guerri- pobla- pob. re-  % del 
Merindad ción lleros ción gistrada Toral 
Pamplona 84.153 1.227 1,5 3 35 
Sangiiesa 40.848 731 1,8 4 21 
Estella 46.754 832 1,7 3 24 
Olite 25.736 338 1,3 4 10 
Tudela 28.504 363 1,3 3 10 
Total: 225.995 3.491 1,5 3,4 


FUENTE: AGN, Guerra, legajos 18-21. 


335 


LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Cuadro 7. Civiles muertos y encarcelados por los franceses 


Pobla- Número Prisio- % de % del 
Merindad ción muertos neros Pob. Total 
Pamplona 84.153 444 979 17 52 
Sangiiesa 40.848 261 145 0,9 15 
Estella 46.754 218 361 1,2 21 
Olite 25.736 95 141 0,9 9 
Tudela 28.504 75 21 0,3 4 
Total: 225.995 1.093 1.647 1,2 101* 


FUENTE: AGN, Estadística, legajos 18-21. 


* Los totales de la última columna superan el 100% debido a que los porcenta- 
jes están redondeados. 


336 


APÉNDICE. CUADROS Y MAPAS 


VIZCAYA 


GUIPÚZCOA 


L A 


OEcharri-Aranaz 
INN 


Pampl 
A ve M Labiano E 
SANGUESA 


Sierra de Alaiz 
oldocín y Lumbier 


ÓS 


o Los Árcos 
Lerín M OLITE 0 Olite 


LA RIBERA 


Tafalla 
o 


HUESCA 


LA RIOJA 
TUDELA 


o 
Corella o 


Tudela 


CASTILLA 


ZARAGOZA 


Mapa 1. Navarra, 1808-1815 


337 


_LA GUERRILLA ESPAÑOLA Y LA DERROTA DE NAPOLEÓN 


Sierra de Aralar Roncesvalles O 


charri-Aranaz EA e 
o Olriberri  S 
Y 


Valle de Araquíl Pamplona 


Ss” de Urbasa 5,42 ¿Echauri NO%in 


4 2 /XX Monte de Tajonar 
PS AN A 
Valle de Lana Púente Tiebas  ¿Idocín ó 
o la Reina /XN Lumbier 
Estella Sierra de Alaiz O 
Tafalla /XN Sangllesa 


o Los Arcos Sierra de lzco 
A Ujué O 
Lerín 


Bárdenas Reales 


Mapa 2. Teatro de operaciones, 1812-1814 


338 


APÉNDICE. CUADROS Y MAPAS 


e 
Roncesvalles 


O Larrainzar 


Salazar 


+» Badostaín X 


Andía IX. Pamplona y uéi Roncal IN. 
2 1ano 
INN Urbasa  WEchauri O bano 


Lóquiz 
AR 8 Puente Carrascal gy Idocín 


la Ri 
NN Az 


Sangiesa9 


eLumbier 


Tafalla 
e. 
OUjué 


+» Guarniciones 


e  Guamiciones importantes Es 
M e Tarazona 


MX Batallas importantes 


IN Centros : 
o Centros insurgentes y refugios Zaráguzs 
1) 


0 25 5u 


Mapa 3. Batallas importantes. Centros insurgentes y guarniciones 
(1809-1812) 


339 


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Legajos 33, 43, 49 - encuestas económicas. 
Sección Guerra 
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Legajo 81 - papeles de la Junta de Murcia. 
Legajo 3003, 3096 - correo francés interceptado, 


Archivo Municipal de Corella 


Legajos 81-85 - correspondencia, encuestas para el período 1803-1814. 


Archivo Parroquial de Echauri 


Libro de difuntos. 


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2. Periódicos 


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355 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


Abbé, General Louis Nicolas, 
225, 231, 233-234, 234n, 
237-238, 242n, 247, 249- 
250, 252-253, 253n, 254, 
254n, 255-257, 327-328 

Aézcoa, valle de, 158, 219, 221, 
294 

Agustina de Aragón, 21-22, 22n, 
62 


Aibar, 166-167, 183, 216, 236 

Alaiz, 103, 154-155, 203 

Álava, 51, 112, 112n, 137, 164- 
165, 170, 221, 223-225, 227, 
229-230, 238, 240, 248-250, 
257, 260, 317 

Andalucía, 54, 63, 68, 73, 106, 
111, 274, 276, 283 

Andía, Montañas de, 104, 169, 
200, 202, 214, 297 

Andosilla, 166-167, 183, 216, 236 

Aoiz, 163n, 185, 222n 


Aragón, 16, 18, 18n, 21, 33-34, 
66-67, 84, 90-91, 99-100, 122, 
124n, 133n, 137, 140, 142- 
143, 145, 150, 153, 155-156, 
163, 165, 167-168, 176, 179- 
180, 184n, 196-197, 203- 
204, 208, 215, 220-222, 226, 
229-233, 238, 240-241, 
244n, 246-247, 252, 254- 
255, 257, 259-261, 263, 275, 
287,314, 317-318, 320 

Aranjuez, 45-47, 156 

Areizaga, Coronel, 159n, 162, 
162n 

Arlabán, 223-225, 227, 234, 
246-247, 324 

Arraiza, 295n, 308 

Arriba, 163n, 249 

Artica, 239, 309 

Asturias, 33, 53, 57, 59, 80-81, 
85, 239, 275 


357 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


Austria, 22, 24, 60, 286-287 

Ayerbe, Marqués de, 180-181, 254 

Azanza, Miguel, 51, 88n, 134, 
287, 290 


Baigorry, 163n, 261 

Bailén, batalla de, 56, 63, 65-66, 
70, 93, 99, 223, 259, 273, 
322n 

Barcelona, 26, 41, 43, 67, 115, 
282 

Barrena, Antonio, 220, 228, 318, 
320 

Baviera, 272, 286 

Bayona, 46, 46n, 47-48, 51, 51n, 
52-54, 63, 88, 154, 261, 287 

Baztán, valle de, 109, 154, 202, 
215, 218, 221-222, 231n, 
252 

Belascoáin, 202, 213 

Belorado, batalla de, 204-207, 215, 
217, 230, 249, 263, 324-325 

«Belza», Francisco Antonio Zaba- 
leta, 218, 218n 

Berthier, general, 92n, 197, 225n, 
239n, 289n 

Bessiéres, mariscal, 16, 45n, 225, 
255, 259-260 

Blake, Joaquín, general, 58n, 65- 
67,67n, 74, 74n, 159n 

Bonaparte, José, 17, 18n, 30, 
44n, 46, 51, 62n, 63, 66, 68, 
68n, 69, 69n, 73, 79, 88n, 
113n, 144, 258-260, 260n, 
265n, 272n, 273, 273n, 284, 
288-290 

Bonaparte, Napoleón, 15-17, 
17n, 20-23, 24n, 25-26, 28- 
29, 33, 36-41, 43-44, 44n, 


45-48, 50-52, 60-61, 63, 65- 
66, 68, 70, 73, 79, 80, 8án, 
92n, 93, 113, 144, 151, 161, 
164, 168, 171, 171n, 197, 
197n, 241, 256, 258, 264, 
264n, 265, 265n, 266, 272n, 
273, 273n, 274n, 282, 286, 
288-289, 289n, 290, 321, 
322n, 328-329 

Burgos, 65, 82, 92n, 258 

Burguete, 163n, 166, 169, 249- 
250 


Cádiz, 24, 54, 57, 59, 61, 63, 76, 
110, 143, 166, 185, 196-197, 
199n, 204-206, 224, 315 

Cafarelli, general, 221-223n, 225, 
232n, 233, 233n, 234n, 
240n, 251, 289 

Calabria, 33, 55, 267-268, 273, 
285, 291, 302 

Caparroso, 163n, 219, 249, 318 

Carlos 1V, rey de España, 41-42, 
45-46 

Carrascal, 169, 171, 192-194, 
198-199, 213, 217, 220, 224 

Cartagena, 55, 57, 59 

Caserío, 108, 135, 308 

Castilla, 33, 40, 51, 75, 103, 
115n, 119n, 122, 133n, 137, 
140, 142-143, 145, 150, 161, 
179-180, 205, 207-208, 215- 
216, 240, 247, 252, 259 

Cataluña, 18, 18n, 33, 64, 67-68, 
115n, 166, 170, 229, 241, 275, 
283, 287, 289-290 

Ciudadela, 37-40, 44, 155, 175, 
226, 261, 313, 315, 317,319, 
321,323, 3235, 327,329 


358 


Clausel, general, 259-260, 260n 

Consejo de Castilla, 40, 51 

Constitución de 1812, 23, 157 

Córcega, 267, 267n 

Córdoba, 55, 63, 68, 69n, 273, 
273n 

Corella, 88-89, 93, 107, 107n, 
111, 113, 117-120, 122, 126, 
126n, 128, 128n, 134n, 146, 
148, 148n, 149, 162, 179, 
215, 295-296, 299-301, 303, 
305 

corso terrestre, 65, 67, 69, 71,73, 
75, 77, 79-81, 83, 85, 156, 
163, 174, 183-184, 217, 263, 
321 

Cortes de Cádiz, 61, 110 

Cruchaga, Gregorio, 166, 169, 
174, 185-186, 190, 192-193, 
200, 203-204, 220, 228, 247- 
249 

Cruchaga, Juan José, 158, 162, 
166, 169, 174, 185-186, 186n, 
190, 192-193, 200, 203-204, 
220, 227-228, 247, 248, 248n, 
249 

Cuenca, 57, 273n 

Cuevillas, 82, 160-161, 180 


D'Agoult, general, 40, 58, 101n, 
154, 163-165, 171n, 172, 
172n, 173-175, 287 

D'Armagnac, general, 37-41 

Desboeufs, Marc, 67, 250n 

Desdevises du Dezert, Georges, 
31 

Dorsenne, general, 241 

Dos de Mayo, 16, 47, 47n, 48- 
50, 50n, 51-53, 58, 87 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


Dufour, general Georges, 164, 
167-168n, 170, 170n, 171- 
172, 172n, 173-176, 193, 197, 
208, 263 

Duhesme, general, 30n, 41 

Dupont, general, 49n, 63, 63n, 
273 

Durán, José Joaquín, 80, 244n, 
293 


Ebro, valle del, 15, 34, 42, 64, 
90, 93, 100n, 105, 107, 118, 
163, 249, 293, 313 

Echarri-Aranaz, 97m, 111, 117, 
122, 123n, 129, 184, 202, 
219,308 

Echauri, 112-113, 117, 117n, 
122n, 124-125, 128, 134-135, 
145, 147-150, 193, 202, 211, 
214, 220, 226, 279n, 294-300, 
302, 306, 308 

Echeverría, Pascual, 154, 179- 
180, 186, 195-196, 309 

Eguaguirre, Andrés, 94, 96-97, 
97n, 98, 154, 157, 176, 195, 
263, 304 

Ejea de los Caballeros, 167, 222n, 
236 

Elizondo, 163n, 249 

Empecinado, el, Juan Martín, 25n, 
28n, 82, 82n, 83-85, 179- 
180, 182, 206, 240, 324, 329 

Ergoyena, valle de, 117, 305 

Esdaile, Charles, 27n, 264, 265n, 
322 

Estella, 88, 88n, 89-90, 96, 103, 
105, 117, 121, 124, 128, 154, 
160, 163n, 164, 168-170, 172n, 
177m, 179, 195-197, 202, 210- 


359 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


212, 214-215, 220-221, 222n, 
223, 227-229, 235-238, 241, 
243-245, 250, 252, 277, 280, 
293-294, 303, 305-308, 324 


Fernández, Sebastián, 220, 223 

Fernando VII, rey de España, 
23n, 32, 43, 45-48, 51-55, 
60, 69, 77, 88, 155, 181, 281, 
287, 313, 315-316, 319-320 

Ferrer, Juan, 274, 275n 

Ferrol, El, 71-72 

Fuenterrabía, 163n, 249, 258 


Galicia, 26, 33-34, 57-58, 65-66, 
71-72, 73, 73n, 74, 74n, 75, 
75n, 76-77, 115n, 132, 155, 
159, 188, 205, 275 

Ganivet, Ángel, 25, 25n 

Garcés de los Fayos, Hermenegil- 
do, 154, 189 

Gerona, 30n, 78 

Gibraltar, 42, 44 

Gil, Luis, 94-96, 97n, 154, 157, 
263 

Godoy, Manuel, 24n, 42-44, 
44n, 45-46, 120, 120n, 170n, 
277, 284 

Gómez de Arteche, José, 24 

Górriz, José, 156-157, 185, 190, 
192-193, 200, 220, 306 

Górriz, Lucas, 156, 185, 190, 
192-193, 200 

Goya y Lucientes, Francisco de, 
79, 236, 238n 

Granada, 55, 59, 63, 68, 68n, 275, 
282-283 

Grouchy, general, 47, 47n, 49, 
49n, 62n-63n 


Guadalajara, 33-34, 82-83, 85, 324 

Guipúzcoa, 42, 317, 111, 137, 
170, 183, 213, 218, 223, 
226-227, 229, 238, 247. 252, 
254, 256-257, 317 

Gurrea, Manuel, 154, 183 


Harispe, general, 163-163n, 221- 
223, 225 

Hernández, Juan, 179, 186, 195- 
196, 217-218 

Hofer, Andreas, 291, 291n 

Huarte, 163n, 210 

Huarte-Araquil, 163n 

Huesca, 67, 233, 250n, 252, 
254-255 


[bargoiti, 299n, 306 

Idea, de «guerra», 46, 68, 81, 
144, 177-181, 191-192, 218, 
240, 267, 320 

Idocín, 156-157, 183, 187-189, 
192, 213, 219, 306-307 

Ilundáin, María Teresa de, 156, 187 

Independencia, Guerra de la, 28, 
88n, 90n, 118n, 276n, 279, 
301, 320-321, 328 

Irún, 45n, 88n, 93, 158, 163n, 
224-225 

Irurzún, 163n, 211, 249, 293 

Izquierdo, Miguel, 144 


Jaca, 67, 153, 251, 261, 325 

Jouffroy, 230, 232n 

Junta Central, 22-23n, 55-56, 59, 
61, 66-67, 70, 77-78, 80, 82, 
154, 159n, 179, 274, 274n 

Junta de Aragón, 94, 185 

Junta de Cádiz, 63 

Junta de Galicia, 76 


360 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


Junta de Granada, 63 

Junta de Guadalajara, 83-84 
Junta de Oviedo, 80 

Junta de Sevilla, 63 


La Coruña, 55, 71-72 

La Romana, general, 72, 73n, 80 

Labiano, 167, 170n, 171 

Lacunza, 184-185 

Larrodé, Mariano («Pesoduro»), 
232, 236 

Laya, 130-131, 157, 188 

Lecumberri, 163n, 222n, 249 

Lefebvre-Desnóettes, general, 62, 
90, 90n, 91, 92n 

León, 33, 55, 75, 80, 82 

Lérida, 68, 68n, 159, 166 

Lerín, 228-229, 232, 236, 249, 
259, 263, 292, 324-325 

Leyre-Codés, línea, 103-104 

Lisboa, 44, 76 

Lodosa, 163n, 259 

Logroño, 58-59, 91-92, 141-142n, 
205, 210 

Longa, Francisco, 82, 227, 329 

Los Arcos, 160, 162-163, 163n, 
170, 222n, 228 

Lumbier, 108, 163n, 166, 169- 
170, 193, 201, 203, 217, 219- 
221, 226, 238, 288, 295 


Madrid, 16, 18, 37-38, 40-42, 
46, 47, 47n, 48, 50, 50n, 51- 
52, 55, 58, 60, 62-65, 69n, 
79, 81-82, 85, 91, 92n, 104, 
106, 110, 115n, 138-141, 
144-145, 149, 170, 173, 188, 
258, 273-276n, 280, 283, 
285, 290, 292, 315, 317 


Mahón, duque, 164, 288 

Málaga, 142n, 275 

Malasaña, Manuela, 50, 50n 

Mancha, La, 69, 115n, 224, 239, 
310 

Manhé, Charles-Antoine, 268 

María Luisa, 42,46 

Marianne, 22, 22n 

Martín de Mina, Juan, 156n, 183n 

Martín, Andrés, 158, 160, 177, 
179, 183, 205-206, 25]n, 
281,306, 310 

Masséna, mariscal, 18, 18n, 201, 
265, 265n 

Medina de Río Seco, 71, 79 

Mendigorría, 163n, 210, 215, 
318 

Mendiry, Jean, 209, 209n, 212, 
226, 237, 308 

Mendizábal, general, 120, 227, 
234-235, 238 

Merino, Jerónimo («el cura»), 33, 
82,85, 279, 329 

Miguel e Irujo, Casimiro Javier, 
94-95, 154-156, 196-197 

Mina, Clemente, 187, 196 

Mina, Francisco Espoz llundáin, 
15-16, 18, 26n, 28n, 33, 69, 
95, 106, 108, 114, 132, 132n, 
138, 141-142, 149n, 153- 
158, 169, 172, 177, 181n, 
183, 183n, 184-190, 190n, 
191-193, 193n, 194-196, 198, 
200-205, 205n, 206-208, 
209n, 212, 214, 216, 216n, 
217-218, 218n, 219-225, 227- 
232, 232n, 233, 233n, 234, 
235, 235n, 236-238, 238n, 
239, 239n, 240-245, 245n, 


361 


ÍNDICE ONOMÁSTICO. 


246-248, 248n, 249-261, 263, 
278, 281-282, 289, 292-295, 
302, 304, 306, 309-311, 313- 
321, 323-325, 327-329 

Mina, Javier, 15-16, 18, 25-26, 28, 
34, 69, 132, 138, 141-142, 
149, 153, 155-158, 160, 162, 


164, 166-170, 170n, 171, 
171n, 172, 174, 174n, 176- 
177, 177n, 178-180, 181n, 


185, 189, 191, 193, 193n, 196, 
263, 304, 306, 309, 321, 321n 

Mina, Simona, 187 

Mina, Vicenta, 187 

Molina de Aragón, 203, 205 

Monreal (valle de Elorz y valle de 
Ibargoiti), 149n, 157, 163, 
203, 213, 220, 306-307 

Montaña, 103-114, 116-118, 
120-125, 127-136, 138-141, 
143, 145-151, 163n, 169- 
170, 172, 179, 186, 204-205, 
210, 214-215, 220, 222, 279, 
284, 293, 295-296, 299, 302- 
304, 307-309, 311, 318, 326 

Moore, general, 74, 74n 

Motrico, 230, 239 

Munin, José Benito, 76-77 

Murcia, 58-59, 103 


Nápoles, 113, 272, 272n 

Navarra, 15-16, 18, 18n, 33-36, 
38, 40-42, 45n, 52n, 64, 
69n-70n, 86-87, 89-90, 92, 
94, 9n, 96, 98-101, 101n, 
103-106, 108-117, 119-124, 
127-128, 130, 132-134, 136- 
147, 149-151, 153-173, 175- 
183, 185-187, 189-193, 195- 


206, 208-212, 214-217, 220- 
225, 227-233, 235, 239-245, 
247, 250-251, 253, 255-257, 
259-260, 263-267, 269-271, 
273, 275-293, 295, 297, 
299-305, 307-311, 313-317, 
319-329 

Neuchatel, príncipe de, 101n, 104n, 
108n, 198n, 202n, 226n 

Ney, Marshal, 72, 75, 159 


Ocaña, batalla de, 78, 78n, 80 

Odoards, Fantín des, 327-328 

Olite, 98n, 103, 121, 183, 210- 
212, 215, 301-302, 305-308, 
318 

Oporto, 72, 76 

Orbaiceta, 163n, 249 

Otano, 155-156n, 
306-307 

País Vasco, 33, 58, 64, 82, 93, 
111,259 

Palafox y Melcí, general, 21, 55, 
62, 65, 90, 96, 180, 282 

Pamplona, 37-41, 44-45, 58, 
87-90, 93, 97n, 101, 103-106, 
108-109, 111-113, 116-117, 
121-125, 127-128, 128n, 
131-132, 134-135, 138-140, 
142, 145, 147-150, 154-159, 
163, 163n, 164-167, 169- 
170, 173-175, 178, 183, 186- 
188, 190, 192, 195, 197-199, 
202, 209-215, 217, 219-220, 
225-226, 230, 234-238, 242- 
243, 245-256, 261, 266, 270, 
277-279, 284, 288-289, 293- 
299, 303-310, 314-315, 317- 
320n, 324-325, 327 


157, 185, 


362 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


Pannetier, general, 201, 225, 
227-228 

París, 34-35, 38, 41, 46, 140, 
154, 168, 170, 197, 271, 290 

Peralta, 163n, 318 

Porlier, general, 80, 161, 329 

Puente la Reina, 97n, 124n, 158, 
163n, 182, 199-202, 210, 
214, 238, 251-252, 255, 319 

Puigblanch, Antoní, 181, 186 


Quintana, José Manuel, 61, 282 


Reille, general Honoré Charles, 
104, 104n, 108, 108n, 164, 
196-198, 199, 199n, 200- 
202, 202n, 205n, 207-210, 
212, 215-217, 219, 221-223, 
226, 226n, 227, 227n, 228, 
230-231, 231n, 236, 236n, 
237, 289 

Revolución de 1808, 37, 53 

Revolución Francesa, 23, 4l, 
263, 265 

Reynaud, Jean-Louis, 32-32n 

Reynier, general, 164-166, 272 

Ribera, 89, 103, 104-105, 105n, 
106, 106n, 107, 108-109, 
111-113, 116-128, 131-133, 
142-143, 146, 148, 150, 169, 
172, 179, 205, 215, 249, 251, 
278, 284, 295-296, 303, 309, 
314n, 318, 326 

Rioja, La, 33, 82, 160, 196, 204, 
238n 

Robespierre español, El, 57, 58n, 
70, 70n 

Robres, 184n, 233n, 246 

Rocaforte, 233-235, 237-238 


Roncal, valle del, y pueblo, 93, 
141, 155, 158, 160, 163-164, 
169, 174, 183n, 185, 213, 
219-221, 226, 237, 241, 248, 
260, 284, 291, 295, 305, 309, 
321 

Roncesvalles, 37, 93, 163n, 166, 
169, 226, 249-250, 252, 293, 
307 

Roselló, Antonio, 315-316 

Rousseau, Jean-Jacques, 266, 285 

Rusia, 18, 43, 129, 258 


Sádaba, Miguel, 179, 184, 186, 
192,195 

Saint Yon, 186, 186n 

Salamanca, 57, 80, 85 

Salazar, valle de, 66, 71, 74, 141, 
185, 203, 215, 219-221, 226, 
275, 284 

San Sebastián, 41, 150, 255, 261 

Sánchez, Julián, 80, 82, 85 

Sangiiesa, 15, 94-96, 99, 103, 
109, 117, 121, 124, 128, 
128n, 163n, 168-169, 183, 
187, 192, 201, 203, 210-212, 
215, 220, 228, 230, 233, 
235-236, 240, 277, 294, 
303, 305-308 

Sansol, batalla de, 160-161 

Santa Clara, marqués de, 111n, 
113 

Santa Cruz de Campezo, 165- 
166, 176n, 221, 227, 230 

Santiago de Compostela, 71-72 

Santisteban, 173n, 249 

Sarasa Félix, 154, 156-157, 239 

Semanario patriótico, El, 23n, 70, 
70n, 73n, 84 


363 


ÍNDICE ONOMÁSTICO 


Sevilla, 55, 59, 63, 68-69, 110, 
274n, 278 

Solano Costa, Francisco, 25-26 

Soria, 33, 203-204 

Sos del Rey Católico, 64, 223, 
240, 240n, 257 

Soulier, general, 15-16, 16n, 232n, 
240 

Soult, Mariscal, 30, 65, 71-73, 
73n, 75, 79, 159, 261, 265, 
269 

Subiza, 185, 220 

Suchet, Mariscal, 18, 18n, 32, 
66, 68, 68n, 83-84, 163-166, 
171, 176, 219-220, 231-233, 
238, 240-241, 242n 


“Tafalla, 94, 97-98, 98n, 107, 
157, 163n, 181, 183, 215, 
225, 235-237, 240, 247, 249, 
252-253, 256, 276, 305, 307 

Talavera de la Reina, 57, 78 

Tarazona, 204-207, 216, 249, 
251, 325 

Temprano, Antonio, 44, 81, 154, 
177 

Thouvenot, 230, 239n, 246n 

Tiebas, 163n, 256 

Tirol, El, 33, 35, 272, 273n, 280, 
286, 291, 291n, 302, 302n, 
303 

Torre, Joseba de la, 291-292 

Tortosa, 57, 310 

Tris, José («Malcarado»), 232- 
233n, 246-247, 309 

Tudela, 65, 90-92, 92n, 93, 96, 99, 
100n, 101, 103, 103, 107, 112- 
114, 116-119, 121-122, 126- 
128, 128n, 134n, 141, 143, 


146, 148, 150, 161-164, 169, 

171n, 172n, 177n, 204-205, 

210-212, 214, 235, 244n, 247, 

249, 253, 261, 277, 293, 295, 

299, 305, 307-308, 316, 325 
Tuy, 71-72, 75 


Uclés, batalla de, 66, 80 

Ujué, 95-96, 97n, 98n, 154-155, 
157, 166, 169-170, 183, 196, 
202-203, 215, 278, 291, 295, 
305, 307 

Ulzurrún, Ramón, 216, 220 

Urdás, 163n, 177n, 249 


Valcarlos, 93, 154, 215, 252 

Valencia, 25n, 49, 53, 57-59, 64, 
69, 69n, 83-84, 87, 89n, 159, 
168, 197, 199n, 231, 233, 235, 
238, 240-241 

Valladolid, 40, 82 

Vallesantoro, Marqués de, 38, 40, 
164, 288 

Vendeé, guerra de la, 29, 33, 35, 
243n, 267, 268, 268n, 269, 
271-272, 274n, 280, 285, 
302 

Verdier, general, 101n, 268 

Vessolla, marqués de, 110n, 111n 

Viana, 88, 307 

Vigo, 71-72 

Villacampa, Pedro, 80, 329 

Villafranca, 163n, 182, 318 

Vitoria, 18, 101n, 165, 202, 223- 
225, 246-247, 251-252, 258, 
260-261, 313, 325 

Vizcaya, 18, 18n, 45n, 52n, 65, 
111, 111n, 129, 137, 170, 197, 
225, 227, 239, 251, 289n 


364 


a ÍNDICE ONOMÁSTICO A SE 
Wellington, duque, 17-18, 18n, Zaragoza, 21-22, 22n, 26, 30n, 


27-28, 28n, 29, 29n, 72-73, 51n, 54, 55, 55n, 56, 62, 65- 
206, 247, 255-256, 259-261, 66, G66n, 68, 80, 85, 90-91, 
322 93-94, 153-156, 181, 210, 
Westermann, 268, 269 230-231, 233n, 248n, 252, 


257,261, 307, 322n, 325 
Yanguas y Miranda, 90-91, 244, Zuera, 167,233 
244, 244n, 245 Zumaya, 239, 247, 256 


365 


Alianza 
Editorial 
ensayo 


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Historia 
Linguística 
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Música 
Psicoanálisis 
Psicología 
Química 
Sociologia 
Otros 


P<€ 


3492022 
ISBN 84-206-7946-1 


OM 
78 679464 


8420 


, 


En esta obra, John L. Tone desmonta 
algunos de los mitos que han deformado 
la historia de la Guerra de la 
Independencia española (1808-1814) y 
que presentaban la movilización 
guerrillera como fruto del ardor 
patriótico o del simple bandidaje. Por el 
contrario, la guerra de guerrillas se 
explica aquí como una reacción de 
autodefensa de las comunidades 
campesinas contra el carácter predatorio 
del ejército de ocupación. Es por ello que 
la guerrilla se nutría de labradores 
propietarios que luchaban por sus 
propios intereses, ligados a la «economía 
moral» del Antiguo Régimen. 


John L. Tone es profesor de Historia en 
la School of History, Technology and 
Society del Georgia Institute of 
Technology. 


El libro universitario 
Alianza Editorial